lunes, 31 de marzo de 2014

Entrevista capotiana a Andrés Catalán

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Andrés Catalán.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Me da igual cual, solo exijo tres cosas: café, libros y wifi. Eso descarta muchos, pero me deja unos cuantos.
¿Prefiere los animales a la gente?
De niño quería ser biólogo. Pero no. Los animales mueren pronto: la gente suele durarte más.
¿Es usted cruel?
Lo he sido alguna vez. Probablemente vuelva a serlo. A veces, claro,  y con según que gente, sería más que recomendable: pero solemos ser crueles solo con quien no lo merece.
¿Tiene muchos amigos?
Me gusta conocer gente. Cierta gente. No mucha, tal vez. Pero amigos, amigos de verdad, tengo los necesarios: los que me aguantan.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Generalmente, de las que carezco yo: uno siempre pide más de lo que da, irremediablemente. Pero podría robarle una frase al editor Fabio de la Flor y decir que dos: que sean agradecidos, que sean generosos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Todos nos decepcionamos -padres, hijos, hermanos, amigos, mascotas, bonsáis- unos a otros de vez en cuando. Se arma un escándalo, se pide perdón y se pide otra cerveza. En ese orden.
¿Es usted una persona sincera? 
Solo cuando es estrictamente necesario.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Tengo unos horarios anárquicos, trabajo mucho y vagueo mucho, soy extremadamente diligente e infinitamente perezoso, pero no sé qué es el tiempo libre.
¿Qué le da más miedo?
La soledad. El dolor físico. Las colas del supermercado.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Asocio esa palabra con una señora en abrigo de piel bufando profusamente mientras entrecierra los ojos ante los cuadros de una exposición postmodernista. Más que cosas que me escandalicen, hay cosas que me subleban hasta límites guillotinescos: la caradura, por ejemplo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No tengo ni la más remota idea, para empezar no decidí yo nada: iba para otras muchas cosas que no tenían nada que ver ni con los libros ni con el arte, pero nunca he sido yo más yo que haciendo esto.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
A veces corro. Por temporadas hago esgrima. Y paseo montones de libros. Sobre todo, paseo montones de libros.
¿Sabe cocinar?
Creo que no se me da mal. Me gusta. Se parece a escribir. Debería ocurrírseme algo muy inteligente que decir sobre el tema, ya que perpetré, a medias con Ben Clark, un poemario entero en torno al tema de la comida. Pero ahora mismo solo se me ocurre que la poesía y la cocina se parecen en que, por muy mal que se te den, siempre te apetece que los demás caten lo que haces.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Una visita a Google me informa de que el Reader's Digest sigue editándose, así que tendré que responder algo. ¿Valen muertos? Siempre me ha fascinado Emma Hamilton, Lady Hamilton, una belleza inglesa retratada, entre otros muchos, por George Romney; uno de sus cuadros, en el que aparece disfrazada de Circe, está en la Tate Modern de Londres y es una de las chicas más guapas que he visto en mi vida. Amante, a sabiendas de su marido, del almirante Lord Nelson, se acostó con medio Londres y escandalizó al otro medio a finales del XVIII. Murió, como es menester en una buena novela, borracha, arruinada y sola.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Quizás.
¿Y la más peligrosa?
Identidad.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Profusamente.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Izquierda feroz, aunque me temo que los únicos partidos políticos que hoy defienden algo parecido o chochean o la abandonaron hace tiempo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Aristócrata y vago. Con caballos, políglota y misántropo.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Comprar libros. Acumularlos sin medida. El vino. Los artículos de papelería.
¿Y sus virtudes?
Sé escuchar.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Escenario improbable: yo soy más de mirar el mar desde una terraza con una cerveza en la mano mientras los demás se llenan de sal y arena. En todo caso, los esquemas clásicos seguramente son lo último que te preocupa cuando te falta el oxígeno.

T. M.

domingo, 30 de marzo de 2014

Charlas con Borges y Vargas Llosa


A nadie se le escapa que decir Jorge Luis Borges (1899-1986) y Mario Vargas Llosa (1936) es hablar con letras mayúsculas de la historia de la literatura en español durante los últimos noventa años: el tiempo que va desde que el argentino debutó con su libro de poesía “Fervor de Buenos Aires” y el hispano-peruano publicó su última novela, “El héroe discreto”. Haber charlado con esos dos gigantes literarios y compartido momentos íntimos es privilegio de unos pocos; entre ellos, el uruguayo Ruben Loza Aguerrebere. Éste conoció a Borges en 1978, y cuatro años después a Vargas Llosa. Con el primero coincidió en diversas ocasiones en Montevideo y Buenos Aires; con el segundo, en distintos lugares de América Latina y España.

