jueves, 28 de febrero de 2013

Entrevista capotiana a Jordi Bonells


En 1972, Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el escritor estadounidense se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Jordi Bonells.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
En la concha de mi amor para poderla chupetear sin parar cada vez que ella me lo solicitara.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero la playa sin animales y sin gente
¿Es usted cruel?
Conmigo mismo.
¿Tiene muchos amigos?
No.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Las que me den.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Suelo decepcionarles yo y en eso se ve que son mis amigos porque siguen siéndolo.
¿Es usted una persona sincera? 
Sincero con los insinceros e insincero con los sinceros
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Cogiendo.
¿Qué le da más miedo?
Dejar de tener miedo
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La hipoputez.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Coger más (soy un obseso sexual).
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Maratón.
¿Sabe cocinar?
Sí.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Una actriz porno de la que nunca supe el nombre.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Fin.
¿Y la más peligrosa?
Futuro.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Marxista-leninista tendencia maotsetung de cuando la larga marcha.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Actor porno.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El sexo.
¿Y sus virtudes?
El sexo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Se las dejo imaginar.
T. M.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Mi visita a la casa de Joan Perucho


Este próximo octubre habrán pasado diez años desde la muerte de Joan Perucho (1920-2003). Dejo constancia aquí de la entrevista que tuve el placer de hacerle para La Razón (5-XI-2000) justo antes de su 80 cumpleaños.

JOAN PERUCHO TRAS EL ESPEJO

Es el creador de mundos maravillosos como el de aquellas Historias naturales con las que se dio a conocer en 1960 al gran público. Se considera, ante todo, un «hombre de letras» que ha frecuentado todos los géneros literarios tanto en catalán como en castellano; junto con su gran amigo Néstor Luján, se convirtió en un experto gastrónomo; muchas de sus obras han sido traducidas a multitud de lenguas... Una densa trayectoria que el próximo día 14 recibirá un gran homenaje en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

