domingo, 24 de julio de 2011

Amy Winehouse: las alas derretidas


Decía el dramaturgo irlandés John Synge una de esas verdades incuestionables de las que uno se acuerda en cuanto la vida da uno de esos golpes que hace que se tambaleen todas nuestras certezas: “La única tragedia es que los jóvenes mueran antes de tiempo”. Y cuando el joven de turno encima tiene ciertas virtudes, algún talento especial que lo distingue de los demás, se apodera de nosotros un halo de fatalidad, algo así como una espíritu de resignación, como si ya contáramos con que los dioses cumplen de vez en cuando su temida costumbre: llevarse antes al que se acerca a su grandeza.

Amy Winehouse podía haber sido perfectamente la nueva diosa del rythm and blues, de cualquier género jazzístico que se hubiera planteado desarrollar. Sus extraordinarias cualidades vocales así lo indicaron, y la crítica se hizo eco de ello enseguida. La ensalzaron sin dudarlo, pero qué poco tiempo ha tenido para corroborar tales elogios. Y es que tener un don también constituye una esclavitud, como dijo Truman Capote. Es una maldición y una bendición, y quien no aprenda pronto a asumir su éxito, a entenderse en el mundo mediante el poder creativo que le ha sido concedido, puede caerse desde lo más alto. Sus alas se derretirán como a Ícaro, que se acercó demasiado al sol. Winehouse se aproximó en demasía a la autodestrucción, no amaba su talento lo bastante para gozar de la gloria que el destino le tenía reservada, y se ha añadido a la lista interminable de mitos caídos en la juventud.

Tal lista, compuesta de cantantes, músicos, escritores, actores… que pronto nos vienen a la cabeza en cuanto otro joven artista muere antes de tiempo, que vivieron peligrosamente dejando un cadáver apenas veinteañero, siempre tendrán como rasgo común un rechazo a la vida consustancial a su persona. Vivieron porque no tuvieron remedio; y se rechazaron a sí mismos mientras todos aceptábamos que eran formidables. La necesidad de tener nuevos ídolos nos nutrió, pero no nos dábamos cuenta de que ellos se iban vaciando, se iban despreciando a sí mismos. Nos enviaron señales para decírnoslo, y no supimos entenderlas. Ahora ya es tarde de nuevo.

Publicado en La Razón, 24-VII-2011

jueves, 21 de julio de 2011

Autobiografía de la viuda de Norman Mailer


Nunca me interesó Norman Mailer como escritor; sus obras me han parecido pretenciosas, aburridas y pesadas, por mucho que tuviera el mérito de, con solo 25 años, publicar el tocho Los desnudos y los muertos. Este tipo de personalidades tumultuosas, insatisfechas, monumentales, son excesivas en la vida y en la literatura, y se salen de la tangente, y no miden bien las cosas, ni en el arte ni en la convivencia. Mailer escribió libros de más de mil páginas, y tuvo tantas amantes y amigas con derecho sexual y monetario que ni se acordaba de todas. Su vida como figura social del Nueva York más popular y glamoroso, su trabajo en el mundo del cine o su presencia como líder de opinión política es considerable, pero sus premios Pulitzer o su encanto personal se desmenuzan al lado de su mujer (la sexta), Norris Church Mailer (1949-2010), que escribió la autobiografía que acabo de leer, Una entrada para el circo (editorial Circe), título que solo obedece a un epígrafe de la propia autora (no tan egocéntrica como su marido aunque de talante orgulloso) pero que ofrece un contenido de lo más variado y entretenido.

Los amantes de cotillear en las trayectorias íntimas de los escritores están de enhorabuena. Norris no se corta un pelo y confiesa todas las glorias y miserias domésticas de ella misma y luego del que fuera su marido durante treinta y tres años. Modelo, pintora, actriz ocasional, escritora… Esta todoterreno es mucho más interesante que Mailer, fornicador compulsivo con cualquier hembra que se le pusiera a tiro, un niño grande bondadoso pero inmaduro que amó profundamente a su esposa, tuvo un hijo con ella (el octavo) y la engañó mil veces sin saber, quizá, que el único engañado era él mismo. A una mujer hermosa que te quiere pese a tu edad y aspecto envejecido, te considera el hombre más sexy del mundo y acepta la presencia más o menos cercana de cinco ex esposas y siete hijos ajenos, y se entrega sin dudas a ti, trasladándose a tu ciudad y dejando a su hijo (fruto de una juvenil relación destinada al fracaso) al cuidado de sus abuelos en Arkansas en lo que se adapta a la nueva vida, hay que ponerle un altar, no acostarse con viejas amigas viejas, gordas y feas y mentirle en la cara.