Borges facilitaría la publicación en “La Prensa” de la capital argentina el cuento de Loza “El hombre que robó a Borges”, que se incluye como epílogo en este libro, y el propio Loza convertiría en personaje a Vargas Llosa en su novela “Muerte en el café Gijón” (Funambulista, 2012). Tal cosa da buena cuenta de la presencia continua de aquellos a los que escuchó hablar “de la literatura, de cómo escriben sus cuentos y sus poemas, del goce de la lectura, del germen de muchos de sus libros, del mundo en que vivimos, de la política, de la libertad y la democracia, así como la falta de ambas”.

En efecto de todo ello se habla en “Conversación con las Catedrales” –guiño al título de 1969 de Vargas Llosa “Conversación en la catedral”– pero sobre todo se respira la vocación artística de ambos escritores, la necesidad de trascender como seres humanos gracias a la literatura. El lector curioso conocerá el grado de disciplina de Vargas Llosa, su relación con la escritura periodística o los libros de viaje, y cómo se sentía al recoger el premio Nobel, gracias a una charla de Loza con su amigo Fernando Iwasaki. En cuanto a Borges, aparece por supuesto anciano y ciego, intuitivo y sagaz. Loza le pregunta sobre cómo escribe –“Empiezo un cuento con una frase casual y esa frase ya tiene un futuro, un pasado”–, y luego habla de Lugones, Cortázar, Güiraldes, Baudelaire... Pero lo más llamativo será lo dicho con respecto al galardón sueco, que Borges no recibiría y se tomó a guasa: “Bueno, yo estoy seguro de no recibirlo nunca, pero de ser siempre el candidato del año que viene”.


Publicado en La Razón, 27-III-2014

sábado, 29 de marzo de 2014

Entrevista capotiana a José Antonio Fernández Sánchez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José Antonio Fernández Sánchez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi actual casa, más concretamente, mi habitación donde escribo.
¿Prefiere los animales a la gente?
Seguramente preferiría un híbrido con lo bueno de cada especie.
¿Es usted cruel?
No de forma consciente. Seguramente más conmigo mismo que con los demás.
¿Tiene muchos amigos?
Del Facebook, unos cuantos. De los de verdad, tres o cuatro. A mi hijo a veces le digo que un amigo, de verdad, es esa persona a la que no dudarías en donarle un riñón.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sea generoso conmigo, si algún día me hiciera falta un riñón.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Por la propia definición de la palabra, nunca.
¿Es usted una persona sincera? 
Conmigo sí. Hacia los demás bastante menos. Si la sinceridad puede causar daño, evito el daño.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Realizando cosas gratas. Contestando este cuestionario, por ejemplo.
¿Qué le da más miedo?
El futuro de mi hijo, lo único. Bueno, también, no saber aguantar el dolor físico o psíquico.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Muchísimas cosas. Casi todas relacionadas con la política. Que permitamos el hambre, el frío, las enfermedades evitables...
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No me considero escritor, aunque mi tiempo libre esté mayoritariamente ocupado en ese bucle diabólico de la lectura-escritura. Estoy seguro de que hubiera llevado una vida muy plena siendo violinista.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
He practicado muchos años el footing. Ahora esa práctica me daña, debido a algunas lesiones mal curadas. Ando siempre que puedo.
¿Sabe cocinar?
No. Pero en mi favor digo que me gusta comer.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Dios. Le haría unas preguntas sobre algunas cosas que no acabo de entender.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Tú.
¿Y la más peligrosa?
Yo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, pero creo que sí he querido que se muera.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Anarquista.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Sencillamente tierra, aunque eso es solo cuestión de tiempo.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El chocolate.
¿Y sus virtudes?
La tolerancia, aunque también la intolerancia hacia los intolerantes.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
La verdad es que no lo sé. En ese preciso momento estaría muy ocupado.

T. M.

viernes, 28 de marzo de 2014

Paz en la guerra civil


El México que tan bien conoció Antonio Rivero Taravillo gracias a las pesquisas que le llevaron a seguir las huellas de Luis Cernuda, y que dieron como resultado la gran biografía que le dedicó al poeta sevillano, es, en este su debut narrativo, el primer protagonista; el segundo, Octavio Paz, que inspira la anécdota que desarrolla el libro; el tercero, el entramado político en torno al anarquismo y comunismo en la Barcelona de los sindicatos. Todo empieza con una profesora española, Encarnación, ávida por conocer el destino de su padre desaparecido, Juan Bosch, que en 1937 pidió ayuda a Paz y a su mujer, Elena Garro, cuando éstos acudieron al Palau de la Música Catalana y él leyó un poema sobre quien pensaba, equivocadamente, que había muerto en el frente de Aragón: el propio Bosch.

