martes, 31 de diciembre de 2013

La isla de los ensayos literarios

Sólo vivió cuarenta y cuatro años, y además sufriendo constantes problemas de salud desde niño, pero nada de eso le impediría viajar por todo el mundo y entregarse a la literatura con una intensidad inigualable. Hablamos de Robert Louis Stevenson (Edimburgo, 1850-Samoa, 1894), el creador de «La isla del tesoro» y «El doctor Jekyll y míster Hyde». Pero también de muchas otras novelas, cuentos y poemas, e incluso de ensayos como los que ahora publica Páginas de Espuma, titulados simple y llanamente “Escribir”.

Esta faceta, junto a la poética –sus trescientos cincuenta poemas están divididos en cuatro libros–, va obteniendo cada vez más eco, como atestigua esta selección de Amelia Pérez de Villar, que ha reunido los “ensayos sobre literatura” que Stevenson ofreció a diversos periódicos y revistas de 1879 a 1887. Divididos en tres secciones –“La escritura”, “Los libros”, “Los escritores”–, el volumen proporciona reflexiones sobre el arte narrativo, tanto el propio como el ajeno, pues en él hay consideraciones generales –aspectos técnicos de la escritura, apuntes sobre el realismo, por ejemplo–, divagaciones sobre los libros que le influyeron –“Hamlet”, el D’Artagnan de “El vizconde de Bragelonne”, los “Ensayos” de Montaigne, los Evangelios…– más cómo concibió algunas de sus historias, y apreciaciones de autores muy apreciados como Dumas, Verne, Poe, Whitman o Hugo.

Ya en su día Stevenson pareció lamentar haber obtenido fama por una obra fundamentalmente, de ahí que en el texto «Mi primer libro: “La isla del tesoro”», dijera que “yo no sólo soy novelista, pero soy bien consciente de que mi pagador, el Gran Público, contempla el resto de mis escritos con indiferencia, si no con aversión”. Dichosamente, esta percepción hoy en día está muy lejos de ser cierta. En su biografía del escritor escocés, G. K. Chesterton ya dijo que la crítica de su época había subestimando sus ideas al fijarse tan sólo en su vida pintoresca; y ciertamente, lo fue, pues Stevenson huyó de su familia y de su futuro como constructor de faros en Edimburgo, evitó a toda costa permanecer en un mismo lugar padeciendo sus constantes problemas de salud –«Fue a donde fue en parte porque era un aventurero y en parte porque era un inválido», dice el biógrafo inglés– y encontró la muerte en una isla paradisíaca de la Polinesia.

El aliciente de “Escribir” es que hay una mayoría de páginas desconocidas para el lector español, como las que dedica al carácter y a las opiniones de Henry David Thoreau, a François Villon, “estudiante, poeta y ladrón” o al diarista Samuel Peppys. A las que se añadirían otras de interés por su obra –«Cómo se gestó “El señor de Ballantrae”»– y otras en relación con su irresistible personalidad, tituladas “Cómo aprendió Stevenson a escribir, de modo autodidacta”, que empiezan aludiendo a la fama que se labró en la infancia y la juventud: «Yo era conocido –y destacaba por ello– por ser un haragán. No obstante, estaba constantemente ocupado en lo que era mi personal propósito, que era aprender a escribir». Y a fe que lo hizo.


