viernes, 30 de abril de 2010

Federico Moccia: las claves de un superventas

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El último gran éxito que conjuga ventas millonarias de novelas y adaptaciones cinematográficas igualmente productivas tiene un nombre, casi ya un fenómeno de masas: Federico Moccia (Roma, 1963), un guionista y escritor cuyo triunfo como novelista y cineasta también llegó a España hace unos años. Con un acentuado tono romántico como telón de fondo, concebido para jóvenes lectoras sobre todo, Moccia logró varias novelas –Perdona si te llamo amor, A tres metros sobre el cielo, Tengo ganas de ti, publicadas en Planeta en los últimos dos años– con las que se hizo un lugar preferente entre lo que se da en llamar bestsellers. Ahora todo ello se intensifica gracias a la publicación de otra novela, Perdona pero quiero casarme contigo, y el estreno de la película Perdona si te llamo amor.
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El propio autor ha dirigido esta historia entre un publicista de cuarenta años que se acaba de separar de su novia y encuentra, por accidente, a una joven de diecisiete de la que se queda prendado. El cóctel es explosivo: un atractivo hombre maduro, una mujer adolescente, y el amor platónico y la atracción sensual como motores y desencadenantes de toda la trama, como rompedores de fronteras generacionales y anzuelos para la ensoñación. Perfecto para un público heterogéneo, sentimental y que busca amores imposibles que se hacen realidad, espejos donde ver que cualquier cosa puede alcanzarse si el enamoramiento es más fuerte que los prejuicios sociales.
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Moccia está ahora en la cresta de la ola, pero sus inicios no fueron demasiado fáciles: su primera película, Palla al centro (1982) pasó sin pena ni gloria, y tuvo que volcarse en escribir guiones televisivos durante mucho tiempo. Diez años después, no pudo ni siquiera publicar su primera novela (recibió numerosos rechazos, al parecer), y acabó costeando la edición él mismo. Pero, en 2004, todo cambió para el escritor romano: se reeditó Tres metros sobre el cielo, y el fenómeno nació para quedarse, crecer, consolidarse: ventas superlativas, traducciones, adaptación al cine. Y así hasta ahora con cada uno de sus libros.
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En este sentido, Moccia es un autor que se ha autoclasificado, entregándose a un mismo asunto narrativo en cada obra. Pero ese asunto es infinito, y siempre hay un público ávido por (re)conocerlo frente a una pantalla de cine: las relaciones amorosas. De hecho, en su web, Moccia ha impulsado lo que da en llamar «candados del amor», y así, muchos jóvenes se han animado en colocar candados en las farolas de los puentes de Roma para dejar una huella de su afecto. Adolescentes de muchas partes del mundo ya consideran a Moccia una suerte de guía para defender su amor frente a sus padres. Así se deduce al hacer entrevistas al autor, que sabe la incidencia tanto sociológica como personal de sus historias. Un idilio entre creador y público que tiene todo el aspecto de conservar su llama… hasta que la muerte les separe.
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Publicado en La Razón, 30-IV-2010

