jueves, 31 de marzo de 2011

El éxtasis del intelecto


Un hijo busca, entre los papeles póstumos de su prestigiosa madre donados a una universidad californiana, comprender la vida de aquélla, la suya propia. El proceso es doloroso y tierno al mismo tiempo. Así, los diarios de Susan Sontag (1933-2004) salen a la luz por mediación de David Rieff. Él lee y escoge los pasajes a transcribir; siente pena, pudor, cariño, pero sigue adelante hasta componer el primer volumen de una trilogía que empieza con estos «Diarios tempranos». En ellos, se cifra el origen del pensamiento filosófico y artístico de Sontag, el alumbramiento de su homosexualidad y autodestrucción.


En estas páginas –traducidas por Aurelio Major– hay algunas confesiones y relatos pormenorizados de ciertos sucesos biográficos, pero la mayoría de las veces su interés reside en apuntes escuetos que reflejan bien el pensamiento de la escritora. De repente, su capacidad de síntesis la lleva a una especie de aforismo: «La vida es suicidio, mediado» (1957) o a esparcir conceptos y autores: «Amor = muerte (“dama oscura”, femme fatale): Wagner, D. H. Lawrence» (pág. 158). Son ráfagas de impresiones, en muchos casos motivadas por una ingente cantidad de lecturas («Riego mi mente blanca con libros», pág. 173), que anota con detalle y que dan cuenta de una tremenda precocidad intelectual.


Solo es una adolescente, pero su adoración por La montaña mágica –«Un libro para toda la vida»– y las letras alemanas en general es extraordinaria; de hecho, tendrá la dicha de conocer a Thomas Mann en Chicago en 1949, tras recibir una beca de estudios. Todo le llega pronto: su querencia por la música clásica, el campus de Berkeley a los dieciséis años, la maternidad, un matrimonio absurdo que acaba en 1957, desengaños lésbicos... Un sufrimiento continuo apenas salvado gracias a su infinito «éxtasis intelectual», una avidez temprana, enfermiza, que la llevará a convertirse en toda una ensayista y novelista exitosa.


Publicado en La Razón, 31-III-2011

domingo, 27 de marzo de 2011

Una definición de sentir la música

Foto: estatua frente a una casa en Molló, Gerona

Tantas veces he pensado que si fuera capaz de expresar lo que hace la música en mí, llegaría a dominar el lenguaje. Llegaría a escribir bien. Ese objetivo utópico cada vez está más lejos, pues la incertidumbre por cómo afecta la música en la mente y el cuerpo se me hace más y más punzante. Y ese objetivo se aleja para siempre como un ave de la que apenas se distinguen las alas. De ahí que me haya sorprendido la forma en que una Susan Sontag adolescente, el 25 de diciembre de 1948, anota en su diario lo siguiente.


«La música es a la vez la más maravillosa, la más vivaz de todas las artes –es la más abstracta, la más perfecta, la más pura– y la más sensual. Escucho con mi cuerpo y es mi cuerpo que se duele en respuesta a la pasión y al pathos plasmado en esta música. Es el “yo” físico el que siente un dolor insoportable –y, a continuación, una sorda inquietud– cuando el mundo entero de la melodía de pronto brilla y desciende en cascada en la segunda parte del primer movimiento –es carne y hueso lo que muere un poco cada vez que me arrastra el anhelo del segundo movimiento.»

jueves, 24 de marzo de 2011

Entrevista capotiana a Jordi Doce




En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Jordi Doce.

