lunes, 31 de diciembre de 2012

Entrevista capotiana a Vicente Valero

En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Vicente Valero.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi propia casa. Ahora me doy cuenta de que está pensada precisamente para eso.
¿Prefiere los animales a la gente?
A veces sí, a veces no.
¿Es usted cruel?
No.
¿Tiene muchos amigos?
No.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Todas.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Por supuesto (ver respuesta anterior). Y yo a ellos.
¿Es usted una persona sincera? 
Casi siempre lo soy. Es un lujo que puedo permitirme.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Viendo películas por televisión, por ejemplo. Doy por hecho que leer o escuchar  música forman parte de mi trabajo, no de mi tiempo libre.
¿Qué le da más miedo?
Me da miedo lo peor del pasado, sus formas de volver y de hacerse presente. Aunque la verdad es que el futuro tampoco tranquiliza mucho.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Todavía me escandaliza la pobreza.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Continuaría siendo profesor, supongo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino. Pero lo veo más como una cosa de tipo espiritual.
¿Sabe cocinar?
No.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
No he conocido a nadie realmente inolvidable. Aunque sí a muchos tipos raros sobre los que he escrito muchos artículos (aunque no en el Reader’s Digest).
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Bello, pronunciada por una bella mujer italiana.
¿Y la más peligrosa?
Identidad, pronunciada por cualquier burgués nacionalista.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, prefiero pensar que van a caerse ellos solos por un barranco.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Confusas siempre.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un comerciante.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La generosidad. Me hace cometer muchos errores.
¿Y sus virtudes?
Fumar y beber moderadamente.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Estuve a punto de ahogarme siendo niño. Lo único que se me pasó por la cabeza es que ya no llegaría nunca a ser mayor.
T. M.

sábado, 29 de diciembre de 2012

El cazador de almas


A finales del 2008, en Ámsterdam, la Openbare Bibliotheek organizó una exposición sobre Stefan Zweig. En ella, se podían encontrar fotografías, ediciones originales de sus libros, un mamotreto donde llevaba todo lo concerniente a lo que generaban sus novelas, biografías y traducciones al extranjero, y hasta su nota de suicidio. Aquellos pocos metros cuadrados donde se reunía la intimidad y la obra de Zweig hubiera fascinado al Mauricio Wiesenthal de la novela “Luz de vísperas”, protagonizada por un “alter ego” del escritor vienés, al Benjamín Jarnés que le dedicó un excelso libro en 1942 y al psiquiatra Cláudio Araújo Lima, del que se acaba de publicar "Ascensión y caída de Stefan Zweig”, aparecido dos meses después de que el escritor, en la localidad brasileña de Petrópolis, decidiera poner fin a su vida junto a su mujer.

Estas viejas obras recuperadas y otras actuales que rodean a Zweig, el hombre que consiguió explicar la desaparición de la cultura centroeuropea a manos de los totalitarismos en su maravillosa biografía “El mundo de ayer”, son la mejor indicación del interés por una prosa que ganó adeptos a medida que Quaderns Crema-Acantilado fue recuperando libros que lo habían convertido en una celebridad mundial. Ahora, esta misma editorial reúne sus once novelas, mil quinientas páginas que, como aquella exposición holandesa, concentra lo mejor de su narrativa –en otro tomo deberían reunirse sus estupendos cuentos– y que coincide con un pequeño trabajo de su gran biógrafo, Jean-Jaques Lafaye.

Este publicó en 1999 “Stefan Zweig, un aristócrata judío en el corazón de Europa”, título que en la versión castellana ha modificado su traductor, Josep Forment, para poner el énfasis en una de las obras del austriaco, “El candelabro enterrado” –sobre el robo del candelabro de siete brazos del Templo de Salomón en plena caída de Roma–, y en su condición de judío como un destino irremisible: el suyo y el de tantos otros que se vieron obligados a exiliarse o a sufrir el acoso y homicidio nazis. Lafaye recorre los años de juventud y madurez de Zweig al compás de lo que representa el judaísmo para él: “Una apertura espiritual, la conquista de la libertad”, primero, hasta que al final, “en Brasil, creyó encontrar su nueva Jerusalén, el futuro y la tierra prometida”.