Y pese a todo, Norris fue feliz amando a Norman, disfrutó de una vida fascinante, vivió en primera persona multitud de eventos literarios y políticos, y desarrolló toda su polifacética creatividad. Su biografía tiene coraje, dolor, alegría, bondad, incertidumbre, y lo que es más importante, talento literario. ¿Se traducirá algún día al castellano alguna de sus novelas para que podamos ver si, incluso como narradora, fue más equilibrada, más temperada que su excesivo esposo?

domingo, 17 de julio de 2011

Gustave Courbet: hacer arte vivo

Bienvenidos a la culturilla de bolsillo gestionada por los grandes museos. Vamos a asistir al cóctel de cuadros, bajo un prisma accesible pero profundo, con un pretexto banal y facilón. Le ponemos un buen título para destacar las pinturas de un artista grande, lo rodeamos de otros mediocres u olvidados, o de épocas que nada tienen que ver… et voilà, ya tenemos una colección que acumula colas en la mesa de los tickets y que incluso ha disfrutado de una prórroga.

En su momento, pude admirar a Gustave Courbet en un verano parisino, e incluso traerme, ejem, una lámina de El origen del mundo a casa, hoy perdidas (la lámina y la casa, por diferentes razones originales que obedecen a otros mundos), y es hoy, en un día achicharrante en Montjuic, en el Museu Nacional d’Art de Catalunya, cuando llego con la ilusión de una cola asumible y el gozo de ver los autorretratos del provocador artista.

Viene luego, de inmediato mejor decir, la decepción. “Realismo(s). La huella de Courbet” es un título tan pedante como interesante para una exposición. Yo, ávido de cualquier cosa que tenga que ver con la reflexión sobre el realismo en todo arte, entro dispuesto a aprender y prender miradas. Sin embargo, el titulillo se impone en su vulgar propuesta en cuanto doy un paseo por diferentes salas que tienen un inicio cuestionable: el texto de la pared que da la bienvenida es pobre y tanto yo como mi acompañante tenemos que leerlo de nuevo para entenderlo (ella en inglés, yo en catalán, pero nada), aunque no le doy importancia. Todo redactor de textos de paredes de museos tiene un mal día, así que enseguida me sonrío de placer al presenciar los autorretratos de Courbet: primero el que sale con su perro negro, El hombre de la pipa, El artista herido, El chelista, El desesperado… Qué barbaridad, el nivel de esos retratos de sí mismo, en su introspección, en su fuerza expresiva, resulta demoledor. Y estarán acompañados por un par de joyas: La vidente, retrato de una mujer verdaderamente inquietante, y una pintura que si no tiene una altura artística similar al resto de su obra, desde mi modesto punto de vista, guarda un valor superlativo que va más allá de su técnica pictórica, pues El sueño (1866) es el primer cuadro de contenido lésbico de la historia de la pintura, que no pudo ser expuesto hasta un siglo después.

Qué valiente, qué decidido, qué genial Courbet, que pintó por encargo, y pidiendo 20.000 francos por él, L’origin du monde, que acabaría en manos del psicoanalista Jacques Lacan. El cuadro no ha venido a Barcelona, pero en un acto de cutre-representación, en la salida, ese coño célebre se proyecta en un monitor, captando en diversos fotogramas la anatomía por partes de un cuadro de por sí bastante pequeño. Para que a nadie de culturilla media (el que se deja caer en una exposición, el que lee algún best-seller de autor reputado, el que deja en el telediario la noticia cultural del momento con el fondo de música clásica que ponen) no le pase desapercibido el hecho de que Courbet es el autor de esa polémica obra maestra del realismo y la sensualidad.

Pero ¿y el citado realismo? Los incompetentes textillos de las paredes aluden a que Courbet fue el inventor del Pabellón del Realismo, pero ni se dignan a explicar qué es eso. En una especie de cebo tan rudimentario como ansioso, el comisario de la exposición ha hecho un mix con las obras que habrá tenido al alcance, ha movido la coctelera y ha dicho: bueno, tengo a mi alcance obras de autores catalanes de finales del siglo XIX y comienzos del XX (a mi juicio, correctas pero de escaso interés), unas de Courbet como representante del Realismo que me dejan varios museos franceses… Vale, los juntamos y hacemos creer que tienen algo que ver, pues ¿quién podría negar que Courbet no influyó en Alsina, Casas o Carolus-Duran? Y para que la mezcla sea más esnob y desconcertante, meto ¡dos Velázquez y un Ribera! que, bueno, son dos seres humanos que vivieron en el siglo XVII, así que poca influencia podría tener Courbet en ellos. Y además, coloco fotografías cochinillas de mujeres desnudas, y para rematarlo, un par de Tàpies y algunas otras obras abstractas de las que se dice ¡que son realistas! Aún me estoy desternillando de risa. Bueno, pues cinco euros y medio cada entrada y a vivir.

