domingo, 27 de febrero de 2011

Entrevista capotiana a Gonzalo Navajas

En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Gonzalo Navajas.
.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Tengo un lugar sublimado en el subconsciente que conocí en un viaje a Chile hace años. Frutillar, en la zona volcánica de Osorno. Es un pequeño pueblo, junto a un lago, con ascendencia germánica. Pero es solo una impresión, no pasé allí más que unas horas idílicas, tal vez si regresara ahora pensaría diferente. Más cerca de mi realidad presente, me fascina la zona de Carmel, en el norte de California, el Pacífico es allí espectacular y siempre me ha apasionado el mar. Y no estaría solo, no me gusta la soledad como hábito. Prefiero estar con otros.
¿Prefiere los animales a la gente?
No, me gustan los animales mucho, pero me gusta estar con los demás y conocer gente nueva, que hablen otras lenguas y conozcan ciudades y lugares que yo no conozco. A mi hija le encantaría tener un perro y lo tendríamos pero, como viajamos mucho, eso complicaría los viajes.
¿Es usted cruel?
No, no justifico la violencia con el otro. Creo en la palabra y, si finalmente no funciona, recurro al silencio y el alejamiento.
¿Tiene muchos amigos?
Sí, creo en la amistad.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La lealtad, en particular. Y el espíritu de colaboración. Escribir es lamentablemente un ejercicio solitario y cada vez me gusta más hacer cosas con otros, estar en proyectos con los demás.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Alguna vez me han decepcionado, pero, como se dice en inglés, I move on, no me detengo demasiado en ello y me concentro en los amigos de verdad.
¿Es usted una persona sincera?
Depende bastante de la situación y del medio en que me hallo. El mundo académico, en particular el americano, tiende a la corrección, a lo que conviene decir según la oportunidad más que a la verdad. Pero en lo que escribo soy yo mismo y es ahí donde está mi verdad. Y, desde luego, tengo una vida más allá del medio académico.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No tengo mucho tiempo libre. El concepto de aburrimiento no existe para mí porque siempre procuro estar ocupado en algo que me estimule. Aunque, claro está, están los comités, la burocracia, los embotellamientos en el tráfico de Los Angeles, etc.
¿Qué le da más miedo?
Estoy siempre procurando adaptarme a la idea de que voy a dejar de ser. Las excusas de que uno perdura en los libros, los hijos, no me colman demasiado. Tal vez, cuando aprenda de verdad a aceptar la idea de la muerte, ya sea demasiado tarde. El alzheimer en particular me aterroriza, no solo por mí sino por los que están a mi alrededor.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Bastantes cosas, pero mencionaré una en particular. Que un jugador de baloncesto o fútbol o una cantante gane millones de dólares al año mientras que un trabajador o artista anónimo no tenga los quinientos dólares al mes con que pagar su alquiler.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Viajar, moverme de un lugar a otro hasta conocer todo el mundo
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Desde los quince años en que tuve una crisis de adolescencia larga y profunda, me ha gustado sentir que el cuerpo está en consonancia con mi mente. Nado y camino con frecuencia en lugares con mucha naturaleza.
¿Sabe cocinar?
Mis especialidades son la lasagna y algunas sopas, como de guisantes. También soy bastante bueno con algún tipo de pastel, el de calabaza, que preparo para la fiesta de Halloween, me sale bastante bien, o al menos, así dicen mis invitados.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
La verdad es que no estoy muy familiarizado con esa revista. Admiré siempre mucho y sigo admirando a Edward Said, el escritor e intelectual palestino, profesor en la Universidad de Columbia en Nueva York. Admiro su integridad intelectual y el hecho de que la cátedra no le impidió tener una vida diversa e intensa, más allá de las aulas confortables y seguras.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Paz, Peace, Friede, Paix, Pau, Pace… En todas las lenguas, la misma aspiración legendaria que espero algún día realicemos.
¿Y la más peligrosa?
Promesa, con mayúscula y para todos y para siempre. El siglo XX conoció abundantemente las consecuencias.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, soy profundamente pacifista, aunque continúa impactándome el vídeo de Neville Chamberlain, el primer ministro británico, a su regreso de la reunión en Munich con todo el aparato del fascismo de esa época, Hitler y Mussolini entre ellos, mostrando un documento firmado solemnemente que, según sus palabras, traía peace in our time, paz para nuestro tiempo. Al poco, empezaba un conflicto monstruoso, en parte, por la actitud pacifista de figuras como Chamberlain. Pacifista siempre, pero hay que saber enfrentarse a la opresión y el abuso.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
No pertenezco a ningún partido político. Soy escéptico respecto a la política profesional porque creo que la política en parte es una bastardización de las ideas más nobles. Pero tal vez esa sea una visión demasiado idealista e ingenua mía.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Siempre me ha gustado la medicina y lo que ser médico representa como aportación a aliviar un hecho consustancial con la condición humana, el sufrimiento, el dolor
¿Cuáles son sus vicios principales?
A mi edad debería haberlos corregido todos.
¿Y sus virtudes?
Me gusta lo que hago, escribir, enseñar, dialogar, y a ello le dedico tiempo y energía.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Como dije, hago natación, procuraría nadar y salvarme.
T. M.

