sábado, 27 de marzo de 2010

Antología personal de música clásica: V


JOHAN SEBASTIAN BACH
Aria de las Variaciones Goldberg
Suite nº 1 para violonchelo
Primer movimiento del Doble concierto en C menor 1060

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No tengo palabras para decir todo lo que Bach me ha dado. Cioran dice una cosa genial en uno de sus libros de aforismos: el que más se benefició de Bach fue Dios, que salió reforzado, por así decirlo, dada la grandeza de una obra que siempre iba dirigida a Él. Y qué capacidad para cualquier contexto musical. Leer la Pequeña crónica de Ana Magdalena Bach, su viuda, es algo delicioso, y me sirvió para Hildur; Bach se convierte en un ser admirable por su forma de ser y trabajar, por su humildad y rigor. Hubo un tiempo (desde el instituto hasta la universidad) en que escuchaba continuamente Los conciertos de Brandenburgo. En otro posterior, nada me parecía más hermoso, más delicado, sentimental y romántico que las siete Suites para violonchelo (sobre todo la versión, por supuesto, de Pau Casals).
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Un día, después de comprar la banda sonora de El paciente inglés, el súbito reencuentro con el aria de las Variaciones Goldberg que estaban incluidas en ella me volvieron a dejar boquiabierto. Con el tiempo, fui escuchando diferentes interpretaciones, pero no fue hasta adquirir la de Glenn Gould y su delicado tempo (también buen escritor; en sus artículos cuenta, por ejemplo, su sorpresa de que se valore tanto a Mozart) cuando las saboreé hasta el punto de pedirle a mi profesora de piano la partitura para poder admirar la obra más a fondo. Por cierto, una noche no podía dormir, así que me levanté y puse la tele. En el C33 había un reportaje de un músico actual que había trabajado con las Variaciones. Por eso, se contaba el nacimiento de la obra: Bach las compuso, precisamente, para ayudar a conciliar el sueño a un noble que padecía insomnio. Una pequeña casualidad.
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Sobre el CD del concierto, mi historia es menos íntima, pero entrañable. Lo compré en un paraíso: el inmenso espacio destinado a la música clásica en unos grandes almacenes de Andorra, cuando fui allí un par de días en invierno del 2003. Esa obra me maravilla por su imponente arranque. Cuando la escucho, me recuerdo sentado frente a una pequeña mesa del hotel donde me hospedaba, delante de una ventana con forma de buhardilla que daba a un monte nevado. Escribía Hildur. No tenía nada más que hacer, no había nada más que pudiera distraerme. Yo y Hildur y Hans y el ordenador portátil. El disco que acababa de comprar sonando en la máquina, y yo intentando avanzar en esa historia de amor y muerte. Fue feliz aquellas pocas horas en las que pude pasear como antaño, con mi largo abrigo, mi vieja cartera cruzada por el torso, mis guantes y mi anonimato, mis tazas humeantes en las cafeterías donde entraba a leer a Proust y a tomar notas para el que sería mi primer artículo para la revista de cine Versión Original.

jueves, 25 de marzo de 2010

Crónicas de un pasado herido




Sostiene Antonio Tabucchi que estas nueve historias que ha reunido bajo una frase tomada de un fragmento presocrático atribuido a Critias, como se dice en el mismo epígrafe («Persiguiendo la sombra. El tiempo envejece deprisa»; traducción de Carlos Gumpert), están basadas en hechos reales. Sostiene Tabucchi que «existieron en la realidad», que fueron escuchadas y llevadas al papel a su manera. Yo, por mi parte, sostengo que el hecho de marcar esa traslación es baladí; creo que no afecta a apreciar la mayor o menor calidad de los cuentos. En su día, no importó que el protagonista de Sostiene Pereira (1994) fuera un hombre de carne y hueso (un exiliado portugués) al que el autor conoció en París, como contó en una nota a la décima edición de aquella maravillosa novela, luego convertida en película.
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Esa pulsión de carácter periodístico, esa tendencia a aludir a asuntos de carácter histórico, está también detrás de El tiempo envejece deprisa, lo que puede hacer el libro interesante, pues no en vano Tabucchi es uno de los escritores más comprometidos con la época política que le ha tocado vivir, pero en lo literario el resultado es, a mi juicio, muy irregular, y en ningún caso merecedor del caudal de elogios que ha obtenido en varios puntos de Europa. Pero vivimos en la hipérbole a las obras de todo autor de renombre, y los árboles no nos dejan ver el bosque.
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Sostenía la no importancia de la realidad de los hechos porque, en varios casos, los cuentos son sobre todo retóricos, se limitan a adentrarse en el interior del personaje para relatarnos su angustia íntima desde la cual vislumbrar su entorno enrarecido, como el enfermo y el hospital que aparecen en «Clof, clop, clofete, clopete» (título, honestamente, bien ridículo). Otras veces, el autor prueba formas más directas, como en «Nubes», donde se desarrolla un diálogo, del todo inverosímil, entre un militar muy culto que descansa en una playa y una niña impertinente que no para de hablar y que padece cierto problema psicológico. En alguna ocasión, el tono de crónica periodística se extrema, aunque con buen pulso narrativo, al relatar en «Entre generales» las vicisitudes de un joven soldado y lo que le ocurrió a final de su vida a raíz de la invasión de la URSS en Hungría.
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Con todo, a mi entender el relato más conseguido –por más condensado e insinuante– es «Los muertos a la mesa», en el que un anciano malencarado, en Berlín, recuerda tiempos antiguos (un buen ejercicio de estilo indirecto libre); textos como «Festival», sobre Alemania Occidental y asuntos de Estado, y «Bucarest no ha cambiado en absoluto» fatigan un poco por su propensión a las alusiones de un pasado político complejo, y los personajes en sí pasan a un segundo plano. Así, las virtudes que destacara Vargas Llosa de Sostiene Pereira –«la eficacia del estilo, su perfecta arquitectura, y la esencial economía de su exposición»– son difíciles de hallar en este libro, algo que este que escribe ha echado en falta también en otros libros del autor italiano, como si la historia del periodista viudo en tiempos de la dictadura de Salazar fuera el clímax irrepetible de un Tabucchi que, aquella vez, dio lo mejor de sí mismo como narrador, vaciándose de arte.
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Publicado en La Razón, 25-III-2010