Y es que el sionismo –el movimiento político que quiso restablecer una patria para los judíos en tierra israelí y que propulsaría el moderno Estado de Israel– siempre estuvo presente en la conciencia de Zweig, como dijo él mismo en una entrevista de 1937 incluida aquí y en la que afirmó, además: “Nunca la política había sido tan inmoral y antiética como ahora. Vivir ya no me entusiasma. Desencantado y triste, me refugio en el trabajo”. En aquel momento, se encontraba en Londres, lejos de su casa de Salzburgo, registrada por la policía, lejos de un mundo que se desmoronaba en paralelo a su vida. La Europa que soñó conjuntada y libre está siendo sustituida por la barbarie acechando por todas partes, y él, matándose digna y estoicamente, se fundirá con ese infame suicidio colectivo.

Lafaye lo califica de “poeta-fundador de nuestra Europa al que le tenemos una deuda infinita”, de “ideal de escritor psicólogo”, de “poeta-historiador del alma humana”, de “cazador de almas”. Para Zweig, el judaísmo constituirá un faro moral que influirá en su visión crítica de los acontecimientos trágicos desde 1914: “Hombre de rabiosa actualidad por su eficacia probada, por ser un divulgador y comunicador como ningún otro en los anales del siglo XX literario, y por tratarse de un pacifista militante y aspirar a una sociedad diversa y unida”. Este es Stefan Zweig, quien en un discurso de 1936 decía: “No deberíamos aceptar que nos tomen por una especie de aristocracia ni tampoco consentir que nos traten como una raza inferior. Una verdadera democracia solo es posible basándola en la autoestima individual y en el disfrute de las cosas compartidas”.

Estas y otras intervenciones de Zweig, inéditas en español hasta la fecha, hacen más luminosa si cabe nuestra percepción de un escritor que basó su existencia en el frenesí por comprender al prójimo, en la admiración a los grandes músicos y literatos de la historia, en creer en el arte con fe inextinguible –pues ello es confiar en la creatividad y sensibilidad humanas– aun sabiendo, como apunta Lafaye, que “el humanismo no tiene recursos ante el mal”.