jueves, 29 de abril de 2010

Lo que saben los otros de uno

En sus magníficos libros de memorias, Infancia y Juventud, John Maxwell Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) usaba el punto de vista de una tercera persona para distanciarse de sí mismo, para referirse a un yo que era él en realidad, estableciendo un clima de proximidad y alejamiento que proporcionaba un tono literario tan lacónico como atrayente. Ahora, en la tercera entrega de su autobiografía ficticia, Verano –traducción de Jordi Fibla–, el premio Nobel 2003 da una vuelta de tuerca a ese recurso y aquel narrador se bifurca en la voz de cinco personajes que son entrevistados por un tal Vincent, biógrafo del propio Coetzee, que opinan sobre la vida del escritor en los años 70.
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Estamos ante un Coetzee que insiste en la búsqueda de caminos literarios sorprendentes que ya practicara en Elizabeth Costello (2004) y Diario de un mal año (2007), de resultados tan interesantes como irregulares. Verano también sufre este desequilibrio: desde buen principio, el autor desea despertar el asombro en el lector; de ahí que transcriba diversos apuntes fechados en 1972-1975 que ya proporcionan un asidero para la incertidumbre y que luego retomará el entrevistador para sus preguntas a Julia, Margot, Adriana, Martin y Sophie. Éstas son las invitadas a hablar de la vida de aquel tipo retraído que vivía con su anciano y callado padre, torpe en sociedad, idealista, desgarbado y asexual. Así era el Coetzee de sus primeros escritos, el de sus poemas y la novela Tierra de poniente.
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Pues no es otra la manera en que los entrevistados hablan del escritor hoy tan celebrado (las charlas tienen lugar, siguiendo con el juego metaliterario, en los años 2007 y 2008). «Incorpóreo», «hombre de madera», le llama la brasileña Adriana, una profesora de ballet que se sintió acosada por Coetzee y cuya hija fue alumna de éste en el instituto; «tenía un aire de sordidez, un aire de fracaso», asegura Julia, una de sus amantes transitorias de adúltera vida ajetreada; «su obra carece de ambición», llega a pensar Sophie, colega universitaria en Ciudad del Cabo... Coetzee se burla de sí mismo, se critica y se analiza, presentándose como un hombre secundario en su entorno, con apenas «vanos anhelos», como dice su prima Margot, y con el único objetivo de hacer trabajos manuales y de ejercer dignamente su empleo como maestro.
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El libro alterna pasajes de buen pulso narrativo, como el largo capítulo inicial dedicado a la Julia que recuerda a John «con afecto», pues lo consideraba «un personaje de comedia», con otros que se basan en demasía en su entorno familiar afrikáans, sin mucho interés, o como el último, cuando Sophie disecciona el pensamiento sociológico de Coetzee con excesivo detalle y desaparece la gracia literaria a efectos de que el propio autor reflexione y se justifique. Aunque sea mediante otra voz, personas que tal vez un día existieron y ahora son sólo sus álter egos, mentiras de papel.
Publicado en La Razón, 29-IV-2010

martes, 27 de abril de 2010

Prologando "Percusión", de José Balza



Mañana día 28, en la Casa de América de Madrid (Plaza de Cibeles, 2), a las 19.30, se presentará la novela Percusión, que he tenido el orgullo y la felicidad de prologar. Su autor, José Balza, ha venido especialmente para la ocasión, y mi estimado Antonio Rivero Taravillo, director de Paréntesis Editorial, también estará con nosotros. Yo diré unas palabras que he preparado recordando el momento en que conocí a José y la fascinación que siempre he sentido por sus libros. Pero ahora sólo quiero añadir aquí el primer párrafo de mi introducción, a modo de aperitivo:

"En la frase inicial de Marzo anterior, la primera obra de José Balza, escrita con una asombrosa madurez a los diecinueve años, está el alma y el destino del resto de su fecunda literatura: «En el fondo ni siquiera esto es válido, porque en alguna vuelta de la espiral volveré a encontrarme: yo mismo ante mí». Esa espiral se desenrolla y se ovilla muy particularmente en Percusión, novela total del tiempo y del espacio, de la urbe y la selva, del pasado, del presente y hasta del futuro –en un juego de tiempos verbales que hacen de la variación temporal un único instante–, de la memoria más profunda y la sensualidad más trascendente, del utopismo platónico y la revolución clandestina, de la filosofía clásica proyectada en la vida y del viaje como entrada y salida de mundos que quieren abandonarse para recordarlos sin rencor... Novela total porque poetiza, narra, treatraliza lo sensitivo-humano mediante el filtro de un lenguaje preciosista y tan lírico como novelesco: se lee la amistad como fuerza superior, el amor de toda clase y el sexo como núcleo de las pasiones, la tentación suicida y la enfermedad letal, la juventud y la vejez desde una perspectiva solapada, el arte y la política, los mitos antiguos, la historia americana, el insomnio tenaz y la huida constante como modus vivendi, la anticipación de un siglo XXI que el autor concibió en los años 1979-1981. Todo parece esconderse en apenas doscientas páginas, y ese todo responde a un plan artístico, filosófico, estructural perfectamente definidos y que también surgen de Marzo anterior." [...]

domingo, 25 de abril de 2010

Fin de la semana de la muerte

Delta del Ebro
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Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
..... qu'es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
..... e consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
..... e más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
..... e los ricos.

