domingo, 30 de junio de 2013

Entrevista capotiana a Nacho Ares

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Nacho Ares.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Cualquier biblioteca. La del Museo Británico me vale.
¿Prefiere los animales a la gente?
Hay personas que son como animales (salvajes). Pero si he de elegir, quizá por instinto de supervivencia, prefiero los seres humanos.
¿Es usted cruel?
No, en absoluto, aunque me asusto de lo frío que soy a veces ante acontecimientos un tanto trágicos.
¿Tiene muchos amigos?
Lo que se dice amigos, amigos… no muchos. Conocidos, bastantes, pero de ahí no pasan.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Lógicamente tiene que haber un vínculo afectivo.  Pero además busco la honestidad, lealtad, gratitud… Imagino que nada extraño que no busquen otras personas.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Los que lo han hecho es que realmente no son amigos. Así que estoy satisfecho con los que tengo.
¿Es usted una persona sincera? 
El que no haya dicho una mentira en su vida, sencillamente, está mintiendo. Sí me considero sincero, aunque en ocasiones he mentido. En cualquier caso ha sido en momentos extraordinarios.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo o escribiendo. Son mis dos pasiones.
¿Qué le da más miedo?
La verdad es que no soy miedoso. También he de reconocer que suelo evitar las situaciones complicadas.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La hipocresía de la gente en religión, política, comportamiento…
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No concibo otra cosa que no sea lo que hago. Me gusta la medicina. Antes de pensar en ser egiptólogo quería ser médico.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, salgo a correr día sí día no y me encanta ir en bici. Cuando no corro me doy un paseo largo en bici.
¿Sabe cocinar?
Lo justo. No me gusta comer y prefiero emplear el tiempo en otras cosas. Aunque  todos los días me hago la comida yo.
Si el Reader’sDigest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Sin lugar a dudas a la princesa de Éboli… mmmmh o bueno, Howard Carter sería también una buena opción.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Tiempo. Si no lo tienes, estás perdido.
¿Y la más peligrosa?
Guerra.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, simplemente me he marchado. Pero aún así, tampoco he tenido necesidad de hacer algo así. Como decía antes. Todo es cuestión de tiempo. El tiempo pone a cada cual en su sitio y si matas a alguien no hay oportunidad de hacerle ver que se ha equivocado, por ejemplo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Como dice mi hermano, yo soy del partido Lleva la Contraria. Si está A, pues pienso B, y si está B, defiendo a A.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un libro en una biblioteca pública. “Conoces” a gente y ves todas las semanas sitios distintos.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Son inconfesables y no se pueden decir…
¿Y sus virtudes?
Soy muy normalito. No creo que destaque en nada en especial, aunque si he de decir algo, por lo que me comentan los que trabajan conmigo, dicen que soy muy perfeccionista. ¿Esto es una virtud? No lo sé, pero seguro que alguien así lo cree.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Soy muy pragmático. Pensaría hasta el último instante en cómo resolver la situación. Seguro que en algún momento de mi vida he leído o visto en algún sitio, algo que me ayude a salvarme. En eso pensaría. Y si no me queda más remedio que morirme –menuda contrariedad–, pues imagino que me acordaría de los míos: los que están y los que ya no, pero que en breve me voy a reencontrar.

T. M.

sábado, 29 de junio de 2013

Amanecer, atardecer, anochecer…


Han pasado dieciocho años desde la primera película de la trilogía, pienso ayer después de asistir al estreno de Antes del anochecer, absolutamente maravillosa. ¿Aquel joven delgado, de negro y melancólico, que con veintidós años entró y salió de un cine de la Gran Vía, soy, era yo de verdad? El paso del tiempo –pues no es otro el tema de la filmografía de Richard Linklater– es un látigo que te da en la espalda y cuya herida no puedes ver; solo sientes el escozor de la sangre detrás, que no te deja adormecer, apaciguar la memoria, hasta convertirla en un grato ensueño redentor.

viernes, 28 de junio de 2013

Entrevista capotiana a José Calvo Poyato

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José Calvo Poyato.

