domingo, 28 de febrero de 2010

Un no muerto en Chile que soy yo

Leo en el periódico algo que desconocía: en Chile suceden el 80% de los terremotos del mundo. Desde ayer, me pregunto si estará bien la gente que conocí en aquellas tierras el noviembre pasado, y una amiga caribeña que reside allí me cuenta en primera persona cómo vivió lo ocurrido: a las 3.30 de la madrugada, un temblor la tiró de la cama; aturdida, se arrastró a gatas hasta el marco de una puerta, como se suele recomendar en estos casos, y esperó un minuto interminable a que acabara de moverse el mundo en el piso elevado en el que vive. Su edificio, preparado para los terremotos, siguió donde estaba, pero qué habrá sido de las casas de Valparaíso que vi en aquel solitario paseo mío, a lo largo de la avenida Pedro Montt, qué grietas portentosas se habrán abierto en la autopista que me llevó a Isla Negra. Que yo no haya estado en esos lugares en el día de ayer forma parte del extraño azar de un calendario que me ha sido propicio. No sabemos dónde nos espera la muerte; esperémosla en todas partes, decía Montaigne. Nos olvidamos demasiado de esa idea, y cuando uno ve cómo la vida de cientos de personas se difumina de manera accidental, por culpa de estar en un mal momento en un lugar equivocado, la vida cobra su espantosa máscara de suerte e infortunio.

Pero, como siempre, surge el lado milagroso ante la devastación. Leo que un edificio de Concepción se desplomó, desde la altura de su decimoquinto piso, pero un hombre que vivía en el octavo sobrevivió tras ver un agujero por el que escapar en el sótano al que fue empujado. Leo que hay gente que ha aprovechado el caos para robar en supermercados. Leo que hay presos que han ganado la libertad por la destrucción de su cárcel. La desgracia de unos es oportunidad para otros. La rueda de la Fortuna gira y gira y gira y llega allá donde parece que nada maligno pueda ocurrir: la consecuencia del terremoto alcanzó la recóndita isla de Robinson Crusoe (en el avión leí algo sobre ese peculiar destino turístico, recodo del náufrago en el que se inspiró Daniel Defoe para su inmortal personaje) en forma de olas que destrozaron casas y mataron a más de diez personas. Que absurdo uno seguir vivo y otros miles en Haití, en Perú, en Italia, en India, en Nueva Orleans –por sólo mencionar algunas de las últimas catástrofes de la vengativa Naturaleza– hayan acabado sus días de modo tan estúpido y fortuito. Pareciera que a uno le espera una muerte más digna (¿no habrán pensado lo mismo todos los fallecidos en accidentes de tráfico cada fin de semana?), pero lo cierto es que estamos a expensas de ese fin miserable, sujetos a la implacable decisión de la reinante Casualidad, la diosa más severa y generosa, más letal y benigna que rige por completo nuestro pobre destino humano.

viernes, 26 de febrero de 2010

Antología personal de música clásica: I



CANON de JOHANN PACHELBEL

Pachelbel es de mediados del siglo XVII, y creo que fue el primer compositor que me impresionó, además del Chaikovski que me llevó de niño a protagonizar una obrita en clase de música. Era muy fácil enamorarse del Canon, a todo el mundo le emociona, e incluso ha sido usado en varios films, que yo recuerde en Gente corriente y Volver a empezar. Pachelbel es ultrafamoso por esa pieza, pero las historias de la música se han olvidado de él. Sin embargo, para mí siempre será uno de los tres magníficos de un vinilo mítico de mi adolescencia: un disco que incluía Las cuatro Estaciones de Vivaldi, el citado canon y el Adagio de Albinoni. Creo que ese ha sido el disco más importante de mi vida, o al menos el fundador de mi gusto por la música.

De entre las innumerables adaptaciones modernas a esa obra, mi preferida es la de una violinista irlandesa llamada Eileen Ivers, que al inicio afronta la pieza con un tempo estándar pero que luego se acelera hasta alcanzar un ritmo endiablado. De hecho, la primera vez que fui a Dublín (en verano), varios músicos callejeros tocaban una y otra vez el canon en Grafton Street, la calle comercial del centro, hasta que conseguían que te hartaras de la composición.

jueves, 25 de febrero de 2010

¡Qué razón tienes, Andrés Trapiello!