Si tuviera que vivir en un solo lugar sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Creo que una casa de indiano en algún lugar de la costa oriental asturiana. En su defecto, una casa en un pueblo del sur parecido a la Carboneras almeriense de los años sesenta o setenta del pasado siglo tampoco estaría mal.
¿Prefiere los animales a la gente?
Sólo cuando la gente saca al animal que lleva dentro.
¿Es usted cruel?
Puedo serlo. Lo he padecido en carne propia.
¿Tiene muchos amigos?
Los suficientes, pero valen por muchos más.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Lo bueno de los amigos es que suelen darte lo que no buscabas ni esperabas, al menos conscientemente.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Según la lógica de mi respuesta anterior, no es fácil que lo hagan.
¿Es usted una persona sincera?
Soy juiciosamente insincero cuando toca.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Desocupado de mí.
¿Qué le da más miedo?
Que mi hija pueda sufrir algún daño.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Supongo que mi propia ingenuidad, porque todos los días me escandalizo por algo. Más allá de la boutade, me repugna y deprime el estado de profunda miseria en que vive el grueso de la humanidad.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Me habría gustado –todavía estoy a tiempo– estudiar Historia del Arte. Hubo un tiempo en que me fascinó la Arqueología.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino mucho. Salgo a correr de vez en cuando. Quiero volver a jugar al tenis, pero no encuentro con quién. Si algún residente en Madrid se anima, ya sabe dónde estoy.
¿Sabe cocinar?
Me defiendo. Entre otras cosas, estoy separado y tengo una hija pequeña. No me queda más remedio.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
El primer trabajo que escribí en el colegio estuvo dedicado a Gandhi. Sospecho que no fue una elección inocente. Dicho lo cual, siempre me ha fascinado (para bien y para mal) la multitud de las grandes ciudades. Es un personaje en sí mismo. Y más que inolvidable: inevitable.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Nosotros, cuando significa cooperación, amistad, comunidad.
¿Y la más peligrosa?
Nosotros, cuando significa exclusión, superioridad, nacionalismo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Aunque más de una vez he querido morirme de vergüenza… o de otras cosas.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy ácrata casi por instinto. Odio la autoridad (sobre todo en la vida cotidiana) y los recortes de ningún tipo a la libertad individual. Me gustaría que la socialdemocracia fuera más social y más demócrata, menos demagoga y menos empeñada en convertir su discurso en carne picada para los medios.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un rentista, por ejemplo. No muy ostentoso, con tiempo para estar en la vida sin que los números me agobiaran. Y tiempo para emprender largos viajes por el mundo. Va bien con esa casa de indiano a la que aludí antes.
¿Cuáles son sus vicios principales?
No tener grandes virtudes. Los que me quieren dicen que puedo ser soberbio.
¿Y sus virtudes?
Bromeando sólo a medias, no tener grandes vicios.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
No sé, creo que estaría demasiado ocupado tratando de salir a flote… Me falta imaginación o atrevimiento para ponerme en ese lugar.
T. M.

martes, 22 de marzo de 2011

Antoni Marí: la poesía moderna desde Poe


Cada acto intelectual de Antoni Marí (Ibiza, 1944) es una lección profunda. Aquellas clases de doctorado a las que asistí en la Universidad Pompeu Fabra fue la ocasión privilegiada de presenciar cómo una mente exquisita desgranaba conceptos artísticos, literarios, filosóficos con una inteligencia asombrosa. Marí parecía explicarse a sí mismo las cosas, reflexionar siempre por primera vez, y así, dándose una lección, expandía sus conclusiones a los demás.

De este modo han de ser los grandes divulgadores de cultura: gente concentrada en unas teorías que, al desarrollarse, al final acaben siendo patrimonio sensible de los demás. Con Matemática tiniebla, el poeta Marí vuelve a la generosidad de proporcionarnos materia de meditación de primer orden: "El germen de la poesía moderna es la teoría poética de Poe. Una teoría que Baudelaire, Mallarmé y Valéry no sólo aceptaron como propia, sino que la practicaron en sus obras y de la que Eliot se sintió deudor". De tal forma que en este maravilloso volumen tenemos al alcance textos teóricos del propio Poe, como "El principio poético", y de esos escritores mencionados que se quedaron fascinados por la musicalidad del lenguaje del autor americano.

Qué honor fue para mí que Antoni Marí, el inolvidable autor de las novelas Camino de Vincennes y Entspringer, de la antología de poesía alemana El entusiasmo y la quietud, y libros de ensayos tan intensos como iluminadores, aceptara ser el presentador, a comienzos del 2007, de mi libro de artículos sobre poesía Experiencia y memoria. Qué generosidad la suya, la misma que expresa en todos sus libros, regalándonos mil y una forma de entregarnos al arte sin remisión, sin demora, sin descanso.