Si tuviera que vivir en un solo lugar sin poder salir de él, ¿cuál elegiría?
Mi casa y si me lo impidieran, buscaría algún sitio en el corazón de Roma.
¿Prefiere los animales a la gente?
No, en absoluto, me quedo con la gente.
¿Es usted cruel?
Yo diría que no, aunque esa es una respuesta que deberían dar quienes me conocen. Alguna vez he matado una mosca, lo digo literalmente.
¿Tiene muchos amigos?
Conocidos, más allá de lo que supone conocer gente, muchos; bastantes son amigos. Le diré algo que resulta, cuando menos llamativo, en el mundo de los escritores formo parte de un grupo en que somos amigos ¡Escritores amigos! ¡En España! ¡Menudo lujo!
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco cualidades. Son sencillamente amigos -nada más y nada menos-. Son como son. En cualquier caso, pienso que la lealtad es esencial.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
He sufrido algún desencanto, pero mantengo amistades muy duraderas.
¿Es usted una persona sincera?
Suelo no faltar a la verdad, dicen que soy algo exagerado. Ya sabe… las formas barrocas de la expresión andaluza.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Hasta ahora no he tenido mucho. Algo que en este tiempo es todo un lujo. Disfruto con mi familia y mis amigos. Conversación… También leyendo. Soy lector empedernido… en papel. Me gusta ver algún deporte en televisión.
¿Qué le da más miedo?
En el ámbito particular que pueda ocurrirle algo malo a mi mujer o a mis hijos. En un ámbito más general que la civilización degenere a situaciones como las que nos ofrece el cine apocalíptico. Ocurrió con la civilización grecorromana y el mundo clásico.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
¡Ya lo creo que me escandalizo! Me escandalizo por muchas cosas. No soporto la injusticia, tanto en lo cotidiano y lo que podemos llamar pequeño como en las grandes injusticias de las que nuestro mundo tiene ejemplos sangrantes.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
En realidad he hecho otras cosas. En repetidas ocasiones, he dicho que soy un historiador que se divierte escribiendo novelas. Si no hubiera sido profesor de historia, hubiera intentado ser médico. Me siento satisfecho de haberme dedicado a la historia y, por supuesto, de escribir.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Por las mañanas diez minutos de gimnasia diarios… llueva, truene o relampaguee. Por las tardes, también a diario, si no llueve -con el frío no hay problema-, camino una hora.
¿Sabe cocinar?
Hago alguna cosilla. Dicen que mis tortillas de patatas son excelentes. No se me da mal cocer marisco o preparar patatas al horno con vino y pimienta, y soy quien asa los pimientos en casa.
Si el Reader´s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre “personaje inolvidable”, ¿a quién elegiría?
No me lo ha planteado el Rider´s Digest, pero sí una revista de divulgación histórica que dedica su última página a presentar a los lectores un personaje inolvidable. Escogí a Juan José de Austria, el hijo bastardo de Felipe IV. Podría también referirme a Maura, el que fuera presidente del gobierno, en varias ocasiones, en las primeras décadas del siglo pasado. En mi opinión Maura fue la gran ocasión perdida de haber encausado nuestra historia por derroteros diferentes a los que condujeron a la tragedia de 1936.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Odio.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, pero he tenido que esforzarme por no darme de tortas con alguno.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Fui, hace ya algunos años, diputado por el Partido Andalucista en el parlamento de Andalucía.
Si pudiera ser otra cosa ¿qué le gustaría ser?
Haberme decidido mucho antes  por la escritura creativa. Llegué a ese mundo  demasiado tarde.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Demasiado vehemente, muy individualista. A veces demasiado introspectivo y poco comunicativo.
¿Y sus virtudes?
Laboriosidad y austeridad; esta última, políticamente muy incorrecta en los tiempos que nos está tocando vivir, me ayuda mucho. También olvido con facilidad lo que podrían considerarse agravios.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
No tengo la más remota idea. Prefiero no imaginar que estoy ahogándome.

T. M.

jueves, 27 de junio de 2013

Tomeo, adiós al «cazador de leones»

Ayer [22 de junio] murió en un hospital del Ensanche barcelonés uno de los innumerables hijos de Frank Kafka: un aragonés que llevó el absurdo cotidiano, el humor negro, a una ingente obra narrativa y que hace escasas fechas había alcanzado un hito editorial muy celebrado, la publicación de sus “Cuentos completos” por parte de Páginas de Espuma. Desde comienzos de mes se había comunicado que su salud pendía de un hilo, pues había contraído una infección tras someterse a una operación de varices. Tenía ochenta años, había nacido en la localidad oscense de Quicena, en 1932, y debutado como escritor en 1967 con la novela “El cazador”, en la que una especie de trasunto del Gregorio Samsa de “La transformación” kafkiana decidía permanecer encerrado para siempre en su habitación para evitar el trato con su madre.

