lunes, 30 de septiembre de 2013

Entrevista capotiana a Matías Néspolo

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Matías Néspolo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Me quedaría en el Parque Nacional Los Alerces, sin cruzar jamás su perímetro exterior. Es más, no creo que me alejara mucho de la orilla del Futalafquen.
¿Prefiere los animales a la gente?
A medida que me voy haciendo viejo, me temo que a los primeros.
¿Es usted cruel?
Sospecho que sólo un poco. Menos de lo que conviene, pero mucho más de lo que me gustaría.
¿Tiene muchos amigos?
Pocos, pero buenos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Franqueza y lealtad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Nunca.
¿Es usted una persona sincera? 
Lo intento.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Imaginando.
¿Qué le da más miedo?
La destrucción de lo que amo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La avaricia y el egoísmo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ganarme la vida honradamente como mejor pudiera, intentando no fastidiar al prójimo. Ahora si la pregunta es qué me hubiera gustado ser: pues, talabartero, amanuense, ajedrecista, domador, tramoyista, grumete, lutier, programador…
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Corro.
¿Sabe cocinar?
Sí.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Messi, sin duda. Pero por el estilo creo que ya lo ha hecho Leonardo Faccio.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Las palabras las llena cada uno con lo que quiera. La cuestión no es esa, decía Humpty Dumpty…
¿Y la más peligrosa?
Algunas huelen un poco, la verdad. Pero no creo que unas sean más letales que otras. Con todas se pueden hacer mimos y caricias. Y cualquiera de ellas sirve de tomahawk. Depende del uso o del juego de lenguaje, que diría Wittgenstein.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Por supuesto.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Tendencioso de a ratos.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Viento.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La pereza y el desaliento.
¿Y sus virtudes?
Me salen muy bien los nudos de corbata, la pena es que no la use. Y también sé pelar una manzana retirando una sola tira, larga e ininterrumpida, de piel.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Si es cierto que todo ahogado trasmuta en Funes el memorioso por obra y gracia de la asfixia, puede entonces que mi Funes recordara el crepúsculo a través de unos eucaliptus de la infancia, el contorno de una mancha de Borgoña sobre el mantel, aquella sonrisa en el andén de un pueblito en la quebrada, el primer grito como de júbilo de una criatura embadurnada y recién parida, el crepitar de la pinaza al abrigo de lana áspera y ahumada, gotas de agua resbalando por una espalda dorada por el sol y cosas por el estilo.

T. M.

domingo, 29 de septiembre de 2013

La vida tras el apartheid


Este libro se comenta con un ensayo del año 2003 del otro compatriota de Gordimer que obtuvo el premio Nobel, J. M. Coetzee. Según éste, «la ficción que ha publicado en el nuevo siglo (…) tiende a ser algo incorpóreo, algo superficial en comparación con la de su periodo más importante». «Mejor hoy que mañana», remedo del conocido refrán que aparece pronto en un diálogo entre la pareja protagonista, coincide con este juicio emitido hace diez años: la historia, con personajes dibujados con voluntad de profundidad pero sin carisma, rígidos e intelectualizados en el peor sentido de la palabra, mantiene sin embargo alguna virtud que Coetzee detectó en la Gordimer del periodo que abarca de 1960 hasta la democratización de Sudáfrica en los años noventa.

Porque, en efecto, esta novela (traducción de Miguel Temprano), que sigue los pasos de una familia de Johannesburgo desde finales del siglo XX hasta el 2009, pretende reflexionar sobre la justicia social: «Sus buenas personas son incapaces de vivir o de prosperar en un estado de injusticia», decía Coetzee, y bastante de eso hay esta vez en un relato en el que Gordimer parece que ha puesto sus disquisiciones políticas en boca de un numeroso grupo de personajes que proyectan cómo la conciencia colectiva está obligada a la convivencia, a olvidar o recordar lo sucedido en el país siempre con un trasfondo de desencanto. Pues pese a Mandela, a los sacrificios, a la reconciliación, Sudáfrica no puede abstraerse de la mixtura que a tantos incomoda.

