jueves, 31 de octubre de 2013

Entrevista capotiana a Miguel Sanfeliu


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Miguel Sanfeliu.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Elegiría mi casa, donde están mis libros y mi familia. A veces uno sueña con ir a otros lugares y entonces, dependiendo del estado de ánimo, suelo pensar en Nueva York, en Londres, en Praga, en un chalet en la playa o en una casa rural en medio del bosque y en un lugar donde siempre esté nublado y haga frío. Pero después de este periplo vuelvo a mi casa y me siento bien.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Comprendo la idea poética de que un animal no te traiciona y es noble y no tiene maldad ni dobleces, y todo eso, pero por lo general suelo preferir la gente a los animales. Es más, creo que desconfío un poco de quienes prefieren los animales a las personas.
¿Es usted cruel?
No, en absoluto. En mi vida cotidiana procuro no herir, evitar los malentendidos y, si se producen, aclararlos. No me cuesta trabajo disculparme si algo dicho o hecho por mí ha molestado a alguien. Ahora bien, como escritor la cosa cambia. Con los personajes, con las situaciones de mi ficción, no me duele ser cruel. La crueldad en la literatura me atrae.
¿Tiene muchos amigos?
Amigos para quedar, para compartir aficiones y contarnos confidencias, no, son pocos. Además, tiendo a la soledad. A veces, miro mis libros y pienso que tengo muchos amigos muertos. Sí tengo muchos amigos en facebook y muchos conocidos a los que me alegro de saludar cuando me encuentro con ellos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que estén a mi lado cuando me equivoco.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Además, yo siempre tiendo a disculparlos. Pero no descarto que, inconscientemente, cree cierta distancia cuando algo me ha dolido.
¿Es usted una persona sincera? 
Procuro serlo. Cuando intento ocultar algo, se me nota. Es cierto que prefiero callar antes de decir algo que no pienso. Pero no me gusta la gente que piensa que la sinceridad es sinónimo de crueldad. Creo que hay que esforzarse por ser sincero sin herir a nadie.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo y escribiendo. También me gusta el cine. Escribir me relaja, me ofrece la posibilidad de soñar otras existencias. Me emociona sumergirme en una historia y espero no perder nunca la satisfacción que me proporciona la escritura. Además, mantiene mi cabeza ocupada todo el tiempo. Cuando voy conduciendo, por ejemplo, mi mente sigue intentando solucionar un desenlace o desarrollar un capítulo. La lectura supone un modo de inspiración. Busco en los autores imaginación, mecanismos narrativos, mundos personales... Me gustan Raymond Carver, Tobías Wolff, John Fante, Richard Ford, Franz Kafka, Albert Camus, Ignacio Aldecoa, Pío Baroja, Medardo Fraile, y un largo etcétera. Pero lo que más me gusta es encontrar libros perdidos, escritores que pasan sin pena ni gloria pero que encierran ocultos tesoros, como Dan McCall, que se murió hace poco, y su novela Jack, el Oso, que por cierto fue llevada al cine con el mismo título, lo cual nos lleva a mi tercera actividad favorita. Ahora voy menos al cine. Suelo ver cine en casa. Soy cliente habitual de un videoclub que resistía contra la crisis con heroicidad (acabo de enterarme de que también va a cerrar). Y suelo ver, cada día, antes de acostarme, una película. La última: De óxido y hueso, que es también la adaptación del libro de cuentos de Craig Davidson, también muy recomendable.
¿Qué le da más miedo?
La muerte de los seres queridos. Lo fácil que puede desmoronarse el mundo de uno.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La falta de empatía. La deshumanización del otro es el primer paso para ejercer la crueldad sobre él.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Esta es una pregunta muy difícil para mí porque siempre he querido ser escritor. En mi vida, hay dos realidades, dos parcelas, una en la que no soy escritor y otra en la que sí. Podría decir que me quedaría con esa otra faceta, pero entonces creo que me costaría mucho seguir adelante. Ambas existencias se necesitan. Escribir es una forma de vida y no me imagino viviendo de otra manera.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Debería, ¿verdad? Mañana empiezo.
¿Sabe cocinar?
No, pero debo confesar, en mi descargo, que me gusta ver los programas de cocina.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Recuerdo una buena colección de ejemplares del Reader’s Digest en mi casa. Me viene a la cabeza ahora un artículo sobre el doctor Joseph Bell, que fue la persona que inspiró a Conan Doyle el personaje de Sherlock Holmes. Me interesan esas personas que quedan en el anonimato, en un segundo plano. También me atraen las vidas tortuosas, las relaciones difíciles. Últimamente siento una extraña curiosidad por la vida de Charles Lamb, un ensayista inglés con una trágica historia familiar. Su hermana, Mary Lamb, asesinó a su madre y fue recluida en un psiquiátrico. Charles se hizo cargo de su custodia y la llevó a vivir con él. Ambos colaboraron en la escritura de los Cuentos de Shakespeare, basados en las tragedias del dramaturgo inglés.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Libertad.
¿Y la más peligrosa?
Fanatismo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Creo que no, me suele bastar con perder de vista a ese “alguien”.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
En este momento no creo en la política. Hay cosas que me importan como la protección de los desfavorecidos, la educación, la sanidad, el empleo digno, que tu entidad financiera no pueda timarte, que la vivienda sea el último recurso para saldar una deuda, el respeto a los demás... En fin, cosas que, al parecer, no son incumbencia de ningún partido político.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
La verdad es que no se me ocurre nada, así que diré que me gustaría ser “nada”.
¿Cuáles son sus vicios principales?
No sé si puedo denominarlo “vicio”, pero el caso es que soy un comprador compulsivo de libros. También sufro de una inseguridad crónica. La combinación de estas dos particularidades resulta bastante catastrófica.
¿Y sus virtudes?
No sé si denominarlo virtudes, pero tengo un carácter más bien tranquilo y tiendo al optimismo (o eso me gustaría).
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Los rostros de mi mujer y mis hijos. Recuerdos con ellos. Y recuerdos de mi propia niñez. Al final, supongo que eso es lo que importa de verdad.