Acaba de publicar una magnífica Antología poética (Igitur) y el cuento infantil Nani i els itineraris de la zoologia fantàstica (Cruïlla), pero ya tiene listos cuatro libros más que verán la luz junto al centenar que lleva escritos. En pocas ocasiones se tiene el privilegio de conocer a un verdadero humanista, y menos a alguien capaz de transmitir continuamente pasión por la literatura y felicidad por vivir que nada tiene que ver con su supuesta edad avanzada. En su casa, un Juan Perucho lleno de satisfacción muestra la espectacular biblioteca, las obras de arte y las fotos que remiten a un pasado que ha trasladado a su territorio: el de la literatura fantástica y la poesía.
Usted pertenece a una generación rota por la guerra. ¿De qué modo influyó el conflicto en su introducción al mundo de la literatura?
Yo hice la guerra en los dos bandos, y cuando estaba en el ejército de la República la Generalitat repartía a los soldados, para que llevaran en la mochila, un libro que se titulaba Presència de Catalunya, que era un libro escrito en catalán sobre las tierras de Cataluña, todo visto a través de los poetas. Me emocionó tanto este libro que decidí ser poeta. Y entonces conocí a Carles Riba, Josep Maria de Sagarra, Marià Manent... Y más tarde, a través de los congresos de poesía de Segovia, Salamanca y Santiago de Compostela conocí a Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Sánchez Mazas y, sobre todo, a Adriano del Valle, poetas que han desaparecido del panorama español. Entonces decidí ser poeta también en castellano.
Desde la posguerra hasta ahora, ¿qué opinión le merece la evolución de la literatura en España?
Después de la guerra, y al ingresar en la universidad, me encontré con amigos, como Néstor Luján, que han desaparecido. Me he quedado solo. Entonces asistíamos al fin de una etapa, o sea, al fin de la generación del 27 y en prosa el fin de Azorín y Baroja. Pero entonces surgió una ola de grandes escritores, hoy no olvidados sino silenciados, que son Rafael Sánchez Mazas, Julián Ayesta, Álvaro Cunqueiro, Pedro Michelena y Eugenio Montes, entre otros, al lado de excepciones memorables, como Cela y Delibes. Ahora en las grandes librerías ves mesas cubiertas de libros con portadas chillonas que no sabes de quiénes son, y da la impresión de que esta gente hoy sale y mañana no: son sustituidos por una especie de máquina editorial que se gana la vida de este modo. Yo no entiendo eso.
No hay nada, por lo tanto, que le interese en la literatura actual.
Es que la literatura que se hace en el país me suena a lo que los franceses llaman déjà vu. Todo me suena cómo si ya lo hubiera visto, en mi vida o en mis lecturas. O sea que ahora únicamente me interesa la literatura clásica española, aunque no para su lectura, porque tengo dificultades para leer. Trato los libros como si fueran joyas, acariciándolos. Por ejemplo, ahora estoy completando mi colección de Llull. Tengo más de doscientos Raimundos Lulios. Además, he hecho un gran descubrimiento leyendo El Libro de las Maravillas. Y es el siguiente: «Cuando más oscura es la metáfora, más el entendimiento entiende que aquella metáfora entiende». En esta frase está todo el origen del arte contemporáneo.
En el que usted participó de manera intensa.
Sí, intervine en el Dau al Set en Cataluña y en El Paso en Madrid. Los dos movimientos me sugestionaron muchísimo, porque conocí a Picasso, Miró y Dalí, Tàpies, Cuixart y Ponç, e incluso logré descifrar el significado de ese tipo de pintura, sobre todo la de Tàpies. Trabajando como juez, tuve que exhumar cadáveres: vi que en la tapa interior del ataúd había una especie de grafismos negros violentísimos debidos a la putrefacción, que produce evaporaciones de gases y manchas de los jugos gástricos. Si ponías la firma abajo, era un Tàpies, y es que éste descubrió la muerte detrás de la materia degradada.
Acabó siendo juez aunque deseaba cursar Filosofía y Letras.
Tuve que someterme al dictamen de mi padre y sin ninguna vocación estudié derecho. Mientras tanto, escribí un libro de poesía, El Mèdium, que no sabía dónde publicar. Lo llevé a Carles Riba y me animó a presentarme al Premio Ciudad de Barcelona. Gané el premio y conocí al presidente del jurado, don Eugeni d’Ors, y nos hicimos muy amigos. Él me dijo que el ángel de la guarda, el Ángel Custodio designado por Dios, no es más que la vocación o el destino. Has nacido para una cosa u otra, estás determinado. En mi caso, D’Ors me aconsejó que por el tipo de literatura que hacía, tuviera un segundo oficio y que me presentara a oposiciones. Salí juez y trabajé cuarenta años. El Ángel Custodio me procuró un trabajo que me diera suficiente libertad para poder después escribir.
El Ángel le ayudó incluso a mantener su escritura fuera del dictado de los editores.
Siempre he ido a contracorriente. Cuando imperaba el gusto por la poesía social y por la novela realista, yo me sentía llamado a hacer cosas de fantasía. En las obras históricas que leía encontraba situaciones sin un final concreto. Entonces yo imaginaba lo que sucedía después: cosas totalmente insospechadas y fantásticas. Este es el origen de mi literatura fantástica: ver lo que hay detrás del espejo. Siempre he sospechado que ahí está el secreto de la existencia. Nadie lo sabe, aunque parece que los poetas lo huelen.
Se considera sobre todo poeta, pero permaneció veinte años sin escribir poemas.
Llegó un momento en que creí que la poesía no era factible en nuestro tiempo, que nadie podía aceptar la cárcel cerrada de un poema, la convencionalidad del verso. Procuré traspasar mi poesía del poema a la prosa. Además, soy católico, y mi capacidad poética queda vinculada a mis creencias. Creo en una fuerza superior que indica lo que hay que hacer. A veces me fijo en la naturaleza y en su organización matemática. Debe haber una especie de código secreto que todo el mundo obedece a rajatabla.
Esa confianza en la vida, en el trabajo y en su vocación, le mantiene en activo y en plena forma con 80 años. ¿Se ha planteado el fin de su carrera?
Llega un momento en que también tienes ganas de terminar. Lo he hecho todo en mi vida: he escrito casi un centenar de libros, he trabajado mucho, he amado, he tenido hijos… y he llegado a una conclusión. A la muerte no la temo. Imagino mis postrimerías de forma poética: veo perfilarse ante mí una gran ventana luminosa; a la izquierda, se posa un mirlo que me canta El viaje de invierno de Schubert, y con sus trinos me levanta el ánima; a la derecha aparece una abubilla, que me mira fijamente. Después, un perro basset-hount se coloca a mis pies como en las tumbas reales, y entonces viene mi gata y el Ángel Custodio que ha perfilado toda mi vida, y se me lleva. Esta es la manera en que deseo morir.
T. M.

