jueves, 28 de abril de 2011

Vida breve de una gótica sureña




Flannery O’Connor: treinta y nueve años de vida enfermiza, religiosa y consagrada a la literatura; dos novelas y treinta y dos cuentos en su haber. Fin. No hay nada más que saber en su discreta andadura de soltera aficionada a criar aves y a pintar, pero el profesor universitario Brad Gooch (1952) ha querido bucear en ese océano casi vacío de acontecimientos y pasiones: un trabajo arriesgado con resultados excelentes. Nacida en 1925 en Savannah, Georgia, y muerta en 1964 por un lupus de origen metabólico, O’Connor cumplió con el destino que le estaba reservado: escribir. Lo hizo desde niña hasta horas antes de expirar. Y en medio de todo ello, proclamó su fe católica en una zona de rígido protestantismo.


Gooch sigue esta peculiar existencia, poco agradecida a la hora de ser biografiada, con una meticulosidad ejemplar: su trayectoria académica, la impronta de su carácter –callado pero poseedor de un ingenioso humor negro– en los que la conocieron en el colegio, en el taller de escritura de Iowa al que asistió muy joven, en la colonia de artistas Yaddo, donde conoció a Patricia Highsmith, Katherine Anne Porter y al poeta Robert Lowell... A los veintitrés años, O’Connor es una maestra del relato corto y prepara su novela Sangre sabia, que adaptará al cine John Huston.


Tardó seis años en escribirla, explica Gooch, y provocó un escándalo en su pueblo, además de críticas tan elogiosas como negativas. Y es que el Sur es tierra de narradores que, como Faulkner o Carson McCullers –por la que sentía «una profunda aversión», al igual que por otros sureños como Truman Capote y Tennessee Williams–, hacen de la realidad un espejo grotesco, de seres cuya gótica anormalidad representa la monstruosa normalidad de nuestra esencia.


Absolutamente todos sus lectores destacan el impacto de leer la aspereza y austeridad de sus argumentos y la fuerza estremecedora de las acciones narradas. Gooch rastrea cómo se concibieron cuentos como «El negro artificial» o «La espalda de Parker», y cómo surgió su segunda novela, Los profetas.


La vida en muletas de O’Connor, sin lamentos, de conferencia en conferencia por universidades –incluso con visitas a la televisión, a su pesar–, o tras los pavos que cuidaba en Andalusia, la granja de productos lácteos que regentaba con su madre, o su viaje a Lourdes tras el milagro de la curación se abren a nuestro conocimiento y percepción. Pero ni aun así se logrará captar el simbolismo de una obra que encierra asombros imperecederos, sus relatos «sobre el pecado original», sus historias tocadas por una inspiración espiritual y un talento descriptivo inmarchitables.

Publicado en La Razón, 28-IV-2011

viernes, 22 de abril de 2011

Corrupción en Los Ángeles




El incombustible Thomas Pynchon (1937), hombre invisible de las letras americanas dada su legendaria querencia a no desvelar ni una sola imagen de sí mismo, vuelve a mostrar su peculiar creatividad gracias a Vicio propio. Y es que, al leer al autor neoyorquino, a uno le asalta la misma sensación que señaló bien Harold Bloom al hablar de La subasta del lote 49, novela de 1966: «En parte a la manera de Kafka, se ha hecho ininterpretable salvo mediante la elección personal y acaso arbitraria de cada lector». Afirmación que cobró una dimensión absoluta con El arco iris de la gravedad (1973), primero calificada de obscena pero luego ganadora del National Book Award, premio que recogió un cómico haciéndose pasar por el autor.

En efecto, lo surreal y lo absurdo late en parte de la narrativa de Pynchon, aunque bajo una aureola de realismo crudo y cercano, la cual lleva a esa impresión de desconcierto que puede atraer a muchos y repeler a otros tantos. En este caso, todo gira alrededor de la búsqueda del magnate inmobiliario Michael Wolfmann, relacionado con una amiga del protagonista y al que vieron subirse a un barco de contrabando.