jueves, 17 de marzo de 2011

En la muerte de Josefina R. Aldecoa

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En un librito publicado en 1995, en el que se recogían «Tres cuentos inéditos» de Aldecoa (Ignacio), en el prólogo, Aldecoa (Josefina) decía de quien fuera su marido que «tenía una forma risueña de decir las cosas en las que creía seriamente. Detestaba la solemnidad, rechazaba la pedantería y le gustaba pasar levemente sobre los asuntos graves: la brevedad de la existencia, la inaceptable injusticia de nacer para morir, la muerte misma». Y si aquellas palabras estaban pensadas para el escritor, hoy también valen para la escritora que tomó el apellido de su esposo en 1952 y a la que le llegó esa «injusticia» última ayer, en Santander, a causa de una insuficiencia respiratoria.
..... Esos rasgos amables y sencillos caracterizaron a Josefa Rodríguez Álvarez, nacida en León en 1926, y le hicieron valedora de un gran prestigio en los dos ámbitos en los que se movió: el literario, con sus novelas y cuentos y su relación con colegas como Rafael Sánchez Ferlosio, Carmen Martín Gaite y Jesús Fernández Santos –la llamada generación de los cincuenta–, y el pedagógico, mediante la fundación del colegio privado Estilo, del que fue directora todo el tiempo.
..... A Josefina Aldecoa la pasión por enseñar le venía de familia –su madre y su abuela habían sido maestras de la Institución Libre de Enseñanza–, de tal modo que encaminó sus estudios en esta dirección, hasta trasladarse a Madrid en 1944, estudiar Filosofía y Letras y doctorarse en Pedagogía con una tesis titulada «El arte del niño», que publicaría en 1960. Un año antes había creado la citada escuela, de corte humanista y laico e inspirada en métodos ingleses y americanos, y a la que se dedicó en cuerpo y alma, sobre todo tras la prematura muerte de Ignacio Aldecoa, en 1959, durante una década en la que apartó sus planes literarios.
..... Firmando ya como Josefina R. Aldecoa, viuda y con una hija, fue recuperando la extraordinaria obra de Ignacio Aldecoa hasta publicar sus «Cuentos completos», además de divulgar sus propios relatos en el volumen «A ninguna parte» (1961). Luego, mantuvo un largo silencio artístico, hasta el texto de carácter autobiográfico «Los niños de la guerra» (1983), sobre sus compañeros de generación. Pacientemente, Josefina Aldecoa había esperado su momento, y cuando este llegó, anunció la voz de una narradora prolífica, sensible con la condición femenina y comprometida con la época que le tocó vivir, con libros como «La enredadera», «Porque éramos jóvenes» o «El vergel», novelas aparecidas en los años ochenta.
..... En 1990, vio la luz la novela que a la postre sería la más recordada de cuantas creó, «Historia de una maestra», sobre la labor de los profesores de la época de la República como telón de fondo y la importancia de su función pedagógica; la protagonista, Gabriela, recién titulada como maestra en 1923, se ponía a enseñar en escuelas rurales españolas e incluso viajaba a Guinea Ecuatorial. Tiempos de miseria, pero también de altos ideales, que iban a tener en la guerra civil un siniestro colofón. A esta obra le iban a seguir aquellas donde la autora alternó o imbricó lo literario y lo docente; así, publicó la narración «Mujeres de negro» (1994), las reflexiones biográficas «Confesiones de una abuela» (1998) o el ensayo «La educación de nuestros hijos» (2001), además de aportar de nuevo su visión del adorado esposo en «Ignacio Aldecoa en su paraíso» (1996).
..... Mención aparte merecería su entrega al género en el que sobresalió Ignacio Aldecoa: el cuento. Ella también cultivó la narrativa corta de forma notable, como se aprecia en «Fiebre» (2001), recopilación de relatos que atraviesan toda la trayectoria de la escritora y en los que destaca la situación de la mujer joven y madura, y las consabidas luchas familiares como temas literarios. Asimismo, en uno de sus últimos libros, «La casa gris» (2005), recreó la vida universitaria de una muchacha en el Londres de los años cincuenta; tres años antes, en «El enigma», literaturizó las relaciones amorosas de un profesor. Estos fueron sus ítems constantes: un tiempo, un oficio, una pasión; aquella década, la enseñanza, el amor. El mismo que perdió en la figura de Ignacio –«fue un cataclismo», confesó– y que trató de expresar en sus libros mediante personajes cercanos y complejos a la vez que la llevaron a ser una maestra de la narrativa, una maestra dentro y fuera de las aulas.