Así, el químico Steve y la abogada Jabu, él blanco, ella negra, ejemplifican las heridas aún abiertas en una nación ya libre pero en la que las desigualdades son el pan de cada día; donde no es necesaria una clandestinidad explícita pero sí seguir posicionándose tanto en el ámbito familiar como público, defendiendo derechos elementales para la próxima generación. El mundo de la universidad, las barriadas residenciales, la sanidad o la alta política aparecen enmarcados alrededor de la pareja, sus amigos e hijos, a través de discusiones donde se revela la búsqueda de la propia identidad africana tras los intentos de Madiba por poner orden en el caos que reinaba en Sudáfrica cuando llegó a la presidencia. Algo que ya preveía el Coetzee de 2003, cuando hablaba de la preocupación de Gordimer con respecto al «veredicto de la historia sobre el proyecto de Europa de colonizar el África subsahariana». Una posible respuesta, en este texto, y hoy mejor que mañana.


Publicado en La Razón, 26-IX-2013

sábado, 28 de septiembre de 2013

Entrevista capotiana a Olga Bernad

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Olga Bernad.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi casa, supongo. He procurado crear un lugar mío, y allí está la gente que quiero. Pero tendrían que estar allí encerrados conmigo, pobres. Ni hablar, mejor ninguno.
¿Prefiere los animales a la gente?
No.
¿Es usted cruel?
Procuro no serlo, y odio la crueldad innecesaria. Sin embargo, quisiera que no me temblase el pulso si fuese necesario serlo. Creo que muchas veces lo evitamos por conveniencia o miedo, no por compasión o amor.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo amigos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No me he hecho esa lista. Que sus cualidades me sorprendan, yo estoy dispuesta a valorarlas todas. No es cuestión de pedir demasiado.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Alguna vez me han decepcionado. Y yo he decepcionado a algunos.  Sólo puedo decir en mi favor que lo siento enormemente.
¿Es usted una persona sincera? 
No ejerzo de sincera profesional pero procuro buscar la verdad, sí, y transmitir alguna.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Soy madre, trabajadora, estudiante y escritora.  No me acuerdo de lo que prefiero hacer en ese caso. Me gustaba salir hasta las tantas, madrugar y luego dormir siestas larguísimas. La tarde es la parte más prescindible del día cuando el tiempo te sobra. No sé, ahora que me lo pregunta, me doy cuenta de que hace diez años que no tengo exactamente eso que llaman tiempo libre. Tengo un horario entre militar y caótico al que procuro ir arrancándole momentos para escribir.
¿Qué le da más miedo?
El desencanto. Me horroriza lo que hace con nosotros.  Esas hordas de cínicos sin maldita la gracia. Tampoco es que aguante ya el vivir permanentemente ilusionada, pero vamos, un poco de inocencia no viene mal.  Me gustaría mantener a salvo la que me quede.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Todavía me escandaliza lo injusto. Aunque más me escandaliza cómo me he ido anestesiando contra esa sensación. No he llegado al nivel que a veces veo en otros pero sigue siendo escandaloso.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Qué gracia. “Vida creativa”, “decidido ser escritor”. A la octava pregunta me remito.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Ya no. Estuve en un equipo de baloncesto muchos años, y también fui judoka. Cuando puedo, me gusta dar largos paseos sola.
¿Sabe cocinar?
Sí, me gusta mucho. Puede que sea la única tarea casera con la que disfruto, aunque como casi siempre fuera y ya no cocino todos los días.
Si el Reader’sDigest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Difícil. Yo admiro a mucha gente. Casi todas las épocas de mi vida están marcadas por algún personaje sobre el que me he dedicado a leer e investigar. Me produce una sensación parecida al consuelo encontrar gente admirable, pero es demoledor reconocer que resulta mucho más fácil admirar a gente muerta. También me producen mucha curiosidad los personajes oscuros a los que no es posible admirar pero tampoco olvidar. Judas me parece un personaje inolvidable, terrible, triste y fascinante. Algún día escribiré sobre él, aunque el Reader’s Digest no me lo encargue.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Ven.
¿Y la más peligrosa?
En algunos casos, lo más peligroso es que vengan.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí. Pero nunca lo he hecho.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Procuro tener tendencias políticas, aunque últimamente cuesta un enorme esfuerzo. La política está desprestigiada por sobrados motivos y, sin embargo, sigo creyendo aquello de que, si tú no te interesas en política, otro lo hará por ti y en tu nombre. Me considero más de izquierdas que de derechas pero nunca he llegado a la militancia. Tengo problemas con los grupos y con algunos individuos que suelen formarlos. No acabo de encajar ni de encontrar mi sitio. Y me gustaría, debe parecerse a descansar.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No me gustaría ser cosa. Si pudiera ser otra persona me gustaría ser mejor.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Tabaco, comida… placer en general. Esa tendencia hedonista me hace mucho daño. Me cuesta medirme y soy una persona muy débil en ese aspecto. Es que todo me gusta. En fin.  
¿Y sus virtudes?
Esta es la típica pregunta que deberían contestar los demás. Mi experiencia me dice que cuando la gente contesta a estas cosas suele demostrarse que todos tenemos una visión bastante distorsionada de nosotros mismos. Establecida esta prevención, sinceramente le digo que creo que soy muy leal. De hecho, a veces me gustaría serlo menos.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
No lo sé. Yo querría ver a mis hijos una vez más.  Siempre. Y no quiero ahogarme mientras sean pequeños.