Publicado en LaRazón, 9-XII-2013

lunes, 30 de diciembre de 2013

Entrevista capotiana a Juan Vicente Piqueras

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Juan Vicente Piqueras.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una isla griega, por ejemplo Ítaca. Una casita frente al mar en Chioni.
¿Prefiere los animales a la gente?
Entre mi madre y las lagartijas no me cabe ninguna duda. Entre mis dos gatos y quienes gobiernan España tampoco.
¿Es usted cruel?
Lo he sido. Intento no volver a serlo.
¿Tiene muchos amigos?
Muchos no, algunos, pero buenos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Lealtad y gracia.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, sólo yo a ellos.
¿Es usted una persona sincera? 
Bastante, para mi desgracia.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Escribiendo, leyendo, haciendo nada, viviendo.
¿Qué le da más miedo?
El suicidio y la pérdida de facultades mentales y físicas.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Llevo 52 años mirando este mundo y viviendo en él. A mí no me escandaliza ya nada.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ladrón, sin duda, pero con creatividad.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Hago yoga y nado cuando puedo.
¿Sabe cocinar?
Sólo paellas.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Gandhi.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Mañana.
¿Y la más peligrosa?
Pero.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí. Pero sólo dentro de mí.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Desciendo de familia de campesinos que antes fueron jornaleros. He podido estudiar gracias a las becas. Creo en la imperiosa necesidad de la igualdad de oportunidades.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Cantante, o actor cómico, mis dos vocaciones frustradas, por ahora.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los que los demás vean.
¿Y sus virtudes?
Ídem.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
No tengo que imaginármelo. Lo he vivido. Una vez me ahogué. Mis últimas imágenes fueron mis padres, mi hermana y yo sentados a la mesa de casa en Los Duques ante un plato de longanizas. Luego todo se fundió en rojo. Y aquí estoy.

T. M.

domingo, 29 de diciembre de 2013

Misterios en el Pesebre

A la escritora inglesa Aghata Christie el lector no la encontrará en las historias de la literatura o en los estudios de los críticos, y a duras penas tampoco en el entorno de los autores del género detectivesco salvo como una lejana, inexcusable y caduca referencia. Y sin embargo, el número de aquellos que abren uno de sus imaginativos libros o ven alguna de sus adaptaciones televisivas o cinematográficas no ha dejado de multiplicarse, aunque cierta parte de la cultura oficial se haya olvidado de sus innovaciones narrativas, su versatilidad en diferentes terrenos literarios y, sobre todo, su gancho para saber contar una historia a un variado público, desde el que busca puro entretenimiento hasta el erudito que quiere dejarse atrapar por una sucesión de misterios perfectamente urdidos.

Pensábamos que una obra tan comercial ya estaría por completo volcada al español, pero ve la luz estos días navideños un curioso libro, maravillosamente editado por Confluencias, que nos ofrece una Christie inédita: seis relatos y cinco poemas sobre la Navidad en un libro de 1965 del que su marido, el arqueólogo Max Max Mallowan, dijo: «Estos cuentos amables pueden ser categorizados con justicia como “historias sagradas de detectives”». Tal vez sea una descripción exagerada, pero algo de eso hay, pues encontramos una Christie que, a pesar de no verse impelida a crear tramas misteriosas, sí que aporta, con sutileza –a veces, en exceso–, lo que envuelve al enigma de la fe. Y qué misterio hay más grande que ése.

En “Estrella sobre Belén”, a mi juicio el mejor texto, un Ángel habla con María para regalarle la posibilidad de ver qué le depara el futuro a su hijo y ofrecerle la opción de si quiere que siga vivo o muera. En el breve “Un burro travieso”, surge la voz de un animal fugitivo que acaba en el Pesebre con María y José. En “El autobús acuático”, una señora misántropa que sin embargo realiza actos monetarios caritativos, en Londres, tomando un barco en el río, tiene un momento de felicidad interior. En “Un fresco atardecer”, se desarrolla una misa en la que una mujer, que presume de ser muy piadosa, suplica a Dios que la ayude, a lo que le sigue una inquietante escena familiar en su hogar. En “Promoción aprobada en las alturas”, la acción se sitúa en la Nochevieja del año 2000, y en paralelo vemos conversar a San Pedro con otros seguidores de Jesús. Por último, en “La isla”, las mujeres del lugar hablan del hijo santo de María, que se comunica con Dios, levita y camina sobre las aguas.