Publicado en La Razón, 27-XII-2012

jueves, 27 de diciembre de 2012

Entrevista capotiana a David Monteagudo


En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de David Monteagudo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Tendría que ser un pueblo no muy pequeño, con caminos por los alrededores, rodeado de campos y montañas, con el mar al fondo, con buenas bibliotecas, muchas salas de cine, algún teatro, ah, y sin fútbol ni lotería de navidad.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Soy humanista por definición. Creo en la grandeza del ser humano, hasta del más miserable. Las supuestas virtudes que se atribuyen a algunos animales no son –en mi opinión– más que proyecciones de los propios conflictos y aspiraciones de las personas. Los animales no son ni mejores ni peores que nosotros, sino diferentes. Están en otra dimensión, y por más que nos acerquemos a ellos y los domestiquemos y humanicemos, siempre habrá una última barrera, una membrana delgadísima pero infranqueable, que no podremos romper. Eso es lo que pienso yo, que nunca he tenido animales domésticos.
¿Es usted cruel?
Sí, muy cruel. Me obsesiono y reconcomo durante meses pensando en las terribles venganzas, en los castigos refinados que infringiré a quienes me han ofendido. Al final me llevo un buen sofocón, el malo en cuestión ni se entera, e incluso –a pesar de lo rencoroso que soy–, el cabreo se me acaba pasando al cabo de los años.
¿Tiene muchos amigos?
Touché. Muy pocos, por no decir ninguno. Los pocos que tengo viven muy lejos, o hace años que no los veo, y supongo que eso está indicando algo no muy halagüeño.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sean inteligentes, que sean indulgentes, y que pueda aprender cosas de ellos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Un amigo de verdad no te decepciona, en todo caso puede hacer, en un determinado momento, cosas que le perjudiquen, o que tú no harías. Lo que pasa es que no es igual que tú, y ahí está la gracia.
¿Es usted una persona sincera?
Creo que sí, aunque siempre hay, y debe haber, algo que se quede “en casa”. Por otra parte, supongo que para ser completamente sincero, tendría que conocerse uno completamente a sí mismo. 
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, haciendo deporte, tomando una cañita en la terraza de un bar.
¿Qué le da más miedo?
No soy pusilánime, no me da miedo la vida (en todo caso me preocupa), no temo por mis seres queridos, porque soy esencialmente optimista. Miedo miedo, lo que se dice miedo, me queda el miedo irracional, atávico, el de cuando era niño. La cosa, evidentemente, se ha mitigado con los años, pero dormir solo en una casa grande sería para mí un problema. Tal vez por eso tengo una familia, con la que vivo en un piso muy pequeño.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Escándalo es una palabra que no me va. Indignación ya me pega un poco más, pero soy muy comprensivo con las debilidades ajenas, muy relativista y, en fin, “el que esté libre de pecado”, aunque sea a pequeña escala, que tire la primera piedra.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Algún trabajo artesanal, muy perfeccionista y bien valorado, como construir violines o restaurar motos antiguas. De hecho, durante unos años construí prototipos de muebles, o piezas únicas, para un conocido decorador de Barcelona. Llegué a ser un “artista”, sobre todo con el hierro y los metales.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí. De joven había practicado el atletismo y ahora, después de décadas de parón, he vuelto a correr. Cada domingo corro 21 kilómetros, de un tirón, y entre semana salgo un día más y hago 12 kilómetros. Entreno siempre solo, a mi ritmo, sin relojes ni cronómetros. Corro una o dos carreras al año, las que se hacen en Vilafranca, donde vivo. Recientemente he corrido, en competición, los 10 kilómetros en 40 minutos y 13 segundos, y la media maratón (21 kilómetros) en una hora y 33 minutos.
¿Sabe cocinar?
En casa cocino casi siempre yo, y más últimamente, que no trabajo fuera. Pero además me gusta cocinar, me relaja, y mis guisos tienen buena fama entre mis allegados. Creo que hacer una buena comida tiene algo de obra de arte, y es un acto de amor hacia tu familia o tus invitados.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Probablemente a Edgar Allan Poe. Fusilaría el prólogo de Cortázar a su excelente traducción de los cuentos completos de Poe al castellano. No creo que los del Reader’s Digest se dieran cuenta.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Hombre.
¿Y la más peligrosa?
Patria.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Durante unos segundos, sí. Por eso nunca hay que llevar armas.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
De izquierdas, pero sin dogmatismos, y sin pretender salvar a la humanidad, sino ayudando y facilitando la vida a las personas reales de nuestro entorno, sean quien sean y vengan de donde vengan. Creo que hay personas de izquierdas en el PP, y de derechas en Izquierda Unida. Ser de izquierdas, en definitiva, es anteponer el bien de la sociedad, de la comunidad, a los propios intereses personales, de grupo, o de partido. Creo que no hay vuelta atrás, que no se puede volver a la utopía rural, y por lo tanto son necesarios los gestores de la cosa pública. 
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Yo mismo, pero mujer.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La tendencia a responsabilizarme de todo (tiene un matiz muy negativo, de pensar que los demás son tontos o no lo saben hacer bien); la tendencia a ser “maruja”, a no poder estar ni un segundo sin hacer nada, por banal que sea; el estar pensando ahora en lo que voy a hacer después. Hasta aquí la herencia materna, ahora pasemos a la paterna: misantropía, tendencia a no comunicarse, onanismo.
¿Y sus virtudes?
Fidelidad, tenacidad, sentido del humor, imaginación.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Un flotador, mis hijos, mi mujer…
T. M.