T. M.

viernes, 27 de septiembre de 2013

El Papa de la crítica literaria alemana


Con Marcel Reich-Ranicki, muerto ayer a los noventa y tres años en Fráncfort del Meno, desaparece uno de los últimos divulgadores de la literatura en medios de comunicación de masas. Condujo entre los años 1988-2002 un exitoso programa televisivo llamado «El cuarteto literario» que alcanzaría cotas de audiencia inauditas para un espacio de libros. Tanto fue así que se le apodó el Papa de la literatura alemana por ser capaz de despertar el gusto por la lectura de muchos compatriotas y, muy en especial, por mostrar una opinión muy crítica, para lo bueno como para lo malo, de los autores consagrados a los que prestaba una cuidadosa y exigente atención.

Polaco de nacimiento, hijo de padres judíos establecidos en Berlín cuando él tenía nueve años, en 1929, Ranicki vivió pronto situaciones en extremo peligrosas. En 1938 sería obligado a volver a Polonia junto a doce mil judíos más, y en 1940, se quedaría atrapado en el gueto de Varsovia. Luego, sus padres morirían en el campo de exterminio de Treblinka, pero él conseguiría escapar de allí con su esposa en 1943. Lo siguiente que ocuparía a Ranicki no tendría nada que ver con la literatura: miembro del servicio secreto en el Ejército polaco, cónsul de su país en Londres… hasta que un empleo como editor en el Ministerio de Defensa le colocó en una situación influyente para publicar a autores alemanes. De hecho, emigraría a la República Federal Alemana en 1958, donde empezaría de verdad su andadura periodística.

Trabajó para el semanario «Die Zeit» y el «Frankfurter Allgemeine», dio clases en universidades americanas y escandinavas, y entonces vino su eclosión en la tele, plataforma para que se hicieran célebres sus controversias con otros grandes de las letras germanas como Gunter Grass –una vez fue portada de «Der Spiegel» apareciendo enfadado y partiendo en dos uno de sus libros– y Martin Walser; a lo que hay que añadir su tarea como «descubridor» de autores extranjeros como Javier Marías, que se convirtió en un escritor conocidísimo gracias a un Ranicki siempre dispuesto a sorprender con su afilada pluma y sus contundentes reflexiones. La última ocasión de tal cosa sería con motivo de su biografía, «Mi vida» (1999), donde detallaba sus años alrededor de la Segunda Guerra Mundial sobre todo. Ya en este siglo, Ranicki extendería u ánimo crítico más allá de lo literario: aprovechando en 2008 la concesión de un premio por su labor televisiva, rechazaría el reconocimiento echando pestes de la televisión alemana, y se armó un gran revuelo. Y con todo, fue la pequeña pantalla la que le proporcionó un pedestal desde el que habló y sentó cátedra, influyó y enseñó aupándole a la fama más absoluta; una rareza para lo que se da en llamar crítico literario en nuestras sociedades de hoy en día. 
Publicado en La Razón, 19-IX-2013