T. M.

miércoles, 30 de octubre de 2013

El mes del pop español


Empecé octubre acudiendo al concierto de Revolver, en la Sala Barts, donde el grupo, esta vez en formato trío, presentaba su último disco, EnJoy, una recopilación de sus mejores canciones en clave rockera. Súper rockera. Javier Goñi, igual de lúcido, irónico y carismático como siempre, estaba acompañado de un bajo y un batería que me entusiasmó. De hecho, este me pareció el centro del concierto, un músico con una fuerza y un ritmo descomunales. Las guitarras de los dos compañeros, eléctricas, electrizantes, sumieron al teatro en un maravilloso ruido, y los temas de Goñi, algunos con la friolera de veinte años a sus espaldas, sonaron nuevos mediante esa clave musical tan heavy. La entrega, el desgaste, la vivacidad de los tres fue digna de elogio, y el éxtasis llegó con la interpretación de “Eldorado”, larguísima, estruendosa, verdaderamente impresionante, con la que acabó una actuación, otra, memorable de Revolver.

A final de mes, otro concierto. En el Hard Rock Café, poca gente alrededor de la barra de bar con forma de U, sonido bajo, tanto que a veces se oía más la cháchara de la gente de al lado. Otro grupo legendario de las dos últimas décadas y pico del pop español, Los Secretos, por supuesto con Álvaro Urquijo a la cabeza y su voz rota. Era por una buena causa, el dinero recaudado iba íntegramente a ayudar a una asociación que lucha contra el cáncer de mama. Otro trío: dos guitarras españolas, en acústico, con un teclado, y un repaso a lo mejor de una discografía que se distingue por su sencillez, elegancia y buen gusto lírico. Fantástica obra, entrañables canciones que todos coreábamos porque son parte de nuestra juventud, y unas pocas canciones añadidas, del último álbum, realmente estupendo, titulado En este mundo raro. Bueno, menos con música tan emocional, tan linda como esta.