Todos los relatos, así, serán alegorías sobre el significado del sacrificio personal, sobre la misericordia de Dios, sobre el amor de los hombres al recién nacido, sobre la idea de que “siempre hay Esperanza”; con referencias indirectas a la Biblia y a la presencia del “que estuvo muerto y ha vuelto a la vida, el que vivirá por siempre. Amén”. Estamos frente a una Christie que en otras historias cortas ya había demostrado su interés por la espiritualidad y lo sobrenatural, como en el libro "El podenco de la muerte y otras historias” (1933), ya bajo la influencia de la labor arqueológica de su marido; frente a una Christie que había iniciado su andadura literaria, precisamente, con textos breves que fueron recogidos en el volumen de significativo título «Un dios solitario y otros relatos» (Círculo de Lectores, 1998), edición de sus siete primeros cuentos inéditos o publicados en revistas.

Con todo, la mirada hacia Oriente no era nueva para Agatha Mary Clarissa Miller, que, nacida en una familia de clase acomodada de Devon, al sur de Inglaterra, pudo conocer Egipto pronto, cuando su madre, viuda cuando su hija tiene once años, alquilen la casa en invierno y pasen ese tiempo en El Cairo y alrededores, con lo que pueden ahorrar dinero y retomar su vida social a la vuelta. Aparece entonces el piloto de aviación Archibald Christie, con el que Aghata se casa en 1915, cuando él combate en la Primera Guerra Mundial mientras ella trabaja como enfermera voluntaria en la farmacia de un hospital, experiencia que le será de gran utilidad para dotar a sus relatos cortos de un toque humano y sensible.

Pero si hemos de hablar de un misterio en la vida de la autora de «El asesinato de Roger Ackroyd» (1926) es el que nace a raíz de la infidelidad de su primer esposo con su secretaria. Ante la petición de divorcio, Christie se niega, y hundida en la tristeza, el 4 de diciembre de 1920 desaparece tras abandonar su coche en la carretera. El percance, recreado en la película «Aghata» (1979), que protagonizó Vanessa Redgrave, acaba cuando se la encuentra diez días después en un balneario, y el marido, esquivo, afirma que su mujer padece amnesia (se separarán al cabo de dos años). Christie seguirá escribiendo, ahora bajo seudónimo obras de trasfondo sentimental, al tiempo que realizará adaptaciones teatrales de sus relatos e irá volviendo a Oriente. Y allí “verá” cómo el polvo de estrellas sobrevuela todo: la fe, la culpa y el perdón, el amor al prójimo y a Aquel que nació un 25 de diciembre.
Publicado en La Razón, 26-XII-2013

viernes, 27 de diciembre de 2013

Entrevista capotiana a Fernando Cámara


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Fernando Cámara.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi cárcel interior, donde siempre he habitado.
¿Prefiere los animales a la gente?
La gente es un animal. Bello y cruel.
¿Es usted cruel?
Hago todo lo que puedo.
¿Tiene muchos amigos?
Menos de los que debiera.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que me apetezca estar con ellos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, porque espero poco en general.
¿Es usted una persona sincera? 
Imposible, me quedaría sin amigos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, viendo cine. Escribiendo, haciendo cine.
¿Qué le da más miedo?
El miedo en sí mismo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Siento curiosidad más que sensación de escándalo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Lo que llevo haciendo mucho tiempo: cine y pintura. La literatura está en el medio, inseparable.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Aleatoriamente, unos inútiles estiramientos para creerme activo.
¿Sabe cocinar?
No me moriría.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Patricia Highsmith.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Cero: punto de partida y de llegada.
¿Y la más peligrosa?
10. Porque crees que llegaste a algo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Of course!
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
No me gusta comer si el de al lado tiene el plato vacío. Pero lo hago a diario.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Alguien que simplemente ES, sin más perturbaciones del alma.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Exceso de trabajo, exceso de vacío, exceso de equipaje… Inmovilidad reiterativa en proceso de acentuación.
¿Y sus virtudes?
La falta de alienación.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Soy extremadamente cauto para llegar a ahogarme. Y además, siempre tengo un par de novelas pendientes de las que la humanidad no puede prescindir. No hay posibilidad para el ahogo. Si acaso, una tos grave.