jueves, 24 de febrero de 2011

La provocación hecha palabra



He aquí un conjunto de veintitrés artículos y tres entrevistas que Michel Houellebecq (1958) publicó de 1992 hasta el año 2008 y que da cuenta de las inquietudes y filosofías del autor de Las partículas elementales y Plataforma. El género ensayístico complementa estas novelas suyas por cuanto la ficción también supone para él un espacio de crítica social, mordacidad y desahogo íntimo.

Escritura de calidad, temas candentes y polémicos, afirmaciones gruesas: tal es el cóctel de este escritor que exhala pesimismo y suele dar en la diana, aun equivocándose en las formas. Así, este «enfant terrible» necesita afirmar que el poeta Jacques Prévert «es un imbécil» –de su propio padre dice que fue un «imbécil consumado»–, que las feministas son «unas amables gilipollas» y recordar lo que dijo tiempo atrás: «El Islam es la religión más estúpida». A esta frase se refiere aparentando ingenuidad, pero con más insultos: «El respeto se ha vuelto obligatorio, incluso para las culturas más inmorales e idiotas».

Groserías aparte, Houellebecq demuestra inteligencia y sensibilidad para reflexionar sobre el mundo actual con sobrada clarividencia. Ejemplo de ello son textos como «La fiesta» o «Aproximaciones al desarraigo». El arte contemporáneo –que tan deprimente le parece–, el cine mudo –que prefiere al sonoro en lo que respecta a Francia–, la poesía, el músico Neil Young, el desprecio al puritanismo y al narcisismo, la sexualidad son algunos de los asuntos que aquí se convocan y que reflejan una mirada valiente como pocas. Negativa y arisca, sí, pero, por fortuna o por desgracia, también verdadera y realista.