martes, 29 de octubre de 2013

Entrevista capotiana a Pedro Menchén

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Pedro Menchén.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Pues me quedaría donde ya estoy: en Benidorm, en mi pequeño estudio. He vivido en otros lugares, pero al final siempre volví aquí, por lo que deduzco que este es el lugar que más me gusta. No es que sea maravilloso, pero en los otros sitios nunca fui feliz y aquí me siento en paz conmigo mismo.
¿Prefiere los animales a la gente?
La gente, sin duda. Aunque tampoco tanta gente. No me gustan las multitudes. Respecto a los animales, jamás podría tener un perro, por ejemplo. No soportaría sus empalagosas muestras de cariño ni la obligación de cuidarlo.  
¿Es usted cruel?
Me parece que no. Siento demasiada empatía.
¿Tiene muchos amigos?
No, tengo muy pocos amigos. No soy un tipo popular, de esos a los que se arrima la gente. Además, tengo tendencias a la misantropía. A pesar de todo, no hay nada que valore tanto como la amistad. Pero la mayoría de los amigos que tengo al final acaban dejándome. No sé por qué. Generar amigos, cuidar a los amigos es una especie de arte que yo no domino.  
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La honestidad, la generosidad, la sencillez.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, nunca. Soy yo quien les decepciona a ellos, supongo.
¿Es usted una persona sincera? 
Demasiado sincera. Quizá es eso lo que me ha traído tantos problemas. La mayor prueba de mi sinceridad está en mi libro Escrito en el agua. Es impúdicamente sincero. Alguna gente lo critica por eso. Pero al tratarse de una autobiografía tenía la obligación de ser sincero. Sea como fuere, no tengo miedo a la verdad. No tengo nada que perder. No tengo nada que ocultar.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, viendo documentales de historia, de ciencia o del universo. También me gusta pasear. Dar largas caminatas por la ciudad. Ese tipo de cosas. Lo que no soporto son los eventos sociales, las presentaciones de libros, etc.
¿Qué le da más miedo?
Una muerte violenta.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La crueldad. La crueldad gratuita. Prácticamente no me escandaliza nada en la vida, pero eso me sigue sorprendiendo todavía y me molesta. O mejor dicho: me resulta incomprensible. No entiendo la crueldad. ¿Cómo alguien pude disfrutar haciendo sufrir a otro ser vivo? El dolor de otro ser vivo me resulta asqueroso, desagradable.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Pues me hubiera gustado ser maestro de escuela. O administrativo. Creo que se me da bien el trabajo de oficina: hacer facturas, ordenar y clasificar papeles. También me hubiera gustado ser detective. No como en las películas, pues no valgo como hombre de acción, pero creo que se me daría bien investigar, analizar pruebas, seguir la pista a algo o a alguien.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
No. De joven quise hacer deporte, pero me lo prohibió el médico por un pequeño problema cardíaco. No obstante, camino mucho. No tengo coche ni conduzco, así que me veo obligado a caminar muy a menudo.
¿Sabe cocinar?
Un poco. Lo suficiente para no tener que ir a comer cada día a un restaurante.
Si el Reader’sDigest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Sin duda alguna, a Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Es un personaje fascinante, atípico, del tiempo de la conquista de América. Fue un tipo duro, pues sobrevivió a las mayores penurias, pero a la vez fue un caballero, un hombre de honor, con una gran delicadeza de espíritu en un mundo gobernado por hienas depredadoras. En cierto modo, su vida se parece a la de Colón. Ambos fueron víctimas de la maledicencia y la mentira, ambos mostraron siempre un gran respeto por los indios y ambos fueron traicionados y traídos a España en sendos barcos cargados de grilletes. Sobre Colón se ha escrito mucho, pero apenas hay bibliografía sobre Cabeza de Vaca, lo que me parece injusto e inexplicable, ya que es un “personaje inolvidable”.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Ante una pregunta así, uno puede ponerse cursi y decir, por ejemplo, la palabra “amor” o la palabra “paz”. No. Para mí el fundamento de la convivencia humana, lo que nos ha llevado a una vida mejor, más grata, más civilizada, radica en la “Magnanimidad”. La magnanimidad implica comprensión, tolerancia, respeto, generosidad, implica dar una segunda o tercera oportunidad  para enmendar los errores. Pues todos cometemos errores y, por lo tanto, todos debemos perdonar y ser perdonados alguna vez si queremos convivir.
