lunes, 30 de noviembre de 2009

Entrevista a Gerardo Piña en Nueva York

La Quinta Avenida, entre las calles 34 y 35, es el habitual hormiguero lleno de gentes presurosas, ruido de tráfico y predicadores espontáneos en las esquinas. Puro Nueva York. Allí, en el Graduate Center, trabaja Gerardo Piña (1948), en el 2008 nombrado director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Profesor en el Lehman College de la City University of New York desde 1981, presidente del Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos de Nueva York, fotógrafo –sus obras narrativas suelen incorporar instantáneas y collages–, conferenciante habitual en Europa, Piña es responsable de una antología pionera, Escritores españoles en los Estados Unidos, que comprende la obra de veintisiete autores que, a lo largo del siglo XX, dejaron España para emigrar a Norteamérica, como Eugenio Fernández Granell, José Ferrater Mora, Dionisio Cañas, Carlos Rojas o Jesús Torrecilla.
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¿Una Academia Norteamericana de la Lengua Española en Nueva York? ¿Cómo fue concebida una institución como ésta, en 1973, en un país que es eminentemente de habla inglesa?
La idea viene de lejos. Una de las figuras claves en aquella gestación fue la del gran fonetista Tomás Navarro, al que se le unieron diversas personas de otros países, entre ellos, el andaluz Odón Betanzos Palacios, que fue su último director. No fue fácil; había quienes pensaban que era un disparate y que serían académicos personas cuya lengua materna no era el español. Al final, la ANLE fue aceptada como la más joven de las academias de la lengua.
¿Cuál es la función actual de la ANLE y qué proyectos desarrolla exactamente?
Su función es difundir la lengua española en este gran país, la de velar por su corrección, sin cerrarse ante la influencia del inglés, que en muchos casos la enriquece. Asimismo, colabora con los grandes proyectos de la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua: en la Nueva Gramática, el Diccionario Académico de Americanismos, el Corpus del español del siglo XXI, etcétera. Aparte, hay proyectos propios en marcha, por ejemplo unos Consejos idiomáticos y una Antología de Glosas.
En la «Presentación» de la antología, habla de lo quimérico que es recoger un corpus literario vasto en un libro como éste. ¿Qué criterios estableció para esta antología de autores españoles en EE.UU., publicada bajo el sello de la ANLE?
En primer lugar, la calidad de los textos. Seleccioné a una serie de novelistas y poetas residentes en los Estados Unidos a lo largo de varias décadas y de varias generaciones: desde aquellos que llegaron tras la Guerra Civil española, como Eugenio Fernández Granell, pasando por la generación de los cincuenta (que yo llamo fuga de cerebros), como es el caso de Ana María Fagundo, la de los setenta (con autores como Gonzalo Navajas y yo mismo), y los más jóvenes, casi todos profesores en universidades estadounidenses.
¿Qué autores españoles residentes en Estados Unidos destacaría?
Más que de autores, yo hablaría de obras. Por ejemplo, una novela como La seducción de Hernán Cortés, de José Luis Ponce de León, resulta extraordinaria. Morir en Isla vista, de Víctor Fuentes, es otra novela riquísima, experimental, y que además refleja el mundo a veces esquizoide del emigrante, del que tiene que vivir en dos culturas, en dos lenguas, en dos actitudes vitales. Y si hablamos de poesía, pocos poetas hay en España a la altura de un Manuel Mantero.
Usted mismo ejemplifica esa andadura de emigrante desde que se estableció en Nueva York, en 1973.
Yo, aunque nacido en La Línea de la Concepción (Cádiz), viví primero en Málaga y luego en Tánger, donde mi padre tenía negocios. Allí conocí a Paul Bowles y seguí la sombra de William Burroughs por el laberinto de la Kasbah. En 1968 estudié Derecho en Granada, pero en verdad quería ser concertista de guitarra; conocí a la que sería mi esposa, recién licenciada en literatura española por la City University of New York, me embarqué con ella a Nueva York y nos casamos. Por un tiempo di clases de guitarra y hasta fundé un estudio de música, pero la literatura me llamaba, acabé los estudios en el Queens College y me doctoré en el Graduate Center con una tesis sobre la literatura de los exiliados republicanos.
Considerando toda esa trayectoria a sus espaldas y su cargo actual, ¿cómo ve hoy el idioma castellano en Nueva York?
El español que se habla en Nueva York puede ser excelente, si lo habla una persona educada, y atroz si lo habla una persona con un nivel muy bajo de educación. Por eso el futuro del español en Estados Unidos dependerá de que las nuevas generaciones de hispanos tengan acceso a la educación superior. Ya tienen lo principal: un gran amor y un noble orgullo por la lengua de sus mayores. Las cosas han cambiado y cambiarán más. Soy optimista.
T. M.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Presentando el primer libro de Marc Gual