jueves, 26 de septiembre de 2013

Entrevista capotiana a José C. Vales

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José C. Vales.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Los escritores con frecuencia vivimos en lugares de los que apenas salimos. Y, ahora que lo pienso, yo siempre estoy en un lugar cerrado y oscuro, del que no salgo jamás: mi cráneo. Mientras viva, estaré encerrado en mi cráneo y en mi cuerpo. Y, créame, a veces no es fácil soportarlo.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Me gusta la gente —a veces, en términos generales y de modo individual, de uno en uno, nunca en grupo ni en masa— y también me gustan los animales. Incluso los coleópteros.
¿Es usted cruel?
Sí. Tengo esa habilidad. Por eso la empleo muy poco.
¿Tiene muchos amigos?
No. Tengo poquísimos. Uno o ninguno.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No sé si es una búsqueda premeditada, pero tiendo a buscar la amistad de aquellos que son más inteligentes que yo y que saben más que yo. (Algún malicioso pensará que eso tampoco es tan difícil). Tienen que tener un sentido del humor muy especial: si no hay risa, no hay amistad. Y, sobre todo, tienen que ser buena gente, aunque si son inteligentes, necesariamente serán buenos; sólo los tontos son malos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Bueno... diría que todo el mundo nos decepciona a veces, incluso nos decepcionamos con nosotros mismos. Pero tampoco vamos a ir exigiendo a los demás que sean semidioses de conducta, moralidad y lealtad intachables.
¿Es usted una persona sincera? 
En términos generales, no. En realidad, sí... soy muy sincero, pero ocurre que a los dos minutos puedo haber cambiado de opinión radicalmente. Y por eso la gente dice que soy un poco confuso y contradictorio. De todos modos, tengo bastante habilidad para la mentira y el embuste, como casi todos los escritores.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Me gusta dedicar mi tiempo libre a los placeres menores. A los placeres sociales, quiero decir; los que no son ni intelectuales ni emocionales.
¿Qué le da más miedo?
Me da miedo cuando dejo de controlar mis emociones y mis pensamientos. Y no temo por los demás, sino por mí mismo. Soy un especialista en arruinar mi vida.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandaliza la desvergüenza, el desahogo y la ignorancia de algunos personajes públicos. Y de algunos privados también. Por otro lado, ya casi nada me sorprende.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Siempre he querido ser conductor de trenes, y arqueólogo, y profesor, y amanuense, y tener un despacho de perritos calientes en la calle, y montañero, y periodista... Algunas de esas profesiones aún puedo llegar a ejercerlas. Pero lo que más me gustaría del mundo sería ser vagabundo. Y es probable que se acaben cumpliendo mis sueños.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, corro prácticamente todos los días, de una a dos horas. El año que viene correré mi primer maratón. Y muchos fines de semana subo a la montaña. Y la bicicleta. Y juego con mis sobrinos a lo que quieran.
¿Sabe cocinar?
Sí. Soy especialista en preparar comidas y cenas cuando hay escasez de ingredientes. El otro día, sin ir más lejos, había una gran desesperación en la cocina, hasta que se me ocurrió hacer unos calabacines rellenos de carne cajún gratinados con queso. Deliciosos.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
No soy muy mitómano y no hay ningún personaje vivo que me atraiga especialmente. Entre los personajes históricos... bueno, creo que me gustaría tomar el té con Jane Austen, sin duda, y redactar nuestra conversación para el Reader’s. Sí, eso me gustaría. También Marilyn Monroe... bueno, dejémoslo en Jane Austen.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
No sé por qué, pero a mí la palabra ‘agua’ me resulta muy esperanzadora.
¿Y la más peligrosa?
En general, el uso indiscriminado, reiterativo y abusivo de los pronombres personales de primera persona (yo, nosotros, y sus variantes de caso) me parece muy peligroso.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, jamás. A veces he querido comerme a una mujer, pero nada más.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy demasiado anárquico y contradictorio para ser de izquierdas, y aprecio demasiado la honradez y la justicia como para ser de derechas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Vagabundo, ya lo he dicho antes.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Sería una irresponsabilidad hablar de vicios públicamente, perdone que le diga. Los vicios lo son si permanecen ocultos. Si son públicos, son manías, degeneraciones, incontinencias... consecuencias de cierta incapacidad para el control físico o emocional, en fin.
¿Y sus virtudes?
Creo que tengo una hipersensibilidad alérgica frente a la vulgaridad, la zafiedad, la simpleza y la cutrería. Sí, en eso soy bueno: detecto la falta de elegancia y las torpes gañanadas inmediatamente. En los libros, la zafiedad me resulta insoportable.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Creo que se abrirían ante mí escenas que no han tenido especial relevancia en mi vida y que, de todos modos, son las que le han dado un sentido a mi existencia. Me refiero a una noche adolescente bajo las estrellas, a un día de lluvia en París, a un atardecer en Atenas, a unas risas en la playa de San Sebastián... cosas así, supongo.
T. M.
 ¿Ya? Muchas gracias. Ha sido un placer.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Cuatro novedades literarias de septiembre