¿Y la más peligrosa?
Pues digo lo mismo que antes. Lo fácil sería recurrir aquí a palabras como “odio”, “venganza”, “intolerancia”, “crueldad”. Sin embargo, yo creo que la palabra más peligrosa de todas es una que apenas se dice, pero que se practica mucho y que, a mi entender, perjudica seriamente a la convivencia humana. Me refiero a la “Mezquindad”. Mezquindad es el antónimo de magnanimidad. La mezquindad es el defecto humano más horrible, a mi entender. Son mezquinas las personas de corazón pequeño y mente estrecha, ese tipo de personas que ven sólo una parte limitada de la realidad, tan limitada que sólo se ven a sí mismos dentro de la realidad. La mezquindad es la combinación perfecta de egoísmo y estupidez. El mundo no habría avanzado ni un ápice si sólo hubiera habido en él gente mezquina. Por suerte, hubo también mucha gente valiente y generosa que trató de abrir nuevos caminos a la aventura humana. Y los abrió, si bien perecieron muchos de ellos víctimas de la mezquindad.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Oh, sí, claro. Una vez tuve que salir huyendo de una ciudad por no matar a alguien. Aunque ese alguien era muy peligroso, no tenía miedo de él,  sino de mí mismo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Desde luego, no son de derechas. Pero nunca apoyaré a un dictador de izquierdas. Para mí, todos los dictadores son iguales. Por otro lado, respeto a la gente de ideología contraria a la mía siempre y cuando acepte las reglas de la democracia. Además, una democracia no es posible sin izquierdas ni derechas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Quizá un árbol. Adoro los árboles. Sin embargo, qué soledad tan profunda la de los árboles: no pueden moverse ni relacionarse entre ellos. Ahí están siempre, en silencio, aguantando el frío y el calor. No pueden ver, no pueden hablar, no pueden hacer nada, pero sí pueden sentir. Pues sienten. No como sentimos los seres humanos, pero sienten a su manera vegetal.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Pues, sinceramente, no creo tener grandes vicios. Soy un alma estoica. No me vuelvo loco por nada, ni siquiera por los chicos. Puedo prescindir de cualquier cosa. Por ejemplo, cuando me detectaron hipertensión y me prohibieron la sal, dejé de tomarla sin ningún problema desde aquel mismo momento. Muchos años antes ya había dejado de tomar azúcar voluntariamente. Un día fui a hacer té y me di cuenta de que no tenía azúcar, pero el supermercado estaba cerrado, así que me dije: “Bueno, es el momento de empezar a tomar el té sin azúcar”. Me resultó un poco duro la primera semana, pero después me había acostumbrado y ya no soportaba el té con azúcar. A lo largo de mi vida he comprobado que uno se puede acostumbrar y adaptar a todo. Mi madre, la pobre, sin embargo, se murió sufriendo porque no podía controlar el deseo de tomar algunas cosas. Yo puedo controlar, modificar y anular cualquier deseo si lo considero conveniente. Sin embargo, no puedo imponerme deseos de cosas que no me gustan.
¿Y sus virtudes?
Pues tampoco tengo grandes virtudes. O, si las tengo, las desconozco. Yo sólo soy consciente de mis defectos. De mi torpeza congénita. 
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Me gustaría pensar en la inmensidad del universo, en la relatividad de todo, en la insignificancia del género humano, en la misteriosa eclosión de energía del Big Bang. Es eso en lo que quiero pensar cuando me muera (lo tengo decidido hace tiempo). Creo que será mucho más fácil y más agradable morir si asumes en ese instante que sólo eres una pequeña mota de polvo en el espacio.