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Foto: Miquel Benítez
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Echando la vista atrás, percibo el paso implacable del tiempo: han transcurrido casi veinte años desde que conozco a MG. Y hay felicidad y rabia en eso: satisfacción por haber gozado de una gran amistad con él, y turbación por tener ya demasiado lejos aquellos años juveniles, universitarios, de búsqueda y hallazgos, de pérdidas y también certezas, de muchas noches y algunas albas, de muchas conversaciones, confidencias, dramas y alegrías, e incluso un curioso viaje mallorquín conjunto. Y me remito a ese tiempo inicial que nos reunió a ambos, dichosamente, y que ya son un suspiro, porque a la hora de presentar este libro me venía de continuo la imagen de una escena concreta: exterior, mañana, patio de la facultad de filología. Marc enseña, reparte copias de su cuento «La maldición del cronista». Hay personas interesadas alrededor, y esas páginas firmadas por él son un pequeño gran acontecimiento. Yo observo y retengo lo que sucede. El escritor en ciernes que era Marc Gual, que ya había escrito algún cuento antes, nace ese día: es la jornada en la que comparte su obra, como hoy, en esta tarde tan especial para todos los que le queremos [...].
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(Para seguir leyendo textos de T.M. y M.G. y ver videos de la presentación, el 20-XI-2009, de La maldición del cronista, de Marc Gual, hacer clic aquí)

viernes, 27 de noviembre de 2009

Carta a Pablo Neruda

. Querido Poeta,
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en tu casa de Isla Negra, no sé qué me gustó más: el interior fabuloso, lleno de restos de barcos dignificados en su función de adorno, de muebles, libros y colecciones de objetos de todo tipo, o la vista que se tenía, desde los ventanales de tu dormitorio (extendidos del suelo hasta el techo), del océano Pacífico.

Esas enormes rocas, la aglomeración de algas, la furia de la espuma y el eterno mar-cielo es lo que verías –descubrirías, en realidad– al abrir los ojos cada día. Y ahora yo hago lo mismo. He puesto esta fotografía como fondo de escritorio de un artefacto moderno que no tuviste edad de conocer: las computadoras personales. Ahora, sin ellas, y sin los omnipresentes teléfonos móviles –es verdad lo que dice un anuncio televisivo que he visto esta semana: es lo primero y último que la gente mira durante la jornada–, parece que resulta imposible estar comunicado con el mundo.

Cuando el insomnio no ha ejercido su razón de ser y me reclama todavía oscuro, es la pequeña máquina la que me despierta con una musiquilla y, automáticamente, me levanto y enciendo el ordenador –lento, vago, él y yo– y mi inauguración del día es como la tuya: rocas, algas, espuma, el mar eterno y su cielo. Y entonces tu tiempo es mi tiempo; tu mirada, la mía; los recuerdos, diferentes, pero fijados en un mismo sueño.