Para redondear esta propuesta de culturilla de bolsillo que confunde la velocidad con el tocino, el MNAC se inventa varias mesas redondas para invitar a autores catalanes exitosos para que charlen de algo tan difuso como interesante: el realismo en el arte, el cine y la literatura. De acuerdo, pero esas improvisaciones tan trilladas en público serán pasto para el entretenimiento cultural, no para ahondar como se debería en lo que la exposición sugería pero en lo que se quedaba muy muy muy corta. “Hacer arte vivo”, decía Courbet que era su objetivo. Captar las costumbres y las ideas de su época. Y con qué poco lo consiguió: simplemente hablando de sí mismo, autorretratándose, mirándose a sus propios ojos que ahora nos miran a nosotros.

jueves, 14 de julio de 2011

El amor que todo lo puede




Ni el guionista actual más imaginativo podría pergeñar una historia como la de Eloísa y Abelardo, mil veces usada como modelo de amor cortés, de puro romanticismo, de lucha tenaz ante las dificultades. Adán y Eva, Romeo y Julieta, parejas emblemáticas de la religión y la poesía, comparten podio al lado de este dúo trágico y erudito sobre el que la investigadora francesa Régine Pernoud (1909-1998) publicó el presente trabajo en 1970.

Este tipo de libros tienen una importancia capital, pues devuelven el rigor histórico a asuntos que ya son más propios de lo legendario. Pedro Abelardo y Eloísa salen aquí en carne y hueso, pero también en alma y corazón. La autora se esforzó por presentar a sus biografiados mediante la objetividad de los documentos de la época y la subjetividad de interpretar sus sentimientos y sueños. De Abelardo insiste una y otra vez en que poseía «un espíritu prodigiosamente dotado» para las letras, la dialéctica y la elocuencia, hasta el punto de convertirse en el mejor discutidor filosófico del mundo, en «un maestro excepcional» en aquel siglo XII en el que ya se estaba formando la fisonomía de París.

Su fama en el terreno de la lógica es universal, pero no se queda atrás Eloísa, que es célebre en las escuelas y claustros tanto por su inteligencia superlativa como por su belleza. Abelardo también es atractivo, y en cuanto logra convertirse en profesor de la joven, Cupido hace el resto en aquel «encuentro único». Amor, físico e intelectual; un embarazo no deseado; rapto para eludir la vigilancia del severo tío de Eloísa; un matrimonio casi clandestino... Hoy lo llamaríamos culebrón; ayer, una historia pasional destinada al melodrama: a él, sus enemigos le amputan los genitales, y ella, que se resiste a que su idolatrado marido afronte una vida familiar estándar, pues la Obra va primero, entra en un convento. Sólo les quedarán las cartas, un pasado que rememorar y la constatación de que el amor lo puede todo.

Publicado en La Razón, 14-VII-2011

lunes, 11 de julio de 2011

Amistad a lo largo






Segundo tomo consecutivo de escritos inéditos –el anterior fue Papeles inesperados (2009)–, estas Cartas a los Jonquières serán otro regreso fraternal a Julio Cortázar, una forma de dialogar con él como lo hiciera Joaquín Soler Serrano el memorable día de marzo de 1977 en que entrevistó al escritor en televisión. Si en aquel otro volumen se habían recuperado textos diversos de gran interés literario (poemas, capítulos descartados de novelas, crónicas, etc.), este conjunto epistolar refleja la vida privada que, a su vez, ilumina la creativa, el genio de un hombre que hasta en unas misivas guarda una dimensión humana y artística extraordinaria.

Como el título del poema de Gil de Biedma, las 127 cartas que recorren los años 1950-1983 y que están dirigidas al poeta y pintor Eduardo Alberto Jonquières (1918-2000) podrían responder al lema de «Amistad a lo largo». Del tiempo y del espacio, pues Cortázar nunca dejó de contactar con este privilegiado destinatario –radicado en Buenos Aires junto a su mujer María y sus tres hijos– al que confiaba sus planes viajeros más entusiastas, sus problemas económicos y sus impresiones sobre arte, cine y música. Ya fuera desde París, Roma, Ginebra, La Habana o Managua, Cortázar no dejó de preocuparse de su amigo, de compartir con él los asuntos culturales que tanto les hermanaban.