T. M.

lunes, 28 de octubre de 2013

40 años de la muerte de Pau Casals


La semana pasada se celebró ese aniversario. Lo escuché bastante en Catalunya Música, me enteré de algunos actos sobre su obra y vida, estuvo presente en mi cabeza, oh casualidad, en los días que preparaba la reseña de Memorias y comentarios de Ígor Stravinski. Y entonces, ese mismo día, tal vez martes, una leve dificultad para dormir me propulsó hacia la televisión; dichosamente, porque en no sé qué canal se emitía un documental maravilloso, sobre el poema de Joan Alavedra que convirtió en oratorio Casals, “El pesebre”. Historia emocionante la de estos dos amigos del alma, exiliados en Francia, amenazados por las tropas nazis, catalanistas constructivos y pacifistas universales. Recordé, qué remedio, el Museo Pau Casals de Sant Salvador, correcto, demasiado simple para mi gusto, pero bonito, y el auditorio solo cruzar la calle, al que había ido varias veces a ver conciertos de música clásica o jazz, años ha, cuando combinaba mañanas y tardes lanzando a canasta en las pistas de Calafell –dios mío, qué hacía aquella vez Marc Gasol allí, supongo que cuando ya jugaba en el Barça o en Gerona, antes de irse a la NBA– con las lecturas literarias y las audiciones que me eran tan necesarias. 

Viendo el documental, era inevitable que saliera Puerto Rico, y entonces me vi frente al Museo Pablo Casals de San Juan, la ciudad en la que residió durante los últimos diecisiete años de vida y en la que acabó precisamente “El pesebre”. Se decía en la tele que el mar de Puerto Rico le recordaba al de Sant Salvador, y le entiendo, pues qué mares amados no son siempre el mismo mar. En A Late Quartet, la película de la que hablé en este mismo blog y que vi varias veces en aviones que me llevaron muy lejos este verano, se cuenta una anécdota que protagonizó Casals, preciosa, que refleja su extraordinaria humanidad, bondad, solidaridad, tanto hacia sus conciudadanos como hacia sus alumnos y colegas de profesión. Aquel cuarteto fílmico me vino a la mente también estos días, cuando leo en Stravinski: “El cuarteto de cuerda es el transmisor de ideas musicales más lúcido que existe, así como el más humano y el más instrumental; o, si no fue así, natural y necesariamente, entonces Beethoven lo hizo así.” El Opus 131 que suena en la película atestigua lo dicho. Todo está relacionado. La mar. Sant Salvador. Puerto Rico. Música y poesía. Yo en esos sitios, yo en esas músicas y esos versos, y mágicamente el aniversario de una muerte recayendo en la propia memoria, en los viajes, como una compañía lógica, permanente y anhelante.

