miércoles, 28 de julio de 2010

Lectores de "Sin"

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A veces el libro más pequeño, más particular en su concepción y escritura, es el que tiene un mayor impacto en los demás. Escribí Sin dolorosamente, respondiendo a las preguntas turbadoras que en una etapa aciaga tuve que hacerme, y las reacciones de los que lo leyeron en su día en forma de manuscrito y ahora de libro publicado me han abrumado por su generosidad e intensidad. Estos días, esa reacción de lectores amigos se extiende a la prensa, lo que me parece aún más sorprendente, pues uno se siente fuera de ese circuito de suplementos culturales que siempre atienden las mismas cosas. Así, cuál fue mi sorpresa ante la reseña entusiasta de A. Sáenz de Zaitegui, desmesuradamente amable con mis versos, publicada en el último número de El Cultural. Antes, además, tuve la inmensa fortuna de que ese extraordinario lector de poesía, José Ángel Cilleruelo, analizara Sin con una sabiduría y precisión encomiables (como hace siempre en su columna de crítica poética mensual) en las páginas de la revista El Ciervo. E incluso meses atrás, Germán Gullón, al que dediqué Desarticulación por el afecto y la admiración infinitas que le profeso, me dedicó una entrada de su blog hermosísima a raíz de su lectura del Sin ya editado, pues él fue uno de sus primeros lectores cuando yo aún no sabía ni siquiera que lo iba a publicar. A estos tres lectores profesionales, y a los demás que han dedicado parabienes a este breve poemario, gracias. Aquel dolor, hoy, se convierte en satisfacción y orgullo.

sábado, 24 de julio de 2010

Elogio del lector infantil


En una estación, repleta, llega el tren. Todo el mundo se mueve. Dos niñas, al fondo, en un banco, tras el esparcimiento humano. Nada las distrae. Atentas a sus tebeos, ningún ruido les turba, ni les saca de su concentración de labios que, a menudo, silabean lo que leen. Envidia, desde mis ojos, de que las palabras, las frases, los dibujos capten su atención por entero. Un adulto lee, pero su mente está en otra parte. Un niño lee, y entonces, sólo lee. Algo que yo nunca ya podré hacer.

martes, 20 de julio de 2010

Homenaje por un centenario


Tal día como hoy, de hace cien años, nació la fuente y el camino, la luz y la huella, el fin y el modelo que me han acompañado hasta la fecha. Se llamaba Antonia, y surgió en unas de las tierras más paupérrimas de España. Vino al mundo cuando todavía vivía Tolstói y eran jóvenes Proust, Joyce y Kafka; cuando aún, en propiedad, no había acabado el siglo XIX y no existían guerras mundiales y todo era rudimentario, rural, mísero. A ese ser humano que aún sigue vivo dentro de mí cada día le esperarían experiencias atroces, pero también la capacidad para afrontar el trágico azar con la dignidad, la bondad y la paciencia más sobresalientes que he visto nunca. Ella fue el principio de todo lo que, seis décadas más tarde, iba a comenzar conmigo. Y más allá. Porque mis 37 años, todo mi destino actual, mi entera forma de sentir y pensar, están íntimamente ligados a esa foto de 1937, al hecho de que en un pueblucho de mala muerte, en un clima de violencia, oscuridad y extenuación, una mujer apareció para que yo pudiera sobrevivir, luchar y perder, caerme y levantarme mil veces –construyendo mi vida en forma de homenaje a ella–, hasta hacer de tantas tristezas esta gran alegría que significa estar sanos y acompañados ante la ilusión de un futuro.