martes, 25 de diciembre de 2012

En busca de Marcel Proust


En la localidad de Illiers-Combray, los reposteros comercializan la magdalena de la que habla Marcel Proust en el famoso pasaje en que su protagonista evoca el recuerdo del sabor de una “conchita” que mojaba en el té que le ofrecía su tía Léonie. Se trata del pasaje más famoso de «Por el camino de Swann» (1913), la primera entrega de “En busca del tiempo perdido”, a la que le siguieron: «A la sombra de las muchachas en flor» (1919), «El mundo de Guermantes» (1921-22), «Sodoma y Gomorra» (1922-23), «La prisionera», «La fugitiva» y «El tiempo recobrado» (estos tomos publicados de forma póstuma, en los años 1925-27). Hoy, cuando el turismo literario ya es universal, incondicionales proustianos acuden al Combray narrativo pisando el Combray real, pero ya se puede hacer tal cosa a distancia, gracias a la profesora universitaria Mireille Naturel y a su bellísimo volumen “Marcel Proust. La memoria recobrada” (editorial Plataforma).

«Durante mucho tiempo, me acosté temprano», se empieza diciendo en «À la recherche du temps perdu», en el que es uno de los más célebres inicios narrativos de la historia; unas tres mil páginas de largas frases, llenas de subordinadas –que el asmático Proust no podría ni pronunciar sin agotarse– y que este libro se encarga de contextualizar con todo tipo de material: citas del autor, cartas, manuscritos corregidos, reproducciones de cuadros, fotografías de los lugares en los que vivió y de las personas con las que se relacionó (familiares y amigos, músicos y literatos, etc.). Un gozo para los sentidos y un caudal de información visual y gráfica inapreciable para adentrarse en los escenarios en los que se inspiró Proust a la hora de concebir su escritura.

¿Cómo nació ese viaje narrativo? Al comienzo, con ciertos titubeos, pues, hacia 1909, Proust no sabía a dónde iba a llevarle su escritura: al ensayo, al estudio filosófico o a lo narrativo. El año anterior había comenzado «Contra Sainte-Beuve» –publicado póstumamente–, texto abandonado que sería la base para «En busca...»; no en vano, en la primera página ya surge la tostada mojada en el té que le lleva al tiempo de su niñez y que, en la novela, se convertirá en la celebérrima magdalena. Este poder evocador, la memoria involuntaria, nacido en un escrito sobre la preponderancia del instinto frente a la inteligencia, será el eje conductor de la serie; la cual no deja indiferente a nadie: sus hojas que apenas reposan en puntos y apartes pueden ser abrumadoras –y se abandona la lectura a las primeras de cambio– o extraordinariamente embriagantes –y entonces crean adicción–.

Un ejemplo entre muchos. En el artículo «La novia perdida», Javier Cercas, el mencionar algunos de sus libros predilectos, cuenta cómo a los veinte años no pasó de las primeras páginas de la obra proustiana, tal fue el aburrimiento que sintió ante «la desazón enfermiza» del protagonista; sin embargo, pasados unos años, «se convirtió en mi obsesión y los volúmenes de su aventura en una aventura moral que me mantuvo desvelado durante meses». Esa sensación de enfermedad –de soledad e hipocondría– la palió el propio Proust mediante la literatura, pero tal vez no hasta el punto de verlo arrinconado en la torre de marfil donde lo ha colocado el tiempo; su amigo René Meter ya lo hizo –en «Una temporada con Marcel Proust» (Bruguera, 2008)– diciendo de él que fue un ser bueno y sarcástico, indulgente y burlón, altruista e individualista... como «un niño, de un infantilismo delicioso pero contrarrestado por una erudición, y sobre todo por una experiencia innata, cuyo arte y refinamiento lo rebasaba todo».