domingo, 27 de octubre de 2013

Entrevista capotiana a Oliverio Coelho

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Oliverio Coelho.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Sería sin duda un natatorio o el estudio en que escribo, en caso de que me confinaran solo. Si me confinaran a un solo lugar acompañado, elegiría una cama.
¿Prefiere los animales a la gente?
No generalizaría. No prefiero cualquier animal a la gente. Tampoco cualquier persona a los animales. Pero prefiero mi gata o la perra de mi mujer a la mayoría de los humanos.
¿Es usted cruel?
Raramente, salvo cuando un empleado público me saca de las casillas y la topadora de la burocracia argentina me atropella.  
¿Tiene muchos amigos?
Tengo la cantidad amigos que caben en una vida sin demasiados movimientos. Un racimo. No sé si son muchos, pero sí los que deseo tener. De hecho he dejado de hacer amigos hace años.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que la capacidad de beber y reír sea inversamente proporcional a la envidia y egocentrismo.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, si hay algo que no dan las amistades, salvo excepciones, es la decepción. Son relaciones finamente tejidas a lo largo de los años. A veces una amistad tarda más en desarrollarse que un amor.
¿Es usted una persona sincera? 
Trato de serlo. Aunque creo que la sinceridad es un brazo de la ética y llega sola.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo o escuchando música.
¿Qué le da más miedo?
Bueno, pasan los años y muy cada tanto el único miedo que me electriza de cuando en cuando es el que emana el insomnio.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La xenofobia. Que el aborto no sea legal. Que la marihuana no sea legal. El maltrato a los animales. El narcisismo de los escritores. 
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No podría haber hecho otra cosa. Soy un completo inútil para todo lo que no sea escribir. Por eso escribo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Natación y ciclismo, esto último por cuestiones pragmáticas, para trasladarme en la ciudad.
¿Sabe cocinar?
Sí, me gusta cocinar. Lo hago casi a diario. También me encanta asar cuando el clima es cálido. Viviría asando. Por suerte existen los inviernos para escribir.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Creo que elegiría a mi padre.  Es un personaje que conocí bien y eso, además de su excentricidad, lo vuelve inolvidable.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Guerra.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Pero fantaseé: una vez que fui chantajeado y me hicieron un juicio. Fue una fantasía que invertí en una ficción.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me simpatizan las políticas de izquierda, si eso si significara algo hoy en día. Las políticas de estado que tienden a asegurar la igualdad y no el libre mercado.  
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Me gustaría ser atleta, en particular, nadador. O pianista o gato.
¿Cuáles son sus vicios principales?
No son principales sino medulares. Y más que vicios son debilidades: el single malt y los asados. Y acostarme tarde.
¿Y sus virtudes?
Según dicen, el buen humor y la serenidad, “virtudes” que a veces me hacen parecer un vegetal o un marciano ante ojos de extraños.  
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Pensaría en amores, tal vez en un gran amor. 

T. M.

sábado, 26 de octubre de 2013

Reinventar la primavera

París, 1952. Julio Cortázar ha acudido a un concierto-homenaje a Ígor Stravinski. Se siente emocionado por ver al admirado músico, y en el entreacto, en vez de salir a estirar las piernas como el resto del público, se mantiene en su butaca. La música del ruso aún flota en el ambiente, se puede deducir, y en esa nebulosa el argentino «ve» que hay en el aire «personajes indefinibles, una especie de globos que yo los veía de color verde, muy cómicos, muy divertidos y muy amigos que andaban por ahí circulando». Enseguida tuvo claro que tales seres se llamaban cronopios, y que tendría que dedicarles unos textos que se publicarían bajo el título de «Historias de cronopios y de famas» (1962).

La anécdota es conocida gracias a que fue difundida por el programa «A fondo» de TVE, en 1970, a partir de la entrevista que le hiciera Joaquín Soler Serrano, y tal vez pueda explicar algo del espíritu mágico de una música que había roto muchos moldes, como Cortázar hará en el plano literario. No en vano, se trata del «máximo artífice de la música contemporánea», como dijo Massilo Mila en su historia de la música ya en 1946. Así lo atestigua el ballet «Petrushka» y, sobre todo, «La consagración de la primavera», ambas estrenadas a inicios de los años 1910. El melómano sabrá de sobra que en el estreno de esta última, con coreografía de Vaslav Nijinsky y creada para los Ballets Rusos de Sergéi Diáguilev, en el Teatro de los Campos Elíseos hace exactamente cien años, los espectadores protestaron con virulencia, desacostumbrados a aquel ritmo y armonía tan distintos a lo usual.