Publicado en La Razón, 24-II-2011

sábado, 19 de febrero de 2011

Entrevista capotiana a Ángela Vallvey



En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló “Autorretrato” (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente “entrevista capotiana”, con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ángela Vallvey.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamas de él, ¿cuál eligiría?
Una nave espacial que explorara el universo a una velocidad mayor que la de la luz, que no tuviese necesidad de repostar nunca, y que no padeciera los problemas mecánicos de la vieja MIR. Me gustaría ver de cerca la nebulosa Laguna, las Nubes de Magallanes, la Cabellera de Berenice y el oscuro corazón de algún púlsar a miles de años-luz de la Tierra. Un espectáculo ininterrumpido de esta naturaleza unido al conocimiento que me depararía un viaje así, aún encerrada para siempre, lograrían que fuese más fácil para mi resignarme a morir un día. Y más comprensible el absurdo estocástico de la vida.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende de para qué.
¿Es usted cruel?
Todos lo somos un poco. Al menos los que logramos sobrevivir más de una docena de años; así que yo no debo de ser menos.
¿Tiene muchos amigos?
Los puedo contar con los dedos de las manos de un manco.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Inteligencia, buen humor y generosidad (esta última, sobre todo conmigo).
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Si me decepcionan es que ya no eran mis amigos, sino que pertenecían a otra categoría en la que la decepción tenía cabida. En la amistad no puede haber sitio para la decepción, creo yo.
¿Es usted una persona sincera?
Absolutamente. Porque he comprobado que, de alguna extraña manera que posiblemente sólo yo comprenda, soy sincera incluso cuando miento.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
El tiempo “libre” no puede ser “ocupado”, eso es una “contradictio in terminis”. Y hacerlo sería para mi una profanación, una especie de sacrilegio. Por mi parte, gusto de tumbarme a la bartola y ver cómo las nubes cambian de forma.
¿Qué le da más miedo?
Me da pánico el control que los estados y las multinacionales tienen sobre nosotros, los pobres ciudadanos. Tengo pesadillas con el Gran Hermano desde que leí 1984 de Orwell y empecé a ser consciente de que la idea se va materializando sutilmente en nuestras sociedades tardocapitalistas.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La inconmensurable pobreza de la gran mayoría de los seres humanos de nuestros tiempos. La riqueza tan obscena de unos pocos (¡muy muy pocos!).
Si no hubiera decidido ser escritora, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Probablemente andaría por ahí rompiendo escaparates hasta que alguien me ofreciera un sueldo fijo en algún ayuntamiento.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Practico muchísimo: friego, barro, plancho, limpio el polvo y doy esplendor a mi hogar. Y lo hago en contra de mi voluntad. Y me opongo, por razones de economía, a todo tipo de ejercicio físico involuntario.
¿Sabe cocinar?
Soy tan buena cocinera como Hannibal Lecter. Incluso más. En lo único que este “gourmet” me supera es en la frescura de los productos de charcutería que utiliza.
Si el Reader's Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre "un personaje inolvidable", ¿a quién elegiría?
A Johannes Kepler, que fue capaz de "medir los cielos" y calcular las órbitas de los planetas del sistema solar en un tiempo en el que sus contemporáneos eran incapaces de medir con exactitud el largo de sus camisas. Al buen Johannes Kepler, a quien ya dediqué un poema en el que se decía que "pensó cosas que ningún ser humano había pensado antes".
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Niño.
¿Y la más peligrosa?
La misma.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Todos los días varias veces. Menos mal que todavía soy capaz de utilizar la imaginación para desahogarme... así que sublimo, y lo mío no va a más. ¡Ah, la imaginación... qué gran regalo de la naturaleza!
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me considero una heredera del pensamiento político de Tolstoi, pasada por la última revolución tecnológica. Apuesto por el "subsidio universal": creo que todo el mundo, por el hecho de haber nacido, debería tener derecho a una "renta mínima de subsistencia".
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Una de esas personas que conquistan grandes espacios abiertos (cielos, montañas, la Luna...). Me encantaría ser una alpinista de las de ocho mil metros, o una aviadora intrépida, o una astronauta en los anaranjados desiertos de Marte. Es más: si hubiera podido ser alguna de esas cosas, no me cabe duda de que no habría escrito ni una línea. Supongo que porque habría vivido más y soñado menos.
¿Cuáles son sus vicios principales? ¿Y sus virtudes?
Mis vicios: la pereza; ser adicta al jamón de jabugo; la excesiva empatía con el resto de personas, animales y cosas que componen el mundo. Mis virtudes: innumerables, pero difíciles de definir con simples palabras.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Déjeme que le cuente algo: una vez estuve a punto de ahogarme “gracias” a unos simpáticos familiares que me hicieron una “ahogadilla” y se reían y chapoteaban con simpatía mientras mis pulmones se encharcaban de agua, lenta pero implacablemente. Juro que no sé cuáles son las imágenes del esquema clásico que suelen pasar por la cabeza de los desgraciados que alguna vez se han ahogado, o que han estado a punto de hacerlo, pero sé cuáles eran las mías y las recuerdo con toda nitidez: no veía más que condenada agua turbia por todas partes, y sólo pensaba en salir a la superficie para asesinar yo, a mi vez, a los que “simpáticamente” habían intentado acabar con mi vida unos minutos antes. Eso sí, de forma mucho más eficaz que la que ellos habían usado conmigo. No quiero engañar a nadie: en aquellos trágicos momentos pensé sobre todo en granadas de mano y misiles nucleares.
T. M.