Así, el hippy Doc Sportello, «sabueso que busca a personas desaparecidas», intenta esclarecer a dónde ha ido su exnovia Shasta –antigua Reina de la Belleza y actriz ocasional– con el corrupto Wolfmann, lo que le conducirá a relacionarse con variopintos personajes entre «un bullicioso hervidero de buscadores de juerga, bebedores y surfistas gritando por los callejones, drogatas...». Pynchon, con altas dosis de ironía, retrata los años setenta y aprovecha para atacar a las instituciones estatales, la clase alta metida en turbios asuntos y el poder alineante de la televisión. Se trata de un buen espejo sociopolítico en medio de una trama enrevesada que se pone en marcha tras el asesinato del guardaespaldas del magnate, la aparición del chulesco policía Bigfoot Bjornsen y el supuesto homicidio de un músico surfero llamado Coy.

Lo mejor, dentro de un argumento bastante irregular, como de bola de nieve que se agranda pero cuya dirección es imprevisible, es el tono de novela negra, los diálogos chispeantes entre policías y buscavidas, y el ambiente que nos transporta al periodo del éxtasis de la marihuana, las camisas hawaianas, las tablas de surf y las canciones de The Doors. Pynchon rescata una etapa que siempre será atractiva y mantiene el encanto propio de un momento y lugar en el que la libertad, la ambigüedad sexual y el mundo nocturno tomaron las vidas de una nueva generación.

Publicado en La Razón, 21-IV-2011

domingo, 17 de abril de 2011

El cine, el yo y yo

En agradecimiento a Ainhoa

Me paro a pensar y percibo cómo el cine ha trascendido en mi vida hasta filtrarse por mi instinto literario. Echo un vistazo a mis obras y compruebo cómo el recurso de acudir a una sala para ver una película ha sido uno de los momentos narrativos donde muchas cosas se insinúan y hasta se explican. Pues la metáfora del encerramiento de un cine es universal y proyecta sensaciones y efectos del todo sensibles para cualquiera.

En un libro inédito de artículos sobre cine, hablo de cómo «en una existencia en la que pocos tienen clara la línea que separa lo realista de lo falso, todos somos en cierta medida peliculeros que adoptan rictus o pensamientos o iniciativas que hemos descubierto antes en una pantalla de cine». De ahí que ese libro citado solo haya podido crecer modelado por un género híbrido: el de hablar con tono de ensayo sobre películas que, muy particularmente, han marcado con fuego mi reacción emocional o me han llevado a recuerdos y anhelos hondos. Ver cine, pues, como una suerte de autobiografía.

En mi primera novela, Solos en los bares de noche, hay media docena de veces en las que aparece la palabra cine. Su protagonista, un joven a la deriva entre Dublín y Barcelona, encuentra en una sala de cine un refugio, una cueva para el sosiego que fuera no tiene la dicha de disfrutar: «La ciudad empezaba a oscurecerse y no sabía adónde ir a esas horas. Comenzó, pues, simplemente a caminar, acordándose de repente del cine donde había descubierto, años atrás, que en una realidad de blanco y negro se sentía mucho mejor». Se menciona concretamente It’s a wonderful life, de Frank Capra.

Luego, en Hildur, la referencia a ir al cine, a ciertas películas, en este caso en una de Almodóvar, es trascendental para captar la personalidad del pianista Hans, y también de su novia Hildur. Ellos frecuentan una sala céntrica de Reikiavik, «en ese tiempo en que los gestos y las palabras podrían formar el fondo y la forma de una película de cine, en el mismo tiempo en que somos los protagonistas de los fotogramas que alguien —el otro yo que almacena los recuerdos— está rodando de forma omnipresente, omnipotente, como un dios chismoso y gandul».

Esas dos novelas son mis dos poemas en prosa. Es decir, nacen con la misma pretensión proustiana de cierta languidez melancólica, de río de palabras que quieren surcar una corriente que aúne pensamiento y sentimiento, haciendo que la acción novelesca, aunque sea frecuente o intensa, siempre quede cobijada por el fluir del lenguaje: «Lejos, lejos. Hildur se siente lejos estando tan cerca de Hans, y quisiera abrazarlo si no fuese absurdo hacerlo en esta secuencia de la película que escribe, dirige y protagoniza ella misma». Esos personajes narrativos se mueven con cierto «dramatismo teatral copiado mil veces en el cine», como creo que nos solemos mover todos en la vida ¿real?