Pero es que Stravinski tuvo siempre alma de rebelde y no le importó la reacción de una afición que, según él, siempre será minoritaria, como se ve en este volumen, traducido por Carme Font, en el que su amigo y colega Robert Craft –que vivió veintiún años con él o en un piso cercano, en Hollywood– reunió parte de los cinco libros que se publicaron con conversaciones con el maestro. Divididos en orden cronológico según los periodos de la vida de Stravinski –Rusia (1882-1913); Suiza y Francia (1910-1939); Estados Unidos (1939-1971)–, nos dan una panorámica completísima de la vida familiar y profesional del autor de «El ruiseñor»: sus consideraciones técnicas –valga el mejor ejemplo, su definición de música: “una organización de tonalidades”–, su relación con innumerables músicos, escritores y pintores de su época; su punto de vista sobre sus propias obras, sobre las que sintió una gran influencia jazzística.

Y siempre sin tapujos, sin caer en lo políticamente correcto ni en falsas modestias. Stravinski lo tuvo claro desde el comienzo: «Tenemos un deber para con la música, y es el de “inventar”», dijo en su serie de conferencias agrupadas en «Poética musical», aunque ese afán por innovar le llevara a veces al rechazo. En este sentido, Stravinski usó este tipo de entrevistas para «airear sus posturas críticas y castigar a los mandamases de la escena musical contemporánea», en palabras de Craft.

Su ambiente inicial es el de un San Petersburgo por el que caminaba Dostoievski –“Siempre fue mi héroe”, afirma–, que era amigo de su padre, con personas que habían sido íntimas de Tolstói, con el Chaikovski –“Fue el héroe de mi infancia”– al que vio en persona en un teatro –“La noche más emocionante de mi vida”– dos semanas antes de que el cólera se lo llevara, con la mujer de Chéjov, Olga Knipper, encima de los escenarios… Un entorno este, acomodado, artístico por los cuatro costados, en el que destacará pronto la presencia de Rimski-Kórsakov, “una especie de progenitor adoptivo” al que estima pero cuya música acaba por desdeñar. Stravinski siente la presión de la exigencia musical, y a los veinticinco años sólo quiere “enviarlo todo y a todos al carajo”.

Pero hará al revés: se rodeará de grandes creadores, en medio de una vida desgraciada en lo personal –su mujer e hija mueren pronto–. Stravinski tilda de ingenua y vulgar la obra de Prokófiev, habla de Diáguilev como de un ser lleno de supersticiones patológicas, califica a Ravel de “compositor bastante mediocre”, y observó en Rajmáninov al “único pianista que he conocido que no hacía muecas cuando tocaba. Eso dice mucho de él”, mientras que Nijinski era “persona mimada e impulsiva” que “no conocía el alfabeto musical”. Asimismo, para la preparación de sus obras escénicas se vincularía a muchos artistas plásticos, como Matisse, que tenía una “personalidad algo avinagrada”, y también conocerá a Giacometti, Rodin e incluso Monet –“Homero en persona”–. Con todo, los escritores parecieron ser una debilidad para un hombre que reconoció que “los problemas lingüísticos me han atormentado toda mi vida; a fin de cuentas, en una ocasión compuse una cantata titulada “Babel”» (estudió desde joven latín, griego, francés, alemán, ruso y eslavo).

A quién no trató Stravinski; sobre quién no tendría opinión… Ortega y Gasset le parecerá “encantador y muy amable”, le presentaron a Proust en la representación de «El pájaro de fuego», vio en D’Annunzio a «un conversador brillante, rápido y muy divertido, y quedó cautivado por mi “Ruiseñor”»; y frente a Thomas Mann, percibió a un hombre que «siempre estaba tieso, como un militar, con la cabeza bien alta». Pero sobre todo se sentirá como pez en el agua con narradores y poetas anglosajones por los que sentirá adoración: Aldous Huxley, “un aristócrata de la conducta”, Auden –quien reconocía que fue crucial para su formación tocar las “Ocho piezas fáciles” de Stravinski a los dieciséis años– y Dylan Thomas, cuya prematura muerte impidió que colaboraran en una ópera. Este trío será su gran compañía cuando, solo, en California, viva una vejez con discos de Beethoven de fondo y el recuerdo de las nieves de antaño, con Dostoievski y Chaikovski aún como sus dos grandes consuelos.