T. M.

jueves, 26 de diciembre de 2013

El hombre que hablaba con el Paraíso

Mirarse dentro y comprender que el cuerpo es la apariencia exterior del alma. Ver espíritus alrededor. Pensar que la Imaginación del pasado más remoto la heredamos nada más nacer. Percibir que en el Cielo seguirá viva nuestra energía. Escribir al dictado de unas voces. Son sólo algunas ideas que subyacen en toda la vida y obra de William Blake (1757-1827), en su tiempo un hombre tildado de loco, pero hoy, unánimemente, como dice Justino Balboa en “William Blake. Un extraño en el paraíso” (Ártica, 2011), visto como un artista que “rompió todos los cánones y convencionalismos de su época”. En todos los ámbitos, además: el político, el artístico, el social, el sexual, el religioso, el feminista… Algo que subraya el escritor inglés Patrick Harpur en el monumental volumen “Libros proféticos I” (Atalanta), recién publicado: “Blake combatió contra los pedagogos y la superchería clerical, la opresión y la hipocresía, las tendencias racionalistas y el materialismo. El alma, afirmó, sólo es rebelde y violenta cuando se la obstruye; libre, es apacible y cariñosa”.

Ese es el elemento primordial que caracteriza el talante de Blake: la busca de libertad, como apunta el traductor de este libro, Bernardo Santano. En su caso, para no ir a la escuela y dedicarse al dibujo; para recitar a Milton con su esposa, desnudos en el jardín de casa; para poder afirmar que hablaba a diario con su querido hermano, muerto a los veinte años. Una libertad que le hizo ser un individuo que jamás podría encajar en la sociedad inglesa de la segunda mitad de siglo XVIII, hasta convertirse en un marginado y padecer problemas económicos, hasta ser él mismo el editor de sus libros, que apenas se vendieron (sólo llevó a la imprenta en 1783 su primer poemario, «Esbozos poéticos»). Así, frente al cansancio de la fe cristiana que advierte la Ilustración, Blake postula que cada hombre es Dios sobre la Tierra y que, por lo tanto, puede experimentar contactos invisibles y vislumbrar paisajes mentales que tomarán luego forma lírica. Incluso de modo automático, escribiendo «doce o algunas veces veinte o treinta versos sin premeditación y hasta contra mi voluntad», como afirmó en una ocasión.

De resultas de esa vivencia poético-espiritual continua, de un don que le hacía descubrir ángeles alrededor, Blake compuso largas tiradas de poemas que acompañó de coloridos y fantásticos dibujos. Ahora el lector podrá conocer, mediante este enorme volumen, de auténtico lujo, una docena de libros llamados “proféticos” que construyen toda una mitología personal, inspirada en la Biblia y las leyendas nórdicas, como “Tiriel” (un ataque contra la educación de su país), “El matrimonio de Cielo e Infierno” (mezcla de textos en prosa y verso), “La Revolución francesa”, que tanto le decepcionó por su derramamiento de sangre, “Visiones de las hijas de Albion” (una parodia de Dios), “Europa: Profecía” (una condena de la guerra), o “El libro de Los”, personaje que encarna la profecía y la imaginación. Sin embargo, hemos de entender lo “profético”, según Harpur y Santano, no como anticipos del futuro sino como aquello que es revelado al hombre, que anima a la creación poética.

No en vano, Borges, en el prólogo a su libro «El oro de los tigres», dijo: «Para un verdadero poeta, cada momento de la vida, cada hecho, debería ser poético, ya que profundamente lo es. (…) Browning y Blake se acercaron más que otro alguno». Patrick Harpur, por cierto, autor de un “diario alquímico” que parafrasea un título de Blake, “Mercurius. The Marriage of Heaven and Earth”, lo define como alguien único en toda la literatura y el arte ingleses. Su “combinación de poesía, grabado, escritura, diseño y acuarela” ha llegado hasta la actualidad como una obra inclasificable, deslumbrante, y será el lector quien podrá corroborar o negar, para captar mejor el imaginario de Blake, lo que en su día apuntó el traductor Jordi Doce en la antología de canciones, epigramas y poemas breves publicados o hallados en manuscritos “Los bosques de la noche” (2001): «Vivimos en un clima intelectual que rechaza el mito como explicación del universo».