lunes, 22 de marzo de 2010

Diana Sanz lee al artista Joan Ponç

Foto: Toni Vidal
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Uno de esos seres-jóvenes-prometedores que resucitan la dimensión de formarse en la filología más profunda, con un sentido investigativo europeísta e interdisciplinar, tan contrario a la marcha de nuestras casposas, caducadas y somnolientas facultades españolas de letras, Diana Sanz, firma dos volúmenes unidos por el destino del tiempo. Inicios del 2010: es el fin de un largo trayecto que se ha llamado Recepción de la literatura española en la prensa barcelonesa durante la Segunda República, título interminable para una impresionante tesis doctoral cum laude que acaba de publicar la Fundación Universitaria Española.
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Pero me quiero detener en su segundo trabajo, la edición del libro Diari d’artista i altres escrits (Edicions Poncianes), recopilación de páginas personales del pintor catalán Joan Ponç (1927-1984), un amigo ya por siempre porque me comunica la inseguridad, el tesón, el absurdo, el sufrimiento, los destellos de logro artístico que uno, desde su hondísima mediocridad, siente de veras también. Y la locura. Y la infancia sufriente y solitaria. Y la rara percepción de la vida y de la muerte. Y la obsesión por la obra. Ponç detalla, con apenas unas pocas palabras, lo hecho en el día, y ese telegrama para sí mismo es hoy la mejor indicación de la firmeza y entrega del artista frente al lienzo. Amigo Ponç, hubiera querido ir a visitarte a ese manicomio en el que te encerraron en Sao Paulo, o en tu casa de Cadaqués y verte a lo lejos junto a Dalí aquel día en la playa, donde os reconciliasteis tras vuestra discusión sobre Van Gogh, o en tu rocoso refugio de los Pirineos.
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Cuántas veces vemos cómo el verdadero artista siempre es aquel que nota la presión de un mundo que le incomoda. Ponç sentía aversión a mostrar al público sus cuadros (pintar ya es exponer, decía), pues era como dar algo privadísimo al caos de la vida, ver desaparecer una creación que había costado meses de labor, diez, quince, veinte horas al día. Pintar como necesidad absoluta. Dibujar a cada rato, y por ello llevar los útiles siempre consigo. Pero también la escritura: el diario, las prosas poéticas, y el texto autobiográfico, sensacional, que el autor publicó en 1978 y que me ha abierto la puerta al genio de la persona y del artista, los dos en uno.

Qué joya esta que ahora me acompaña, regalo parisino de la responsable de desentrañar la letra y las referencias del artista. Además, hay una presentación de Jordi Carulla-Ruiz, un prólogo de Álex Mitrani, una introducción de Lluís Calvo, aparte de la nota a la edición de Diana Sanz, que aporta casi 400 notas a pie de página que ponen de manifiesto su inmersión en el planeta ponçiano, a la vez una entrada superlativa para entender el arte español y catalán de la posguerra, del franquismo, de la Transición. Reproducciones de sus obras más asombrosas, fotos de Ponç en blanco y negro, estampas de las libretas donde escribía sus anotaciones... Un tesoro, verdaderamente, para aquel que desee conocer cómo es la creatividad pura, intuitiva, visceral, conjugada con la reflexión pausada sobre la tarea llevada a cabo. Vida, obra, espíritu: trascendencia.