viernes, 16 de julio de 2010

Mi biblioteca de libros de memorias: VI y fin

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J. M. COETZEE
Juventud

Este punto de vista aquí tratado, ese “aquel joven”, esa distanciada tercera persona que habla desde una primera y que literaturizó Camilo José Cela en Viaje a la Alcarria de un modo aún no superado –el Cela vagabundo y joven que en su madurez escribirá dos volúmenes de tremebundas memorias–, lo reinventa para mí ese sudafricano oculto con siglas e impronunciable apellido. “Vive en un apartamento de una sola habitación junto a la estación de ferrocarril de Mowbray que le cuesta once guineas al mes.” Así empieza el libro con aspecto de novela pero que es la remembranza de cómo Coetzee salió de Ciudad del Cabo, siendo un estudiante de matemáticas de diecinueve años, y viajó a Londres para intentar labrarse un futuro, hasta que, con veinticuatro, trabajando como programador informático, entienda que sigue fracasando, que no ha sabido emprender de modo efectivo su sueño de ser poeta.
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El joven que lee cómo un escritor reconocido confiesa su incapacidad juvenil para sentirse escritor, se siente acompañado en su mediocridad; comprende que todo tiene su proceso, hasta la excelencia artística, hasta la inteligencia de saber gobernar un talento corriente para moldearlo en una voz digna de conocer. El joven, al leer este tipo de reconocimientos –como le sucede, sobre todo, con los diarios de Tolstói, esa suerte de memorias privadas– no se siente tan apurado, tan torpe e inútil; piensa, siquiera un instante, que esa incomodidad quizá se traduzca en unas líneas que lo justifiquen, que esa inseguridad enfermiza, esa obsesión literaria nacida de la timidez, dará frutos que obliguen a pensar, a asumir sin excusas ni arrepentimientos, que vivir –leer y escribir– mereció todas las penas y las dichas, la abundante tristeza y la pasajera felicidad.

jueves, 15 de julio de 2010

Nueva York dibujada



Necesitaría más palabras que líneas trazadas por Robinson (seudónimo) para ser capaz de expresar mi asombro, mi admiración gigantesca por este libro, el homenaje gráfico, visual, artístico a Nueva York más imponente que he visto. Quién dibujara así, suspira el dibujante que una vez tuve dentro....


Manhattan, de día y noche, vista desde el Empire State, adentrándose en el metro y en los museos, panorámicas de los parques, estatuas, calles. Qué absolutamente impresionante esta entrega por parte del artista alemán, nacido Werner Kruse (1910-1994), por la ciudad de las ciudades. Y es que como dice en el prólogo Matteo Pericoli: "Nueva York es el objeto artístico más generoso de cuantos existen: se entrega completamente sin vacilar, y al mismo tiempo incita a opinar sobre ella con una morbosa curiosidad. La obra de Robinson es un valeroso acto de amor".

lunes, 12 de julio de 2010

El suicidio de los poemas



En el último número de la revista El Ciervo (julio-agosto 2010, nº 712-713), publico "El suicidio de los poemas", con un texto de presentación sobre la relación de la poesía, los poetas y el suicidio (tema al que he dedicado artículos e incluso un libro, El gran impaciente) y diversos poemas sobre el asunto.

sábado, 10 de julio de 2010

Mi biblioteca de libros de memorias: V

"La putilla en el jacuzzi", avenida O'Connell, Dublín

FRANK MCCOURT
Las cenizas de Ángela

En el tiempo previo a su salvación en forma de huida definitiva, de independencia modesta pero esperanzada, el joven lee un libro de un tipo desconocido que le ofrece una de las cosas que más quiere: la Irlanda profunda, y por ende el Dublín al que un día voló de forma impulsiva para vivir de literatura y caminatas durante varios días en los que no sabía ni dónde iba a dormir. De forma análoga, por cierto, a como había hecho Paul Auster, como se lee en A salto de mata, memorias que años después descubrirá el joven viéndose reflejado en un pasado común de pobreza y perdición, de huida dublinesa y deseos poéticos.
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El hecho de sobrevivir ha sido azaroso para McCourt, que hace del recuerdo dramático materia novelesca: “En todas partes hay gente que presume y que se lamenta de las penalidades de sus primeros años, pero nada puede compararse con la versión irlandesa: la pobreza, el padre, vago, locuaz y alcohólico; la madre, piadosa y derrotada, que gime, junto al fuego; los sacerdotes, pomposos; los maestros de escuela, despóticos; los ingleses y las cosas tan terribles que nos hicieron durante ochocientos largos años.” La miseria retratada resulta escalofriante, desoladora, a medida que McCourt intenta en vano sortear ese submundo de un callejón de Limerick más propio de ratas que de seres humanos, pero ahí viene el milagro literario, la rara amistad que surge entre el autor y el lector: consigue, a pesar de los pesares, sin necesidad de ganarse la compasión, hacernos sonreír.

jueves, 8 de julio de 2010

El cantante de las hadas



En el Saint Stephen’s Green de Dublín, nos topamos con dos exiliados que nunca dejaron Irlanda, pues su obra, escrita en Francia, Italia, Suiza... se adentra en la isla ancestral y en la contemporánea, en la mitológica y en la histórica, en la onírica y en la material. Me refiero, claro está, a W. B. Yeats –un exilado intermitente– y James Joyce: dos formas de entender Eire, que se complementan en poesía y prosa, y tal vez por eso comparten la hierba de un parque y el eco artístico de toda una nación.