Por eso, cuando en mi librito de poemas y crónicas estadounidenses Escenas de la catástrofe, cuento cómo una pequeña avioneta me conducía de Filadelfia a Brooklyn, mi visión desde el cielo del sky line neoyorquino es interpretada como una mentira, porque es más propia de un travelling visto en mil y una películas que de mi experiencia fidefigna. En la otra de las crónicas, mis pasos atraviesan la cortina del tiempo y de repente estoy instalado en el barrio de Hampden, en Baltimore, pero sobre todo estoy en cafeterías con camareras de los años sesenta vistas en el cine, o dentro de una película de John Waters.

Y qué decir de Labor de melancoholismo, libro asentado en el carácter de un sujeto poético, solitario, angustiado, que protagoniza poemas autobiográficos con fuerte tendencia a la teatralización fílmica. En el poema «Engaño», ese individuo siente la distancia que le separa de su amante; los últimos versos dicen: «Yo seguí tu sombra desde la cama / y encendí la tele. Marilyn Monroe / decía: “He dejado de amarte, John...” // En el amanecer tú ya no estabas». Experiencia real fundida en la experiencia ficticia: la segunda complementa la segunda, y a veces la primera surge de forma aprendida en la segunda.

jueves, 14 de abril de 2011

El amor de lejos


El amor forzado y casi absurdo de Swann por Odette concebido por Marcel Proust flota sobre Una noche con Claire (1929). Un lirismo semejante, una memoria imperdurable enmarca esta seductora novela de Gaito Gazdánov (1903-1971) que retrata el tiempo de la Revolución, y el antes y el después de un enamoramiento desangelado, el que siente el protagonista por una chica de talante caprichoso, que aparece y desaparece para nutrir la obsesión del soldado Sosédov. Este, pese a la distancia que impone la guerra, se mantendrá pendiente de las rememoraciones de esa mujer de dieciocho años, «francesa y extranjera», a la que conoció en París y con la que retomará el contacto un decenio después para darse cuenta que ha perdido esos años de su vida anhelándola y recordándola.

Asegura Patricio Pron en el prólogo que Gazdánov era «una figura recurrente de la populosa colonia rusa en París» y estaba relacionado con el llamado «Russki Montparnasse», compuesto por seguidores de Proust, Kafka, Gide y Joyce, en una apuesta por «la profundización en la psicología del personaje». Y en efecto, su literatura refleja ese compromiso por las pasiones interiores, lánguidas y etéreas. «En cualquier amor hay tristeza», dice Sosédov, algo que alimenta con fruición con un romanticismo que alcanza su cenit en la página 120, cuando verbaliza su espera perpetua ante la amada Claire, a la que contempla embelesado.

Gazdánov publicó esta novela en 1929, un año después de que empezara a trabajar como taxista en París (lo dejó en 1953). De ahí surgió su otra obra traducida estas fechas al castellano, Caminos nocturnos (Sajalín Editores), una joya peculiar, hipnótica, sobre los desgraciados –prostitutas, borrachos, vagabundos– a los que conoció de madrugada mientras recorría la ciudad. En la introducción James Womack habla de «una precisión de forense» al comentar el talento descriptivo-sentimental de Gazdánov, un autor en verdad excepcional que ahora brilla tras demasiado tiempo sufriendo un olvido inmerecido.

Publicado en La Razón, 14-IV-2011

domingo, 10 de abril de 2011

Entrevista capotiana a Guillermo Busutil


En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Guillermo Busutil.


Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?

Es difícil porque tengo varias “islas” secretas. Si me dejas dos, diría que París y Zahara de los Atunes.

¿Prefiere los animales a la gente? Donde esté una persona con corazón, piel y capacidad de charlar, que se quiten los gatos, los perros...

¿Es usted cruel? No.

¿Tiene muchos amigos? Tengo muchos conocidos y amigos muy selectos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Sinceridad, complicidad y lealtad.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Los amigos de verdad, no.

¿Es usted una persona sincera? Generalmente digo lo que pienso y lo que siento, aunque a veces puedo suavizarlo.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Viajando en buena compañía y con unos cuantos libros.