jueves, 26 de noviembre de 2009

La (po)ética de leer


Decía Antonio Muñoz Molina, en su prólogo a los Cuentos completos (1993) de Juan Carlos Onetti, que la obra de éste exige «una lectura fiel», una «atención apasionada». Esto, que bien podría resultar obvio frente a todo gran escritor, es especialmente perentorio en los relatos cortos del uruguayo, de una sutileza y densidad –cuando no retorcimiento– excepcionales. En este sentido, el tercer y último tomo de las obras completas onettianas, Cuentos, artículos y miscelánea (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), a cargo de Hortensia Campanella, no sólo nos ofrece los relatos conocidos de siempre, sino que se añade seis historias inéditas de distintas épocas, aún más enigmáticas si cabe por cuanto son meros borradores de proyectos inacabados.
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Pero en contraste con la compleja voz narrativa de los cuentos –aquella que nos «nos sume en la incertidumbre», por decirlo con las palabras de Mario Vargas Llosa en El viaje a la ficción (2008) dedicado al creador de Santa María– aparece otro Onetti, mucho menos conocido, vestido de articulista, cuya prosa, clara y directa, está plena de sentido común, humor y sincero criterio. A la busca y ordenación de un material que yacía disperso en muchas publicaciones se ha encargado Pablo Rocca, que proporciona un prólogo en el que habla de este Onetti de distancias cortas, el ficticio y el opinante, en estos términos: «Un inalterado principio de su poética: todo empieza y sigue por la lectura, que debe hacerse por exclusivo mandato del placer. Así se cimienta una obra literaria, y también una ética de la lectura».
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A tal cosa se consagró Onetti en sus artículos publicados desde 1937, primero en la prensa de Montevideo y Buenos Aires bajo seudónimo, y luego en Cuadernos hispanoamericanos, El País y ABC, entre otras publicaciones españolas y americanas, a partir de su exilio en Madrid, en 1975. En estos escritos, bastantes de contenido político e histórico, otros de corte social formulados mediante irónicas cartas al director, se halla el Onetti hedonista, libre en sus juicios, sin pretensiones de crítico literario pero sin temor a señalar una y otra vez la mediocridad imperante a un lado y otro del océano, el «estancamiento» de las letras uruguayas, la falta de artistas, la estafa de los premios literarios. Porque la vara de medir la literatura nueva no puede ser más alta: Joyce, Proust, Faulkner, sus autores favoritos; a ellos vuelve una y otra vez. Nadie ha aportado tanto a la narrativa como el irlandés y el francés, afirma, y en cuanto al estadounidense, qué decir: le llama «padre y maestro mágico», y fue tal el impacto que le provocó una de sus obras que, abrumado, hasta dejó de escribir durante un tiempo.
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Siempre atento a las novedades editoriales de Norteamérica y Francia –aquí presta una especial atención a Céline– en comparación con Uruguay, «un país sin editores», para Onetti sólo vale el talento, las realizaciones antes que las ideas, no los experimentos sino las convicciones, y distingue muy bien de aquel que tiene ínfulas de escritor del «hombre que nació para escribir, el hombre para el cual el ejercicio de la literatura es una forma de vivir, no menos importante que el ejercicio del amor, de la bondad y del odio» (pág. 473). Ese grado de autenticidad, de lealtad ante la llamada de la creación honesta, define la actitud de Onetti para consigo mismo y para con los demás. Para comprobarlo, basta echar un vistazo a las secciones «Onetti por Onetti», «Conversaciones», a las autoentrevistas y a su célebre decálogo, cuyo último aserto reza: «Mentir siempre».

Publicado en la revista Mercurio, noviembre 2009

lunes, 23 de noviembre de 2009

Entrevista capotiana a José María Conget


En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló “Autorretrato” (versión en español dentro de Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente “entrevista capotiana”, con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José María Conget.

-Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
He vivido en dos docenas de casas durante los últimos 30 años, en los cuatro puntos cardinales de España y en varios países extranjeros de dos continentes. Actualmente todavía no sé dónde me gustaría instalarme. ¿Puede alguien así elegir “un solo lugar sin salir jamás de él”? Ni en mis peores pesadillas.
-¿Prefiere los animales a la gente?
No.
-¿Es usted cruel?
Asumo una vena de crueldad inevitable en la naturaleza humana, supongo, pero no, no soy cruel.
-¿Tiene muchos amigos?
No una legión pero sí los suficientes para sentirme afectivamente arropado en los casos necesarios.
-¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Sentido del humor, lealtad, confianza.
-¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No.
-¿Es usted una persona sincera?
La sinceridad es un concepto que exige matizaciones. Suelo decir lo que pienso, si eso es lo que se me pregunta.
-¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Me gusta charlar con las personas que quiero, pasear, leer, ir al cine, escuchar música.
-¿Qué le da mas miedo?
Que quien llame a mi casa a las siete de la mañana no sea el lechero, por parafrasear a Churchil.
-¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La prepotencia de los soberbios, la estupidez de los políticos.
-Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Lo mismo que hago como escritor, escuchar a Bach y a Leonard Cohen, ver de nuevo El tercer hombre, quedar con un amigo para evocar un episodio de hace veinte años que no estoy seguro de recordar bien, qué sé yo. Sería un lector más inocente, aunque al ejercer la enseñanza de la literatura la inocencia se pierde también.
-¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino. Detesto los deportes, con la excepción del futbolín.
-¿Sabe cocinar?
No soy un gran chef pero me defiendo.
-Si el Reader's Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre "un personaje inolvidable", ¿a quién elegiría?
Entre los de ficción, a Sandokán u otro personaje de Salgari; entre los históricos, al propio Salgari, por ejemplo.
-¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Ni puta idea.
-¿Y la más peligrosa?
Las palabras que nada significan, o sea, la mayoría de las utilizadas en el lenguaje político y en la jerga religiosa.
-¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Pero sí me ha alegrado alguna muerte y no sé si eso debería avergonzarme.
-¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Las que tradicionalmente se llamaban de izquierdas, sin adscripción a ningún partido.
-Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Dibujante de tebeos, algo para lo que no poseo la menor aptitud.
-¿Cuáles son sus vicios principales?
Tengo muy bien repartida mi participación en los siete pecados capitales, no me libro de ninguno.
-¿Y sus virtudes?
Puedo reírme del personaje que represento.
-Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Eso es impredecible, en el caso de que de verdad haya imágenes más allá de la agonía por sobrevivir. La literatura y el cine proponen sus Rosebuds diversos, yo ignoro cuáles son los míos.