La estatua de Joyce es un busto figurativo; la de Yeats, del artista Henry Moore, es abstracta: dos formas de entender a ambos autores, pues si Joyce juega con la realidad y el inconsciente, Yeats es el espíritu poliédrico, zigzagueante; como todo gran poeta, es un misterio en sí mismo, una mirada fiel llevada al uso de la rima desde su primera obra, el poema narrativo Las errancias de Oisin (1889), hasta sus Últimas poesías (1939). Y por lo tanto, un gran reto para sus traductores, que han de trasladar lo imposible: la musicalidad, el ritmo, la cadencia de unos versos que, además, han pasado por las manos traductoras de J. Guillén, L. Cernuda y J. R. Jiménez.

Sin embargo, nadie hasta la fecha había versionado la poesía completa de Yeats. El esfuerzo viene a cargo de Antonio Rivero Taravillo (1963), que en este 2010 ya alcanzó otro hito bilingüe: dar la poesía completa de Shakespeare. Su trabajo podrá agradar más o menos a cuantos hayan conocido otras traducciones, pero a efectos de captar la dimensión de la innumerable simbología de Yeats, del folclore y geografía celtas, nadie mejor que Rivero Taravillo, que también ha traducido del gaélico (a Flann O’Brien), editado Antiguos poemas irlandeses (Gredos) y coordinado un libro sobre el Bloomsday.

Es un placer pasar las hojas y detenernos en los poemas que guardan un encanto inmarcesible, como «Ephemera» o «Los cisnes salvajes de Coole», o en aquellos en los que Yeats se emplea en el tempus fugit («A la Irlanda del mañana» o «El amante ruega a su amiga por los viejos amigos»). Un placer que hubiera convenido arropar de notas, pues se trata de una obra demasiado rica en símbolos y nombres propios históricos para dejarla desnuda de contexto. En el breve prólogo, en todo caso, Rivero apunta rasgos que se irán viendo en poemarios como Encrucijadas o La torre: la preocupación nacionalista, la astrología o las historias de hadas. Todo en rimas sinuosas, de ahí que tantos cantantes hayan puesto música a sus versos, porque éstos suenan a oraciones, a un discurso del alma, del corazón, del ego poético del niño William Butler que, frente al místico monte Ben Bulben de Sligo, convirtió la naturaleza en una mirada sobrenatural de la vida.

Publicado en La Razón, 8-VII-2010

martes, 6 de julio de 2010

De música y poemas: el peso de la vida pasada



Un CD de Mark Knopfler comprado en una oferta azarosa, Get Lucky, que lleva a la reminiscencia de otro, que sonaba en los tiempos de pobreza material y espiritualidad melancólica, el tan irlandés Golden Heart, y dentro de la caja, una entrada para un concierto del ex de Dire Straits, 31 de julio, sin año, en la plaza de toros Monumental. Y entonces, en estos días, un par de versos de Yeats, leídos hace tanto tiempo, muy lejos, y llevados a La ciudad gris, versos hallados de nuevo en la Poesía reunida traducida por Antonio Rivero Taravillo. Un sentimiento que lleva a la memoria, y ésta a un sentimiento vivido hoy y sentido antaño. Y el peso de la vida, de los años amontonados, enflaquece el corazón, y la alegría de hoy, por un instante, se oscurece (¿o habría que decir: se ilumina?) con la nostalgia del misterio del tiempo.