En el citado libro de Plataforma, Naturel dice que “la memoria constituye el núcleo de sus preocupaciones”, y en efecto, Proust literaturizó cómo los recuerdos nos afectan y acompañan, captando lo leído o vivido en textos donde reflexionó sobre el acto de leer, como el que ahora publica la editorial Días Contados, “Jornadas de lectura”, una nueva traducción, de Antonio Martínez Sarrión, del extraordinario “Sur la lecture” (1905), que tiene otro memorable comienzo: “Acaso no haya habido días de nuestra infancia tan plenamente vividos como los que creíamos que transcurrían sin vivirlos, los pasados con un libro preferido”. Para Proust, lectura y nemotecnia son una misma cosa; de hecho, cuenta Santiago R. Santerbás, traductor de otra novedad, “Poesía completa” (Cátedra), que “sus biógrafos nos informan de que tiene una memoria excepcional para la poesía y es capaz de recitar de carrerilla largas tiradas de versos de sus poetas preferidos: Racine, Hugo, Musset, Baudelaire y, sobre todo, Leconte de Lisle”.

El Proust que se presenta en esta edición bilingüe escribió casi un centenar de poemas pero sólo publicó ocho, sobre pintores y músicos en su primer libro, “Los placeres y los días” (1896), y otros pocos en gacetas juveniles o revistas literarias (póstumamente). Proust se decantaría por la prosa, pero se aprecia el intenso lirismo que transmite su narrativa, lo que demuestra la importancia capital que la creación de versos tuvo en su juventud. Una poesía que, como cuenta su traductor, ofrece “una serie más o menos deshilvanada de personajes reales y experiencias y testimonios verdaderos”. He ahí la clave: cuando tantos estudiosos han ido buscando concomitancias entre los personajes proustianos y las personas reales de su entorno, lo cual ya rechazó el propio autor, donde en verdad se ven quién fue cada cuál en el universo del escritor, fue en su poesía, tan desconocida aún.

Publicado en LaRazón, 25-XII-2012

domingo, 23 de diciembre de 2012

Entrevista capotiana a Agustín Fernández Mallo


En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Agustín Fernández Mallo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi propia casa, por supuesto.
¿Prefiere los animales a la gente?
Decididamente, no. Me resulta totalmente ajena esa práctica de atribuirles a los animales cualidades humanas. Me parece una alucinación.
¿Es usted cruel?
Ni idea. Bueno, no.
¿Tiene muchos amigos?
Los suficientes, creo.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Algo que vagamente podríamos llamar una “razonable lealtad”.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Más o menos el 50% de ellos, pero continúas, por algo son amigos.
¿Es usted una persona sincera? 
Todo lo que las relaciones sociales lo permiten. La sinceridad absoluta es una pedantería ética.  
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Viendo la tele o escribiendo.
¿Qué le da más miedo?
Supongo que lo puede llegar a hacer la gente por envidia; es decir, por miedo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
En principio, nada. Todo es matizable.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Cuidar vacas.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Ninguno. Creo que el deporte es malo.
¿Sabe cocinar?
Sí, relativamente bien.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
No lo sé. Posiblemente algún escalador.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
La propia palabra “esperanza”.
¿Y la más peligrosa?
Bondad.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Muchas veces, pero mi educación me lo impide.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Todas aquellas que fomentan el librepensamiento.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Lo he dicho, granjero de vacas.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Mis vicios son marcas corporativas: Lucky Strike y CocaCola (Zero). Les debemos tanto.
¿Y sus virtudes?
Escribir para mí y sólo para mí, y no obstante que me salga algo que interese a una parte de los de ahí fuera.  
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Supongo que la perversa mezcla de una imagen de infancia y quién demonios gestionará mi propiedad intelectual.
T. M.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Tras los pasos de Amado Alonso