T. M.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Corazones pintarrajeados

(Corazonadas ilustradas frente al metro El Golf, Santiago de Chile)

Para mi corazón basta tu pecho,
para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre tu alma.
PABLO NERUDA

Creo en mi corazón, el que no pide
nada porque es capaz del sumo ensueño
y abraza en el ensueño lo creado:
¡inmenso dueño!
GABRIELA MISTRAL

Yo soy ese que salió hace un año de su tierra
Buscando lejanías de vida y muerte
Su propio corazón y el corazón del mundo
Cuando el viento silbaba entrañas
En un crepúsculo gigante y sin recuerdos
VICENTE HUIDOBRO

El pensamiento no nace en la boca
Nace en el corazón del corazón.
NICANOR PARRA

jueves, 19 de noviembre de 2009

Vida de alcohol y versos



No escribamos estas líneas cual «pulpa de langosta putrefacta», que era como llamaba Charles Bukowski a los críticos literarios, sino como lectores admirados de la literatura y la pasión por manifestarse libremente del escritor germano-californiano. Hay que comentar a Bukowski como si le escribiera una carta o se compartiera una barra de bar: estos «Relatos y ensayos inéditos (1944-1990)», querido Chinaski, es lo mejor que he leído de ti, aparte de tu poesía. En ellos, tu dios personal, la Sencillez, tiene un fulgor especial, tanto en los textos que dedicas a Hemingway, Pound, Artaud, John Fante, como en los cuentos eróticos o humorísticos, en particular la serie «Escritos de un viejo indecente», o en los artículos autobiográficos, tan directos y vibrantes...
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La edición del libro –traducido por Eduardo Iriarte– viene a cargo de David Stephen Calonne, que define el estilo de Bukowski como una combinación de «dureza existencial» y «brío cómico». Buena observación, surgida de entender el alcance de la confesión autobiográfica del autor, que ni siquiera en un volumen recopilatorio como este suena repetitiva, sino siempre nueva, asombrosa y coherente con lo expuesto aquí y allá. Dice hacia el final: «Andaba tirado en los estercoleros. Estaba un poco tarado pero era una locura extraña porque la nutría. Dejaba que mi mente describiera círculos, se mordiera su propio culo. Aguijoneaba mis instintos, alimentaba mis prejuicios. La soledad era mi as, la necesitaba para hinchar la realidad. Valoraba de veras el ocio, era mi chute. Estar a solas conmigo mismo era el asilo».
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Vida paupérrima y a su manera tremendamente plena, pese a tener más tiempo empeñada la máquina de escribir que en casa, pese a empezar a publicar en revistas «underground» y pornográficas. Es el arte de la calle, la voz íntima que habla de los desposeídos, ignorados, antisociales: de sí mismo, a veces mediante textos que son manifiestos estéticos, como «En defensa de cierta clase de poesía, cierta clase de vida, cierta clase de criatura de sangre que algún día morirá» o «Un delirante ensayo sobre la poética y la condenada vida escrito mientras bebía media docena de latas de cerveza (altas)». Poeta grosero, tierno, honesto: ser excepcional, el único autor de culto a ras de suelo.
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(Publicado en La Razón, 19-XI-2009)