sábado, 20 de marzo de 2010

Antología personal de música clásica: IV



ANTONIO VIVALDI
Tercer movimiento del “Verano” de Las cuatro estaciones
Tercer movimiento del “Invierno” de Las cuatro estaciones
Aria de Berenice, de Farnace


A Vivaldi le tengo un especial cariño. A veces pasa que algunas obras han sido tan inmensamente explotadas por los media que uno ya no repara en ellas de la forma adecuada y ni siquiera son interpretadas en salas de conciertos. Hay que librarse de esa sensación de que conocemos la pieza y detenernos a escucharla con nuestro propio criterio.
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Las cuatro estaciones creo que es una obra gigantesca de la creatividad humana. Me la sé de memoria pero, qué curioso, me compré el CD hace pocos años, no recuerdo con qué excusa. Y no fue más oportuno, pues un fragmento me permitió hacer un juego narrativo en Hildur que ojalá me saliera bien. De un viejo amigo heredé la costumbre de, en el día en que daba inicio una nueva estación, poner el fragmento vivaldiano correspondiente para celebrarlo. Si era a primera hora del día, mejor.
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Por lo que respecta a Farnace, es una ópera que conozco desde hace poco, y me encanta. Vivaldi, además de las estaciones, tiene un montón de obras extraordinarias. El fragmento elegido me encanta, me revitaliza, me da la sensación (dentro de mi completa ignorancia) de que su tono festivo e incluso humorístico, aunque de trasfondo bucólico, es el precedente de algunas melodías traviesas de Mozart.

jueves, 18 de marzo de 2010

Entrevista capotiana a Jesús Aguado



En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Jesús Aguado.
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Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
El corazón de mi hija.
¿Prefiere los animales a la gente?
Los animales son mejor gente que mucha gente que conozco (un tópico cierto), pero no.
¿Es usted cruel?
No.
¿Tiene muchos amigos?
Tener, muchos y amigos son, a poco que los pensemos en profundidad, términos que se contradicen entre sí en cualquier orden en que se los ponga.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Mis amigos son personas sin cualidades (no en el sentido de Musil sino en el del budismo zen) porque no necesitan ejercerlas para ser mis amigos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No.
¿Es usted una persona sincera?
Sólo cuando exagero, imagino, recuento: la sinceridad no es una cualidad de la inteligencia, que es fría y parcial por naturaleza, sino de la vida, que ama apuntalarse, crecer, dejar hablar al cuerpo, colorear vacíos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
La expresión “tiempo libre” es un señuelo burgués para que traicionemos al tiempo y a la libertad.
¿Qué le da más miedo?
Convertirme en Funes el memorioso y recordarlo absolutamente todo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La brutalidad física y mental que sigue imperando en buena parte del mundo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Nunca lo decidí. Pero me hubiera encantado ejercer cualquiera de las otras profesiones del vértigo: funámbulo, albañil de rascacielos, paracaidista, astronauta; metafísico, panadero, explorador, psiquiatra.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí.
¿Sabe cocinar?
Me defiendo.
Si el Reader's Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Philippe Petit, el funámbulo que en 1974, saltándose todos los controles de seguridad, extendió un cable entre las torres gemelas del World Trade Centre, en sí una proeza logísitica y técnica, y se paseó por él, a quinientos metros del suelo, durante casi una hora.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Dime.
¿Y la más peligrosa?
Calla.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
En política lo que más preocupa es no dejar que me engañen ni los unos ni los otros, algo complicado porque la política se ha convertido, con mínimas excepciones que entristecen la regla, en el arte del engaño.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Tetera.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La ensoñación y, como consecuencia de ella, estar convencido muchas veces de que ya he hecho cosas que ni siquiera he empezado a hacer.
¿Y sus virtudes?
La paciencia en lo que al futuro se refiere y la impaciencia en lo que al pasado se refiere.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
El mäelstrom de Poe (cuento magistralmente recreado por Bradbury, que convierte al náufrago en un astronauta) sería una buena imagen: el que se queda en el bote se ahoga, el que se arroja a las aguas se salva, algo sobre lo que también dejó páginas memorables Ortega y Gasset.
T. M.

martes, 16 de marzo de 2010

Antología personal de música clásica: III



“The Plaint: O let me weep, for ever weep”, de THE FAIRY QUEEN, de HENRY PURCELL
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En el disco de Hable con ella descubrí esta pieza del barroco inglés Henry Purcell. Dice George Steiner que Lev Tolstói fue incorporando cosas de la actualidad histórica rusa a medida que escribía Guerra y paz. Yo, que parto para Hildur de una cita de sus diarios, me sentí también un Tolstói de bolsillo cuando iba escribiendo la novela y, tal vez como un recurso de ¿debilidad o sagacidad narrativa?, me dejaba influir por la vida diaria, en esta ocasión por la película de Almodóvar, así que ésta y éste se incorporaron a mi novela.