Recomendé estas novedades en el escaparate de “Libros” de La Razón, el día 19 de septiembre

Thomas Dinesen, “Mi hermana Tanne” (Confluencias) El hermano de la autora de “Memorias de África”, ocho años mayor que ella, escribió “un retrato honesto de la persona que fue” a partir de cartas suyas y de familiares. En él, aparece una visión complementaria sobre las dificultades de la baronesa Karen Blixen en su cafetal de Kenia y su experiencia cuando, bajo el seudónimo de Isak Dinesen, publicó su exitoso “Siete cuentos góticos”.

Lev Tolstói, “Relatos de Sebastopol” (Alba) Obra muy poco conocida del narrador ruso, está formada por tres crónicas que un joven Tolstói, entonces alférez en el ejército, publicó en los años 1855-56 y que agradaron sobremanera al zar Alejandro II. Los textos explican cómo se desarrolló el sitio de Sevastopol, que fue vital para el desenlace de la guerra de Crimea; sin embargo, fueron censurados y sólo aparecerían completos en 1928.

Jesús Aguado, “La insomne” (Fondo de Cultura Económica) El poeta barcelonés José Ángel Cilleruelo presenta esta antología de un colega de generación. Experto en poesía india, traductor de los narradores “beat” y autor de una variada obra poética, Jesús Aguado tiene en su haber, aparte de poemarios importantes como “Libro de homenajes” (premio Hiperión 1990), un tomo que ya agrupó todos sus versos: “El fugitivo. Poesía reunida (1985-2010)”.

Jules Verne, “Claudius Bombarnac, corresponsal de El Siglo XX” (Fórcola) Con una extensísima introducción del geógrafo Eduardo Martínez de Pisón, se ofrece al lector este libro de Julio Verne muy olvidado que, según sus palabras es “más que una novela de viajes, un viaje novelado. Lo protagoniza un reportero francés que ha de ir de Tiflis a Pekín a bordo del Transasiático y escribir sobre la peripecia que ello comporta para los lectores del periódico parisino “El Siglo XX”.