JORGE MANRIQUE
Coplas a la muerte de su padre, III

viernes, 23 de abril de 2010

De la cuna a la sepultura



Viejo reloj de la Plaça del Comerç, barrio de Sant Andreu, Barcelona



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El muerto A. M. G., poco antes de, me hizo su primer y último regalo: un reloj, que ahora luce mi muñeca. ¿Detalle generoso o postrera, sutil, cruel advertencia de que mi tiempo, tic tac, tic tac, tic tac, también se está acabando por el simple hecho de avanzar?, ¿de que la muerte, esa carcajada paciente, me espera dentro de un suspiro que, hoy, con humana ingenuidad, nos parece eterno de tan lejano e imprevisible?

miércoles, 21 de abril de 2010

Tras la muerte, en la muerte, para la muerte


Todo, todo para la inmortalidad,
El amor, como la luz, lo envuelve todo silenciosamente.

WALT WHITMAN
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"Canto de lo universal" 4,
en "Aves de paso" de Hojas de hierba
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(Foto: Manhattan desde el puente de Brooklyn)

lunes, 19 de abril de 2010

In memoriam A. M. G.


6-I-1934 / 17-IV-2010

sábado, 17 de abril de 2010

Antología personal de música clásica: VIII



Segundo movimiento de la Sinfonía nº 5 de LUDWIG VAN BEETHOVEN
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Extrañamente, no me consideré un admirador incondicional de Beethoven desde el principio. Siempre tenía la sensación de que aún no acababa de conocerlo bien, de que todavía tenía que adentrarme más y más en su música para ser capaz de valorarla, de que sus creaciones eran más introspectivas, más graves, más difíciles de sentir que las de otros. Luego, sin embargo, me aproximé a él con gran placer, sobre todo al escuchar sus obras para cuerda (como la Sonata a Kreutzer, título de una obra sobre el horror del matrimonio de Tolstói), aunque me queda mucho por recorrer a su lado. La pieza que he elegido de él pertenece también a esa maravillosa época privada de la primera juventud: de Mozart, Dire Straits, The Doors, de libertad, de largos besos en público, de jugar de forma experta al billar bajo la lámpara central mirando a mi chica intensamente antes de dar el siguiente toque. Como había tan pocas ocasiones de adquirir algo, cuando ahora miro el CD que compré por cuatro duros en la feria de antigüedades de la Gran Vía barcelonesa, azul, más bien feo, me doy cuenta de lo mucho que aprendí a apreciar cada uno de mis tesoros (un disco, un libro), algo tal vez imposible en la actualidad, pues la abundancia rodea a los que incluso no tienen posibilidades de comprar. La sinfonía 5 es la que empieza con el famoso ta ta ta chaaaán, pero a mí me gusta más el resto de la obra.