lunes, 15 de marzo de 2010

Historias de San Valentín, de Garry Marshall


Pasará inadvertida en la cartelera; por su título, su imagen publicitaria, incluso sus actores y actrices del Hollywood más popular y desenfadado, más comercial en el sentido de poco exigente, pero esta película, Historias de San Valentín, es una obra maestra del género de la comedia ligera. Su director, Garry Marshall (Nueva York, 1934), el mago que creó aquel cuento de hadas moderno llamado Pretty Woman (1990), ha hecho un film mucho más acabado que aquella inolvidable historia que lanzó al estrellato a Julia Roberts. Ahora vuelve a contar con ésta, y con Héctor Elizondo, más intérpretes veteranas como Shirley MacLaine y Kathy Bates, actores televisivos como Patrick Dempsey, bellezas como Jessica Biel, Jennifer Garner o Jessica Alba, y actores que ya se han especializado en un tipo de papel cómico muy definido, caso de Aston Kutcher.

Son veintiún personajes que, desde que se levantan el día 14 de febrero hasta que se van a la cama por la noche, cruzan sus vidas de forma asombrosa y conmovedora: desde el niño que echa de menos a su madre, hasta la pareja de abuelos que vive su última crisis, el enredo maravilloso en el que se convierte cada existencia –la sorpresa continua, palpitante, que le espera al espectador– conduce a cada uno de ellos a un destino final en el que sólo son coherentes con el amor los adolescentes, los que tienen el alma pura y el descubrimiento de la vida a flor de piel. Hay que ser un gran escritor, como lo es la autora del screenplay, Katherine Fugate, y como lo es este todoterreno Marshall, educado en el viejo Hollywood de los grandes estudios y las historias bien contadas basadas en el ingenio, el guión inteligente y la agilidad narrativa para hacer de esa jornada en Los Ángeles un camino entrecruzado tan elegantemente resuelto.
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Muy pocos piropos recibirán estas dos horas de film perfectas, precisamente por su temática sentimental que ya abona nuestros prejuicios (los de uno mismo, cuando acudió a la sala, temeroso de las ñoñerías del cine estadounidense), cuando esa sencillez, ese romanticismo dicen mucho más que tantas otras películas pretenciosas que quieren hablar de la Vida o del Amor. Qué gran hombre este anciano hermano de Penny Marshall, la directora de Big (1988), que a su edad es capaz de dar una lección de presente, de entender cómo en una sociedad moderna las relaciones afectivas nacen, crecen, mueren, y siempre con una sonrisa, con una esperanza, con una tierna ilusión.