Publicado en La Razón, 15-XII-2013

martes, 24 de diciembre de 2013

Entrevista capotiana a Ismael Grasa

En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ismael Grasa.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
No me gustaría, en general, tener que vivir en un lugar del que no se pudiese salir jamás. Los paraísos tratan de eso, igual que las utopías, de lugares cerrados. Pero el lugar del hombre no es el paraíso, sino esa extraña condición andante, abierta y expedicionaria. Cuando viví en China leí a Lao Tse y toda aquella añoranza de un mundo quietista en el que los habitantes de los pueblos dejarían que los caminos se desdibujasen por falta de uso. Pero las filosofías quietistas están hechas, por lo general, de grandes viajeros que, sencillamente, quieren para los demás lo que no practican ellos mismos.
¿Prefiere los animales a la gente?
Desde luego. De entre los animales, me quedo con el hombre. Ya Sócrates decía que le resultaba más ameno conversar con los atenienses que con los árboles. Los que dicen preferir su perro a las personas, deberían convertirse al momento en un perro.
¿Es usted cruel?
Ojalá no lo sea. Recuerdo cuando maté el primer gorrión con mi escopeta de perdigones, en el pueblo de mi madre. Lo pasé muy mal, pero luego continuamos con nuestras cacerías infantiles. Hoy tiendo a cierto pragmatismo y, como he dicho, me siento al margen de cualquier clase de utopía, porque al final la utopía es lo que acaba resultando más sangriento y cruel.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo amigos, sí. Algunos han muerto ya. No entiendo mi vida sin amigos, creo que sin ellos mi vida sería mucho peor, y yo, a la vez, peor de lo que soy. Algunos de estos amigos son escritores, y la posibilidad de pasar con ellos el tiempo y de compartir inquietudes es para mí algo realmente valioso. La escritura es un oficio menos solitario de lo que a veces se tiende a creer.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sean antes leales a la verdad y al bien que a mí. Que tengan curiosidad por el mundo, que hayan leído un periódico durante las últimas veinticuatro horas. A poder ser, que no sean abstemios (aunque en este punto tengo algunas excepciones). Que sean generosos y cuenten con sentido del humor.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No suelen. Pero tampoco entiendo la amistad como una condena o un pacto inamovible. A veces se producen distanciamientos temporales, o permanentes, con personas con las que en otra época tuvimos mucho trato. Pero esto no es necesariamente desamor o deslealtad. Yo no vivo, para empezar, en la ciudad en la que nací, así que voy eligiendo mis amigos al paso. 
¿Es usted una persona sincera?
Procuro serlo, aunque a veces un exceso de sinceridad puede ser descortés. Creo en la libertad, y por tanto en la existencia del mal. De modo que pienso que no hay que aspirar a un mundo totalmente cristalino, transparente en su sinceridad. La convivencia es sobre todo un modo razonable de convivir con lo que ocultamos. Cuando una pareja, por ejemplo, conviene en no ocultarse nada uno al otro, comete una irresponsabilidad; además de estar mintiéndose, naturalmente.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
De entrada diré que la expresión “tiempo libre” me resulta desagradable. De todos modos, en general, disfruto con cosas bastante normales: me gusta pasar tiempo con mis amigos –aunque es verdad que a veces tiendo a la hurañez– y leer libros; me gusta ir todas las semanas al cine con mi pareja, y caminar por la ciudad; me gusta descubrir restaurantes y poder viajar de vez en cuando, a poder ser por países más desarrollados que el mío. También me gusta ir los domingos al campo de fútbol.
¿Qué le da más miedo?
Algunas enfermedades, desde luego, en mí o en personas que me rodean. Aparte de eso, me dan miedo también cosas políticas, la pérdida de libertades o el fanatismo. Me daría pena también que hubiese una marcha atrás en la idea de una Europa de libre tránsito y con una moneda común. Porque me gusta, cuando voy a pagar un café, descubrir de pronto que en la moneda que saco del bolsillo aparece el rostro de Dante.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
No suelo escandalizarme. Lo humano no da para mucho más de lo que ya conocemos por la literatura y el cine. Es verdad que yo a veces puedo resultar algo ingenuo o naíf, pero esto tiene mucho de decisión consciente. Porque creo que, pese a todas las cosas, hay que confiar en los demás.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
La verdad es que además de mi “vida creativa” casi siempre he tenido algún otro trabajo, que he hecho compatible. Ahora soy profesor de bachillerato, y cuando alguien que no me conoce me pregunta qué soy, digo que profesor, porque es de lo que principalmente vivo. De modo que no tengo que no tengo que imaginarme nada.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Ando mucho por la ciudad, Zaragoza. Y también limpio de vez en cuando la casa y el coche. En ningún caso me pongo ropa deportiva.
¿Sabe cocinar?
Me gusta cocinar de vez en cuando, sí. Si estoy solo, malcomo de un modo sistemático y acortador de la vida. Pero normalmente no lo estoy, y si tengo tiempo me gusta pasar por la pescadería y preparar algo especial. Vamos, que soy cocinero de fin de semana.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Posiblemente a Félix Romeo, o a Javier Tomeo, o a José Antonio Labordeta. Y, aunque no me lo ha pedido el Reader’s Digest, he escrito un reportaje extenso sobre la poeta Sol Acín que espero que se publique pronto.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
“Amor”, supongo. Como decía Agustín de Hipona, “ama y haz lo que quieras”.
¿Y la más peligrosa?
No sé, “nación”, “Dios”, “historia”, cuando son utilizadas en un sentido absoluto o alejado del humanismo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No particularmente, y estoy en contra de la pena de muerte, pero confío en que la policía y el ejército haga bien su trabajo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me definiría como liberal y un poco socialdemócrata. Como he dicho, me atrae la idea de una Europa unida en torno al ideario de la democracia y los derechos humanos, como proyecto expansivo. Soy a la vez antiutópico, pragmático y seguidor de la idea de unos valores universales, como fueron apuntados en Grecia y descritos durante la Ilustración. 
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Aunque suene pretencioso, no desearía ser otra cosa que lo que soy ni estar en otro lugar que en el que estoy. Ahí está la gracia.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La pereza, cierto ensimismamiento estéril, cierta aridez con los demás, a veces. Y la vanidad, claro.           
¿Y sus virtudes?
Quiero pensar que en ocasiones he sido generoso.   
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Quién sabe. Quizá las aguadillas de la infancia.
T. M.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Recomendaciones literatura infantil-juvenil