Foto: Cristóbal Manuel (El País)
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«La extravagancia suele ser la delación de la falta de talento verdadero. Siempre he tenido la impresión de que de cada cien extravagantes, noventa y nueve valen noventa y nueve veces menos de lo que creen valer» (pág. 71).

«El siglo XX ha sido el de las modas. Las han llamado “ismos” para darles cierta reputación y quitarles lo que tienen de superficiales, artificiales y baratas. (...) El XX ha sido el siglo de los decorativos, de los perfumistas y de los modistos» (pág. 171).

«Claro que decimos entonces: leer es ya vivir, una forma de vida. Pero todos sabemos que no es así. Lo decimos, pero un fondo de nosotros sabe perfectamente que la literatura es siempre manifestación de un fracaso y, oh paradoja, en muchos casos, el único paliativo de ese mismo fracaso» (pág. 365).
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«Desde que se ha confundido el cultivo con la cultura y la cultura con la industria cultural, la mayoría de los intelectuales quieren convertirse en industriales y empresarios de sí mismos» (pág. 405).
De Troppo vero (Pre-Textos, Valencia, 2009)

martes, 23 de febrero de 2010

"Invictus": una blanda historia maravillosa



En la virtud de la última película de Clint Eastwood reside su flaqueza: en el hecho de recrear los acontecimientos de una serie de partidos de rugby, se halla el riesgo de glosar la derrota y la victoria, lo épico del asunto, con grandilocuencia y nobleza hiperbólica. Los diálogos, de precisión ejemplarizante, remiten al Hollywood más comercial, y los personajes, todos ellos meros estereotipos –el periodista aguafiestas y rencoroso; el padre del capitán del equipo, un racista producto del apartheid; los miembros de la escolta de Mandela enfrentados según su color de piel; la novia del jugador, simple acompañamiento decorativo– y hasta el propio protagonista y secundarios que le rodean (su ayudante, su asistenta del hogar, etc.) presentan la pose y el rictus y el guión previsible de personajes-patrón de películas de serie B, donde la sutileza o la moderación brillan por su ausencia. Mal el guionista, pues, pese a la buena dirección de Eastwood, que embellece cada escena, como siempre, de una música preciosa, y que rueda cada secuencia de forma emocionante.
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Morgan Freeman, cómo no, está excelente en su papel de Mandela, con ese andar encorvado característico del ex presidente sudafricano, y Matt Damon, pese a interpretar un personaje unidimensional, también cumple con su cometido. Además, qué maravilla esos planos a ras de hierba en el estadio de rugby. Como había hecho en Million Dollar Baby con el mundo del boxeo, Eastwood nos mete dentro de otro ambiente lleno de tensión, sudor y sangre. Estamos en una melé, que también es política, pues el film plantea dos caminos paralelos: el de los asuntos complejos de un nuevo Estado naciente en busca de la reconciliación social y la simpleza de cómo un deporte puede unir a todo un país. Lo sentimental se confunde con la sensiblería en Invictus, magnífica lección de historia, impecable producción cinematográfica, pero relato blando al fin y al cabo, lo que no impide que, al estar basado en hechos reales, nos llegue a lo más profundo del corazón.

Pero lo mejor de esas dos horas de cine está por contar. En la sala no estoy solo, sino que disfruto de la compañía de tres mujeres, a cual más inteligente y sensible. Una de ellas, de sólo seis años, muy avanzada la película, suelta una de esas frases que a uno le sumergen en la admiración: «El presente siempre se convierte en pasado, ¿verdad?», me pregunta, aún con el brillo de su espontánea deducción en los ojos. Me quedo como flotando no sólo por la frase en sí, sino por la forma de decirla, su tono inigualable, y luego continúa haciendo una referencia al futuro, cerrando esa espiral desde su infinita astucia pura. La observo detenidamente, conmovido y agradecido por haber vivido ese instante pletórico de sensaciones, y dejo su perfil para volver a la gran pantalla, viendo cómo en efecto el hoy se hace ayer, exactamente como le sucederá al mañana, cómo, a veces, uno de esos tiempos se transforma en una pieza de arte que recuerda pedazos de hechos trascendentes para el mundo, simplificándose gracias a la rotundidad insuperable de la ficción y el cine.