miércoles, 18 de noviembre de 2009

El joven Bolaño mexicano

En mi última noche santiaguina, en un pequeño restaurante chileno-alemán cercano a la estatua que la ciudad dedicó a Rubén Darío (que escribió Azul en Valparaíso), recibo de manos de su autor este tesoro de la memoria: Bolaño antes de Bolaño. Diario de una residencia en México (editorial Catalonia, 2007). Jaime Quezada, «cosista» como Neruda, tiene el gusto de guardar recuerdos de todo tipo: hojas sueltas anotadas, cartas, fotografías. Dichosamente. Uno siente que ha entrado en el archivo de su alma poética, tan generosa siempre con los demás, simplemente al compartir cualquier papel en torno a un Pisco Sour, bebida deliciosa parecida a la pomada menorquina (los mejores, en mi estancia, los del impresionante Mesón Nerudiano, al lado de la casa del poeta).
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Emocionante lectura de estos souvenires mexicanos con Bolaño al fondo, cuando Quezada vivió, durante casi dos años (1971-1972), «como un pariente más, o allegado pegadizo», en la casa de los padres del escritor ya en ciernes, quienes se habían trasladado allí en el convulso año de 1968 en busca de mejores perspectivas laborales. Gran escritor Quezada, sensible observador de la psique y gestualidad ajenas, que retrata a Bolaño, un jovencito ávido de lecturas, independiente, algo arisco y misántropo, y a toda una época, histórica, política, cultural. Octavio Paz, Juan José Arreola, Juan Rulfo pasan por sus páginas, por las conversaciones de antaño, y también se asoma el devenir de Chile y México, el premio Nobel a Neruda, el apogeo de Víctor Jara y Salvador Allende.
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En aquella casa de México DF, había una sola máquina de escribir: Quezada y Bolaño decidieron compartirla; el primero por las mañanas, el segundo por las tardes (¿o era al revés?), y aquí vuelven a compartirla en cierto modo, proyectando aquella lejana amistad en un libro que tiene un sentido colofón epistolar desde Blanes, el pueblo al que he ido cada año de mi vida pero en el que nunca me tropecé con Bolaño, sin duda encerrado en su mundo 2666, en su falta de futuro en vida e inmortalidad literaria.

martes, 17 de noviembre de 2009

Apuntes volviendo de Isla Negra

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Siento el temor de estar demasiado vivo.
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Dulcedumbre, qué bella palabra hallada en un verso de G. Mistral, 'dulzura, suavidad', en «Los sonetos de la muerte».
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El poeta es el que tiene toda nuestra memoria, pero ha borrado nuestros nombres. Lo recuerda todo de todos, pero nada de cada uno de nosotros.

(Autopista de Santiago, en el autocar, 8-XI-2009)

lunes, 16 de noviembre de 2009

Dickens sobre el Atlántico

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En el viaje transoceánico de la semana pasada, llevo en la maleta A Christmas Carol, a ver si de una vez por todas mejoro mi inglés, más una apuesta segura frente al temor de aguantar tantas horas sentado en el avión: cualquier libro de Zweig, en este caso el estudio que dedicó a Balzac, Dickens y Dostoievski.

El mejor es precisamente el de Dickens, más condensado y concreto que el memorable libro que Chesterton le dedicó a su compatriota. El autor austríaco relacionó genio y tradición, para hablar de cómo el tiempo y el talento de Dickens se conjugaron para hacerse uña y carne: cómo el arte burgués y popular encontró en el autor de Cuento de Navidad al mejor intérprete de una época, de un lugar: «Arte de junto a la chimenea quería la gente de entonces, libros de esos que se leen apaciblemente junto al fuego mientras la tormenta sacude las ventanas, y que chispean y crujen a su vez con pequeñas e inofensivas llamas»; así que nada de «éxtasis y entusiasmos» sino «sólo sentimientos normales». Dickens, con Pickwick, Oliver Twist, David Copperfield, llevó a cabo este propósito ¿consciente, inconscientemente? de representar de forma amable las cosas terribles de una sociedad prosaica y anodina. Chesterton se refirió al comfort de Dickens; Zweig, al home. Sus narraciones explican asuntos habituales, se encaminan hacia lo trágico y se quedan en lo melodramático.