viernes, 12 de marzo de 2010

Miguel Delibes, el hombre tranquilo

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Decir Miguel Delibes es decir Valladolid. Ningún escritor de nuestro tiempo ofreció una relación tan íntima, variada y prolífica como el cazador-narrador Miguel Delibes, del que se diría que, en sus paseos por el campo con el pretexto de practicar su afición favorita, iba a encontrarse consigo mismo, con ese Lorenzo que protagonizó Diario de un cazador (1955). Ya dijo en el prólogo del tomo II de su Obra Completa «que mis libros salen de mis contactos con el campo y no a la inversa, de donde se deduce que yo salgo al monte a cazar perdices y, de rechazo, cazo también algún libro».
.....Nacido el 17 de octubre de 1920, Delibes, tercero de ocho hijos de un catedrático de derecho, vivió la guerra civil con los ojos de un estudiante que acababa sus estudios de bachillerato y que pronto se enroló como voluntario en la Marina del Ejército Nacional. Fue un año de servicio, y a la vuelta, retomó sus estudios en la Escuela de Comercio, en la universidad de derecho y en la Escuela de Artes y Oficios. Es el inicio del Delibes artista, pues comienza su colaboración en El Norte de Castilla como caricaturista, en 1941.
.....En el periódico le espera una larga y fructífera carrera como periodista, lo que compagina con sus inquietudes literarias. Delibes, con un trabajo y una vocación ya dirigidos, encuentra la estabilidad total al casarse con Ángeles de Castro, en 1946, de la que enviudó en 1974, aquella Señora de rojo sobre fondo gris convertida en novela intimista en 1991. Y sin embargo, este escritor de trayectoria abundante, sufre una gran inseguridad en sus inicios, como le irá confesando al que será uno de sus mejores amigos, Josep Vergés, editor de Destino, editorial a la que estará unido toda la vida, desde la obtención del premio Nadal 1947 con La sombra del ciprés es alargada –desdeñada por el autor, junto a su segundo relato Aún es de día– hasta El hereje (1998). Una fidelidad absoluta que contó sólo con una excepción, Los santos inocentes, que Delibes publicó en Planeta urgido por necesidades económicas.
.....El año 1950 marca un antes y un después en su vida: sufre una tuberculosis, y escribe El camino (1950), que le reportará un prestigio que luego confirmará en 1953 con Mi idolatrado hijo Sisí y el nombramiento como subdirector del citado El Norte de Castilla. Además, esa década de los cincuenta le da la ocasión de dar conferencias por Europa y América: otras tierras, otros paisajes que le inspiraron diversos volúmenes de viajes. El sedentario Delibes se hizo nómada de modo transitorio, pero pronto regresó para asomarse al paisaje que le ofrecía su ventana castellana.
.....Después, vendría Diario de un cazador (1954), adonde trasladó sus sesiones de caza con sus compañeros, en la tierra vallisoletana que tan dichoso le hizo. Y es que, al pronunciar su definición de novela, cuando recogió el Premio de las Letras Españolas en 1991 –para la cual se «requiere, al menos, un hombre, un paisaje y una pasión»–, Delibes podría haber estado pensado, perfectamente, en el joven bedel Lorenzo que protagonizara aquella vieja novela que tendría dos continuaciones: Diario de un emigrante y Diario de un jubilado. Caza y literatura, pues, diarios de no ficción, como Con la escopeta al hombro, Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo o Las perdices del domingo, complementan su narrativa, o ésta a aquélla, pues no en vano contienen el mismo paisaje: la naturaleza de Castilla habitada de personajes provincianos y débiles.
.....De hecho, no sería impropio asegurar que sus mejores creaciones están estrechamente ligadas a lo rural, sobre todo cuando a ello le añade factores humanitaristas que convierten su narrativa en crítica social. Ejemplo de ello son Las ratas (1962, Premio de la Crítica), en torno a un cazador de roedores y un niño, y Los santos inocentes (1981), drama rural acusador de las jerarquías clasistas que llevó al cine Mario Camus, en una película protagonizada por Francisco Rabal y Alfredo Landa, y que fue premiada en el Festival de Cannes.
.....Así, la trayectoria de Delibes no cesa de crecer y consolidarse con obras tan carismáticas como Cinco horas con Mario (1965), llevada al teatro con la actriz Lola Herrera, en una adaptación celebérrima de la historia de una mujer que vela el cadáver de su marido durante toda una noche. Más tarde, aparecerán Parábola de un náufrago (1969), La guerra de nuestros antepasados (1973) y El príncipe destronado (1974); luego, ingresa en la Academia de la Lengua y sufre el peor revés de su vida: la muerte de su esposa, que le lleva a recluirse en su casa, hasta que resurge con El disputado voto del señor Cayo (1978); desde entonces le llueven los homenajes, los reconocimientos y premios de toda clase. Como el Príncipe de Asturias de las Letras, en 1982. Pero Delibes cada vez se deja ver menos, empleando ese tiempo en su última gran novela, El hereje (1998, Premio Nacional de Narrativa), considerada por la crítica como un homenaje a Valladolid. Esa obra, y el título último que publicó, De Valladolid, redondean un camino circular, de ida y vuelta a su ciudad, al lugar de donde surgieron tantos personajes imborrables ya para siempre.
Publicado en La Razón, 12-III-2010