domingo, 21 de febrero de 2010

La Copa del Rey no querido para un Barça estelar

Foto: El País
El matrimonio Borbón, al que supongo muy poco le interesará el baloncesto (quizá al rey le entretenga, pero ¿a la reina?), es rechazado por el público que abarrota el pabellón bilbaíno, y el himno nacional apenas se oye entre los abucheos. Lo cuenta El País en su edición digital, porque esa parte me la he perdido: he visto la final de la Copa entre el Real Madrid y el Barcelona a ratos. Lo bueno de ello ha sido no haber de soportar continuamente al trío que comenta los encuentros semana tras semana, año tras año. Bajísimo nivel el del narrador, junto a un sempiterno Romay que se cree gracioso y un Manel Comas que podría decir cosas mucho más interesantes de las que apunta. Lo malo es que no he seguido la progresión de un choque de lo más intrigante: cómo es posible que un superequipo como el Madrid sea aniquilado de tal forma. Porque, plantilla en mano, nada tiene que envidiar a la del Barça. Pero una cosa es un equipo y otra muy distinta una colección de jugadores, por muy excelentes que sean.

El niño Ricky Rubio, prodigio entre prodigios, ya es un hombre: ha mejorado su tiro exterior, penetra a canasta con mayor ahínco y reduce a su mínima expresión a los bases rivales (pobre Prigioni, hoy su víctima). La defensa de los jugadores que dirige el discreto Xavi Pascual es simplemente perfecta, inconquistable. Éste se comunica en castellano en los tiempos muertos (aunque tiene a alguien que ayuda a los americanos a recibir las instrucciones en inglés), pero el lenguaje que hablan todos los compañeros es el mismo: agresividad en defensa, ataque controlado distribuyendo balones dentro-fuera, unos contra unos en el poste bajo, los tiradores abiertos para el triple... En el banquillo del Madrid, en cambio, hay varias lenguas del Este de Europa más el inglés del italiano Ettore Mesina, seguramente el coach más prestigioso del mundo FIBA, el cual, sorprendentemente, no es capaz de hacer de esta plantilla millonaria un conjunto que juegue bien al baloncesto.

Es el triunfo de la paciencia y la constancia por encima de los cheques sin fondos que despliega el equipo madridista. No es el momento de ser un cascarrabias y sentir añoranza de los tiempos de Corbalán y Fernando Martín, líderes que se dejaban la piel en la cancha, ni de sentir nostalgia de Sabonis y Petrovic, cuando también a base de fichas astronómicas se fichaba a los jugadores más talentosos y se conseguían títulos. Pero creo que, en los últimos tres lustros, el Madrid ha dado falsas esperanzas; no veo un proyecto firme que madure y crezca con una buena fundamentación. La cantera no es bien aprovechada, salvo por fortuna Sergio Llull, que no me explico cómo no es titular. Así, siempre me parece que los directivos están más pendientes de atraer a los nacionales y extranjeros que destacan en otros clubes que en organizar su propio plan de trabajo.
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Y el resultado es devastador: una gran plantilla que se muestra impotente, ya en el segundo cuarto, frente a un todopoderoso Barcelona que ha visto, además, la redención de Fran Vázquez. Para este extraordinario jugador que, vaya usted a saber, rechazó ir a la NBA y a la Selección Española, hoy ha de ser un día feliz: por fin está en la cúspide al haber sido designado jugador más valioso del torneo. Si no cambian mucho las cosas, Barça y Madrid volverán a enfrentarse en la final de la Liga. Veremos si la distancia entre ambos se acorta o la diferencia de cohesión, fuerza y acierto se mantiene, y el campeón vuelve a serlo.

sábado, 20 de febrero de 2010

Antología personal de música clásica (presentación)

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Hace algunos años, grabé para un querido amigo, interesado en conocer algo de música clásica, un par de discos compactos que me sirvieron como revisión de mis gustos musicales, siempre atados a la vida íntima. Este fue el resultado de pensar en ello.