Publicado en La Razón, 17-III-2011

martes, 15 de marzo de 2011

Adiós al amigo del Palacio de Cristal


“Se me ha muerto como del rayo…”

“Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!”

“… con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.”

José Luis, he aquí el homenaje que tu progenie
te ha negado. En este día tenebroso por la tempestad,
cuando las nubes grises, la lluvia, los rayos y truenos
han hecho del mediodía una noche oscura del alma.
Allá donde vayas, habrá más luz.

jueves, 10 de marzo de 2011

El polaco que quiso frenar el Holocausto


.....Vivimos a diario con la amenaza y la explosión de conflictos tan lejanos como próximos; también, con el recuerdo de las guerras recientes de nuestros antepasados, la civil y las dos mundiales, a través de multitud de testimonios gráficos y escritos. Se diría que sobre los padecimientos bélicos que sufrió Occidente ya lo sabemos todo, pero de súbito surge, aquí y allá, una nueva visión que vuelve vírgenes los ojos, pues el escalofrío de lo sanguinario, no por viejo y conocido, es menos impactante. Ejemplo insuperable de ello es Historia de un Estado clandestino, de Jan Kozielewski (Lodz, 1914-Washington D.C., 2000; Karski fue su seudónimo), uno de los documentos más importantes sobre la invasión de los nazis en Polonia, sobre los guetos de Varsovia, sobre los campos de exterminio, sobre todo un «mundo derrumbado».
.....El lector lo comprobará si recorre el episodio «Tortura», en el que Karski cuenta cómo le machacaron los agentes de la Gestapo hasta dejarlo moribundo y con todas las ganas de un suicidio que no pudo consumar; o el llamado «El gueto», donde el autor contacta con dos líderes judíos de la Resistencia que le encargan una misión capital en su inminente viaje a Londres: «Estábamos a comienzos de octubre de 1942. En dos meses y medio, en un barrio de Polonia, los nazis habían cometido trescientos mil asesinatos. En efecto, yo tenía que informar al mundo exterior de un tipo de criminalidad sin precedentes» (pág. 434); o las páginas de «Morir en agonía...», que narra cómo Karski ve in situ las atrocidades de un campo para poder dar cuenta de ello de forma fidedigna al comandante en jefe y primer ministro polaco instalado en el Reino Unido.
.....Karski, hombre muy católico y amante de la demografía, que estudió para ejercer la diplomacia, que le encantaba exprimir al máximo lo que ofrecía la vida: la equitación y el esquí, los idiomas y la literatura, los viajes y el colectivismo en pos de un ideal democrático, con su excelente tono narrativo se convierte es nuestro particular Virgilio: nos lleva de la mano por un Infierno –perdóneseme el tópico– que no cabe ni en la imaginación más retorcida, y caminamos con él por esa «ciudad de la muerte», «espantosa ruina de sí misma», que fue Varsovia desde septiembre de 1939, cuando los nacionalsocialistas, «como represalias por las pérdidas sufridas, comenzaron con las matanzas de cientos de inocentes» (pág. 349). Hasta alcanzar casi dos millones de muertos a inicios de 1942. «Juegan antes de morir», tal era el comportamiento de los niños esqueléticos en el gueto, mientras los adultos vagaban como zombis en escenas tan macabras que a Karski le provocaron náuseas durante varios días. Aquellos recuerdos iban a ser, indefectiblemente, sus «posesiones permanentes».
.....A estos episodios de una dureza incomparable, se le unen todos los que están relacionados con la forma en que se preparó, en una habilísima clandestinidad, una Resistencia –Karski destaca el papel de las mujeres, verdaderas mártires que tenían mucho más que perder que los hombres– que llevó a cabo grandes acciones: periódicos que se repartían entre la población judía, escuelas en las que recibieron educación primaria unos cien mil niños, redes de producción de papeles de identidad falsos con los que sortear a los agentes de la Gestapo... El propósito de la Resistencia era «mantener la continuidad del Estado polaco, que sólo por accidente ha debido descender a la clandestinidad», explica al comienzo, cuando Polonia constituye el paradigma de país acosado, humillado y aniquilado. Un productor cinematográfico astuto haría una película sobresaliente con todo este material que ya presenta un estilo lleno de escenas muy visuales y guiones de un inusitado realismo y emoción. De hecho, la obra empieza casi como una novela de Tolstói, con Karski en un baile, tras su periplo universitario pasado en Suiza, Inglaterra y Alemania, en unos días en que el ejército polaco está siendo movilizado. «Alemania era débil» y los aliados la iban a derrotar pronto, se presumía en agosto de 1939, pero luego entra en juego el Ejército Rojo, que hace a Karski prisionero, y ahí empieza el vía crucis que lo lleva a una serie de aventuras de huidas, espionaje, suspense máximo y heroicidad.
.....El libro, escrito en inglés, fue publicado en 1944 –se dice que fue un best-seller al venderse 400.000 ejemplares–, poco después de que Karski se entrevistara con el presidente Roosevelt en la Casa Blanca para hablar de los derroteros de la guerra y la situación de los judíos. Antes, el autor había atravesado la Europa fascista, viviendo mil y una peripecias por su otrora querida Francia –«Mi posición se asemejaba a la de un padre confesor para cada partido; era, más exactamente, un verdadero “canal” entre Varsovia y París»–, hasta alcanzar Gibraltar y, desde allí, poner rumbo a Londres, donde su mensaje podría ser divulgado en libertad. Entonces, se sucedieron los reconocimientos por su valentía y compromiso, tanto en Gran Bretaña como de inmediato en Washington, pues, ya sin su tapadera, seguiría ayudando a la causa polaca desde Estados Unidos (fue profesor en Georgetown de 1952 a 1992 y se erigió una estatua en su honor); su testimonio fue todo un impacto y no tardaron las traducciones. Curiosamente, este volumen capital para conocer las acciones de Hitler y las SS aún no estaba disponible en español; un vacío ahora enmendado gracias a la gran iniciativa de la editorial Acantilado y a la traducción de Agustina Luengo.
.....Nos decían de pequeños que la historia de Polonia era la más triste de todas las naciones. El libro de Karski da la razón, con una intensidad literaria de primer orden, a tan desoladora y certera afirmación.