La socarronería de Tomeo resultaba proverbial: de rostro circunspecto en apariencia, sosegado e inmutable, ocultaba una ironía sutil, una incomodidad de estar allá donde se encontrara que potenciaba su encanto como comunicador. Arrastraba el carácter de esos investigadores que buscan al asesino entre las pruebas del delito. No en vano, se había licenciado en Derecho y luego había realizado estudios de Criminología. A este respecto, en la presentación de los citados cuentos completos en Barcelona, Tomeo contó que se interesó en esta ciencia para conocer los aspectos más oscuros y contradictorios del hombre; aquellas cosas que queremos hacer pero no nos atrevemos, como decía evocando la psicología freudiana del yo, el ello y el superyó, que tenía muy presente. Él mismo describía al ser humano como un egoísta en busca de su supervivencia; de ahí que considerara que la gente no se comunica en verdad y que vivimos en “un régimen de colisión de derechos”.

En los años noventa, era desternillante verlo definirse como un «viudo de guerra» (por estar divorciado), en la misma década de su clímax como narrador: una veintena de obras le contemplaron en esos años, entre ellas El gallitigre” (1990), sobre el fruto del amor de una gallina y un tigre, “El crimen del cine Oriente” (1995), que se llevó al cine dos años después de su publicación, “Los misterios de la ópera” (1997) y “Napoleón VII” (1999). Una trayectoria que multiplicó su dimensión artística y popular gracias a sus adaptaciones teatrales, tanto en España como en Francia y Alemania. El origen de tal éxito residió en una primera versión para las tablas de “Amado monstruo” (1984) –protagonizada por su amigo José María Pou–, tal vez su novela más emblemática, donde se recrea una entrevista de trabajo en la que dos hombres conversan hasta destapar sus respectivas paranoias, y se extendería a “El castillo de la carta cifrada” (estrenada en 1993, en Colonia; una fábula sobre la imposibilidad de escribir y mandar cartas) y al tremebundo éxito de la adaptación, en el Odéon parisino, de “Diálogo en re mayor”, en 1998.

Las sombras de Buñuel y Goya se proyectaron en un Tomeo a menudo calificado de marginal, extraño, que se posicionó en los antípodas del realismo social característico de la posguerra y que reconoció escribir a partir de “automatismos psíquicos”, desde situaciones dramáticas que le hicieron convertirse en algo muy alejado de un escritor al uso. Y sin embargo, le llovieron los reconocimientos, en especial en su tierra: en 1971 recibió el premio de novela corta Ciudad de Barbastro por “El unicornio”, en la que los espectadores de una obra de teatro iban siendo eliminados como en una novela policiaca, y obtendría el Premio Aragón de las Letras 1994 y la Medalla de Oro del Ayuntamiento de Zaragoza. Su universo literario, de una singularidad incuestionable, podía intuirse en los títulos tanto de sus libros de relatos: “Bestiario”, “Zoopatías y zoofilias”, “Cuentos perversos”, como de sus novelas, caso de “La mirada de la muñeca hinchable” (2003), donde un individuo solitario dialoga con una mujer de plástico, o de “El cantante de boleros” (2005), en que otro hombre solitario habla también con su madre muerta. Porque el mundo no oye, la comunicación se vuelve absurda, y ya no oirá por siempre la voz sarcástica e imaginativa de Javier Tomeo.