He aquí una selección de piezas de música clásica que más han adentrado en mi sensibilidad. Supongo que resultaron una evasión en su momento, como la escritura, la lectura o tirar un balón a una canasta. Ahora comprendo, cuando llevo ya algún tiempo estudiando pentagramas, yendo a muchos conciertos y escuchando diariamente horas enteras cadenas de radio de música clásica exclusivamente, lo que más me impresionó al leer las memorias de George Steiner: el reconocimiento de que la música le era cada vez más importante, más necesaria para vivir. Hace pocos años que leí eso, y no pude evitar hacerme un juicio algo despectivo (¿por la añoranza del deseo de haber sido como él?) ante un comentario tan pedante. Pero ahora sí comprendo esa afirmación. He de decir algo que, si no resulta pedante, sí es incuestionablemente cursi, aunque también verdadero. Lo he estado pensando estas últimas semanas: escuchar, sentir música, me convierte en el rato en que dura la audición en mejor persona. Es así de simple, y explicarlo con mayor claridad se me antoja imposible. Soy, objetivamente, más equitativo, más sosegado, más propenso a contemplar la vida de cara con valentía pero con respeto, más dado a la confianza que a la guarida, más a la felicidad del estudio que a la melancolía de la expresión poética; tengo la ilusión de que el insondable error de ayer, hoy, mañana, es un error que jamás repetiré; soy otra persona cuando escucho música y aún no puedo encontrarle un porqué convincente.

Estas son las piezas seleccionadas, con los autores en orden cronológico, por fecha de nacimiento, a la que le seguirá, en posteriores entregas, la justificación que hay detrás de cada una de ellas, totalmente personal en función de cómo las he adaptado a mi propio tempo vital.


1 PACHELBEL: Canon
2 COUPERIN: “Preludio” de Las piezas de concierto
3 PURCELL: “The Plaint: O let me weep, for ever weep”, de The Fairy Queen
4 VIVALDI: Tercer movimiento del “Verano” de Las cuatro estaciones
5 VIVALDI: Tercer movimiento del “Invierno” de Las cuatro estaciones
6 VIVALDI: Aria de Berenice, de Farnace
7 BACH: Aria de las Variaciones Goldberg
8 BACH: Suite nº 1 para violonchelo
9 BACH: Primer movimiento del Doble concierto en C menor 1060
10 PERGOLESI: “Stabat mater dolorosa (a due)” de Stabat Mater
11 MOZART: Segundo movimiento del Concierto para piano nº 21
12 MOZART: Concierto para clarinete y orquesta
13 BEETHOVEN: Segundo movimiento de la Sinfonía nº 5
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1 CHOPIN: Primer movimiento del Concierto para piano nº 1
2 ELGAR: Primer movimiento del Concierto para violonchelo y orquesta en E menor
3 PUCCINI: “Vissi d’arte” de Tosca
4 PUCCINI: “Un bel di vedremo” de Madame Butterfly
5 PUCCINI: “O mio babbino caro” de Gianni Schicchi
6 PUCCINI: “Nessun Dorma! Vincerò” de Turandot
7 DEBUSSY: Dos arabescos
8 DEBUSSY: Claro de luna
9 DEBUSSY: Primer movimiento del Cuarteto de cuerda nº 1
10 RODRIGO: Concierto de Aranjuez

jueves, 18 de febrero de 2010

Mensaje para los desesperanzados

Jardín Botánico de Brooklyn

"Il y a des fleurs partout pour qui veut bien les voir."

HENRI MATISSE

domingo, 14 de febrero de 2010

Antonio Rivero Taravillo, crítico literario y etc.



