sábado, 28 de agosto de 2010

El escritor despojado de literatura


He preferido mi vida última a todas las vidas de los libros. He preferido el abrazo constante de sangre bullente al mejor poema leído en la cima del mundo. He preferido mirar lo amado en lugar de describirlo. He preferido caminar antes que el adjetivo.

Dejé a madame Bovary que se suicidara a solas, sin darle el teléfono de la esperanza, y al Quijote en la farmacia, buscando antidepresivos; vi entrar a Helena en el prostíbulo, con el desgaste del dolor; permití que me robara David Copperfield y me burlé de las agonías de Hans Castorp. Cerré todas las historias y abrí la ventana; le indiqué al Caballero de la Carreta un albergue juvenil donde pasar la noche y le dije a Leopold Bloom en su eterno día: hasta mañana.

sábado, 7 de agosto de 2010

Tres días de 1998 en la pobre Florencia: adenda


El viajero ha acabado su cappuccino y mira a una mujer-venus frente a una camomilla. Hay que distraer algunas horas antes de emprender la vuelta.
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Florencia: sólo para turistas con mucho dinero, no para bohemios ni para pintores ni escritores. Dante solamente existe en su falsa casa, y no se le ve en la calle ni en las reproducciones que hay en todos los quioscos. Florencia ha de verse con calma para ser transportado por su belleza. Florencia abarrotada se vulgariza, pierde el encanto para el viajero que quería pasear con el Cancionero de Petrarca con la traducción de Crespo que se compró hace años, cuando aún no conocía a su viuda que le habla de él en su propia casa, entre los que fueron sus libros.

Pobre Florencia, pueblo para visitantes acomodados y viajeros que no quieren reconocer su decepción.

jueves, 5 de agosto de 2010

Tres días de 1998 en la pobre Florencia: III


Día 3

Frescos y listos para callejear. Anoche el cansancio de Florencia después de los jardines y gotas de lluvia y las calles otra vez, el mismo recorrido de estos tres días hacia el hotel, y tras aplacar la extenuación, de vuelta al Pallazzio degli Uffizi, dos horas de espera, y dentro exhaustos de pies a cabeza menos los ojos, que han mirado a Tiziano, Ghirlandaio, Caravaggio, Botticelli.
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La sala de Botticelli, y el recorrido de lo abstracto en el cuerpo: la emoción metida en los músculos y en los latidos del corazón; hiperestesia tímida que disimula niñez contenida; la belleza es lo único eterno, podría pensar. Hace quinientos años, Sandro miró una gran tela blanca y se dijo: voy a pintar algo eterno, o quizá sólo se dejó llevar por su comprensión de la belleza, el amor a la Venus mitológica de un hombre del siglo XV, como comprendo yo hoy la belleza desde la Venus que pintó él. La belleza se recicla pero siempre es una, la misma, que se hereda o se revela (don poético), no la rosa de Ausonio ni de Garcilaso ni de Borges; la rosa es siempre rosa, como en Jorge Guillén, amante de esta ciudad donde conoció a su segunda mujer.
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El viajero recuerda todo esto y se siente una piedra en la selva, un punto de la línea infinita de los hombres, una nota de la melodía de cualquier tiempo.
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Y la noche en Florencia; restaurante italiano.
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Y Florencia oscura, con las cafeterías encendidas, calles mojadas y con luna, la iglesia de San Lorenzo sola y dormida. Y el sueño en el hotel llegando despacio hasta clausurar el día.

martes, 3 de agosto de 2010

Tres días de 1998 en la pobre Florencia: II



Día 2

La gente haciendo cola y yo apoyado en una columna. Giardino de Boboli, la gran masa verde de Florencia, ciudad hoy abierta al dólar y a la lira, ciudad incómoda para el viajero melancólico o artístico, que a veces es lo mismo. No existe otra cosa que tiendas y gente, manantiales de gente en el lugar predilecto de aquello antiguo, de todo aquello gris del alma. Si Roma es peligro para caminantes, Florencia no es más que el mosaico de los rincones del mundo.