Esta confusión, que detalló Paz en sus obras completas, abre la caja de pandora de una novela que nos traslada al periodo en que el premio Nobel 1990 estaba ya muy enfermo, en 1998; algo esquemática al comienzo o tendente a lo sentimental derivado del perfil de la protagonista, la obra madura enseguida y se centra con admirable intensidad en el misterio de quién fue Bosch y en lo que le pudo pasar, hasta que Rivero Taravillo coloca con sabiduría al lector en el ojo del huracán: en las calles barcelonesas en las que el mexicano y expulsado de su país –por ser hijo de catalanes– Bosch siente el pánico de que, como miembro del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), sea atrapado por los comunistas y acaben con él; todo en un clima opresivo en el que se asoman personajes reales como George Orwell.


Publicado en LaRazón, 27-III-2014

jueves, 27 de marzo de 2014

Entrevista capotiana a Daniel Heredia

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Daniel Heredia.


Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La mansión de Hugh Hefner en California, aunque solo si me puede llevar la biblioteca completa de Luis Alberto de Cuenca.
¿Prefiere los animales a la gente?
No, claro que no. Aunque en algunas ocasiones cueste encontrar las diferencias entre ambos.
¿Es usted cruel?
Creo que no. Al menos no lo soy de manera consciente.
¿Tiene muchos amigos?
Afortunadamente puedo decir que existe mucha gente que me quiere.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Los amigos son tesoros, y los tesoros tienen todas las cualidades inimaginables. Además, como decía Pío Baroja, los amigos son como los libros, no siempre es mejor el que más nos gusta.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Un par de amigas me han decepcionado mucho últimamente. Aunque me sirvió para darme cuenta que no eran verdaderas amigas.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, o al menos todo lo sincero que se puede ser sin dejar de ser un caballero. Tenga en cuenta que vivo en España.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, viendo películas o series de televisión en casa, yendo al cine, escuchando música y la radio, ordenando mi biblioteca, buscando libros, paseando, quedando con los amigos, viendo partidos del Barcelona, viajando... Todo muy normalito. Y me gustaría pasar menos tiempo delante del ordenador.
¿Qué le da más miedo?
La mediocridad, la incultura y la falta de respeto y educación. Ahora son voluntarias e imperdonables. Y me produce mucho miedo también el futuro negro que nos están dejando gracias a los políticos, los banqueros y los empresarios sin alma. Se han construido un mundo sólo para ellos.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Imagino que lo mismo que a millones de personas. Ponga los informativos y me entenderá.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Me gusta pensar que librero o librero de viejo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Ahora no, pero fui jugador y árbitro de baloncesto durante muchos años. Al menos ahora camino mucho. Me encanta pasear en buena compañía.
¿Sabe cocinar?
Digamos que me defiendo. Mis lentejas son exquisitas.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Dudaría entre Arturo Pérez-Reverte, Pep Guardiola y Woody Allen.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Hoy, amor, alegría... Cualquiera que haga fluir la vida.
¿Y la más peligrosa?
Odio, totalitarismo, intolerancia, guerra...
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Todos lo hemos pensado en alguna ocasión, ¿no cree? Ahora me viene a la cabeza un ex jefe bastante mediocre, muuuchos políticos y las personas maleducadas. Alguno más habrá, seguro.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Nunca me interesó la política. Todos decepcionan, sin excepción. Y creo que los tiempos actuales me dan la razón.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Multimillonario, para vivir alejado de esta sociedad que cada día me gusta menos.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Confesables, los libros y las gominolas.
¿Y sus virtudes?
No soy yo quien tiene que responder a esta pregunta.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Los días vividos en la mansión de Hugh Hefner. Sobre todo por la biblioteca de Luis Alberto de Cuenca.

T. M.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Una vibración colectiva

Qué tarde ha llegado pero qué gran novedad la de tener la poesía y prosa completas de un escritor mayúsculo. Aun considerando que lo verdaderamente nuevo fue la aparición de Hojas de Madrid con La galerna (1968-1977), un extraordinario pentagrama literario en donde se escuchaba el latido de Blas de Otero con una intensidad inolvidable. Allí, hombre y escritor se unían para desarrollar un diario de experiencias y visiones en forma de poemas que ya se conocían (145 de ellos) o directamente inéditos (161). Destaco ese libro publicado en 2010 porque, viéndolo ahora junto al resto de sus poemarios, todavía lo considero lo más audaz de una trayectoria tan maltratada por la censura y por un cierto olvido por parte de sus colegas.