Un par de semanas atrás, el autor de Las líneas de otras manos me daba el ansiado ejemplar. Antes de tomar unas cervezas y unas tapas en una taberna centenaria de Sevilla, tras yo presentar mi libro de ensayos Desarticulación con J. M. Conget, Antonio se refirió a otras tapas: los textos que, por su extensión, llamó así él ese día y que se han volcado en esta edición melillense pero que, en realidad, a mis ojos, constituyen un gran festín, una comilona de ideas, comentarios, sabiduría literaria y vivencial. El género menor, el de la recensión breve de una novedad literaria, es convertido por obra y gracia de este gran homme de lettres (escritor, poeta, viajero literario, editor, director antes de varias publicaciones e incluso de una librería, traductor, biógrafo cernudiano, profesor de talleres poéticos…) en una maravilla mayor para los sentidos. Si en el libro mío antes citado ofrecí el pensamiento de que el crítico literario ha de escribir con amenidad y hondura, nadie como Antonio Rivero Taravillo para ejemplificar ese propósito que me propongo y trato de desarrollar.

Qué ingenio el de este traductor que acaba de aportar al mundo hispano, nada más y nada menos, que la traducción de la poesía completa de Shakespeare: en sus reseñas, los símiles de cualquier campo aplicados a la parcela literaria, con comparaciones astutas y desenfadadas, captan la atención del lector al instante, y a través de un estilo transparente, el caudal inmenso de conocimientos y juicios del autor se ponen de manifiesto página tras página. Ya sea hablando de literatura inglesa, en particular irlandesa, o de poesía española reciente, Rivero Taravillo demuestra que se puede ser tan exigente y contundente como amable y respetuoso en las valoraciones sobre traducciones, usos de versos o referencias cultas. Un equilibrio nada fácil y que él consigue siempre con tino y, ¡atención!, sin ni siquiera citar los datos concretos del libro criticado; y qué importa, pues el interés del artículo se transforma para mí en el interés que me despierta de continuo el autor de Melilla (Las líneas de otras manos está publicado en esa su ciudad de nacimiento, tras un retorno de hijo pródigo) que muy pronto se trasladó a, como dice él, “la consonante Sevilla”.

Pero por encima de todo, quiero destacar la modestia de este escritor, que se abre desde el mismo prólogo: una hoja magnífica donde esboza algo con lo que me siento identificado: “Mi prosa, esa espantable urraca, está condenada a nutrirse de los frutos de otros, y hasta en los libros de viajes que he ensayado parece que predomina más un censo de autores y obras que las propias impresiones sobre el terreno”. Nada de eso. Individuos como el que esto escribe sí que, en su atrevida ignorancia, abusa de otros escritores para jugar a ser ensayista. Rivero Taravillo, con su profundísima cultura, en los antípodas de la pedantería y la erudición, llega al fondo de las lecturas con una sencillez portentosamente admirable. Qué gusto encontrar un crítico de este calibre, en un panorama al respecto tan árido en nuestras tierras, llenas de farsantes y aduladores y prepotentes exégetas de prensa. Qué placer repasar, con las líneas maestras de sus manos, las mismas manos que han sostenido los mismos libros, o similares lecturas, y ver a un hermano de lecturas y pasiones literarias tan listo, mesurado y bondadoso: reflejo de un lector y crítico que ya uno quisiera ser algún día.

jueves, 11 de febrero de 2010

Los últimos cuentos de Dino Buzzati



Con el pretexto de anunciar esta novedad del gran escritor italiano Dino Buzzati que ha publicado la editorial Acantilado, Las noches difíciles (la última recopilación de cuentos que hizo el autor, en 1971), recupero la crítica que del volumen Sesenta relatos publiqué, en La Razón, en octubre del 2006.