Foto: estatua homenaje a W. B. Yeats, Saint Stephen's Green, Dublín

sábado, 3 de julio de 2010

Mi biblioteca de libros de memorias: IV

Casa-museo de Neruda, La Chascona, Santiago de Chile
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PABLO NERUDA
Confieso que he vivido
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Hace frío. Es el otoño de 1993. En una de las plazas de Alcalá de Henares, donde se celebra una pequeña feria del libro, el joven adquiere un tomo grande en oferta. Uno de los poetas que mejor le hablan de su propia soledad, de la sinrazón que se adueña de la existencia como si todas las brújulas estuvieran rotas, Pablo Neruda, se le aparece también como un prosista fabuloso: “Las memorias del memorialista no son las memorias del poeta. Aquél vivió tal vez menos, pero fotografió mucho más y nos recrea con la pulcritud de los detalles. Éste nos entrega una galería de fantasmas sacudidos por el fuego y la sombra de su época”, afirma en la nota inicial. Cinco otoños después, al publicar su primer poemario, justo al aterrizar en el aeropuerto de Caracas para visitar otra feria del libro, el joven sentirá lo que Neruda recuerda cuando vio editado su inaugural Crepusculario: “Ese minuto está presente una sola vez en la vida del poeta”.
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La tierra chilena salvaje, la bohemia paupérrima, el desamor, el viaje a Oriente como diplomático –semilla biográfica para Residencia en la tierra–, la Guerra Civil Española, las travesuras con García Lorca, las charlas en París con Vallejo, la conexión comunista y la persecución política con la subsiguiente fuga a caballo atravesando toda Sudamérica... Confieso que he vivido es el camino para entender la situación cambiante del poeta en el tormentoso siglo XX; cómo, tocado por un romanticismo simbólico, el escritor comprometido con su arte y con el prójimo se adentra en la vanguardia, dejando que en sus versos penetre la tragedia del mundo.

jueves, 1 de julio de 2010

El periodista narrador



Para el periodista de raza, el instinto por captar el entorno e informar de él luego se despierta con sus primeros contactos sociales. Un niño de ascendencia italiana, de padres que regentan una sastrería en Nueva Jersey, Gay Talese, observa detrás del mostrador de la tienda, que «era como un programa de entrevistas que se desarrollaba en torno a la afable actitud y las oportunas preguntas de mi madre», dice en «Orígenes de un escritor de no ficción». Ese hábito de escuchar con paciencia surge en aquellos años infantiles, y alcanza los últimos trabajos periodísticos de este escritor formado en The New York Times entre 1956 y 1965 y colaborador de revistas como The New Yorker y Esquire.
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El descubridor de Talese, por así decirlo, fue su colega Tom Wolfe, que tras leer el artículo de aquél sobre el boxeador Joe Louis, «le atribuyó públicamente el haberlo iniciado en una nueva forma de no ficción, forma que ponía al lector en estrecho contacto con personas y lugares reales mediante el fiel registro y empleo de diálogos, entornos, detalles personales íntimos» (pág. 265). Así, Wolfe llamó a lo que hacía Talese «Nuevo Periodismo», aunque el propio implicado, humilde, le reste tal dimensión innovadora y se limite a recordar esa suerte de teatro que presenció día a día en la tienda y que le llevaría a escribir sobre la vida de las personas vulgares y corrientes.
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En otra línea están estos Retratos y encuentros, conjunto fenomenal de textos de difícil catalogación que combinan la crónica sociológica, el rigor por los datos históricos y una subjetividad a la hora de perfilar personajes públicos que se acerca a la opinión generalizada aunque, eso sí, con un tono punzante y magnético, de calidad literaria sin ser literatura, de precisión periodística sin limitarse a ser información de reportaje. Así, «Nueva York, ciudad de cosas inadvertidas» disecciona mil y un detalles de la capital del mundo, «Frank Sinatra está resfriado» sigue al cantante por estudios de grabación, bares y casas, «Peter O’Toole en el viejo terruño» acompaña al actor a su natal Irlanda, «Alí en La Habana» cuenta la visita del ex boxeador a Fidel Castro... Me pregunto si Truman Capote se sentiría plagiado u orgulloso de que su «narrativa de no ficción» tuviera este discípulo cuyas páginas, sin pretender ser ficticas, enseñan la verdad de toda gran literatura: transmitir la sensación de verosimilitud.
Publicado en La Razón, 1-VII-2010