jueves, 15 de abril de 2010

Puente aéreo con suspense

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Un modelo de cómo ha de ser una novela de entretenimiento, enmarcada en el tiempo y lugar actuales. Eso es Uno de los muertos (editorial Temas de Hoy), ópera prima del guionista radiofónico y televisivo Carlos Luria (Barcelona, 1962), que ha creado un texto sensacional en el que, por medio de un narrador omnisciente y de diálogos llenos de chispa e ingenio, se nos cuenta el enredo protagonizado por Óscar Ripoll, un periodista barcelonés en paro que, al contactar con unos laboratorios farmacéuticos en busca de trabajo, por casualidad se verá metido en una gran trama de asesinatos y persecuciones en Madrid y Barcelona.
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Su inicio valleinclanesco, su tono de novela negra con barmans siempre con la frase perfecta a punto, la mordacidad con la que se analiza nuestra vida urbana, las referencias de cultura popular propias de las últimas décadas son sólo algunos de los numerosos alicientes de una trama que engancha desde el primer momento y que tiene de continuo pasajes tan inteligentes y divertidos como tiernos, sobre todo en las alusiones de corte generacional y nostálgico.
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Y es que Óscar, durante la fría Navidad en la que se desarrolla todo, se muestra como un gran observador de sus conciudadanos, hasta el punto de que Barcelona y los hábitos de sus gentes se convierten en un personaje más mediante los comentarios sobre sus calles, bares y restaurantes por boca del mismo Óscar o de sus amigos Custodio y Andreu –los típicos personajes secundarios indispensables a la hora de ayudar al héroe de a pie en sus pesquisas–. El soltero parado y pasivo (odia viajar), de repente, se convierte en detective amateur, en un aventurero intrépido sólo por convencer a los que le están relacionados con el director de Laboratorios Carbonell, asesinado en casa de una prostituta (gente de los laboratorios, de una secta llamada Europa Cristiana) de que él no tiene un portafolio importante en el que se explican las características de un codiciado fármaco.
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Toda una red de intereses con personajes-clichés magníficos: la bella y rica viuda Teresa, el paternal inspector Seco, el fundamentalista religioso Recasens, el honrado dueño de bar Bartolomé... para una obra donde el suspense y el amor, lo gracioso y lo profundo se conjugan a la perfección.
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Publicado en La Razón, 15-IV-2010

lunes, 12 de abril de 2010

Antología personal de música clásica: VII

WOLFGANG AMADEUS MOZART
Segundo movimiento del Concierto para piano nº 21
Concierto para clarinete y orquesta

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Todavía me acuerdo de cómo salí disparado, pobre calle abajo, hacia la única tienda de discos del barrio (para mí siempre inaccesible por inasequible), cuando un mediodía pusieron nombre, en la tele o en la radio, a una obra que me gustaba de oídas. Sería tras el primer curso de universidad. Yo pasaba la vida nocturna en una taberna del centro, y esta pieza la relaciono con las personas que me rodeaban o a las que yo rodeaba. En el grupo teníamos presente a Mozart de forma anecdótica porque un amigo tenía aquel recopilatorio popular, Mozartmanía, habíamos visto la película Amadeus y, además, una amiga había ido a Kenia y solíamos recordar aquella escena de Memorias de África en la que suena el Concierto para clarinete y orquesta: Robert Redford tiene un tocadiscos y pone música con la que baila con Meryl Streep. En un poema que escribí por entonces, incluí la referencia a la pieza junto con otras fuertes presencias mías por entonces, como Antonio Machado.