La edición de las cartas viene a cargo de Aurora Bernández, viuda y albacea de Cortázar, y del filólogo Carles Álvarez Garriga, quien firma un prólogo en exceso personal. Hubiera faltado contextualizar más los textos y sus alusiones para seguir la trayectoria cortazariana, pero no importa. La maravilla de sentir la voz directa del autor, sobre su traducción de los cuentos de Poe o la invención de algunos de sus personajes –el 30 de mayo de 1952 informa: «... me han nacido unos nuevos bichos que se llaman cronopios»–, es impagable. La correspondencia empieza en Siena, luego viene Londres y, sobre todo, París –había estado el año anterior–, con paseos «sin rumbo alguno» por las calles, como previendo los itinerarios de sus personajes de Rayuela. «Hasta creo que me duele París. Pero son los dolores necesarios», escribe. «No creas que estoy triste, París es tan hermoso! Aquí hasta la tristeza se vuelve una actividad estética». Y es que «soy bastante repugnante en mi sentimentalidad». La conclusión de todo ese periodo, preciosa: «Quiero que la maravilla de la primera vez sea siempre la recompensa de mi mirada».

Cortázar da muestras de una gran autoexigencia cuando comenta los errores de su novela El examen, siente una gran paz al acabar Keats (diez años de trabajo) y asiste a conciertos en los que escucha con pasión la música de Schönberg o Stravinsky (1952) y a conferencias de Malraux y Faulkner. Su apego por lo visto y sentido es tal que llega a afirmar: «Hasta ahora Europa me ha invadido de tal manera que no me deja ser yo mismo. Todo el tiempo estoy siendo otras cosas, el paisaje, los cuadros, los olores, la felicidad. Te digo con enorme egoísmo que no me importa no escribir». Pero tal cosa es pasajera, pues toda esa experiencia no tarda en reflejarse en la construcción de su punto de vista fantástico: «Veo lo que espera del otro lado de esto que llamamos realidad». Una realidad extraña a la que le dio la vuelta, y así, le dice Julio a Eduardo en un gran análisis psicológico: «Al mundo no hay que resistirle, lo que hay que hacer es elegir bien el mundo que uno prefiere y al cual hay que darse; y a ése, ah, a ése hay que darse a fondo, como cuando se nada o se duerme o se quiere».

Y tal cosa serviría para ahondar en el propio Cortázar: aquel que se entregó a su talento y a los demás, atravesó el espejo de lo visible y es, a nuestros ojos, fantástico para y como siempre.

Publicado en El maquinista de la generación (núms. 20-21, mayo 2011)

jueves, 7 de julio de 2011

La crítica con amor




No lo busquen en los diccionarios o historias de la literatura. No lo encontrarán. El tópico del escritor olvidado que ahora el mundillo editorial rescata no puede ser más literal. Juan Chabás (Denia, 1900-La Habana, 1954) no existe, incluso para muchos especialistas en la literatura de la generación del 27 o de las letras del exilio. Esta edición, espléndidamente preparada por Javier Pérez Bazo, viene a subsanar la ausencia que sufría este autor de poesía poco estimable, es cierto, pero elogiado como narrador –otro valenciano, Max Aub, dijo que era el «mejor dotado» de los escritores de los años 20– y cuya labor ensayística ahora tenemos la ocasión de conocer gracias a esta «Crítica periódica sobre literatura de la vanguardia».

Así, el volumen refleja la ingente labor de Chabás como reseñador de los principales escritores de su época en publicaciones como Revista de Occidente o Diario de Barcelona a lo largo de una vida vertiginosa: doctorado en Madrid en Filosofía y Letras, estudios en la Universidad de Génova, soldado republicano en la Guerra Civil, exilio en Francia y Centroamérica, y tres matrimonios, además de una relación con la que había sido amante del rey Alfonso XIII.

Pérez Bazo destaca esta cita del autor: «Ser amante de la obra leída o contemplada, u oída con amor de la inteligencia y del corazón, es el mejor modo de ser un buen crítico». Y en verdad, mediante sus «Aforismos sobre crítica» o sus reflexiones sobre la obra de los escritores de nuestra llamada Edad de Plata, descubriremos un lector sensible, admirador de las renovaciones de Azorín y Gómez de la Serna y de la iluminación y disciplina de un J. R. Jiménez. Pues, «no olvidemos nunca que se escribe con palabras. El escritor que no inventa su palabra será un cronista, un novelista, un ensayista, pero no un escritor».