¿Qué le da más miedo? Perder a un ser querido antes de tiempo.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Muchas cosas de la realidad actual, pero sobre todo la injusticia.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Siempre me han atraído la pintura, la arquitectura y el cine. Pero también me hubiese gustado ser pianista de jazz.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Siempre he sido deportista pero por la falta de tiempo ahora me conformo con el pilates.

¿Sabe cocinar? Sí, y me gusta bastante.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? He tenido la suerte de entrevistar a algunos, pero creo que me hubiese encantando entrevistar a Leonardo Da Vinci.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Amor.

¿Y la más peligrosa? Poder.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No soy destructivo hasta ese punto.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Siempre defenderé la izquierda ilustrada, autocrítica y abierta al pluralismo.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Soy afortunado de ser lo que elegí siendo niño.

¿Cuáles son sus vicios principales? No tengo ningún vicio principal.

¿Y sus virtudes? La capacidad de esfuerzo y de trabajo, la confianza en mí mismo y otras que no me corresponde a mí desvelar.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Hasta que uno no se encuentra en esa situación es difícil saberlo.

T. M.

jueves, 7 de abril de 2011

Ebriedad del hijo pródigo



De tal narrador alcoholizado y con ánimo autodestructivo, tal astilla hecha de erráticos pasos, destino de bebedor compulsivo y literato cáustico también. Dan Fante (1944) huyó de Los Ángeles a los veinte años para irse lo más lejos que pudo dentro del país, a Nueva York, poniendo distancia entre su padre, el novelista y guionista hollywoodiense John Fante, y el hogar en Malibú dominado por ese hombre que, según su hijo, se vendió a los estudios de cine y vivió amargado y amargando a los demás.


Chump Change (título tomado del argot: algo de poco valor u hombre en paro) es la catarsis particular de Dan Fante, su modo de cerrar heridas pasadas, retomar su vocación literaria, reconciliarse con la memoria –la suya existencial y la de su padre artística– y crear un punto de inflexión en su andadura. Su regreso de NY a LA para presenciar los últimos días de un John Fante ciego, al que han amputado una pierna y se está muriendo «por una insuficiencia renal y diabetes» será para el protagonista un vía crucis demente, pleno de delirio alcohólico y encuentros delirantes con lo más barriobajero de la ciudad, pero paradójicamente tal peripecia le salvará de tocar fondo del todo.


Esta primera novela, divertidísima y dura, conmovedora y despiadada, que nadie en Estados Unidos quería publicar hasta que pudo ver la luz en 1998, es el contrapunto perfecto a las narraciones memorables de John Fante, de su magistral Pregúntale al polvo –que tanto fascinó a Charles Bukowski, hasta el punto de visitar al autor en el hospital–, Sueños de Bunker Hill o Espera a la primavera, Bandini, obras de gran impronta autobiográfica y de una densidad argumental propia de alguien acostumbrado a escribir frases que siempre han de ser relevantes para la gran pantalla. Dan Fante hereda ese talento por completo y, tal como había hecho su padre con su álter ego Arturo Bandini, él también usa un alma gemela llamada Bruno Dante, mostrando un maravilloso don para atrapar al lector con elementos poéticos y sórdidos hasta el punto final.


"Era vital y honesto. Su sinceridad te estallaba en la cara», dice Bruno a un dependiente de una librería al referirse a su padre, «un gran escritor desconocido [que] había sido silenciado fatalmente», y lo mismo se puede decir de Dan Fante: su prosa impudorosa capta lo peor de los instintos humanos en escenas desternillantes, retratando la ciudad de Los Ángeles con perspicacia a golpe de botellas de vino y whisky. Por desgracia, Dan Fante es carne de etiqueta: realismo sucio, outsider, semejante a Bukowski... De acuerdo, pero con clase. Tanto, que el hombre que lo desatendió, el grandioso John Fante, estaría orgulloso de un relato tan perfecto como Chump Change.


Publicado en La Razón, 7-IV-2011

sábado, 2 de abril de 2011

Entrevista capotiana a Luis Magrinyà


En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Luis Magrinyà.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Si no pudiera salir de él, casi me daría igual un lugar que otro. Prefiero reservar mis elecciones para algo que no sean pesadillas.