lunes, 25 de febrero de 2013

Entrevista capotiana a Miguel Ángel Oeste


En 1972, Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él el escritor estadounidense se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Miguel Ángel Oeste.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Las fiestas de Gatsby.
¿Prefiere los animales a la gente?
A veces los papeles se cambian… Prefiero a las personas.
¿Es usted cruel?
¿Quién no lo es o no lo ha sido alguna vez?
¿Tiene muchos amigos?
Habría que preguntarle a ellos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Fidelidad, honestidad, sinceridad. Aunque no espero ni exijo nada.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Bastante tengo con mis decepciones.
¿Es usted una persona sincera? 
Siempre que me dejan.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Lectura, cine, viajes... Ya ve, soy muy original.
¿Qué le da más miedo?
La muerte y la enfermedad, sobre todo de un ser querido.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La clase política.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No sé qué responder, la verdad.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Juego con mi hija.
¿Sabe cocinar?
Sí.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Cualquier personaje de ficción, porque me parece que son más inolvidables que los reales.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Gracias.
¿Y la más peligrosa?
Verdad.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Confieso: he matado, en el papel, claro… Muchas.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
¿Está de broma?
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un anime de Hayao Miyazaki.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los auténticos no se pueden confesar… pero en ocasiones me pierde la impaciencia si se puede considerar un vicio.
¿Y sus virtudes?
No sabría decirle. Lo tendría que decir los que me conocen.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Con la pregunta me he acordado de George Bailey, el personaje de Qué bello es vivir, que interpreta James Stewart. Recordará que durante toda la película quiere marcharse de Bedford Falls, pero que por distintas circunstancias nunca lo hace, y al final se queda en el pueblo, trabajando en el banco de la familia, un banquero honesto, que trata de suicidarse cuando el banco quiebra. Creo que hoy todos estamos ahogados o ahogándonos… y que la poética sería nieve sucia. Todo está sucio. Aunque puede que haya desvariado con la respuesta.
T. M.

sábado, 23 de febrero de 2013

Tarareando en islandés tras ver a Sigur Rós


Tengo el mismo nivel de islandés que el bebé que en estos momentos está naciendo en Reikiavik, pero tarareo con imaginativa literalidad esta canción de Sigur Rós, la que me ha calado más hondo, y que fue la segunda que el grupo interpretó el sábado pasado. Fue en una sala adyacente al Palau Sant Jordi; una especie de pabellón de baloncesto en el que, en el fondo, más allá de la marabunta negra de gente, apenas se divisiba a los componentes de la banda, una decena creí ver. La lejanía, más la oscuridad imperante y las imágenes que se proyectaban sobre una gran pantalla o cortina, acabaron de ambientar esa música surgida de algo más que de unos instrumentos muy particulares o de la voz del cantante, un castrati del siglo XXI, un intérprete que se balancea entre lo rockero y lo operístico, entre la balada y el metal, entre lo onírico y el ruido urbano. Inclasificable Sigur Rós, impresionante el final de la actuación, al cabo de dos horas, un cierre apoteósico con una de sus canciones más conocidas, diez, quince minutos de música atronadora, de tensión máxima, de belleza enloquecedora. Uno de los momentos auditivos más memorables que he tenido la ocasión de experimentar, tanto en vivo como en grabación. Porque escucharles es de verdad una experiencia para los sentidos: su música es paz, niñez, grito de desahogo y desesperación, cántico a la hermosura, aire y fuego.

viernes, 22 de febrero de 2013

Entrevista capotiana a Elvira Lindo



En 1972, Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el escritor estadounidense se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Elvira Lindo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?  
Mi casa de Madrid.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero a mi perra a algunas personas.
¿Es usted cruel?
Cuando tengo la tentación de serlo, me contengo.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo muchos conocidos. Y unos cuantos amigos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Humor y buena conversación.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
A veces. Aunque trato de pensar en que yo también he decepcionado a otros.
¿Es usted una persona sincera? 
No para ser hiriente.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, viendo series de televisión, charlando, paseando.
¿Qué le da más miedo?
La gente que hace daño sin sentir remordimiento.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La grosería.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Es lo que hago.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Pilates, y ando bastante.
¿Sabe cocinar?
Me defiendo. Y cocino a menudo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Martin Luther King.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Reconciliación.
¿Y la más peligrosa?
Linchamiento.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Me basta con que ese alguien no interfiera en mi vida. Matarlo no, me podría la culpa.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Eso tan indefinible que se llama progresismo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Cantante.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La impaciencia, el atolondramiento.
¿Y sus virtudes?
Las sé, pero nunca las diría.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Creo que hasta el último momento me sentiría responsable de abandonar el mundo sin haber hecho suficiente por los míos.
T. M.