Escaparate de libros del día 19 de diciembre en La Razón

Gloria Fortún, Charlotte Brontë (Sabina Editorial) La narradora y traductora Gloria Fortún (Madrid, 1977) ha querido difundir su gran pasión por la autora de “Jane Eyre” mediante este libro ilustrado y bilingüe. Así, con textos en español e inglés, y los dibujos de Isa Vázquez, los más pequeños conocerán a una Charlotte Brontë cuya corta vida (1816-1855) se desarrolló en el pueblo donde su padre era rector, Haworth, al lado de dos hermanas también novelistas.

Washington Irving, La leyenda de Sleepy Hollow. Rip Van Winkle (Vicens Vives) Se reúnen en este volumen las dos narraciones cortas más célebres de uno de los fundadores de la literatura estadounidense, Washington Irving (1873-1859), embajador de su país en España (donde se inspiró para sus “Cuentos de La Alhambra”). Se trata de la historia del Jinete Sin Cabeza, y de la peripecia de un hombre que, después de pasarse veinte años dormido en el bosque, vuelve a casa.

James Thurber, La maravillosa O (Ático de los Libros) Después del relato fantástico “Los 13 relojes”, los amantes de este escritor y dibujante americano, muerto en 1961 y creador de libros para mayores y niños, están de enhorabuena. “La maravillosa O” cuenta la divertida aventura de Littlejack y el pirata Black, el cual prohíbe esa letra del alfabeto en la isla donde acuden los dos en busca de un tesoro, hasta que sus habitantes confiesen dónde está.