martes, 24 de septiembre de 2013

Entrevista capotiana a Pepe Ramos

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Pepe Ramos.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La boca de M.T.
¿Prefiere los animales a la gente?
El homo sapiens también es un animal, pero me gustan los que no llevan ropa. Y los que se la quitan ante mí son mis favoritos.
¿Es usted cruel?
Sí, pero solo de palabra y con todos por igual, incluso conmigo. Conmigo el que más.
¿Tiene muchos amigos?
Sí, me faltan dedos para contarlos. También tengo muchos conocidos y demasiado gilipollas a mi alrededor con acceso a mi número de teléfono.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Las de sus amigas.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Pocos de ellos saben moverse con soltura entre mi neurosis habitual, así que los veo trastabillar de vez en cuando y a veces me gustaría que fueran de otro modo, pero de ahí a decir que decepcionan va un largo trecho.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, pero no explícita: omito pero nunca miento.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Visitando doctores. Por lo general es un vicio más saludable que ir de bares aunque entraña riesgos mayores. He probado casi todas las drogas, he escalado, he tenido varios accidentes graves de moto pero nunca nada me ha provocado tanto subidón como el de un diagnóstico erróneo. Desde entonces oigo la palabra trasplante y se me ponen los pelos como escarpias. Ya sé que hoy por hoy es una práctica marginal, pero es un hobby que tarde o temprano se acaba imponiendo. Los viejos no son tontos.
¿Qué le da más miedo?
El papeleo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La indolencia de la mayoría ante las injusticias. Que existan monstruos es inevitable, pero que cuenten con la pasividad y el silencio de la sociedad es como para hacérnoslo mirar.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Superhéroe y escritor en mi identidad secreta.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
La hipoteca.
¿Sabe cocinar?
Estudié cocina varios años y creo que es lo mejor que haya estudiado nunca. Un buen pastel de puerros iguala en mi escala de placeres a un buen concierto pero con la ventaja de que el pastel lo puedo hacer yo cuando quiera. Cocinar bien es invertir en placer, economía y salud y la mejor manera de garantizarte de por vida comensales interesantes que sentar a tu mesa.
Si el Reader’sDigest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Cuando el rey se cayó de bruces en las escalinatas del congreso tenía cerca a dos militares de una edad tan avanzada como él. Uno de ellos le ayudó a levantarse con notable riesgo de caer él también al suelo, cruzando mutuamente una mirada de complicidad entre dos hombres al final de sus días difícil de olvidar y que no pasó inadvertida para el público que rompió en aplausos. Yo elegiría al otro militar, al que se reía.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
¿Depilada?
¿Y la más peligrosa?
Progreso. Las barbaridades más grandes siempre se perpetran en su nombre.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, sin lugar a dudas. Se ha escrito mucho sobre el desafortunado accidente pero creo que ya va siendo hora de que la prensa pase página.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Poder votar las decisiones que rigen el mundo sin intermediarios. No sé si hay algún ~ismo que englobe esta tendencia.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Una enfermedad venérea, un Peta-Zeta gordo explotando o el icono del mojón con ojos del Whatsapp.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Estoy enganchado a la vergüenza ajena. Me rodeo voluntariamente de tipos pagadísimos de sí mismos porque suelen ser los que más juego dan. No es que obtenga placer al criticarlos -que también lo hago- sino que atesoro en mi memoria sus grandes cagadas en alta definición y las rememoro una y otra vez prestando atención a los detalles y a su repercusión entre los demás testigos. Es una mezcla perfecta entre perfomance casual y reality show. Tengo en mi mente un Youtube de la grima que me divierte, me educa e incluso me hace mejor persona.
Las benzodiacepinas.
¿Y sus virtudes?
Un sentido del humor a prueba de adversidades y gratitud eterna a quien demuestra estar de mi lado.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Mi hermana Pili comprándome un donut mi primer día de colegio, mi primera pelea ganada, el 23-F, las torrijas de leche de mi madre, las tetas de Raquel (y Raquel) en el vestuario del campo de fútbol, las cintas de los Pililas Rebeldes, el R-12 ranchera rojo de mi padre, el hospital San Rafael, las litronas en la dehesa, los primeros libros, el vacío, la tertulia en la rebotica de la librería García Lorca, el barrio, las acampadas, el vacío otra vez, mi CX25, la imprenta... todo fundiéndose a negro mientras suena un pasodoble de fondo como en una película de José Luis Cuerda: cine español, al fin y al cabo.

T. M.

lunes, 23 de septiembre de 2013

J. L. Panero en el clan de los poetas enfurecidos


Es imposible atender la figura de Juan Luis Panero, poeta que ayer falleció a los 71 años en la localidad de Torroella de Montgrí (Gerona), donde residía desde hace años, sin tener en cuenta sus ascendentes, su entorno inmediato, el clan de poetas al que perteneció, por mucho que su obra guardase personalidad propia y él mismo, dentro del espíritu rebelde que caracterizó a todos los suyos, tuviera una andadura que miró más allá de una España gris y cerrada –pasó temporadas en América Latina y se relacionaría con figuras tan importantes como Jorge Luis Borges, Octavio Paz y Juan Rulfo, además de frecuentar a Luis Cernuda en México–. Nacido en Madrid en 1942 y hermano del poeta Leopoldo María Panero, ingresado en un centro psiquiátrico desde hace muchos años; hermano también del intelectual Michi Panero, desaparecido en 2004; hijo del poeta Leopoldo Panero, muerto en 1962; sobrino de Juan Panero, muerto a los veintinueve años, en 1937: varias generaciones y una misma extrañeza, la de escribir en una vida incómoda, traumática.