Es el prójimo quien sabe lo que ocurre: el vecino del pueblo, el compañero de ejército, el animal que husmea, el muerto que vuelve a la vida, mientras uno se limita a temer lo indefinido. Siempre el otro, y en esa incertidumbre, el protagonista espera algo, aunque no vaya a ocurrir nada o no entienda el porqué de tal espera. La inquietud de no saber, de saber demasiado, de suponerlo todo y no conocer nada aflora en todas las narraciones de Dino Buzzati (1906-1972), y estos Sesenta relatos (1958) traducidos por Mercedes Corral vendrían a reunir tales sensaciones a través de los temas que el pintor, músico, periodista y escritor italiano trató, de continuo, en torno a las dimensiones cotidianas entre lo real y lo imaginario, entre la angustia imaginaria y la amenaza verdadera.
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La fortuna ha cambiado para Buzzati, que hasta hace poco era sólo uno de esos escritores considerados clásicos modernos pero del que nadie hablaba, como si la importancia de su obra fuera algo artificial y no hubiera empapado la literatura posterior. Es necesario, pues, colocarlo donde le reclama la justicia del tiempo. Él mismo ideó personajes acostumbrados a esperar años y años, aun en vano, como su Giovanni Drogo de El desierto de los tártaros (1940), alegoría sobre el miedo y el deseo de lo que vendrá o no, en su caso una invasión en una Frontera. Ya en su primera novela, Bàrnabo de las montañas (1933), su protagonista, un guarbabosques, se hallaba en otro lugar fronterizo llamado Límite, esperando de forma metafísica.
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El paso del tiempo, esta angustia de corte kafkiano, impregna buena parte de estos cuentos, muchos de los cuales explotan más la vena sobrenatural, el elemento fantástico –Buzzati fue autor de libros infantiles, que ilustraba, donde dio rienda suelta a su fantasía– y en general cómo incide lo misterioso en el ánimo del hombre, un poco al modo de Bioy Casares (La invención de Morel es del mismo año que El desierto de los tártaros y ambas tienen similitudes). Y sin embargo, creo que lo fantástico estropea los ambientes desconcertantes de Buzzati; siendo notables todos los cuentos, hay algunos que flojean por efecto de un final fantasmagórico, como sucede en el atractivo «El asalto al Gran Convoy».
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Pero son excepciones. Buzzati de mueve de maravilla en las historias donde el lector también colabora en el final abierto, cuando todo se insinúa sin destapar el misterio. En «La capa», un soldado vuelve a casa ante la alegría de la madre, aunque sólo para despedirse, antes de que alguien inconcreto se lo lleve; en el sensacional «Siete pisos», un enfermo cambia de planta a medida que su dolencia empeora sin que él sepa nada a ciencia cierta, al igual que en «Una cosa que empieza con ele», donde el protagonista es el último en enterarse de su enfermedad. Se oculta la información, ésta es poder y herramienta para el control del ciudadano, parede decir Buzzati.
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Hasta el más sabio, en «Cita con Einstein», es sometido al engaño de lo real y lo ficticio, cuando el diablo pretenda conducirlo a la muerte, convirtiéndose el cuento en la fábula de cómo el ingenuo progreso se vuelve maligno. Porque otra de las características de Buzzati es el mensaje cifrado: de tono religioso a veces, como en «El perro que ha visto a Dios»; reclamando la mirada infantil de los adultos, en «El burgués hechizado»; viendo la reacción de la sociedad milanesa frente a los rumores revolucionarios, en «Miedo en la Scala». El entretenimiento se mezcla con lo ético, los textos tenebrosos con el humor más ingenioso, y comprendemos por qué hay que recuperar la mirada infantil, por qué, en «Los amigos», los muertos prefieren ser espíritus que habitan sitios abandonados antes que regresar a sus hogares; por qué existen dragones («La muerte del dragón») y los animales inofensivos («Los ratones») pueden gobernar a su antojo nuestra vida.