jueves, 11 de marzo de 2010

La función social del crítico literario

Germán Gullón en la Openbare Bibliotheek de Amsterdam
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Un día de 1984, un anciano Sándor Márai anota en su diario: “Voluminosos catálogos de editoriales, cada semana uno o dos. Miles y decenas de miles de libros, todos de reciente publicación, cientos y cientos de cada género. Un hartazgo asfixiante. Escribir sólo frases yuxtapuestas. Incluso palabras sueltas. Leer diccionarios. La literatura ha muerto: ¡viva la industria del libro”.
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Esa misma idea, la del fin de la Edad de la Literatura, la expuso Germán Gullón en Los mercaderes en el templo de la literatura (Caballo de Troya, 2004), ubicándola en un tiempo concreto en nuestro contexto, alrededor del año 2000, cuando “se produjo un cambio radical en el panorama de las artes: la preferencia del hombre culto se trasladó de lo verbal a lo icónico, lo que vino a empañar un panorama cultural posmoderno ya de por sí confuso”. El carácter comercial del libro literario, su valor convertido en precio, la marca registrada que hoy en día es el autor, el libro como objeto de consumo con código de barras, el show bussiness de los premios, eran sólo algunos de los numerosos asuntos que Gullón analizaba con certeros argumentos y una valentía y clarividencia extraordinarios. Y además de modo excepcional, porque el debate en torno a todo ello es inexistente en España, que vive una etapa editorial-empresarial magnífica que, por desgracia, se asienta en un gran conservadurismo artístico, la censura del mercado en palabras del editor André Schiffrin, que va en detrimento en última instancia de la creatividad del escritor.
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Así las cosas, Gullón da un paso adelante en su mirada sociocultural –siempre contundente y real, en ningún caso pesimista per se, ya que “nunca se ha leído tanto, gracias a la distribución de diarios gratis y al éxito de la novela negra y de la ficción histórica”– y concentra Una Venus mutilada (Biblioteca Nueva) en la función de la crítica literaria española actual. Partiendo de una frase de “El método de Sainte-Beuve” de Proust, sobre el estilo periodístico, el catedrático de la Universidad de Amsterdam aborda la importancia de “cuidar de que la calidad cultural sea respetada en el espacio público”. Un espacio en el que los medios de comunicación necesitan reajustarse para desarrollar una labor que abrace al libro como “uno de los semilleros del pensamiento humano”, dado que “se impone la necesidad de que la política empresarial de los órganos culturales responda mejor a su audiencia, y consideren en serio las preferencias de los lectores”.
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En este sentido, los críticos deberían establecer la diferencia entre las obras de entretenimiento y las literarias, una frontera hoy turbia ante el caudal publicitario, el número de títulos nuevos al mes y lo políticamente correcto –para no herir la susceptibilidad de unos u otros– en el que nos dan gato por liebre continuamente. De este modo, en un ciclo tan regulado de productos culturales, cabe reactivar el modo de respetar lo comercial sin menoscabo de hundir “el legado literario, patrimonio de la humanidad [que] pasa por apuros de subsistencia como espejo válido de las realidades y sueños de la ciudadanía”.
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Observador infatigable de una sociedad que evita la discusión intelectual verdadera y de una crítica literaria cobarde en sus juicios, denunciador de las hipocresías del mundo universitario y de la parcialidad de los suplementos culturales, Gullón se empeña en buscar interlocutores que también pretendan cuidar a la moribunda Literatura. En este Occidente presuroso de inicios del siglo XXI, cabe intentar su resurrección entre todos.
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Publicado en la revista Mercurio, núm. 119, marzo 2010