Frances Hodgson Burnett, El jardín secreto (Cátedra) Todo un clásico de la narrativa infantil de esta autora de origen británico pero que vivió en Nueva York casi toda su vida. Es autora de la trilogía compuesta por “El pequeño lord”, “La princesita” y “El jardín secreto”. Aquí, la gamberra y cascarrabias Mary, de nueve años, tras la muerte de sus padres en la India ha de viajar a Inglaterra, donde vivirá en una casa con cien puertas cerradas y un enigmático jardín.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Entrevista capotiana a José Manuel Fajardo


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José Manuel Fajardo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Como soy claustrofóbico, tendría que ser un lugar amplio. El continente americano, por ejemplo.
¿Prefiere los animales a la gente?
En general, prefiero la gente, pero con algunas personas estoy dispuesto a hacer una excepción.
¿Es usted cruel?
Detesto la crueldad y a quienes la practican, pero a veces por ignorancia uno puede ser cruel con otra persona sin ser consciente de ello.
¿Tiene muchos amigos?
Sí y es una de las mejores cosas que me ha dado la vida.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Sinceridad sin agresividad, capacidad de reír, que se esfuercen en evitar hacer daño a los demás, aunque no siempre lo consigan (¿alguien lo logra?), y que sean razonablemente inteligentes (la estupidez la sobrellevo mal)…
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Raramente.
¿Es usted una persona sincera? 
Suelo serlo, pero sé que la sinceridad llevada al extremo también puede resultar dañina. Hay que saber administrarla.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, conversando y viajando.
¿Qué le da más miedo?
El odio.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La sacralización de la riqueza y la hipocresía que suele acompañarla.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No me imagino sin una vida creativa (también me encantan la pintura, la música, el cine…), pero si no me quedara más remedio supongo que me habría dedicado a algo que me permitiera viajar mucho.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, pero no el suficiente.
¿Sabe cocinar?
Es lo que sé hacer mejor.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
De la realidad, a Bartolomé de la Casas. De la ficción, a Philippe Marlowe.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Mañana.
¿Y la más peligrosa?
Patria.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, la violencia me produce horror. Y la idea de matar me parece aberrante.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy de izquierdas, pero si quiere más precisión: soy partidario del comunismo democrático. Y sí, eso existe.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Me gusta ser lo que soy, aunque a veces me enoje conmigo mismo (y, más en general, con la especie humana), pero no me molestaría poder ponerme en el punto de vista de un cometa, viajar entre planetas sin miedo a la muerte o a la soledad, acercarme al misterio de los astros.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Soy epicúreo por naturaleza y tengo tendencia a la desmesura.
¿Y sus virtudes?
La principal es haber aprendido a desconfiar de mí mismo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Las de las personas que quiero.

T. M.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Caduco Nueva York

El lector español se familiarizó con Louis Auchincloss de la mano de dos novelas publicadas por Libros del Asteroide, dos de sus mejores historias de entre una obra tan amplia como su vida (murió a los 92 años en Nueva York). Es la hora, gracias a la traducción de Ignacio Peyró, de conocer su narrativa corta por medio de estos diez relatos en los que se recrea el escenario predilecto de este escritor de acaudalada familia y abogado en Wall Street: el Manhattan de los empresarios y de las herencias, de los hombres y mujeres ricos y desdichados, infieles y egocéntricos, egoístas y ociosos. Es el ambiente de “madres casamenteras”, “fortunas inmemoriales”, “ricos de siempre y nuevos ricos”, “amores de verano en Bar Harbor”…, como apunta el traductor en el prólogo.

Publicados originalmente en el año 2002 con el título “Manhattan monologues”, estos cuentos muestran los hábitos sociales de “la vieja Nueva York” o los compromisos de los jóvenes herederos, interesados en el hedonismo, frente a la obligación de participar en las dos guerras mundiales ante la férrea autoridad paterna. En este sentido, se trata casi siempre de conflictos generacionales, de madres que esperan buenas nueras, de viriles millonarios que aguardan que su primogénito esté a la altura de su bravura en la vida y los negocios. Todo un mundo de valores, ya caducado, de una Gran Manzana en blanco y negro y con el signo del dólar.

Publicado en La Razón, 19-XII-2013