Publicado en La Razón, 24-X-2013

viernes, 25 de octubre de 2013

Entrevista capotiana a Montero Glez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Montero Glez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Donde vivo ahora, en una playa del sur.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende de qué animales y de qué gente.
¿Es usted cruel?
No, la crueldad viene determinada por una naturaleza que yo no tengo.
¿Tiene muchos amigos?
Prefiero tener amigas. La verdadera amistad sólo se puede dar entre un hombre y una mujer.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Lealtad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Cuando me decepcionan, dejan de ser amigos.
¿Es usted una persona sincera?
Una persona sincera que se dedica a contar embustes.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
En rascarme los sobacos, por decirlo fino.
¿Qué le da más miedo?
Un toro.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Que se juegue con el pan de las personas.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Escribir.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Ahora mismo no, estoy lesionado por culpa del ejercicio físico pero en cuanto me recupere claro que sí. No me gusta la vida sedentaria, es mala para la próstata.
¿Sabe cocinar?
Cosas sencillas, no mariconadas.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Nacho Vidal, que se abrió paso en la vida a golpes de polla.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Entusiasmo.
¿Y la más peligrosa?
Sospecha.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí. En defensa propia.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Justicia social, por lo tanto zurdo. Pero no autoritario. Abomino del comunismo. Pon que soy libertario.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Actor de cine porno.
¿Cuáles son sus vicios principales?
No tengo vicios.
¿Y sus virtudes?
Puedo liar porros con una sola mano mientras con la otra me rasco los sobacos, por lo fino.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Cuando jugaba al waterpolo uno del equipo contrario me enganchó hasta ahogarme en la piscina. Lo que se me pasó por la cabeza fue lo que hice: trincarle los huevos y retorcérselos a medida que ejercía presión y así soltó el hijo de la gran puta.

T. M.

jueves, 24 de octubre de 2013

Peripecias de un escritor


He aquí un libro en el que felizmente, mediante tres textos ligeros, entretenidos, de corte humorístico y autobiográfico, Cărtărescu se presenta muy lejos de la aureola que le han colocado sus admiradores más incondicionales, de sujeto misterioso y creador de una literatura onírica y compleja. El autor rumano, lanzado como candidato al Nobel por la propaganda editorial –él mismo tiene un comentario irónico sobre eso simplemente por haber sido traducido a otras lenguas–, firmó un cuento estupendo, «El Ruletista», y la sorprendente novela corta «Lulu», con diferencia lo mejor de una obra que nos ha llegado gracias a su traductora habitual, Marian Ochoa.

En una nota previa, Cărtărescu se disculpa por si ha podido ofender a alguien, “pues lo he hecho no por crueldad o por venganza, sino por mi deseo de reír y de oír a la gente reír, con una risa sana y relajada”. Y es así justamente: el lector podrá disfrutar de las peripecias surrealistas que el narrador y poeta protagoniza en el entorno literario, y en ellas sale como torpe, ignorante, desafortunado, cuando no arruinado y sufriendo una soledad desquiciante, como cuenta en el tercer escrito, “El viaje del hambre”, sobre una penosa invitación a dar una lectura en 1984.

Así, en “Ántrax”, él mismo recibe por correo una carta procedente de Dinamarca con algo que cree que es aquel polvo sospechoso que se hizo célebre tras los atentados del 11-S, y el enredo a la hora de ir a la comisaría para denunciar el caso lleva a un espiral de escenas hilarantes. Y en “Las Bellas Extranjeras (o cómo me convertí en un escritor adocenado)”, el texto más extenso, detalla una serie de viajes dentro de un proyecto de llevar doce escritores rumanos a París y otras ciudades. El orgullo literario, la hipocresía, el suplicio de ser entrevistado, los prejuicios sobre su país son algunos de los temas que en la pluma de Cărtărescu se convierten en una deliciosa autoburla, un modo de conocer los intríngulis que significa publicar literatura.

Publicado en La Razón, 24-X-2013