En el caso de Juan Luis, su poesía de línea clara representó para él una manera de encarar la autodestrucción que veía alrededor; de corte narrativo, sus versos no se apreciaron hasta tarde, al haber estado siempre a la sombra del polémico y llamativo Leopoldo María. Cabe destacar su libro de 1968 «A través del tiempo», «Los trucos de la muerte» (1975), «Desapariciones y fracasos», títulos que lo dicen todo sobre el talante del poeta, y sobre todo «Antes que llegue la noche» (1985, Premio Ciudad de Barcelona); Panero ya tenía un nombre por sí mismo, lo que vino a refrendar el hecho de ganar la primera convocatoria del Premio Loewe con «Galería de fantasmas» (1988) y ser merecedor de otro premio, el Comillas de biografía de la editorial Tusquets «Sin rumbo cierto» (1999). La misma editorial en la que vio la luz su poesía completa dos años antes.

Ese rumbo perpetuamente incierto, sometido a unas relaciones familiares siempre turbulentas, que recorren la época del franquismo, la Transición y la democracia, tenía una matriarca de nombre paradójico en el contexto que luego quedaría reflejado en dos filmes documentales, uno firmado por Jaime Chávarri en 1976 y una continuación, materializada en 1994 por el desaparecido Ricardo Franco: Felicidad Blanc, que presenció el lanzamiento recíproco de reproches, traiciones, afectos y egocentrismos entre su descendencia. La locura, la orfandad, la paranoia, incluso la cárcel eran asuntos que aparecían en sus obras como señas de identidad vitales; y sobre todas ellas, «la memoria y la muerte», como decía en un poema de «Enigmas y despedidas» (1999) y que aún enarbola su hermano, el único superviviente y representante de ese fatalismo con el que siempre se relacionará a los Panero.

Publicado en La Razón, 18-IX-2013

sábado, 21 de septiembre de 2013

Entrevista capotiana a Miguel Mena

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Miguel Mena.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La Unión Europea. No me conformo con menos kilómetros cuadrados.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Prefiero la gente. Sin ninguna duda.
¿Es usted cruel?
No. Jamás.
¿Tiene muchos amigos?
Recordemos a Josep Pla y su definición de un mundo dividido entre amigos, conocidos y saludados. De acuerdo con eso, tengo unos pocos amigos, cientos de conocidos y miles de saludados. Las dos últimas categorías crecen sin parar como fruto de mi trabajo en una emisora de radio.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Buena conversación, sentido del humor y sensibilidad por la gente y por la vida en general.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No.
¿Es usted una persona sincera? 
Cuando la ocasión lo requiere, soy sincero, pero a menudo soy diplomático. La franqueza muchas veces se convierte en brutalidad verbal.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leer, charlar, caminar, montar en bicicleta, ordenar mis discos, etc.
¿Qué le da más miedo?
El dolor en quienes me rodean.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El cinismo, el derroche, la indiferencia ante el dolor ajeno.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Nunca decidí ser escritor. Decidí ser periodista y aposté por trabajar en la radio, cosa que hago desde hace treinta años. Me apasiona mi trabajo. Además, escribo libros y también disfruto con ello.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Ciclismo, senderismo, montañismo de baja intensidad.
¿Sabe cocinar?
Sí. Lo hago a diario.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Rafael Azcona.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Adelante.
¿Y la más peligrosa?
Utopía.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Matar no, pero bloquearle un rato con una pistola de rayos paralizantes, sí; frecuentemente.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Socialdemócratas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Me dedico a lo que más me gusta, locutor de radio. Creo que también habría disfrutado siendo bibliotecario.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Hablar. La bicicleta. La música pop. El vino.
¿Y sus virtudes?
Tal vez, saber escuchar.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Alguna de la infancia. Algún amor. Mi hijo. Muchas imágenes de la radio.

T. M.