Publicado en La Razón, 10-III-2011

martes, 8 de marzo de 2011

Las nieves de hace un año

“Más raro fue aquel verano / que no paró de nevar…”, dice la canción de Joaquín Sabina. No era verano, ni siquiera primavera, pero igualmente excepcional fue el hecho de que Barcelona viera caer una nieve propia de otros lugares del norte o interior de España o allende los Pirineos. Fue un día especial, mágico, milagroso. El patio de la Casa Vieja se quedó blanco: la canasta de baloncesto sobreviviente de la infancia, las flojas cuerdas de tender la ropa, el suelo naranja frente a la pared donde escribí una cita de Dante, de su Vita nuova, y ante la que todo niño que nos visitaba era obligado a pintar a su aire con tizas de colores… La ciudad se colapsó y mucha gente se quedó atrapada, teniendo que quedarse a dormir en las escuelas de las colinas. Yo recorrí por la tarde en coche la ciudad de punta a punta, para contemplar la vita bianca, mirando sin creerlo ese capricho del clima que tal vez no vuelva a repetirse el resto de siglo. Han pasado 365 noches. Ayer mismo, frente al puerto, en un día espléndido de sol, con las Ramblas y los restaurantes paelleros repletos de turistas en manga corta, me preguntaba: “¿Mas dónde están las nieves de antaño?”.

jueves, 3 de marzo de 2011

Un diario iluminado



La experiencia de leer a Sidonie Gabrielle Colette rebasa prejuicios o expectativas. Sus libros son a veces imposibles de comentar; sólo hay que sentirlos, ni siquiera comprenderlos del todo. Cómo haría esta mujer para dotar de una sensualidad mortecina, de una ternura fresca e inocente, textos que van más allá de los géneros tradicionales. Ella misma fue una obra humana miscelánea: activista en las dos guerras mundiales, actriz de sus propias comedias, espíritu libre y bisexual, «negra» para su primer marido –el farsante, infiel y explotador Willy–, artista de variedades polémica, fundadora de un instituto de belleza y perfumes... y narradora prolífica, pues más de setenta libros la contemplan.