Publicado en La Razón, 23-VI-2013

miércoles, 26 de junio de 2013

Entrevista capotiana a Ángeles López

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ángeles López.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
En cualquier lugar de España que haya sol, mar, buen pescado, entorno verde y muchos animales.
¿Prefiere los animales a la gente?
¡Los gatos!... La pregunta ofende. Los humanos sólo me gustan a una distancia prudencial y siempre y cuando no me rompan la burbuja de seguridad.
¿Es usted cruel?
Todos lo somos. Yo más que nadie cuando me roban el último sorbo de un Gran Colegiata o un Mauro. También cuando me empujan con las yemas de los dedos al salir de un espectáculo o se me cuelan en la fila del autobús.
¿Tiene muchos amigos?
Los justos y necesarios. Eso sí, el núcleo principal lo mantengo desde primero de EGB. No obsta para que, de tanto en tanto, pueda hacerle un hueco con muchas reservas a alguien nuevo.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Em-pa-tía. Si se piensa bien, no se le puede pedir mucho más a la amistad. Si alguien es capaz de ponerse en tu lugar y vibrar al unísono con tus alegrías y tus miserias, ¡la amistad gira como la rueda del Samsara!
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Claro. Tanto como yo a ellos. ¿O es que acaso somos ángeles?... Bueno, yo sí, pero sólo pasó una vez en la pila bautismal y por culpa de mis padres que eran muy inocentes. Creían que el “nombre” hacía la “cosa”... Y parece que no es cierto.
¿Es usted una persona sincera? 
Demasiado. Tengo genética de Toro y mi entorno llega a rogarme menos sinceridad, porque puedo llegar a ser lacerante... Sin mala intención (de eso sí que no tengo en el armario).
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Cocinando. Leyendo. Escribiendo. Mirando al techo, haciendo zazen y en los ratos libres, follo. (Sin orden alguno.)
¿Qué le da más miedo?
No poder proteger a cuantos deseo cuidar. Tengo el síndrome de perro ovejero. En terrenos más prosaicos, todo lo que hay debajo del mar. ¡Todo es marciano, horrible y espectral! (aunque sea capaz de zampármelo). Si hablo de forma global, me da miedo todo: “Miedo, soy yo”.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Que el tonto siga la linde... Y aunque la linde se acabe, el tonto siga...
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Me hubiera convertido en una chef de alta cocina. Soy feliz inventado sabores y cocinando para los que amo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
No. Camino cuando puedo, pero sudar me estropea la piel... Y me roba tiempo de lectura.
¿Sabe cocinar?
Lo he contestado sobradamente. Pero me gustaría matizar que aprendí casi todo lo que sé gracias a mi cuñada Mari y a las novelas negras... ¡Pepe Carvalho es el detective del que más recetas he copiado!
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Francisco de Asís.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor. El amor contiene todos los conceptos.
¿Y la más peligrosa?
Miedo. Lo anula todo. Podríamos sumarle el concepto ansiedad, pero está tan gastado y malversado, que da asco usarlo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Después de tanta novela negra a mis espaladas sé que es complicado el crimen perfecto... Pero como periodista he tenido algún que otro “objetivo” en mi punto de mira. Pensé cargármelo a fuerza de arroz caldoso con bogavante, pero me pareció una muerte demasiado dulce. Preferí la reconciliación; es menos compleja. Y como no tengo vanidad, resultó fácil.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
¿Todavía se puede hablar de izquierdas? –porque cualquier parecido con los postulados de izquierdas, es hoy un trampantojo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Me hubiera gustado ser el Ángel de la Guarda de Sancho Gracia (le amé en mi más tierna infancia)... Pero ahora que se nos ha ido, me conformaría con ser la intérprete de “Poeta en Nueva York” para la humanidad. Pero no una cualquiera: la definitiva.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Creer que todo es eterno: los electrodomésticos, los bolis, los trabajos, los maridos, la ropa... El día del funeral de mi padre, mi madre dijo una frase memorable que suscribo: “¡Cómo puede pasarme esto a mí! Viuda por segunda vez. A mí que todo me dura tanto: la lavadora, el frigorífico, la ollas... ¡Todo, menos los maridos!”. A mí me pasa igual. Creo que todo aquello que tengo me durará de por vida.
¿Y sus virtudes?
Creo que soy, en el buen sentido de la machadadiana palabra, alguien bueno... Aunque al nombrarlo, lo desvirtúe.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Como diría Bunbury: No fui mala yerba... “Sólo yerba en mal lugar”.

T. M.

martes, 25 de junio de 2013

El suegro preguntón y la nuera


Casi siete años después de su fundación, la editorial Impedimenta llega a los cien títulos: una andadura de gran calidad y atractivo, mezcla destacable de comercialidad y finura artística, diseño y cuidado tipográfico notables. Las preferencias de su director, Enrique Redel, se han orientado sobre todo hacia la narrativa europea del siglo XX, pero también Impedimenta –según el DRAE, «bagaje que suele llevar la tropa, e impide la celeridad de las marchas y operaciones»– se ha abierto a la ficción de autores actuales en español o incluso a la novela gráfica y los libros clásicos infantiles.