Buen ejemplo de ello es su fabulosa historia del huraño Scrooge, que nunca será valorada en su justa medida literaria «por culpa» de su enorme popularidad, a la que han contribuido sus innumerables adaptaciones fílmicas. Qué portento de imaginación, orden narrativo, coherencia argumental: texto perfecto del que se ven guiños en tantas obras de la gran pantalla, desde It’s a wonderful life a Family man, y que Robert Zemeckis ha llevado al mundo digital con la tecnología de los estudios Disney. Jim Carrey da vida al avaro hombre de negocios, y el diseño, la música, la ambientación londinense, el juego de ver las interpretaciones de los actores convertidos en casi dibujos animados hacen de la película una obra maestra, un placer para los sentidos. Únicamente, la película baja su altísimo nivel rítmico y estético en la escena, larga en exceso, del carruaje fúnebre que persigue por la ciudad a Scrooge, en la parte del espíritu de las navidades futuras.

Es una delicia ver el film y comprobar, con la relectura reciente del relato, cómo Zemeckis ha seguido la escritura de Dickens, respetando el original y aportando lo que la magia visual del cine es capaz de añadir a un libro. Es cuando cine y literatura se hermanan hasta compenetrarse de modo glorioso, alimentándose mutuamente, para darnos esa extraña e indescriptible felicidad de permanecer en una sala oscura –y además con esas gafas de mosca para 3D– durante una hora y media de mero entretenimiento y gozo artístico.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Poetas y narradores chilenos

El domingo pasado, un ingenioso y dicharachero Jorge Edwards, homenajeado en la Feria del Libro de Santiago de Chile, dice cosas tan interesantes como contradictorias, al menos desde mi juicio foráneo e ignorante. Afirma que su país ha prestado mucha atención a sus poetas, y sin embargo, veo in situ que sus tres más importantes –Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral– tienen una presencia demasiado particular: el volcánico Neruda se ha impuesto en su tierra él mismo, con sus casas maravillosas, hoy grandes centros turísticos, mediante su personalidad arrolladora y genio literario; mi adorado Huidobro, simplemente no existe: no hay nada que le recuerde, ni siguiera ningún escritor le menciona, no veo libros de él en la feria excepto alguno muy pequeño; Mistral ni siquiera publicó su obra en Chile, y si no fuera por Jaime Quezada, que ha dedicado su vida a valorar su obra y acciones sociales, políticas, pedagógicas, artísticas, colocándola con sus continuos trabajos en el lugar donde le corresponde a esa mujer admirable, permanecería en el olvido.

Así que no, Chile no trata bien a sus poetas. Edwards lo dice en contraste con el tratamiento que se le ha dado a los narradores por parte de la crítica. Pero no entiendo ese amago de queja de alguien que ha tenido el privilegio de publicar en muchos sitios, de ganar todo tipo de premios literarios, de ser traducido e invitado a mil lugares. Edwards insinúa que en su nación la crítica no ha sido siempre benévola con él, también en contraste con España, que tanto lo ha reconocido y alabado; de hecho, afirma, mientras los críticos chilenos dicen que está en decadencia, los españoles aseguran que su literatura crece cada vez más. Pero cómo creerse eso cuando, en España, no existe la crítica literaria honesta e independiente y se doblega ante las instituciones y grupos editoriales; por la noche, confirmo esa idea charlando con Jorge Edwards hijo, cordialísimo, al que le pregunto si su padre ha recibido comentarios negativos de su obra en España. Por supuesto que no.

Edwards, sin citarlo, se burla –y estoy de acuerdo con su ironía– de Vargas Llosa, cuando dice que hay escritores que van la semana anterior a Estocolmo para dejarse ver por si les cae el premio Nobel (pese a que, me indican, el peruano siempre ha apoyado mucho al chileno). Pero se excede cuando, a raíz de un comentario de su presentador, que saca de una mochila de deporte casi todos los libros de Edwards y lee un párrafo que a él le parece iluminador pero a mí demasiado simple, vuelve a demostrar sutiles rasgos vanidosos: se jacta de que su prosa tiene un sedimento poético, al igual que el Cortázar de Rayuela sintió la influencia de Residencia en la tierra a la hora de escribir ese libro. Edwards sin duda será un buen prosista, pero el genio artístico es otra cosa, y estoy seguro de que no es de su propiedad.