lunes, 8 de febrero de 2010

Entrevista capotiana a Lucía Etxebarría



En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Lucía Etxebarría.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Quizá Mundaka, en Bizkaia. Pero la verdad es que la idea de no poder salir nunca de un lugar me parece tan aterradora... A mí me encanta viajar y moverme.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Me gustan mucho mucho los animales, y la gente en general también. Tendemos a olvidar que nosotros somos animales y que establecer diferenciaciones entre "ellos" y "nosotros" es un antropocentrismo bastante condescediente.
¿Es usted cruel?
Creo que no.
¿Tiene muchos amigos?
Sí, y estoy muy agradecida a la Vida Que Me Ha Dado Tanto por ello.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Estabilidad mental por encima de todas las cosas. Después sentido del humor, lealtad, cierta inteligencia, intereses comunes... No necesariamente en ese orden.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
En el pasado sí, pero había una cierta responsabilidad por mi parte porque los elegía muy mal. Los que quedan no me han decepcionado nunca, más bien lo contrario: me han sorprendido dándome a veces más de lo que esperaba.
¿Es usted una persona sincera?
En lo posible sí. Nadie es sincero al cien por cien. Todo el mundo miente por proteger a su familia, por evitar hacer daño a personas a las que quiere, etc. Cada vez que mi madre me llama por teléfono y me pregunta cómo estás y le digo que muy bien cuando vengo de pegarme la llorera del siglo, miento, evidentemente.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Paseando con el perro, jugando con mi hija, leyendo, yendo al cine o tumbándome en la cama a mirar el techo, sin más. La verdad es que no tengo mucho tiempo libre.
¿Qué le da mas miedo?
Perder a mi hija.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La corrupción imperante a día de hoy en España.
Si no hubiera decidido ser escritora, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Me habría encantado trabajar con animales o con niños. Quizá habría sido adiestradora de perros o psicóloga infantil o algo así.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Antes iba al gimnasio. Ahora paseo al perro, que no es ninguna tontería porque lo saco cuatro veces al día. Y al menos una de esas veces paseamos 45 minutos a paso ligero.
¿Sabe cocinar?
Sí.
Si el Reader's Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Ana María Matute.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Embarazo. Amor.
¿Y la más peligrosa?
En el contexto actual, tolerancia. La tolerancia implica "tolerar", no "respetar", y tal como se usa en el discurso político actual genera un subtexto realmente peligroso: es una palabra lobo disfrazada de palabra cordero.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy feminista, ecologista y animalista. Creo que no son tendencias políticas sino posturas vitales.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Una yegua salvaje (si es que aún quedan).
¿Cuáles son sus vicios principales?
Soy adicta a la coca cola. La he intentado dejar infinidad de veces y nunca lo he conseguido.
¿Y sus virtudes?
Soy muy cariñosa y creo que muy divertida.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Un vigilante de la playa que viniera nadando a por mí.
T. M.

domingo, 7 de febrero de 2010

Tumba de amor de Matilde y Pablo Neruda

Leo en El Cultural un adelanto de un libro que ahora publica la editorial Seix Barral, cartas de amor de Pablo Neruda a su compañera de casi toda la vida, y ya para toda la muerte, Matilde Urrutia. Y la grata sorpresa me salpica el recuerdo y me transporta: la edición es de Darío Oses, el sublime lector de Hildur una tarde en la Feria del Libro de Santiago de Chile, el noviembre pasado. Y en qué lugar más fantástico trabaja este escritor: en una de las piezas del edificio que envuelve La Chacona, la casa-museo de Neruda. Desde allí arriba, se ve el barrio entero, buena parte de la ciudad. Sólo me bastó unos minutos para apreciar la fina sensibilidad, la sempiterna curiosidad de este hombre novelista y nerudiano, melancólico y diligente... Hoy, Neruda descansa junto a su amante frente al Pacífico. Soplaba un viento fuerte cuando estuve allí, en Isla Negra, y dudé entre si hacer una foto o sólo llevarme la evocación correspondiente. Al fin, la tentación de congelar el instante venció, y he aquí el sepulcro del poeta y su objeto de canto, sufrimiento también, pero al fin y al cabo felicidad de compañía y afán de amor trascendente.

jueves, 4 de febrero de 2010

Mi lectura de Pérez Galdós



Acabo de recibir el número 11 de Isidora. Revista de Estudios Galdosianos, con mi texto "La adivinación artística", un pequeño ensayo donde, en su momento, intenté descifrar el tipo de realismo narrativo practicado por Pérez Galdós. Aporto el primer párrafo de un texto que elaboré poco después de escribir el prólogo al tomo en el que tuve el honor de colaborar, en el gran proyecto de obras completas galdosianas de El Cabildo Insular de Gran Canaria, y que incluía las novelas El doctor Centeno, Tormento y La de Bringas. Estas semanas, precisamente, leía yo un buen artículo de Rafael Chirbes, incluido en Por cuenta propia. Leer y escribir (Anagrama, 2010) donde este narrador reivindica la figura de Galdós, tan estúpidamente maltratada por tantos autores patrios.