La elección del centésimo volumen no es casual; se trata de un autor que habrá dado muchas alegrías a esta editorial madrileña a tenor de su éxito de ventas: la inglesa Stella Gibbons (1902-1989), de la que ya habían traducido “La hija de Robert Poste”, “Flora Poste y los artistas” y “Westwood”. La novela que ahora nos ocupa está en la línea de las citadas: una estupenda comedia familiar que encantará a los amantes de la literatura burguesa británica. En ella, Viola Wither, jovencísima viuda del hijo de un empresario tacaño, vuelve a casa de sus suegros. Al no ser recibida con especial compasión, y en paralelo al surgimiento de un muchacho que encarna el ideal masculino, Viola tendrá que vérselas tanto con el interrogador suegro como con sus ansias de amor renovadas.

Publicado en La Razón, 20-VI-2013

lunes, 24 de junio de 2013

Entrevista capotiana a Román Piña Valls

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Román Piña Valls.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
En la termas de Caracalla, en el supuesto de que pudiese vivir en el año de su apertura eternamente.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. La gente es más entretenida.
¿Es usted cruel?
Sí, tanto como tierno y piadoso, espero. O sea que espero ser muy pero que muy tierno.
¿Tiene muchos amigos?
Sí, inexplicablemente. Pues si no ¿cómo iba a vender más de 10 ejemplares de un libro?
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Ninguna. Los amigos vienen por azar y destino, no porque los sometamos a un test.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Rara vez.
¿Es usted una persona sincera? 
No. Como dice Bruce Willis (citando a no sé qué genio) en “Seducir a un extraño”, en la vida todo consiste en ser sincero. Cuando consigues aparentar que lo eres, ya va bien.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Tocar la guitarra, subir un monte, tomar una copa con amigos, leer.
¿Qué le da más miedo?
Los envases de plástico.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La sosería y banalidad de la mayor parte de lo que veo en los medios de comunicación.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Llevar una vida no creativa me parece insoportable. Quizá me suicidaría. Pero si no hubiera más remedio, me gustaría ganarme la vida haciendo cástings a candidatas a biopics de estrellas del cine.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Natación.
¿Sabe cocinar?
Sí. Sin tirar cohetes. Pero en la práctica sólo hago patatas fritas con huevos fritos. Hago unas buenas berenjenas a la parmesana.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Mark O’Brien, por ejemplo, el parapléjico de la película “Las sesiones”.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
¿Espermatozoide?
¿Y la más peligrosa?
¿Espermatozoide?
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Sólo en las novelas, que para eso están, en parte.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Anarquista conservador. Elitista. A escala real, creo que los pueblos lo que necesitan es perder su identidad y confundirse entre ellos. Soy antibabelista. Y creo que el lucro debe estar vigilado y perseguido. O sea, me afiliaría a un eventual partido estoico.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Mujer antes que nada. Pero eso está muy manido, así que campo trigo.
¿Cuáles son sus vicios principales?
No tengo ningún vicio, sólo virtudes, aunque desconozco cuáles, porque conocerlas sería caer en el vicio de mirarme el ombligo.
¿Y sus virtudes?
Las ignoro, como he dicho, pero me gustaría que fueran la paciencia, la mansedumbre y la generosidad.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Siempre que me ahogo veo lo mismo: una sirena viene a besarme para convertirme en un príncipe de las profundidades, como Namor, Román al revés.

T. M.

sábado, 22 de junio de 2013

El mayor demócrata en cuerpo y alma

Walt Whitman no es sólo el poeta de “Hojas de hierba”, su obra en marcha aparecida por vez primera en 1955 y que iría ampliando hasta poco antes de su muerte. Antes de publicar versos, fue autor de la novela antialcohólica «Franklin Evans, el borracho», de la que luego renegaría, y de unas prosas en las que reflexionó sobre el ambiente político y social de su tiempo: “Democratic Vistas & Specimen Days”, de 1871, que, por traducción y gracia de Jesús Pardo y Carlo Zoti, son dos libros en uno. Por un lado, el ensayo de setenta y cinco páginas “Perspectivas democráticas”; por el otro, una gran serie de pequeños textos titulada “Días cruciales de América”. No en balde, dijo Thoreau de él que era el demócrata más importante que había conocido.