Por lo demás, el presentador hace bien su papel, y tiene la amabilidad de referirse al futuro de Edwards, ya en edad avanzada pero muy activo y despierto. Tanto, que el propio autor cuenta con gran comicidad cómo llegó a Burdeos recientemente para seguir las huellas de Montaigne, del que prepara una novela. Lo que ocurre es que el Montaigne del que habla no es mi Montaigne: no es el conozco de la biografía de Stefan Zweig y de mis lecturas de sus textos, apareciendo un hombre sensual, manipulable. No podré leer esa novela nunca, como si las alusiones frívolas y conjeturales sobre asuntos privados del ensayista con una joven no coincidieran con el individuo que tengo en mi mente y mi corazón.

Pero da igual: la gente ríe, en especial una mujer insoportable que tengo a mi izquierda, que de continuo se desternilla para hacerse notar, y dice «me encanta, me encanta». Más tarde, me presentan a Edwards, a quien saludo con toda la cortesía que puedo reunir en un momento tan breve; él me estrecha la mano sin soltar una palabra, y yo, de verdad sinceramente, le felicito por su intervención, porque en realidad me ha regalado un rato magnífico: pues también son de agradecer las opiniones paradójicas, las bromas indirectas, los arranques orgullosos, si todo ello conforma, como es el caso, el discurso divertido de un hombre muy listo que vive con tanta intensidad la literatura –y qué pocos hay en la actualidad como él– que la vida entera se vuelve ficción narrativa.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Un 7 de noviembre en Santiago de Chile

Foto: Carolina Galaz
En la entrada de la 29 Feria del Libro de Santiago de Chile, una figura de Borges sentado a tamaño natural, ciego de cera, da la bienvenida. Me adentro en una antigua estación ferroviaria, reconvertida en centro cultural, muy similar a la Estación de Francia barcelonesa, de altísimo techo curvo. Stands, libros, personas por todas partes. Una voz invisible presenta horarios, actos, presentaciones de libros. Cita un nombre, familiar y ajeno al tiempo. Palabras laudatorias, desde un micrófono, que vuelan por la cúpula fría donde, me contaron, antaño entraban las aves de la ciudad. A cada lado, dos nerudianos iluminadores: Jaime Quezada, mi anfitrión, poeta y experto en Gabriela Mistral, me acoge frente a un auditorio atento y amable; el narrador melancólico Darío Oses comenta Hildur con tan hondo saber lector, con tamaña inteligencia, que me recorre un escalofrío. Luego, hablo y leo yo.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

El poder de la memoria



Con el tono lacónico de las memorias de Chateaubriand, con un toque picaresco a lo cervantino, con la ingente capacidad de crear un mundo narrativo que refleje la realidad histórica tan propia de las novelas decimonónicas, Ippolito Nievo creó una obra que ni siquiera pudo ver publicada. A este autor nacido en Padua, en 1831, y que encontró la muerte en un naufragio treinta años después, le dio tiempo a escribir sólo en nueve meses, en 1827, las mil páginas que ahora ha traducido José Ramón Monreal, y antes incluso otra novela, relatos y dos obras teatrales.
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El simple título, Las confesiones de un italiano (Acantilado, 2008) indica esos dos componentes en su máxima potencia: el protagonista, Carlo Altoviti, concibe su historia como el rescate de lo olvidado para que la política de su presente cobre mayor dimensión; y en ello, su «italianidad» es clave, pues en paralelo a la vida íntima desde la infancia del niño ilegítimo Carlino, que es acogido en el castillo de una arisca condesa, se narra la evolución del país desde finales del siglo XVIII hasta 1855. De ahí que, como apunta Claudio Magris, la novela sea «un grandioso fresco histórico que retrata el final del viejo mundo ancien régime, identificado sobre todo con la venerable y decrépita República de Venecia, los trastornos de la época revolucionaria y napoleónica, la Restauración, los primeros y contradictorios fermentos del proceso de Unidad Nacional italiana».
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Sin embargo, por encima de todos los asuntos que se narran en relación a las ciudades donde vive el personaje –Fratta, Padua, Venecia– y la Europa de entonces influida por la Revolución Francesa; por encima de su retrato de Napoleón y de las anécdotas y enfrentamientos políticos locales que el pequeño Carlino va a ir descubriendo –como niño observador, estudiante de latín o escribiente del canciller–, la obra de Nievo es un fabuloso canto a la memoria. Si bien el lector puede quedar abrumado por el desmenuzamiento de pequeñas historias secundarias, de párrafos que duran páginas enteras, de un estilo a veces retórico en demasía, surgen por doquier fragmentos inspiradísimos donde se aprecia la visión poética de Nievo, su joven sabiduría.
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Cual precedente proustiano, Nievo aborda el poder de la memoria a través de un protagonista que se presenta a los ochenta años, rememorando sus ratos en la cocina del castillo o su amor por la niña Pisana. Un mechón de ésta es el primer tesoro que le hace calibrar la intensidad de la vida: «¿No habría que medir el tiempo, no, como se cree, por los movimientos del péndulo, sino por el número de sensaciones?», dice Carlo, añorando un pasado que se le ha escapado y que, como «pobre escritorzuelo de chismes que soy», resucita mediante la palabra: «Recuerdo en voz alta; y escribo lo que recuerdo», declara.
(Crítica inédita)