lunes, 8 de marzo de 2010

Artículos con boomerang



Reunir diferentes textos desperdigados para componer un libro de ensayos no siempre es tarea fácil; cabe encontrar una temática específica o un tono homogéneo, establecer intenciones comunes. Por cuenta propia es un intento, tan valioso como irregular, de llevar a cabo ese propósito. Su autor, Rafael Chirbes (Valencia, 1949), ha subtitulado su nuevo libro “Leer y escribir” para justificar la presencia de una serie de escritos muy dispares, publicados en revistas o leídos en conferencias entre los años 2002 y 2009, que tienen menor relevancia que el prólogo preparado para la ocasión.
.....En efecto, cuántas veces la presentación de un libro ensayístico resulta más audaz que los propios ensayos rescatados. En ella, el escritor pone en solfa sus verdaderas inquietudes literarias y las muestra con claridad y pulso actual. Entonces, el lector siente que esas páginas introductorias deberían haber tenido continuidad y conformar el volumen en sí. “La estrategia del boomerang”, que así se llama la introducción, es un acercamiento a cómo el escritor concibe sus novelas, advirtiendo que “la narrativa es un arte tan lábil como pueda serlo el sentido de las palabras con que se construye; que no brinda seguridades, ni siquiera en eso de que, en otros oficios, se llama capacitación profesional”. Chirbes plantea buenas ideas, aunque para mi gusto se base en demasiadas citas ajenas, y va en busca de las preguntas capitales: “¿Qué es ser artista en el siglo XXI, a quién representa el artista, a quién represento yo cuando escribo una novela?”
.....Evidentemente, se trata de preguntas de respuestas imposibles, cuyo interés no radica en la verdad de su resolución, sino en la mirada que cada creador construya acerca de ellas. La de Chirbes se queda a mitad de camino, pero su propuesta de reflexión cala en el lector, que abre con apetito las siguientes secciones del libro.
.....En la primera, dedicada a los “maestros”, el autor de La caída de Madrid recupera textos sobre La Celestina, Cervantes, la relación entre la literatura y la guerra, y Pérez Galdós. Todos ellos muestran el rigor y la lectura atenta de un hombre que ama esos clásicos, aunque su tono sea pedagógico, informativo, y, aun siendo útiles para el neófito, no añadan demasiado para aquellos que conozcan la famosa tragicomedia o el Quijote. Pareciera que Chirbes escribe artículos para ordenar sus pensamientos y compartirlos con el lector, pero es poco ambicioso en sus intenciones, demasiado tímido por así decirlo; sus páginas están estupendamente escritas y a la vez esperamos que diga algo más revelador, que vaya más allá de lo consabido. Sólo en el texto dedicado a Galdós, creo que surge el Chirbes más personal, haciendo un escrito realmente necesario: expone cómo el autor canario ha sido maltratado por la historia, por las diferentes generaciones de intelectuales que lo han menospreciado, aunque resulta sorprendente que, para hablar de ello, ni siquiera cite a los pioneros al respecto: J. F. Montesinos y Ricardo y Germán Gullón.
.....Más raro se me hace, al ver sus exquisitos gustos y grandes dotes como lector, comprender su querencia por la obra de Carmen Martín Gaite, sobre la que habla a partir de los papeles póstumos Los cuadernos de todo. Así comienza una segunda sección de “contemporáneos” que abarca, además, escritos sobre Andrés Barba, la gastronomía en la obra de Vázquez Montalbán y una novela de Aldecoa. La sección, sin embargo, carece de unidad, pues junto a textos dedicados a autores concretos, ofrece tres pequeños artículos donde se habla de “la vigencia de la novela”, por ejemplo, que resultan redundantes en relación con el prólogo citado.
.....Más adelante, en “Memorias y maniobras”, vemos al Chirbes que con tanto afecto habla de su admirado Max Aub y se adentra en un territorio en el que sí tiene una visión muy definida e interesante: la política y la literatura de la posguerra e incluso los tiempos de la transición. En escritos como “El principio de Arquímedes”, “De qué memoria hablamos” o “Una nueva legitimidad”, el autor penetra en la guerra civil, en la Segunda República, en todo lo que se perdió cuando las dos Españas estallaron. Es un Chirbes firme y sensible, resignado y sereno, que entiende la narrativa como una inmersión en la historia, lo cual complementa la fusión literaria que, intuyo, él ve ideal: la necesidad de estilo de un Proust con la necesidad de captación social de un Balzac.
.....Por último, en el epílogo que conforma el apartado “Cuestiones domésticas”, aparece un Chirbes con una autoexigencia rebajada: su humildad y modestia dan paso a un texto demasiado personal que, a mi juicio, no debería estar en un volumen como el que nos ocupa: “El escritor y el editor”. En él, cuenta las nimiedades que acompañaron la publicación de su primer libro, la reacción de Jorge Herralde, sus llamadas por teléfono a Martín Gaite… Si en algún momento Chirbes había lamentado la cantidad de veces en las que muchos autores nos presentan su “cocina”, ahora es él quien nos abre la puerta a algo que forma parte de su intimidad editorial, que puede servir para una conferencia sobre sí mismo de tono informal (de hecho, fue una charla para un curso de escritura y edición de la Universidad Menéndez Pelayo), pero que no tiene altura para colocarla en un libro de ensayos literarios. Pero es que es arduo, decíamos al principio, componer un tomo de estas características, y muy grande la tentación de tener un escrito guardado y no darle continuidad y nueva vida mediante la publicación en libro.

Publicado en Clarín, núm. 85, enero-febrero 2010

sábado, 6 de marzo de 2010

Antología personal de música clásica: II



“Preludio” de LAS PIEZAS DE CONCIERTO de COUPERIN
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A François Couperin (París, 1668-1733) lo cito en Hildur. Lo empecé a conocer bien tardíamente, gracias a Pau Casals y algunos compactos antológicos de sus interpretaciones. Esa pieza me resulta muy delicada, como si escondiese un gran sentimiento, y de una gran modernidad estilística.