Querido y Amado Alonso:
Ayer me di cuenta de que he seguido sus pasos por el mundo. En parte, claro está, pues usted caminó mucho; y lo seguiré haciendo hasta que conozca la tierra que le vio nacer, Navarra, pues allí me honrarán entregándome el premio internacional de crítica literaria que lleva su nombre. Lo supe anteayer, y mi alegría fue máxima, porque unos señores y una señora: Isabel López Martínez, José Luis Martín Nogales, Manuel Borrás, Emilio Echavarren, Ricardo Pita y Tomás Yerro, ya para siempre amigos y cómplices literarios míos, así lo quisieron. A ellos va mi más profundo y fraternal agradecimiento.
He dicho que he seguido sus pasos porque yo también pisé la Universidad de Puerto Rico (usted en 1927), la Universidad de Harvard (usted en 1946), Chile (usted en 1936 y 1941), la Universidad de Columbia (usted en 1942) y de nuevo Harvard en 1946 –donde ocupó una cátedra hasta su muerte, en 1952–, y Filadelfia, donde fue miembro de la American Philosophical Society, y la propia ciudad de Boston, y Cambridge, desde luego, y el estado de Massachussets en general.
En el volumen de Gredos que tengo de su Poesía y estilo de Pablo Neruda, que tanto me inspiró para un ensayo que le dediqué a Residencia en la tierra y que incluí en mi libro Experiencia y memoria, aparece usted en una bonita foto de 1946, en Buenos aires. Ese es el lugar al que me falta acudir de los suyos importantes –¿he de recordarle que vivió allí veinte años?, ¿que se dedicó en cuerpo y alma a su Instituto de Filología, creado en 1923 y hoy llamado Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas Dr. Amado Alonso?–; ese es el lugar al que tendré que ir pronto. Y entonces ya me quedarán menos suelos que compartir con usted, hasta, como le digo, pise el que le vio nacer, y pueda saludarle, in situ, in mente.
Hasta entonces, pues. Siempre suyo
T. M. G.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Entrevista capotiana a Vicente Luis Mora



En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Vicente Luis Mora.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La New York Public Library, seguramente.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Bueno, depende de qué gente, claro. Hablando en abstracto prefiero a los seres humanos.
¿Es usted cruel?
No.
¿Tiene muchos amigos?
Si “amigo” se entiende en el sentido más exigente del término, tengo cuatro. En un sentido menos restringido tengo decenas, por fortuna.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Busco compatibilidad de defectos y afinidad de afectos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Nunca.
¿Es usted una persona sincera? 
No, nadie lo es.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No tengo, porque cualquier libro que leo o cualquier película vista son “analizables” y pasan a formar parte del espectro cultural de nuestro tiempo, que es mi campo de operaciones. En consecuencia, creo que lo único parecido al verdadero ocio que hago es el deporte.
¿Qué le da más miedo?
Defraudar a alguien.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El hambre, que alguien pase hambre.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No tengo claro que esto fuera una decisión, con lo cual no puedo ponerme en otro lugar.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, varios.
¿Sabe cocinar?
Sobrevivo pero reconozco mi total falta de talento e interés.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
No creo que aceptase, la verdad.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Cualquier respuesta que se me ocurre es boba o, peor aún, cursi. Paso palabra.
¿Y la más peligrosa?
Pureza.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Supongo que debo responder “no”, de forma muy contundente, para evitar que una posible respuesta positiva pueda jugar en mi contra en el hipotético caso de seguirse en el futuro un proceso contra mí por homicidio o asesinato.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Se ven claramente en mis libros.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Bosón de Higgs, para saber si realmente existo o no. Debe ser una partícula de lo más metafísico y hamletiano.
¿Cuáles son sus vicios principales?
No pensará usted que los voy a publicar en Internet. Los pistachos.
¿Y sus virtudes?
Soy limpio.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
El plano final de Ran, de Kurosawa; el Gran Cañón visto desde el borde sur; los cinco pasos que da Charlize Theron en un anuncio de TV; el ojo izquierdo de Monica Bellucci; el ojo derecho de quien yo sé; el semi-gancho con el que Magic Johnson ganó el campeonato de la NBA a los Celtics en su propio campo; cualquiera de los Rojos de Rothko; los planos del desierto de Lawrence de Arabia, de David Lean; las dunas blancas de las White Sands, en Alamogordo.
T. M.