El fanal azul participa de esta reinvención creativa continua que desarrolló Colette: «Quería que este libro fuese un diario. Pero no sé escribir un verdadero diario (...) Escoger, anotar lo que fue notable, quedarse con lo insólito, eliminar lo banal, etcétera, no es lo mío», dice al comienzo. Y afortunadamente, pues así la autora, en esos años (1946-1948) en que padeció una grave artritis que la obligó a permanecer en reposo, pudo dar rienda suelta a sus observaciones y recuerdos con la libertad que la caracterizó, con el bello e infantil deslumbramiento que demostró por todo.

Este asombro perpetuo se palpa en unas memorias que decepcionarán a aquellos que esperen conocer las etapas de Colette, pero que agradarán a los que busquen el alma, la sensibilidad de una escritora que, con setenta y cinco años, hace poesía tras contemplar sus animales, las cartas que recibe o sus herramientas de coser, amén de recordar a sus viejos amigos: Jean Marais, los miembros de la Academia Goncourt o Jean Cocteau. Colette empezaba el día con «la luz del fanal desde temprano», y se ponía a escribir. Hoy, aquel ensimismamiento es una lección de dulces sorpresas para los que la leemos.

Publicado en La Razón, 3-III-2011

martes, 1 de marzo de 2011

"Mi" encuentro con George Steiner



Hará unos cuatro años: en el centro de Barcelona. El Ayuntamiento o la Generalitat invitó a George Steiner a dar una conferencia en un salón elegantísimo y antiquísimo de las ricas instalaciones que los políticos ocupan gracias a nuestros impuestos. El acto se había organizado como si el papa de Roma y Obama hicieran un dúo en directo. Invitaciones personales, todo un público con traje y corbata, una pantalla con la imagen del invitado y traducción automática al catalán... Le pagaron como a una estrella de rock y el sabio abandonó el espacio como si fuera una estrella de fútbol. En aquel magno día para el egocéntrico nacionalismo político (a Steiner se le vio el plumero cuando hizo una referencia a la nación catalana, en el marco de una reflexión sobre Europa, para cobrar bien sus honorarios), no vi a ninguno de nuestros escritores funcionariales, a ningún intelectual. Sólo gente de clase alta que escuchaba sin entender un pimiento a un señor viejo que tan pronto hablaba del Big Bang como de Joyce.

Por supuesto, yo era el único (eso sentí) que había leído a Steiner, que sabía quién era. Así que, emocionado por ver de cerca al gran crítico, me acerqué a saludarlo. Hasta que un guardia de seguridad, con muy malas maneras, me paró en seco. Cuidado. No hay que tocar a esa vaca sagrada de la intelectualidad, me dijo con su mirada felina. Sintiéndome como un terrorista, aduje que yo sólo aspiraba a que me firmara un ejemplar de su Errata. El guardián me miró mal, pero el bondadoso Steiner, con una media sonrisa que quería decir qué guay qué famoso soy, hizo un ademán al acompañante para indicarle que el súbdito (yo) podía acercarse a su real mano. Recuerdo que Steiner tenía su brazo izquierdo como inutilizado, y que me hizo un garabato con la otra mano en el libro que llevaba. Al instante desapareció con la comitiva que le llevaría al hotel de lujo y al asiento en primera clase de avión que yo le había pagado como contribuyente.

Qué imagen más penosa, más desagradable me dio George Steiner aquella noche. Él, que se ufana de ser profesor, y por lo tanto de estar cerca de los jóvenes, permanecía en su burbuja de mírame (admírame) y no me toques. Su conferencia había sido de una pedantería insoportable, muy lejana al espíritu didáctico y divulgativo que han de tener los verdaderos maestros. Steiner, qué lástima, tiene esa arrogancia del erudito que se sabe poseeedor de algo que los demás no tienen y que tan bien expresa en sus libros. Como el pequeño texto El silencio de los libros, escrito que no añade nada nuevo a su obra ensayística y cuyos elementos redundantes hace que a veces me plantee la dimensión del idolatrado crítico. Un señor petulante al que sólo es posible estimar desde lejos, tan lejos como alcanza nuestra infinita ignorancia.