sábado, 10 de abril de 2010

Los dos Nerudas de Chile


En mi viaje a Santiago de Chile, fotografié una placa que estaba en la casa-museo de Pablo Neruda, La Chascona, que recordaba al escritor checo del que tomó prestado su seudónimo el poeta. Pensando en aquello, recupero la crítica que publiqué en su momento en La Razón sobre el libro de Jan Neruda Cuentos de Malá Strana (Pre-Textos, 2006).
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Hoy, en la distinguida calle praguense Neruda, bautizada así en 1895, aún se levanta la llamada casa de Los Dos Soles donde vivió de niño Jan Neruda (1934-1891). Bien podría suponerse que la planta baja de ese edificio en el que su padre regentaba un ultramarinos, sería para el futuro escritor el caldo de cultivo para su fino oído costumbrista, pues las mil historias y cotilleos que escuchaba del barrio de Malá Strana los evocaría en su libro más célebre.
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Antes, pues, que a comienzos del siglo XX adquiriera una dimensión cultural nueva por medio de autores en lengua alemana nacidos en Praga como Kafka, Rilke, Franz Werfel o Max Brod, la ciudad fue motivo literario para Neruda en estos trece cuentos escritos en los años 1875-1877. Los escritores citados, sin embargo, parecieron olvidar que fue de los primeros allí en mostrar el conflicto hombre-ciudad-lengua, como se ve en la novela corta «Una semana en una casa tranquila», en la que el narrador presenta tal problema sociolingüístico: en una oficina, el jefe reprocha a sus empleados que sólo hablen checo, cuando el alemán sería mucho más decoroso. «El praguense –en primer lugar, el alemán de Praga– sentía que debía escribir para existir, para encontrar en el papel esa identidad que de otra manera se le escapaba», dice en la breve introducción Claudio Magris.
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Esa incomodidad entre el uso de la lengua popular y el literario en una ciudad multicultural se volverá asfixiante para los artistas venideros, que establecerán en muchos casos una relación de amor-odio con Praga casi de forma unánime. Maria Carolina Foi advierte: «Escritores grandísimos, grandes y mínimos: todos, dejando a un lado los diversos motivos y resultados de su inspiración, tienen una relación peculiar con el “genius loci”, con la realidad y las tradiciones de Praga». Se crea, paulatinamente, «uno de los mitos literarios más sugerentes del siglo XX, el mito de Praga, la ciudad que un maestro de la vanguardia como André Breton consideraba la “capital mágica” de Europa».
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Pero antes de que ocurra tal proceso, Neruda escribe en checo este libro irregular, flojo en sus primeras narraciones, demasiado asido al ímpetu costumbrista y a menudo cursi, aunque cada vez más interesante a medida que dejamos atrás textos como el citado «Una semana...», «El señor Rysanek y el señor Schlegel», que empieza: «Sería ridículo poner en duda que alguno de mis lectores no conozca la fonda Stajnic, de Malá Strana» –¿acaso Neruda escribía exclusivamente para sus vecinos?–, o «Lo que llevó al mendigo a la miseria», la pequeña anécdota de un hombre rico que mendiga. Más elaborados son los cuentos «Acerca del tierno corazón de la rusa», sobre una mujer aficionada a ir a todos los entierros y a llorar «de todo corazón», y la «Charla nocturna» de tres personajes que evocan viejos recuerdos en una azotea; pero, con todo, demasiada sociología y poco arte.
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Luego, vendrán valiosas piezas literarias: «El doctor Arruinamundos», que cuenta cómo un médico arisco descubre que el cadáver al que llevan al cementerio aún vive; «De cómo el señor Vorel requemó su pipa», una historia trágica que indica la potencia de los rumores para desprestigiar a un ciudadano; «Los Tres Lirios», apenas tres páginas donde se describe un romántico e intensísimo encuentro entre un hombre y una mujer; «La misa de san Venceslao», la narración de un niño encerrado una noche en una catedral. «De cómo el día 20 de agosto de 1849, a las doce y media del mediodía, Austria no fue destruida», sobre los miembros infantiles de una sociedad revolucionaria; y la magnífica novela corta «Figuras», esta vez sí un mosaico conseguido de los habitantes de Malá Strana, con su aparente amabilidad pero también con una crueldad manifiesta. En un párrafo aislado, la voz narrativa menciona unas palabras del propio autor: «Creo que Neruda tiene razón...», algo que se repite de forma irónica en la última frase del libro. Es un signo de creatividad digno de remarcar en un texto de 1877, buen ejemplo del talento del localista, pero también universal, Jan Neruda.

martes, 6 de abril de 2010

Antología personal de música clásica: VI


“Stabat mater dolorosa (a due)” de Stabat Mater
de G. B. PERGOLESI
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Un día de verano, me levanté solo un sábado y puse la tele por simple inercia o tal vez recordando que a tempranas horas ponen música clásica. De súbito, apareció algo que me fascinó: una mujer y un hombre (este haciendo también tareas de director) que cantaban de forma alternada una obra que conocía (él con una increíble voz femenina) no sé desde cuándo. Ver en acción a la pareja me dejó estupefacto, y naturalmente, tuve que ir a la busca del CD de inmediato, en una de esas tiendas de discos cercanas a las Ramblas barcelonesas.