Qué serio se pone el viajero al transitar un pueblo semejante.
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El viajero no es un visitante a secas, es otra sombra más. Y las horas pasan lentas en la ciudad que invita al cansancio, a leer la historia de las piedras.
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Por qué el don poético no se revela siempre tras el equipaje, por qué elige ciudades y estaciones. Si realmente el abril ya acabado es el mes más cruel porque aúna memoria y deseo, quizá sea también la temporada de la indiferencia, de la tranquilidad forzada.
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Esta mañana, de nuevo las calles en torno al Duomo, y el Puente Vecchio, y el sur ya nuevo: el Palacio Pitti y sus jardines y yo sentado en una piedra viendo avanzar a la gente en la cola.

domingo, 1 de agosto de 2010

Tres días de 1998 en la pobre Florencia: 1

Día 1

Primer día de luz en la deseada Florencia. El mar de las calles arrastra a miles de turistas. Perezoso destino para el viajero, que busca el viaje interior de enfrentarse al arte, a la poesía.
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El Duomo, Santa Croce, el puente Vecchio, el río, y cuánta ignorancia arrinconando la materia gris: uno no sabe nada ni de la ciudad donde va siempre con la imaginación. A Florencia le falta invierno y soledad para estar con ella. Silencio ya tiene, y Sandro o su fantasma están esperando hasta mañana, cuando abran el museo Uffizi.
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Hoy ya ha entrado en la retina la iglesia de San Lorenzo, el Palacio Vecchio, la Galleria Uffizi, Neptuno en la Piazza Signoria; también El rapto de las sabinas, la copia del David de Miguel Ángel, el Battistero, mil rincones.
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Y el río. El río Fiume, dividiendo la ciudad en dos, partiéndola con agua, extenso y solitario, cubierto por puentes; río de Florencia y también de Dublín, Londres, Roma, Ámsterdam, San Sebastián. Todos los ríos el río; manantial universal el agua de las ciudades. Dante y Petrarca y Botticelli están en las esquinas y llego a ellas atento para descubrirlos, pero se esconden y se vuelven a su siglo. Ángel Crespo también se asoma por Florencia, ciudad para desdeñar su belleza descomunal, atravesándola sin prestar atención a los músculos de las estatuas, a las mujeres de las pinturas, al agua de las fuentes.
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Aquí no existe el viajero; sólo el turista que devora piedras y que mira un libro donde se desglosa la ciudad en una edición crítica con notas a pie de suelo. Florencia es amarilla, o de color crema, nunca negra o sinceramente gris, sí marrón y no melancólica, sino seria y elegante, como una dama decimonónica.
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1472. El nacimiento de Venus. Antes recordaba hasta sus medidas y ahora voy a verle la cara a Venus como si fuera una visita más y no el fuego desde niño; da miedo conocer, saber mucho; siempre esa temeridad cruza los estadios del sueño; miedo a andar por tener en la mente otra experiencia, archivada, tras haberla dejado crecer sola; la Venus de mi cabeza no es la Venus que veré mañana ni la que tendré el mes que viene; la miraré de distinta manera en mi casa y la sonreiré como el que lo ha perdido todo y siente la última de las felicidades: reconocer la belleza que siempre ha entendido, ha reconocido.

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Florencia, estallido de tempestad. Lluvia y granizo. Niños lanzando aviones de papel y yo con ropa seca. Las calles, ya visitadas, Plaza de San Marco, Plaza de la Anunziata, a punto de llegar al lugar de la Sinagoga. Italia es española en los rostros y, de forma frustrante, entregada a lo foráneo, y el David gritará más fotos no. Las calles están desiertas de vida, todo se encuentra cerrado hoy, día festivo. El viernes es largo para este paseo anciano que empieza a oscurecerse.

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Cierta embriaguez de vino y cansancio. Un expresso mínimo y la sensación de flotar en el instante, prólogo del alcohol amigable en el alma, que no en el estómago. Una trattoria verdaderamente autóctona en una parte solitaria. Ha hecho frío después de la tormenta de hielo, pero también un sol impetuoso. Mañana habrá un jardín laberíntico, pero no café, porque aquí sirven ridículas tazas a cambio de muchas liras.
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En el viaje, me acuerdo de los viajes a Salamanca y Nueva York, ciudad de la tristeza y ciudad de la alegría, síntesis melodramáticas de lo que antecedió a ambas huidas. No sé si el viaje sin huida no es viaje. Quizá es entretenimiento, investigación fría, condensación de la calma convertida en un desplazamiento. El viaje sin huida no es viaje del todo para el viajero que siempre ha huido, o mejor dicho, para el huidizo que siempre ha viajado. Huida, tristeza y calma son sentimientos tan intensos como azarosos. Viene uno u otro y no nos damos cuenta de que la huida se introduce en el deseo de cerrar el pasado, que la tristeza sólo necesita la calma para desmenuzarse como un nombre escrito rozando la orilla de la playa, que la calma llega para borrarlo todo y que ni siquiera se molesta en decirnos lo cerca de la muerte que estuvimos antes.