jueves, 17 de febrero de 2011

La mascota celosa



El libro más conocido de Joe Randolph Ackerley, el póstumo Mi padre y yo (1968), cuya traducción, de 1991, ahora Anagrama recupera con prólogo de Javier Marías, estaba dedicado a un/una tal Tulip. Muchos descubrirán estos días que el objeto de la dedicatoria no es una persona, sino el mismo animal que protagoniza Mi perra Tulip (1956). El detalle anecdótico dice mucho de Ackerley, porque es uno de esos caballeros que ejemplifican la flema inglesa, un sentido del humor fino y elegante y un tono narrativo sereno, lento, cuidado. El hecho de que ese texto esté dedicado a un perro refuerza su imagen de escritor algo misántropo, excéntrico, que se distanció de todo menos de su mascota, a la que observó de manera obsesiva.

En el prólogo aludido, Marías ya hablaba de que Mi padre y yo era un texto de difícil catalogación al participar de varios géneros de corte autobiográfico y narrativo, y algo similar ocurre con Mi perra Tulip. En aquel caso, la investigación partía del pasado oculto de su progenitor, que había llegado a tener una doble familia, a la vez que servía para que el propio Ackerley contara sus devaneos homosexuales o su cariño por su hermano soldado. Pero en esta ocasión el centro de análisis es aún más difícil de biografiar: una perra alsaciana, paradigma de fidelidad –e incluso de celos, pues se pone nerviosa cuando su amo está con alguien–, a la que Ackerley ayuda a convertirse en mamá organizándole «citas».

«Ackerley retrata a Tulip con tal realismo y respeto que sentimos por ella lo que sentiríamos por cualquier heroína humana», dice la antropóloga Elizabeth Marshall Thomas en el prólogo. Y es cierto: el ejercicio de Ackerley de crear una crónica entretenida a partir de las andanzas banales de un animal de compañía alcanza una gran credibilidad: los paseos en el parque, su comportamiento en el apartamento londinense del escritor, las visitas al veterinario, los encuentros con otros perros son episodios que cobrarán un interés máximo para los aficionados a los animales, y también para los amantes de toda psique, humana o animal, racional o no.

Publicado en La Razón, 17-II-2011

viernes, 11 de febrero de 2011

Carlos Giménez: dentro de la Guerra Civil


Ni una película de las innumerables que se han rodado. Ni una novela de las muchísimas que se han escrito. Ni una fotografía, ni un documental de los cientos, miles que existen de la Guerra Civil española. Absolutamente nada de lo que el mundo del arte ha creado en estos últimos setenta años en relación con aquella infamia en la que tantos de nosotros perdimos a nuestros abuelos es comparable con este libro de Carlos Giménez.

Un día, leí un artículo de Juan Goytisolo que me indignó sobremanera: el pedante autor despreciaba el cómic como género artístico (en otro artículo, expresaba sutilmente su desprecio por la creadora de Harry Potter, diciendo que ni sabía su nombre). Su extraordinaria ignorancia e irrespetuosidad contrastan aún más al leer este volumen superlativo del mejor dibujante de tebeos de la historia de España, Carlos Giménez, que firma un prólogo magnífico tras una introducción brillante (qué difícil es escribir, a estas alturas, algo inteligente, sensato y nuevo sobre la guerra) del narrador Ramino Pinilla.

