En el tiempo en que un clic nos proporciona
información ingente de todo lo que queramos saber en una especie de “fast food”
informativa, Simon Sebag Montefiore ha cocinado un libro enciclopédico y
biográfico, hecho a fuego lento con ayuda de cuatro pinches y presentado a modo
de tapas: textos de unas tres páginas que nos brindan la posibilidad de
degustar lo más granado de la historia. No a partir de acontecimientos sino de
aquellos “seres individuales que han cambiado, de un modo u otro, el curso de
los acontecimientos del mundo”. Así se expresa el autor en el conciso prólogo
para justificar que en un mismo volumen haya reyes, soldados, políticos y
artistas.
Montefiore amplía y complementa dos títulos suyos
anteriores publicados en Inglaterra, Heroes
y Monsters, eligiendo unas doscientas
biografías, desde Ramsés II, “el más magnífico de los faraones egipcios” (siglo
XIV a. C.) hasta “el fanático” Osama Bin Laden, aunque el libro también va
firmado por los historiadores John Bew, Martyn Frampton, Dan Jones y Claudia
Renton. Entre los cinco, han conseguido un tono y un criterio homogéneos a la
hora de abordar la trayectoria de los señalados como titanes de la historia;
una elección que muestra mucha lógica y algunas extrañezas.
Y es que la premisa consignada se adecúa a muchos de
estos personajes: a los reyes, emperadores, guerreros y conquistadores, pues
desde la geopolítica cambiaron literalmente el planeta y el destino de
civilizaciones enteras: antes de Jesucristo, por ejemplo, Ciro el Grande, rey
de Persia, Alejandro Magno, que “dilató los límites de lo posible”, Qin Shi
Huangdi, creador del primer imperio chino unificado, el general Aníbal o “el
aventurero sexual” Julio César; y en nuestra era, Calígula, Nerón o Cómodo
dentro del Imperio romano, Atila el Huno, Carlomagno o Basilio II, emperador de
Bizancio, “a medio camino entre el héroe y el monstruo”.
De hecho, esa doble vertiente caracteriza a la mayoría
de estos líderes. Por eso Montefiore confiesa que tuvo la tentación de
dividirlos “en buenos y malos”, aunque enseguida entendió que era un propósito
inútil, pues “el genio político y artístico aun de los más admirables de todos
ellos exige ambición, insensibilidad, egocentrismo, crueldad y hasta locura en
igual medida que decoro y coraje”. Otros ejemplos de los siguientes quinientos
años serían Hassan as-Sabbah, “un precursor del terrorismo yihadista moderno”,
Saladino, “ideal de rey guerrero”, Gengis Kan, que perpetró “un reinado de
terror y matanzas masivas”, Tamerlán, que dominó un territorio que iba de la
India hasta Rusia y el Mediterráneo, el otomano Solimán el Magnífico o el ruso
Iván el Terrible.
Las monarquías tienen una presencia capital, sobre
todo las inglesas, así como las personalidades francesas del periodo ilustrado.
Hay unos pocos científicos: Galileo, Newton, Darwin, Pasteur y Einstein;
filósofos antiguos como Platón, Aristóteles o Cicerón; mujeres carismáticas
como Cleopatra –“Lo más seguro es que no fuese hermosa”–, Juana de Arco o San
Suu Kyi; fundadores
de religiones y papas; viajeros y navegantes, psicópatas y asesinos,
prostitutas con ansias de poder –el caso de Marozia (s. IX) es tremendo– y el
clásico caudal de dictadores de la última centuria.
El menú de ilustres en torno al campo del poder
configuraría un tomo coherente, pero Montefiore acoge a unos cuantos artistas
que, por muy importantes que sean, no “cambiaron” nuestro mundo. Con
excepciones, claro está, pues en efecto Shakespeare, Tolstói y Dickens
influyeron en la sociedad y en el modo de entender la cultura. Por eso mismo
resulta escandalosa la ausencia de Dante, Cervantes y Montaigne, y sobran
muchos literatos del resto que se proponen. No encontrarán a Bach, pero sí a
Elvis Presley; a Toulouse-Lautrec y Picasso y a ningún otro pintor más. Pero ya
lo decía Azorín: la historia es una ciencia plenamente subjetiva.
Publicado en La Razón, 29-XI-2012