sábado, 3 de abril de 2010

Entrevista capotiana a Juan Bonilla


En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Juan Bonilla.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Supongo que la biblioteca de Juan Manuel Bonet.
¿Prefiere los animales a la gente?
Como todo en la vida depende. Depende de qué animales (ratas?, pitbulls?, hienas?) y de qué gente (hinchas de Belén Esteban?, lectores de Ken Follet?).
¿Es usted cruel?
Sólo con la imaginación.
¿Tiene muchos amigos?
Indudablemente no.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Ni idea. A veces esas cualidades vienen prestadas por las circunstancias en que nos hicimos amigos, y otras por una natural simpatía, en el sentido griego del término, comunidad de intereses.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Nunca. El culpable de una decepción es siempre uno mismo por haber puesto su confianza donde no tenía por qué, así que en todo caso el que me decepciono soy yo.
¿Es usted una persona sincera?
Hasta donde me deja la buena educación.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Buscándome ocupaciones. Sobre todo teniendo en cuenta que casi todo mi tiempo es libre.
¿Qué le da más miedo?
No valerme por mí mismo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La caradura, el cinismo, algunos arbitrajes en los partidos de fútbol, algunas reseñas en los suplementos literarios, algunas conversaciones en la cola del supermercado.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No tengo la menor idea.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Corro de vez en cuando. Voy en bici. Trato de caminar una hora al día. Fumo (que es un ejercicio físico, supongo).
¿Sabe cocinar?
Sí. No muchas cosas, pero las que sé cocinar me salen bastante buenas.
Si el Reader's Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Supongo que sobre alguna de estas mujeres: Marga Gil, aquella muchacha que se suicidó enamorada de J.R.J., o Nelly Campobello, una escritora mexicana, autora de Cartucho, que además fue bailarina, y cuyos últimos años fueron de horror, porque la secuestraron unos familiares en su propia casa, fueron vendiendo todas sus pertenencias, y la fueron alcoholizando.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Las palabras no van solas, están llenas de imágenes prestadas por la experiencia o por el deseo. Si dices revolución, es una palabra que se presta a la esperanza, pero si la llenas de imágenes de Fidel Castro en chándal, la palabra se descarga entonces de toda la esperanza que le inyectaste. No sé, me gusta mucho la palabra "Alegría", pero aquí también depende de quién la sienta: la alegría de un hooligan, después de partirle la cabeza a un transeúnte, no tiene el mismo componente poético que la alegría de un niño que se columpia.
¿Y la más peligrosa?
Me remito a la respuesta anterior. Supongo que la palabra "Fuego" es bastante peligrosa cuando cae de los labios del capitán que manda un pelotón de fusilamiento.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Como todo el mundo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Teniendo en cuenta en lo que han hecho los políticos con la política, hablar de tendencias políticas me parece colaborar con quienes manejan el tinglado y están encantados de que por cualquier minucia te puedan colgar una u otra etiqueta. Me siento más cerca de alguien como Agustín García Calvo, con su constante "todo es mentira", que de los filósofos de cabecera del gobierno.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Futbolista del Xerez C.D., primero, y luego entrenador del Xerez C.D.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Comprar primeras ediciones. Un vicio idiota, estoy de acuerdo, una droga peligrosa.
¿Y sus virtudes?
Soy bastante callado. Me meto en pocos líos.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Espero que en ese momento se me pase por la cabeza la tarde ya lejana en la en una playa de Cádiz me enseñaron a nadar.
T. M.