Leer Todo 36-39. Malos tiempos (Debolsillo) es una experiencia terrible y conmovedora, escalofriante y hermosa, tierna y durísima. A lo largo de pequeñas historias de las gentes que sufrieron la caída de Madrid, Carlos Giménez –especialmente literario en las acotaciones en este volumen– comunica lo que nadie ha conseguido: dar cuenta exacta de las miserias y crueldades que padeció una población hambrienta y desprotegida. A uno se le pone la piel de gallina, se le hace un nudo en la garganta y el corazón le cosquillea cuando palpa la cotidianidad de unos seres de ficción que, por desgracia, fueron reales, pues el dibujante siempre parte de testimonios fidedignos, como ya hizo en la serie inmortal de Paracuellos.

El cómic, en casos como este, es el primer arte. Sin discusión.

lunes, 7 de febrero de 2011

Mi antología de Horacio Quiroga


Cuántas veces en la vida un libro lleva a otros muchos, e incluso marca azares entre las personas que tienen consecuencias cruciales para nuestro destino. Ahora, cuando tengo a mi lado los ejemplares recién llegados de Cuentos mortuorios, me viene el recuerdo del momento en que el escritor José Balza, en plena feria del libro de Caracas, en noviembre de 1998, me regaló la edición de los cuentos de Horacio Quiroga de la Biblioteca Ayacucho, a cargo de Emir Rodríguez Monegal. La misma edición que usé el pasado verano-otoño para empezar a preparar una antología de cuentos del autor uruguayo. Fue el primero de muchos libros de muchas bibliotecas que leí, consulté, estudié. El resultado son estos Cuentos mortuorios que seleccioné y dividí en varias secciones; tercera y feliz colaboración con la editorial Paréntesis, que empecé con la publicación de mi novela Hildur, a lo que le siguió el prólogo para la novela, de Balza precisamente, Percusión. Quiero agradecer al editor Antonio Rivero Taravillo su generosa propuesta, y a su colega Isabel Giménez sus continuas atenciones. Un agradecimiento que alude al pasado, que se afianza en el presente y desvela lo que nos traerá el futuro.

sábado, 5 de febrero de 2011

“Primos”: el primer amor del verano lejano

Dibujo de José Ramón Sánchez en el rodaje de Primos

Antes de salir de la sala, risueño, emocionado, reconciliado con este valle de lágrimas después de ver una lección de inteligencia, ingenio y sensibilidad llamada Primos, reparo en la dedicatoria: el director de la película, Daniel Sánchez Arévalo, menciona a su padre, José Ramón Sánchez. Desconocía esa relación, y al instante mi memoria recupera a ese grandioso dibujante que animaba las tardes de Televisión Española en los años setenta y ochenta, cuando yo era y quería ser también dibujante. Qué gran hombre aquél, cuyo amor por las películas clásicas descubrí una noche de lunes en el programa de La 2 Qué grande es el cine. Como grande es ya sin duda su hijo, creador de uno de los filmes más valientes, complejos y hermosos de toda la historia de la cinematografía española, AzulOscuroCasiNegro.

Cómo agradece uno mentes tan brillantes como la de Daniel Sánchez Arévalo: en aquella película protagonizada por Quim Gutiérrez y Antonio de la Torre, y la de esta Primos, con estos actores también (el primero es el primo que inspira toda la historia, abandonado en el altar, y el segundo, el padre borracho de una prostituta de un pueblo santanderino), más los primos que completan el tercerto: Raúl Arévalo (impresinante como buscavidas guasón y pícaro), Adrián Lastra (tuerto en Afganistán e hipocondríaco), más la actriz, maravillosa, Inma Cuesta.