jueves, 4 de marzo de 2010

Entrevista capotiana a Lorenzo Silva



En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló “Autorretrato” (versión en español dentro de su libro Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente “entrevista capotiana” (hecha en el año 2004), con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Lorenzo Silva.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamas de él, ¿cuál elegiría?
No tengo un lugar preferido sobre todos los demás en el mundo, así que tengo que contestar el primero que me venga a la cabeza según mi estado de ánimo de hoy. Podría valer la Kasbah de los Udaia, en Rabat.
¿Prefiere los animales a la gente?
No, son mucho más limitados, aunque superen a la gente en nobleza y limpieza de ánimo. Sí me gusta, pese a todo, tener siempre algún animal de referencia. Hoy por hoy es el perro de mis padres, pero ya es muy viejo y me temo que pronto tendré que pensar en otro.
¿Es usted cruel?
No, aunque a veces desearía ser capaz de serlo con los canallas que abusan de quienes son más débiles, por si eso pudiera disuadirlos.
¿Tiene muchos amigos?
Creo que no se me da mal hacer amigos, porque mis padres me enseñaron a comportarme antes con cortesía que con displicencia. Amigos en sentido amplio tengo muchos, sí. Amigos profundos, menos. Pero unos cuantos, en todo caso. Y estoy abierto a sumar más.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Sinceridad, inteligencia, bondad de corazón.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, por lo que acabo de indicar.
¿Es usted una persona sincera?
A veces demasiado, creo. Otras, bueno, represento un papel, como todos. Pero tengo mucho cuidado de no ser jamás un impostor. Represento sólo aquello en lo que en algún momento o de algún modo podría creer.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Caminando por algún lugar en el que se pueda pensar. Viendo a mi hija descubrir el mundo.
¿Qué le da mas miedo?
No ser capaz de entender que he sido hecho para vivir y disfrutar, pero también para sufrir y morir.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandaliza el abuso de quien tiene poder sobre otro. Nada más.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Habría trabajado con las manos, en cualquier oficio que requiriera paciencia y virtuosismo. Durante un tiempo hice miniaturas, y era bastante competente, porque tengo buena vista y buen pulso y me gusta trabajar en las cosas que están reñidas con la prisa.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino y subo y bajo las escaleras de mi casa. Jugué al fútbol, al baloncesto, al tenis, estuve apuntado en un gimnasio incluso. Pero mi vida actual, con dos oficios exigentes y simultáneos, me ha quitado el tiempo que hace falta. Aunque no desespero de recobrarlo.
¿Sabe cocinar?
Francamente mal, aunque tengo curiosidad por la cocina. Pero de nuevo la falta de tiempo, y una buena cocinera en casa, contribuyen a que no desarrolle esa faceta.
Si el Reader's Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre "un personaje inolvidable", ¿a quién elegiría?
Como tengo un fondo extremadamente romántico, me atrae cualquiera de los grandes héroes militares que fueron derrotados gloriosamente. Desde Leónidas, el resistente espartano de las Termópilas, hasta Buenaventura Durruti (o mejor su amigo Ascaso, que tuvo una muerte más heroica). Pero también podría elegir a Franz Kafka, que hizo la más apabullante radiografía del hombre del siglo XX aunque apenas podía gobernar su vida.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Aire o agua, en castellano.
¿Y la más peligrosa?
Endlösung ("solución final") en alemán.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Alguna vez no me habría importado que alguien lo hiciera, creo que sería un hipócrita si no admitiera eso. Pero matar yo, no lo veo posible, o no he sufrido una ofensa suficiente.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Ahora es muy difícil explicar eso con una sola palabra. Creo que soy de izquierdas, es decir, si la izquierda es la convicción de que el mundo en que vivimos es una estafa y una ignominia en muchos aspectos y debe ser cambiado. Soy escéptico respecto a la posibilidad de que el ser humano deje de explotar a sus semejantes, porque me temo que los liberales aciertan cuando diagnostican que la principal tendencia del hombre (y de la mujer) es el egoísmo. Pero hay que luchar para que no se silencien todas las facetas vergonzosas que ese egoísmo, erigido en motor social, aporta a nuestra civilización. Estimular la culpa de los opulentos, para obligarles a tirar migajas cada vez más gordas a quienes no lo son.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No estoy seguro de que ser otra cosa fuera mejor (y no porque me parezca que lo que soy resulta insuperable, precisamente). Pero bueno, no estaría mal ser el Capitán Trueno.
¿Cuáles son sus vicios principales? ¿Y sus virtudes?
Mis vicios principales, mi tendencia a la pereza y a la locuacidad. Mi virtud principal, el esfuerzo que invierto en vencer la pereza y en callarme (para escuchar y observar mejor).
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Me acordaría principalmente de mujeres. Borrosamente, algunas de mi juventud. Claramente, mi madre, mi mujer y supongo que cerraría con los ojos azules de mi hija. Fin.
T. M.

martes, 2 de marzo de 2010

“Sin”: mi último poemario, ed. Huacanamo


Cuántas veces convertimos el dolor en algo que lo dignifique, supere, alivie: el común de los normales busca algún entretenimiento que le haga olvidar su presente y su pasado, distraer la mente para no volverse loco; otros, los enfermizos del arte, al sufrimiento le damos la cobertura de la estética poética o del argumento de una novela. Y en ese tránsito, en ese descenso por el pozo de la memoria, llega el paradójico olvido: importa ya más cómo construir el poema que la turbación que te llevó a él. Sin está escrito en una época de delirio, aturdimiento, incertidumbre. Quise que a todo ello le correspondiera un lenguaje drástico, una estructura circular, un tono desasosegante. El libro es el testamento de una especie de vagabundo, una nota de un suicida demasiado vivo, cierto álbum fotográfico del alma, el escáner de un cerebro en ebullición. Un camino literario abierto hacia la negatividad del que se ha quedado sin nada pero que aún confía en la palabra.