Publicado en La Razón, 7-VI-2011

lunes, 4 de julio de 2011

Entrevista capotiana a Eva Díaz Pérez




En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Eva Díaz Pérez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Una biblioteca, sin duda, ¿desde dónde podría viajar a otros lugares, vivir otras vidas y engañarme con el delicioso sueño de la ficción? No desdeñaría un sitio del tipo de la Torre-biblioteca de Montaigne, por poner un ejemplo.
¿Prefiere los animales a la gente? Prefiero a muchos animales antes que a mucha gente. Soledad, canto de pájaros, peces. Eso sí, también prefiero a alguna gente antes que algunos animales, bichos varios como insectos, roedores o fieras. Esta misma noche he soñado con un horrible escorpión que se escapaba de su jaula…
¿Es usted cruel? Creo que no es uno de mis defectos-virtudes. Me gusta siempre ponerme en el lugar del otro. No sé si es bondad o deformación literaria de escritor que siempre intenta ver qué hay en el otro lado de los demás para apropiárselo como personaje.
¿Tiene muchos amigos? No son muchos, pero los que son, lo son de verdad.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? La complicidad, que me aporten cosas nuevas, aprender de ellos. Si me cansan, me aburren o entran en esas dinámicas borreguiles tan haituales en nuestras sociedades contemporáneas, los dejo. Vaya, he descubierto que sí puede ser muy cruel.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Pocos amigos me han decepcionado. La decepción también está incluida como razón para que los olvide.
¿Es usted una persona sincera? Creo que sí, pero a veces me asusta cómo recuerdo mis años de interpretación escénica en el mundo del teatro. ¿Me entiende?
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leer, escribir y viajar. El orden de los factores no altera el producto.
¿Qué le da más miedo? La enfermedad y morir demasiado pronto. Ya ve, qué trágica y vulnerable.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? No me escandaliza casi nada. La provocación está algo anticuada. De todas formas, ahora que lo pienso me escandaliza un pecado de nuestro tiempo: la exhibición descarada y atrevida de los modernos ignorantes. En ninguna época como en ésta, la ignorancia se mostró como una virtud.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Me hubiera gustado dedicarme sólo a ser lector o viajero incansable, pero no creo que sea una profesión, claro, aunque debería serlo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí, no me gusta demasiado, pero lo practico: footing, gimnasia de mantenimiento, natación, aunque lo que más me gusta es el baloncesto. En mi adolescencia fui una magnífica ala-pivot.
¿Sabe cocinar? No, aunque he participado en algún programa de cocina. Fue ridículo cómo casi me corto pelando zanahorias mientras intentaba cocinar un cassoulet, un guiso típico de Toulouse que preparaba uno de mis personajes de El Club de la Memoria, una exiliada que recordaba España a través de los guisos. Mi conocimiento de la cocina es libresco o metafórico, lo mismo que le ocurría a un gastrónomo literario como Cunqueiro. Me gustan mucho los libros sobre gastronomía histórica y mis personajes saben cocinar de forma excelente. Claro que todo eso es ficción.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Aunque previsible y cursi, elegiría a mi profesor de EGB, don Manuel (he olvidado el apellido): por las tardes nos leía Cuentos de la Alhambra, recitábamos poemas del Romancero Viejo y leíamos El Quijote. Sí, decididamente, soy una freak de otra época, pero a mí me marcó como lectora porque todo lo hacía sencillo y divertido.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Siempre me angustia tener que escoger una palabra, como ha ocurrido ahora con lo del día del español impulsado por el Instituto Cervantes. Siempre elijo la palabra crepúsculo, que desde luego no es un palabra con mucha esperanza.
¿Y la más peligrosa? Cualquier palabra polisémica, con trampa, con doble máscara.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Otra vez recuerdo mis años en la Escuela de Teatro y cómo utilizaba el odio a algunas personas para interpretar la ira. Pero, sinceramente, nunca he odiado a nadie lo suficiente como para matarla o interpretar con talento sobre el escenario a una Lady Macbeth.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Siempre progresista, aunque cada vez me tira más cierto anarquismo-individualista-conservador, vaya a saber usted por qué.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? De nuevo, viajero y lector. Qué manía ¿eh?
¿Cuáles son sus vicios principales? Soy extremadamente desordenada. También soy muy apasionada, lo malo es cuando algo deja de interesarme, ya que puedo caer en el desinterés y la inconstancia.
¿Y sus virtudes? Soy muy trabajadora y entregada, quizás demasiado y eso en este país no se valora tanto como debería.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Una vez estuve a punto de ahogarme y la verdad es que sólo estuve pensando en cómo salvarme.

T. M.