¿Prefiere los animales a la gente? No, para nada. Me encantan los animales, pero la gente es mucho mejor. Y eso que he leído a Temple Grandin.

¿Es usted cruel? Ah, supongo que alguna vez lo he sido. En mis escritos a veces noto alguna crueldad, cada vez menos. Estoy convencido de que es un vicio del que hay que quitarse.

¿Tiene muchos amigos? Creo que bastantes, la verdad.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Los amigos vienen con sus cualidades de casa. Si uno los eligiera por sus cualidades, ¿no sería lo mismo que elegirlos por interés? Dicho esto, adoro a los amigos que son, ante todo, divertidos.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Eso de los amigos que decepcionan he llegado a pensar que es una invención literaria. Será que he tenido suerte. Es cierto que algún amigo ha dejado de serlo, pero ese distanciamiento yo no lo definiría como decepción, sino como pérdida de interés.

¿Es usted una persona sincera? La sinceridad es una cualidad muy sobrevalorada. Y tremendamente empantanada en el irracionalismo: ocupa lo más alto en la escala de valores de los concursantes de Gran hermano. Creo que era Turguénev quien decía que una verdad a destiempo es mucho peor que la mayor de las mentiras. En sociedad, prefiero la cortesía. Y, si uno no es demasiado tonto, entiende muy bien lo que se dice con cortesía. ¡Y no insiste! Ahora bien, en los libros, sí busco sinceridad. Es decir, quiero que el autor me cuente realmente lo que a él le interesa, no que sea sólo un eco de lo que dicen por ahí que es interesante.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?.No tengo hobbys. Un brujo me dijo una vez que yo no descansaba ni durmiendo. Salí con la impresión de ser un completo pirado.

¿Qué le da más miedo?.Cualquier cosa, soy muy miedica. Me da vergüenza admitirlo, pero es así.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?.Me escandalizó, por ejemplo, Pompas fúnebres de Jean Genet. Y luego, supongo que por impotencia, me escandaliza mucho la zafiedad cuando está sancionada.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? ¡Llevar una vida creativa! (Los escritores no llevan una vida creativa.)

¿Practica algún tipo de ejercicio físico?.Este año estoy muy vago pero normalmente no es así. Estoy contento cuando consigo ir al gimnasio tres veces por semana.

¿Sabe cocinar?.No. Hago la comida.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?.Soy tan poco mitómano que tendrían que encargármelo. Pero, si me lo encargaba el Reader’s Digest, seguro que todo me parecía genial. ¿Qué tal «María Antonieta en el Petit Trianon»? ¡Haría ese encargo!

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?.Esperanza, ¿no?

¿Y la más peligrosa?.Ah, cualquiera. No se me ocurre ni una sola palabra que no pueda ser tergiversada. Pero no hay que ponerse trágicos. La historia de la lengua es la historia del cambio semántico. Siempre se pueden oponer otras palabras a las palabras tergiversadas. Siempre es posible contraatacar.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien?.No, hombre.

¿Cuáles son sus tendencias políticas?.El otro día vi una pintada que me encantó: «Si votas, ¿de qué te quejas?». Si esta respuesta parece ingenua, inmadura y hasta retrasada, remito a la respuesta anterior sobre las palabras peligrosas.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?.Pues un delfín, ya saben, ese tiburón gay. O un oso.

¿Cuáles son sus vicios principales?.La pereza, la indecisión y el temor.

¿Y sus virtudes?.Las que consiguen vencer la pereza, la indecisión y el temor.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?.¿Otra vez con las pesadillas? No me lo imagino, supongo que vería lo mismo que ve todo el mundo. Algunos expertos en ECM (experiencias cercanas a la muerte) no han podido dejar de manifestar su desilusión ante lo limitado del repertorio de esas imágenes. Al final parece que hasta el reino de lo insondable no es más que un principado de dimensiones bastante mezquinas.

(PS. Ésta es una declaración jurada a fecha 2 de abril de 2011. Dentro de unos días, ya veremos.)

T. M.