lunes, 2 de noviembre de 2009

Entrevista capotiana a José Ángel Cilleruelo



En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló “Autorretrato” (versión en español dentro de Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente “entrevista capotiana”, con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José Ángel Cilleruelo.
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-Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi casa, con mi familia, mis amigos, mis libros, mis discos... e Internet. También añadiría, sin que fuera salir de un solo lugar, unas cuantas calles del Ensanche hasta el Paseo de Gracia y otras hacia el sur hasta el puerto. Esporádicamente pediría permiso para visitar el aeropuerto y usar alguno de sus servicios hasta alguna ciudad de nombre sugerente. En fin... se parecería mucho esa vida a mi vida actual.
-¿Prefiere los animales a la gente?
No me gustan los animales en absoluto. La gente me gusta cuando hay mucha por las calles y cuando converso con algunas personas en especial. Una de ellas aún más especial me gusta más que nada en el mundo.
-¿Es usted cruel?
No siento especial interés por ningún tipo de violencia, ni física ni menos psicológica. Creo que incluso la felicidad idiota me es más grata que un simple empujón.
-¿Tiene muchos amigos?
Creo que sí tengo bastantes amigos, y me gusta tenerlos. No por muchos, sí por amigos.
-¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que me guste las cosas que me cuentan cuando hablan conmigo. Que les admire en las cosas que hacen. Que pasar un ratito en silencio a su lado resulte tan grato como estar charlando.
-¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No cuando son amigos. En general no hay motivos para ello. En las relaciones literarias, a veces, sí me han decepcionado comportamientos que no he comprendido.
-¿Es usted una persona sincera?
Procuro evitar las situaciones en las que tengo que ser necesariamente sincero, quiero decir, prefiero no encontrarme de cara con oportunidades para mentir. Luego me arrepiento.
-¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Me gusta pasear con mi familia y mis amigos. Me gusta leer y me gusta escribir. Y también ordenar papeles y libros mientras escucho la radio.
-¿Qué le da mas miedo?
Las arañas, sin duda. Una vez vi una tremenda descendiendo sobre mi cabeza y aún recuerdo es susto. Los coches que se saltan los pasos de peatones en el Ensanche. A que se mueran las personas que quiero.
-¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La estupidez de quienes tienen en su mano ser juiciosos e inteligentes sigue escandalizándome como el primer día.
-Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Casi lo mismo que ahora, sólo que dispondría de más tiempo libre para hacer cosas que no me gusta hacer, como ver partidos de fútbol o programas de televisión.
-¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Nado dos veces por semana en una piscina cubierta. Es un ejercicio absolutamente minimalista. Me gusta.
-¿Sabe cocinar?
Razonablemente, no.
-Si el Reader's Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre "un personaje inolvidable", ¿a quién elegiría?
A Rafael Pérez Estrada, que es el personaje que olvidaré en último lugar.
-¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Vida.
-¿Y la más peligrosa?
Armas.
-¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sólo en una ocasión, pero he olvidado a quién y por qué razón.
-¿Cuáles son sus tendencias políticas?
No reconocerme en las tendencias políticas que se presentaron a las últimas elecciones generales.
-Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Cantante de boleros.
-¿Cuáles son sus vicios principales?
Ninguno que merezca el morboso interés ajeno.
-¿Y sus virtudes?
Ninguna que merezca un aplauso demasiado largo.
-Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Espero no estar en disposición de responder a esta pregunta nunca.

T. M.