Al comienzo, ciertas escenas demasiado esquemáticas, diálogos que se perciben demasiado bien escritos, ralentizan el ritmo cómico por querer ser demasiado graciosos, paradójicamente, pero una vez la película entra en calor, y los personajes ya han cobrado vida propia (incluso los más estereotipados, como el borracho y el ex soldado), uno ve que el guión es una verdadera obra de arte. Qué naturalidad la de estos actores, qué dominio el de Daniel Sánchez Arévalo para llevar los clichés de la comedia americana a su terreno: qué bien disemina los elementos (pasado de los personajes; la actuación musical del trío, cuando adolescentes, en las fiestas del pueblo) para recolectarlo todo al final, para redondear una película felicísima, tierna, desternillante, que celebra la amistad, la irracionalidad del amor, la ternura, la reconciliación familiar y la sinceridad.

Qué orgullosos deben de sentirse, padre e hijo, un Sánchez del otro, el dibujante admirando al cineasta, el cineasta habiendo crecido entre pinceles y libros ilustrados.

jueves, 3 de febrero de 2011

Entrevista capotiana a Miguel Albero



En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Miguel Albero.
.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mendoza. Allí viví, y como dice el cursi, encontré mi lugar en el mundo. No me pregunte el porqué.
¿Prefiere los animales a la gente?
Detesto a la gente que prefiere los animales a la gente, sólo en su caso prefiero a los animales.
¿Es usted cruel?
No, y no tiene mérito porque es un don que no me ha sido concedido. Además la crueldad precisa de una energía de la que no dispongo.
¿Tiene muchos amigos?
No demasiados y además poco cultivados. Soy muy mal amigo de mis amigos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
El sentido del humor, el sentido del humor, el sentido del humor.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, más bien suelo decepcionarles yo a ellos, por la ya mencionada virtud.
¿Es usted una persona sincera?
Intento serlo conmigo mismo pero en mi relación con los demás lo evito a toda costa, practicando con esmero el cinismo que es la base de la civilización, aquello que nos permite transitar el día sin daños irreparables.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo o escribiendo, pero estoy en una etapa de mi vida adulta en la que tengo la contrastada sensación que el grueso de mi tiempo lo deciden los demás, o si prefiere los Otros.
¿Qué le da más miedo?
El tedio.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Hace tiempo que perdí la capacidad de escándalo, síntoma de un mal envejecer preocupante.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Llevo desgraciadamente una vida no creativa, laboral por cuenta ajena, alimenticia, incluso trajeada.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, que ya no deporte, que era báculo de mi juventud.
¿Sabe cocinar?
Los domingos cocino pasta para la cena, pero es una práctica más que un saber.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Siendo el Reader´s Digest escogería a Cioran, limitándome a reproducir una lista de aforismos. Le pega mucho.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Peligro.
¿Y la más peligrosa?
Esperanza.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Muchas y no sólo porque hacía mucho calor. Aunque más que querer matar he querido que no existan.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
La tendencia es al desaliento.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Otro.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La gula y la pereza, no la envidia ni la lascivia. El peor de todos, ser acomodaticio. Pero tengo como los malos contratos vicios ocultos, que no deben dejar de serlo.
¿Y sus virtudes?
Soy acomodaticio y cínico, puede invitarme a almorzar y le daré conversación agradable, no importa quién sea.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
La de un salvavidas.
T. M.

martes, 1 de febrero de 2011

Tres páginas de "2666", de Roberto Bolaño

Foto: Tossa de Mar

Cada mañana, con el primer café y aún a oscuras, leo a Roberto Bolaño. Llegar a las páginas 475-7 de 2666 (Compactos Anagrama, 2008) ha merecido la pena al descubrir este pasaje magistral, donde una escena de bar cobra una dimensión plural. El narrador omnisciente se funde con el diálogo del policía y la directora del psiquiátrico, y al lado se describen los movimientos de un par de músicos que están frente a un narcotraficante. La perspectiva visual de la escena es portentosa; el ritmo, maravilloso. Para aprender a escribir.