martes, 18 de diciembre de 2012

Declaración de finales


Ser poeta es una actitud, una máscara que no se ve pero que es verdadera y que está dentro del individuo. Ser poeta es una protección ante el mundo, una preocupación por vivir, hondo consuelo de hablar de la vida mediante una manera insólita: el lenguaje (el mismo que utilizamos para hablar), enriquecido por la comprensión de nuestra mente abstracta, por el sonido y el ritmo de las letras mezcladas, por la angustiosa sensibilidad de reclamar como nuestro todo lo que pasa, en el interior y en el exterior de uno mismo, una necesidad que es satisfecha para evitar el presunto remordimiento por no haberla ejecutado. Ser poeta es fingir un dolor estético, declarándolo, argumentar el principio y el fin de los sentimientos, enfangarse de pasado: y no de las circunstancias, sino del poso del abandono triste o del desencanto feliz que han producido. Ser poeta es optar a la solemnidad, a veces ridícula, de admitir que la vida puede llegar a ser importante si merece dejarse escrita.
25 de junio de 1997

lunes, 17 de diciembre de 2012

Entrevista capotiana a Toni Iturbe


En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Toni Iturbe.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La suite presidencial del Hotel Ritz de París.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero a la gente, sobre todo cuando tiene la nobleza de los animales.
¿Es usted cruel?
Sí. Todos los somos en alguna medida.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo muchos conocidos. Amigos, muy pocos
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Me basta con que sean personas decentes. Una cualidad que aprecio mucho es que no llamen por teléfono a la hora de cenar.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Trato de no ponerlos a prueba, por si acaso.
¿Es usted una persona sincera? 
No. La sinceridad no es una opción posible en el género humano. Si la naturaleza hubiera querido que fuéramos sinceros nos habría hecho telépatas. El día que todo el mundo diga lo que piensa, se va todo al garete. Mucho antes que la rueda o el fuego, para bien o para mal, el primer gran invento de la Humanidad es la mentira.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leer es una fuente inagotable de satisfacción.
¿Qué le da más miedo?
Tengo un problema grave con el vértigo, se entremete incluso en mis peores pesadillas. Pero lo que más me asusta es la alianza de estupidez, egoísmo, ignorancia y exaltación que uno contempla cada vez que lee un periódico o ve un informativo en televisión.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandaliza el cinismo. Uno es libre de gastarse cientos de miles de euros en redecorar su loft o en comprarse un descapotable en un mundo donde hay niños que pasan hambre y no tienen una escuela, pero ha de saber que es un miserable, se mire por donde se mire.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Escribir no es una decisión, como elegir entre vitrocerámica o cocina de gas, sino que forma parte de las pulsiones. Creo que nadie puede vivir sin llevar una vida creativa. Sólo somos un puñado de células camino de la descomposición, no se puede vivir sin cierto ejercicio de ilusionismo. 
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Teclear.
¿Sabe cocinar?
Cocino mucho, pero platos muy modestos: huevos fritos, macarrones carbonara, carne a la plancha, tortilla de patatas, arroz con tomate, albóndigas, pizza, ensaladilla rusa...
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Karen Blixen, granjera danesa en África.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
“Sí”.
¿Y la más peligrosa?
”Sí”.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Pero darle unas cuantas hostias, sí.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Mi tendencia es al desaliento. No me siento representado por ningún partido político. Pero si tuviera que elegir algo, que me den una socialdemocracia nórdica... la pega es que para que funcione hace falta ser nórdico.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Admiro mucho a la gente que sabe hacer cosas con sus propias manos: un ebanista que sabe construir una mesa hermosa en la que se siente a comer una familia, un sastre que sabe convertir un pedazo de paño en un abrigo... Yo soy muy torpe. Ahora me doy cuenta que me habría gustado estudiar Física y estar un poco más cerca de los misterios del mundo. La más extraordinaria poesía de nuestro tiempo nos la están sirviendo los astrofísicos y los físicos de partículas con la mecánica cuántica.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La pereza, la mezquindad, la precipitación, la impaciencia, el egoísmo...
¿Y sus virtudes?
Soy bastante bueno en el ping-pong.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
A veces cuando voy en avión y el aparato da una sacudida o creo percibir un ruido raro y pienso que puede empezar a caer en picado y todo se termine en unos segundos... siempre pienso en mis hijos. Hago cálculos del dinero que queda en la cuenta para ellos y su madre, quiero pensar que saldrán adelante y serán felices.
T. M.