jueves, 18 de diciembre de 2014

Entrevista capotiana a Javier Bozalongo

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Javier Bozalongo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Eso sería una cárcel, así que prefiero no verme en ese dilema. Prefiero un domicilio y un pasaporte en regla.
¿Prefiere los animales a la gente?
No, en absoluto. Me gusta la gente.
¿Es usted cruel?
Nunca intencionadamente.
¿Tiene muchos amigos?
Creo tenerlos, pero me preocupa la calidad de mis amigos más que poder contarlos y alardear de que sean mucho. ¿Quién quiere tener un millón de amigos?
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
El cariño, la cercanía estén donde estén.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Quienes me decepcionan o no son mis amigos, o han dejado de serlo en el momento de la decepción.
¿Es usted una persona sincera? 
La sinceridad está sobrevalorada.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Con un buen libro, o con los amigos.
¿Qué le da más miedo?
Quien inventó la palabra miedo era un cobarde. (Pero si he de contestar, temo a la enfermedad, propia o de quienes me rodean).
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Cada vez resulta más difícil escandalizarse en este país, pues las noticias que nos escandalizan parecen ridículas al día siguiente, cuando se destapa un escándalo aún mayor, y así hasta el infinito.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ya hice todo lo que tenía que hacer antes de ser escritor.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
No mucho, la verdad, menos de lo que me aconsejan que practique.
¿Sabe cocinar?
No se me da mal, o eso afirman con generosidad quienes vienen a casa a comer o a cenar.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Hay muchos personajes inolvidables en mi vida, y casi todos tienen que ver con los libros, pero si tuviera que elegir uno, tal vez fuera mi padre.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Libertad.
¿Y la más peligrosa?
Libertad.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
¿Por quién me toma?
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Esa respuesta está implícita en aquello que escribo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Me conformo con lo que soy, consciente de que la vida es una, es esta y es ahora.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Ninguno del que deba arrepentirme.
¿Y sus virtudes?
Las que los demás quieran reconocer en mí.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Seguro que pensaría en cómo evitarlo, y en mis dos hijas.

T. M.