La introducción al volumen, prescindible por pesada y confusa, es de George Kateb, profesor en Princeton, y sólo retrasa el inicio de esta auténtica maravilla de sensibilidad, sabiduría, humanidad. Así, en el primer bloque el poeta vaticina que los Estados Unidos dominarán el mundo entero, pero que su progreso esconde un fracaso ético, un expansionismo vacuo; y que la literatura es la herramienta ideal para forjar un espíritu democrático común que contenga el elemento religioso, el factor del Alma siempre por encima de lo material. De ahí el deseo de que surja «el poeta o el gran literato de lo moderno». (Y quién iba a ser dicho poeta sino el propio autor.)

Whitman destaca que sus ideas son fruto de sus vagabundeos, de observar al ser humano, ya sea en Nueva York o en medio de la naturaleza. Lo cual se enfatiza en la segunda parte, autobiográfica, que incluye recuerdos de sus empleos en periódicos y anotaciones de sus viajes a Boston y al Sur, por ejemplo. Pero por encima de todo ello conmueve y sirve de inspiración moral su diario como enfermero de heridos de guerra: un ejemplo de solidaridad precioso y de un valor incalculable.


Publicado en LaRazón, 20-VI-2013

jueves, 20 de junio de 2013

Entrevista capotiana a Rafael Argullol

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Rafael Argullol.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Un barco.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende de los animales, y de la gente.
¿Es usted cruel?
No.
¿Tiene muchos amigos?
Los suficientes.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Lealtad y jovialidad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, pero no con una sinceridad que juzga y destruye.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No distingo tiempo libre y tiempo ocupado.
¿Qué le da más miedo?
Los ojos de un mezquino.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Nada me escandaliza pero muchas cosas me causan repulsión.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Caminar.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Viajo.
¿Sabe cocinar?
No.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Nunca escribiría para el Reader's Digest. ¿Todavía existe?
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Elpis.
¿Y la más peligrosa?
Sí.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
También.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
La aristocracia del espíritu.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No me gustaría ser otra cosa.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El orgullo y la indefensión ante la belleza.
¿Y sus virtudes?
El orgullo y la indefensión ante la belleza.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
El infierno, el purgatorio y el cielo.

T. M.

miércoles, 19 de junio de 2013

Dalí y García Lorca: más que amistad


A propósito del libro 
Querido Salvador, querido Lorquito (Editorial Elba)

Hubo un tiempo en que el arte y la vida eran lo mismo porque se retroalimentaban, se consolaban, uno justificaba la otra por completo. Los ideales por alcanzar la cumbre artística, la entrega a lo poético, estaban en el ADN de los pertenecientes a la Generación del 27, a los huéspedes de la Residencia de Estudiantes, hoy ya tótems universales de la literatura y el arte: iconos de todo un siglo, donde el martirio y la locura, el exilio y la traición, la trasgresión y la genialidad se funden en una historia que no tiene fin.

Lorca y Dalí vivieron en y por su arte, pero compartido en Amistad. Y ésta es amor, al individuo y al creador que lleva dentro: «Te quiero por lo que tu libro revela que eres, que es todo al revés de la realidad que los putrefactos han forjado en ti», dice Dalí al granadino por carta en 1928; por su parte, Lorca dedicará una extensa «Oda a Salvador Dalí» en la que canta su «corazón astronómico y tierno». Dos caracteres hiperestésicos confluyendo, pues, frente al mar de Cadaqués, amándose hasta rozar lo erótico, admirándose desde el platonismo.

De tal modo que los cuadros del pintor beben de los versos del poeta, y viceversa. Ian Gibson, en «Lorca y Dalí. El amor que no pudo ser» (1999), habla de cómo aquel encuentro «fue enormemente fructífero para la creatividad de uno y otro, dando lugar a un complejo tejido de influencias, complicidades, sugerencias, trasvases y reacciones». En 1930, Lorca manifiesta a su amigo las ganas de mostrarle sus «cosas nuevas» al tiempo que arde «en deseo de conocer» cosas suyas. Un compartir este como base para una amistad artística que duró más allá de la muerte lorquiana, pues tendría siempre Dalí en su pincel, en su pensamiento, a su «Federiquito».

Publicado en La Razón, 18-VI-2013