jueves, 21 de febrero de 2013

Prohibido disparar al cielo


¿Otra novela sobre Auschwitz? La saturación editorial acerca de este asunto es tan avasalladora que otra novedad causa desconfianza. Pero se avanza en la lectura de “Los pájaros de Auschwitz” y, entonces, se olvida el consabido Holocausto porque el Holocausto es nuevo aquí, pues todo tema es virgen si se trata con talento y maestría. Arno Surminski consigue esta hazaña discretamente, mediante la relación de dos seres retenidos en el campo de forma diferente: uno, el alemán Grote, es un oficial nazi encargado de investigar la avifauna de la zona; el otro, el polaco Marek, un estudiante de arte al que le han dado la tarea de dibujar los pájaros analizados por su compañero.

Surminski tiene mucho oficio: sabe colocar las atrocidades pergeñadas en Auschwitz o Birkenau como fondo, sin poner el acento en ellas para atraer al lector con facilona morbosidad, sino apuntándolas mediante comentarios introspectivos de Marek o referencias muy breves de crímenes o crematorios “a pleno rendimiento”. Esta sobriedad hace aún más impactantes las escenas de las horcas o los fusilamientos, o aquellas que reflejan que “todo lo muerto debía quemarse”. Traducida por María Dolores Ábalos, la novela plantea un constante dilema: la estima mezclada de odio por parte del estudiante hacia alguien que no le ha hecho nada y que sólo se dedica a proteger a los pájaros; la observación de estos allá en el cielo en contraste con los prisioneros miserables a ras de tierra; la prohibición de disparar a las aves frente a las balas que acaban con la vida de los presos. Música clásica y genocidio, libertad y cárcel, pureza y xenofobia: Auschwitz.

Publicado en La Razón, 21-II-2013

miércoles, 20 de febrero de 2013

Entrevista capotiana a Víctor del Árbol


En 1972, Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor estadounidense se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Víctor del Árbol.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Si no tuviera que ser un espacio físico, creo que me bastaría vivir dentro de mi mente. Si debe ser un lugar concreto, el museo del Prado me serviría.
¿Prefiere los animales a la gente?
No somos tan diferentes. Pero a veces sí. Sobre todo con  los perros.
¿Es usted cruel?
En ocasiones con el tipo que veo en el reflejo del espejo al mirarme.
¿Tiene muchos amigos?
¿Quién los tiene? No, la verdad es que son muy pocos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sean leales conmigo. Esto es que me digan lo que ellos ven y yo no.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Nunca. A veces pueden entristecerme, pero no decepcionarme.
¿Es usted una persona sincera? 
Todo lo que puedo ser. Intento dejar una puerta abierta a la sinceridad incluso cuando miento.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No tenerlo. Siempre hay un libro, un capítulo que escribir o un lugar al que ir.
¿Qué le da más miedo?
La sinrazón cuando se vuelve colectiva. En lo particular, ciertos momentos en los que siento ganas de tirarlo todo por la borda y marcharme a un lugar ignoto sin dejar señas.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El cinismo convertido en moneda común y la tolerancia con esa actitud.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ser nómada, viajar a lugares donde haya pisado poco el hombre y aprender a tocar el saxofón. Vivir con eso.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, intento nadar, hacer bicicleta, cosas que me ayuden a quemar el exceso de preocupaciones.
¿Sabe cocinar?
Definitivamente, no.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Si fuese un personaje de ficción, creo que elegiría a Meursault, el protagonista de El extranjero (A. Camus). Siempre he pensado que lleva dentro lo que es, todavía hoy, Occidente. Si fuese un personaje real, intentaría acercarme al hombre que ha sido mi padre.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Dios (con mayúscula).
¿Y la más peligrosa?
dios (con minúscula).
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí, pero se me pasa pronto.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Aquella que no considera el Poder como algo propio sino como una cesión de soberanía popular y no patrimonialista. Con raíces profundamente humanistas. Aún creo en aquello de Igualdad, Fraternidad y Libertad. Pero no milito en ningún partido.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Algo que se acerque al proyecto que un día imaginé que sería. Cualquier hombre libre me sirve.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los que no puedo confesar y alguno que no necesita ser redimido. El tabaco me mata.
¿Y sus virtudes?
Las que surgen en los momentos de verdadera necesidad. Y algunas cotidianas.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Mi padre volviendo de un largo viaje con un traje gris, su caricia mientras yo me finjo dormido. Una puesta de sol en las pirámides de Tikal, hace muchos años. Algunos besos, mi compañera Lola diciéndome: “No se te ocurra mencionarme en tus entrevistas”. Un río, paz. Silencio. Por fin.
T. M.