Alude el narrador de bastantes de las novelas galdosianas, con harta frecuencia y ya desde La Fontana de Oro (1870), a «esta verídica historia», heredando el gusto cervantino por avivar el juego ficcional entre el lector, el que cuenta la historia y sus personajes; en la obra citada, por ejemplo, es el personaje Bozmediano quien informa de los hechos al «autor». Irá así poniendo a las claras el escritor canario su intención de mezclar lo histórico y geográfico reales con la invención de unos seres que transitan por Madrid, que podrían verse reflejados en las novelas firmadas por un hombre llamado Benito Pérez Galdós y que aparecían por entregas en la prensa o en uno o varios libros de forma casi anual. Ya ciego, en sus últimos tiempos, se cuenta que en algún momento especialmente conmovedor, Galdós mencionó a uno de sus personajes cual si fuera una criatura real, como su admiradísimo Balzac había hecho en sus últimos días moribundo, él también casi ciego, cuando llamó a un médico creado por él mismo. [...]

lunes, 1 de febrero de 2010

Presentando "Desarticulación" en Sevilla

Foto: Belén Vargas
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"El 2009 pasará a ser en mi pequeña historia mi año sevillano. Lo inicié con la maravillosa noticia de que una novela mía, titulada Hildur, iba a aparecer en una editorial nueva, Paréntesis, comandada por Antonio Rivero Taravillo, y a eso le siguió que los tres editores de Metropolisiana, Antonio Álvarez, Manuel Ortiz y Pepe Serrallé acogieran con agrado mi propuesta de libro de ensayos. Y el camino se ha completado hoy mismo con la edición, también en Paréntesis, de una obra fenomenal de José Balza, del año 82, que propuse recuperar y que he prologado.

Realmente, no hay nada que me haga sentir mejor, en el ambiente literario nuestro, que el hecho de que, por medio de la pasión literaria que nos une a una serie de personas muy distintas, se desarrollen proyectos comunes y nazcan relaciones entrañables, amistades recién surgidas que parecen de toda la vida. Así que gracias, sevillanamente, a Antonio Rivero, por el cual descubrí Metropolisiana, a raíz de una traducción suya de Melville; gracias a Pepe Serrallé, que me ha atendido primorosamente en la elaboración de este libro de diseño tan precioso; y gracias a José María Conget, por su amabilidad y cariño para conmigo. Se podrán imaginar lo fantástico que es de repente conocer a un escritor tan admirado, tan extraordinario, y que éste sea tan generoso para leer la obra de uno y hablar en público de ella.
(...)
Esta Desarticulación nace del hábito de leer lo que a uno le atrae poderosamente la atención, y de hablar de ello en la prensa después. Y eso, sin duda, constituye una alegría y un orgullo. Decía Borges: que otros se enorgullezcan de los libros que han escrito; yo me enorgullezco de los que he leído. Esa es mi sensación, verse satisfecho por entregarse a la obra de los demás.
(...)
Soy un lector de continuo asombrado: cuando hallo una novela o un cuento que me llega a las entrañas y al fondo de la mente me pregunto cómo es posible que un lenguaje determinados, unos personajes ficticios, compongan una historia capaz de sobrecogerme, de divertirme, de hacerme reflexionar. Es un misterio. Y cada vez sé menos al respecto; voy teniendo más experiencia, pero la ignorancia crece, el misterio crece. Lo único que tengo claro es que ahora estoy con ustedes, celebrando mi año sevillano, con personas nacidas o que viven aquí que tan fabulosamente me han recibido, y que, en esta Casa del Libro, me siento como en casa, entre libros, con mi nuevo libro, con nuevos amigos y mucho, mucho, mucho, que leer."
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Extracto de lo leído en la Casa del Libro de Sevilla el 26-I-2010