jueves, 1 de abril de 2010

La muerte demasiado cerca

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Revisando mis artículos en la revista de cine Versión original, encuentro este corto, que ahora rescato, aparecido en el número especial 150 (junio 2007) que tenía como tema LA ADOLESCENCIA
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Hay una edad oscura y brillante, de mármol y arcilla, en la que toda verdad es determinante y cada mentira sustituye una ilusión por otra. Todo lo que ocurre en esos años tiene una dimensión borrosa, como si nada fuera lo que parece, como si el hecho de vivir no fuera del todo cierto, como si se esperase a que el porvenir fijara quiénes somos porque uno es un Nadie que juega a Nada. El Nadie adolescente es sólo un proyecto de algo que será muy distinto y a la vez exactamente igual: si después de los doce años, así decía Faulkner y otros de forma similar, ya no hay nada nuevo que vivir, qué vía crucis más extraño ese de la primera juventud, asexuada pero ya palpitante de erotismo, inculta pero ya abierta al saber del mundo, insegura pero atenta al descubrimiento de Todo lo que establezca unos principios arrogantes.
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La cara del adolescente es de sorpresa, de un miedo tímido, o bien de una despreocupación envidiable para el adulto. En la primera situación, en Verano del 42 (1971), aparece en escena el sensible Hermie (pongámosle unos catorce años), que en vez de encapricharse con chicas de su edad, se enamora de Dorothy, una Jennifer O’Neill delicada, dulce y divertida, que tras perder a su novio en la Segunda Guerra Mundial le hará al chaval un regalo incalculable: iniciarse en el sexo de forma tierna, dramática y responsable. En la segunda, se encuentran los mismos amigos de Hermie, ansiosos por estrenar un condón, encajados en su pubertad convencional, viviendo con simpleza su presente biológico.
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Aumentemos la edad de los protagonistas en esa frontera indefinible, sobre todo hoy, cuando hay tantos adolescentes en el confortable Occidente de más de veinte años: Gente corriente (1980) presenta dos caracteres contrapuestos: el rostro de Timothy Hutton (unos dieciséis años), desde que surge en el coro cantando el Canon de Pachelbel con el que Robert Redford da inicio a su película, ya ofrece ahí una mirada desprotegida, unos ojos atemorizados ante su propia existencia, ante lo que va a contar al psicólogo (Donald Sutherland) con respecto a la muerte de su hermano en el mar mientras iban juntos en barca, trauma que le ha llevado a intentar suicidarse; el hermano ahogado, valiente y decidido, es la otra cara del adolescente: la de una madurez precoz, la de una entereza que se manifiesta hasta en sus últimos momentos, que se trasluce hasta en el poso que deja tras su marcha: él era el fuerte, el bueno, el que merecía seguir viviendo.
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Porque hay ocasiones, en esa edad brillante y oscura, de mármol y arcilla, que uno vive simplemente por inercia; desubicado, carente de un destino, el adolescente que ha visto morir, el adolescente marginado, el que está instalado en la soledad sin saber cómo ha llegado a ella, ve en el día a día una repetición de esquemas y órdenes que obedece como un zombi. No hay una meta, y los padres siempre incomodan, ya estén cerca o lejos. En El príncipe de las mareas (1991), el personaje interpretado por Nick Nolte, cínico y vehemente, al final acaba confesando a la psicóloga, a la vez directora del film Barbra Streisand, que el hermano mayor, ya muerto, era el verdadero puntal de la familia, capaz de encañonar a su maligno padre con una escopeta.
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Y las madres de los adolescentes... Tantas veces señoras severas que sólo viven de las apariencias sociales y hasta familiares ―la de Hutton, la de Nolte en sendas películas―; mujeres con esa fuerte presencia o mujeres cuya ausencia sobredimensiona la figura paterna hasta hacerla insoportable: sucede en He got game (1998, Una mala jugada, en español), la película de Spike Lee sobre un joven de unos dieciocho años, interpretado por el baloncentista Ray Allen (hoy, en los Boston Celtics), que de niño ve cómo su padre, encarnado por Denzel Washington, mató a su madre en la cocina porque se le fue la mano, por así decirlo. El caso es que el jugador, Jesus Shuttlesworth, está sufriendo todo tipo de presiones para, una vez acabe su etapa en un instituto de Coney Island, se incline por la NBA ―es decir, por el dinero, la fama, el sexo fácil― sin el habitual paso previo de la liga universitaria.
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Shuttlesworth ejemplifica otro prototipo de adolescente: el que es el centro sin desearlo del todo, el que practica una actividad de la que los adultos quieren sacar rédito, el que no podrá vivir en definitiva una adolescencia con el ritmo que requiere esa edad marmórea y arcillosa, clara y negra, por estar demasiado pendiente de un futuro ya escrito. Pues tal vez sea esa la tragedia inherente a toda adolescencia: el hecho de saber muy pronto a lo que se va a dedicar uno; algo tan trágico como desconocer qué rumbo tomar, cómo salir de esa extraña pesadilla inocente que es ser consciente de tener toda la vida por delante.