martes, 19 de febrero de 2013

Un suicida en una pared de Poble Nou


Fue hace unos pocos domingos. Paseaba hacia el mar, perdido por las calles de Poble Nou, barrio algo más dignificado que el que recuerdo de niño, cuando era un lugar espantoso, páramo de fábricas grises y sospechosas, aceras con delincuentes y locales nocturnos sórdidos que tuve a mal visitar en la juventud. Me pregunté, en ese paseo inocente, mañanero, de turista en la propia ciudad de uno, por qué alguien pondría en la pared de una fábrica el nombre de uno de los escritores más raros del siglo XX, un suicida al que le dediqué un párrafo en mi libro El gran impaciente. Suicidio literario y filosófico. Aunque tal vez todo se comprenda al saber que el autor pudo caminar hace casi cien años por las mismas calles que yo pisé.

1919 A los 32 años, el poeta estadounidense de origen francés Arthur Cravan, seudónimo de Fabian Lloyd, desaparece en las aguas del Golfo de México a bordo de un velero. Durante la guerra había viajado por Europa central con pasaportes falsos, instalándose en Barcelona en 1916 para dirigir una academia de boxeo y, luego, desafiar en Madrid al campeón del mundo de los pesos pesados, Jack Johnson, quien le tumbaría en el primer asalto. Esta extravagante vida hallará estabilidad al regresar al año siguiente a Norteamérica y conozca a la poeta Mina Loy, con la que se casará y tendrá una hija. Pero todo empeora y Cravan acaba viviendo en la indigencia.

lunes, 18 de febrero de 2013

Entrevista capotiana a Ana Rodríguez Fischer


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ana Rodríguez Fischer.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
El salón de mi casa de Asturias.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero la gente amaestrada que no sea muy animal.
¿Es usted cruel?
No, pero puedo serlo si la ocasión lo merece.
¿Tiene muchos amigos?
Suficientes.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Sinceridad, Transparencia, Lucidez, Alegría, Confianza…
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No (al menos, mientras lo son).
¿Es usted una persona sincera?
Sí.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Según las circunstancias. A veces necesito soledad y silencio y entonces procuro alejarme del entorno cotidiano; otras, descanso (cine o televisión); otras bulla (reuniones o cenas con amigos, fiestas); otras, energía (deporte). Casi nunca escucho música.
¿Qué le da más miedo?
Lo que narré en mi última novela: la imposibilidad de ser lo que he proyectado para mí.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La infamia, la mentira, la corrupción, el hambre…, la maldad en cualquiera de sus formas.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
El sucedáneo, caso de tener recursos: viajaría (en el mundo físico).
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? 
Fui gimnasta adolescente y nunca abandoné el deporte, que cambia según disponibilidad (física y metafísica).
¿Sabe cocinar? 
Cocino a diario, bastante bien y variado. Si hubiera de evaluarme, me pondría notable con tendencia, a juzgar por el desarrollo físico e intelectual de mis hijos, y por la reincidencia de amigos y comensales.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? 
A Raskolnikov.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? 
Aire.
¿Y la más peligrosa? 
Pueblo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
¿Metafóricamente hablando?
¿Cuáles son sus tendencias políticas? 
Siempre me he movido en los ambientes libertarios.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? 
Médico, pero sabía que no podría hacer abstracción o distanciarme del dolor y sufrimiento ajenos. También es un tema de mi última novela.
¿Cuáles son sus vicios principales?   
La impaciencia; la exigencia de perfección.
¿Y sus virtudes? 
La constancia apasionada.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Un torbellino de arena que sabe a sal y algas y un ruido sordo.
T. M.