El machadianamente bueno de Otero apartaba en él al Dios al que se dirigía antaño para expresarle las crueldades del mundo, aunque seguía remitiéndose a sus preocupaciones de siempre: España, la identidad del hombre, el dolor de las guerras, y continuaba encariñado con los autores que tanto le influyeron: el Romancero y el Cancionero, Fray Luis y Quevedo, Rosalía de Castro y Machado, Whitman y Vallejo. El tándem habitual que se encarga de editar su obra, Mario Hernández y Sabina de la Cruz, nos proporcionan por fin los libros oterianos en su versión íntegra, caso de Poesía e historia, o directamente inéditos, como las prosas de Historia (casi) de mi vida y de las Nuevas historias fingidas y verdaderas. Asimismo, se ha decidido colocar, pese a resultar redundante de cara al lector pero respetuoso de cara al autor bilbaíno, los libros Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia pese a que Ancia agrupaba la mayoría de los poemas incluidos en los dos anteriores. A todo ello se añadirían otras secciones complementarias para redondear lo que en absoluto conocíamos de aquel que se jactó de hablar claro, En castellano, como reza uno de sus títulos más representativos: una con poemas que jamás pertenecieron a ningún libro y que no revisten mucho interés, a mi juicio, otra con traducciones de siete poetas, entre las que destaca la de un poema del turco que tanto admiraba, Nâzim Hikmet, y una última muy buena con entrevistas con periodistas extranjeros y españoles.

Un tomo definitivo, de casi mil trescientas páginas, al que no se le escapa nada y que mete a Otero en un presente que es calco de su ayer, pues sus inquietudes políticas, sociales, humanas no han cambiado un ápice desde su muerte, en 1979. De ahí que sea el más profundo y cercano a la vez de todos cuantos han escrito poesía en las últimas décadas en esto Que trata de España. Pues no en vano, como dijo en una entrevista, pretendió fundir dos aspectos: lo existencial y lo sociohistórico, para dirigirse, dándole la vuelta al acerbo juanramoniano, “a la inmensa mayoría”, dedicándose a los temas “que hacen sentir una vibración colectiva”, aquellos que “interesan vivamente al hombre de carne y hueso de hoy”. Y este hoy suyo cuando su voz estaba viva es el hoy de hoy: el legado mayor al que puede aspirar cualquier poeta.


Publicado en Estación Poesía (núm. 1, primavera 2014)

martes, 25 de marzo de 2014

Entrevista capotiana a Sofía Serra Giráldez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Sofía Serra Giráldez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Ninguno. Que es lo mismo que decir que cualquiera. Todos los convierto en mi lugar.
¿Prefiere los animales a la gente?
No.
¿Es usted cruel?
No.
¿Tiene muchos amigos?
Ni muchos ni pocos. No creo en la amistad.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Evidentemente, ante la respuesta anterior, sólo puedo responder que ninguna.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Imposible de contestar por el mismo motivo.
¿Es usted una persona sincera? 
Transparente.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Con mi vida. Sólo disponemos de eso, de tiempo libre.
¿Qué le da más miedo?
La per-versión.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La per-versión.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No me considero escritora (ni fotográfica ni literariamente). Si algo soy, es lectora.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
¡Por supuesto!: respirar. Y todos los que me lleguen y gusten. Mens sana in corpore sano.
¿Sabe cocinar?
Por supuesto también. Resulta de analfabeto depender de alguien (o algo) para poder comer o dar de comer en condiciones.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
No sé a qué artículos se refiere, aunque sí recuerdo los "Reader's Digest" de mi abuelo cuando los leía de pequeña. Lo más congruente sería escribirlo sobre él, es evidente.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
CUM.
¿Y la más peligrosa?
TE.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Llevarnos bien, aceptar la norma, conocer antes de opinar o emitir juicio.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No soy cosa (por desgracia).
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los otros.
¿Y sus virtudes?
Los otros.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Como ya me sucedió en dos o tres ocasiones no tengo necesidad de imaginarlo. Toda mi conciencia se puso  a disposición de la belleza del remolino del agua en un caso, y, en el otro, a favor de concentrarme en que resultaba estúpido tener miedo (ya que sabía nadar).

T. M.

lunes, 24 de marzo de 2014

Presentación de la revista “Estación Poesía”


El viernes pasado, en Sevilla, se presentó el primer número de la revista Estación Poesía, dirigida por Antonio Rivero Taravillo. Este cuenta en su blog los pormenores del acto y detalla el contenido de la publicación, en la que he tenido la ocasión de participar con una reseña de la Obra completa de Blas de Otero que editó Galaxia Gutenberg. Felicidades a todos por esa loable iniciativa literaria, cultural, fraterna, y que sea por muchos años.

domingo, 23 de marzo de 2014

Entrevista capotiana a Marian Torrejón


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Marian Torrejón.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi casa.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Tengo un enorme respeto y simpatía por los animales, pero el hombre siempre antes.
¿Es usted cruel?
No especialmente. Soy bastante compasiva, pero siempre hay grietas para albergar algún punto de crueldad.
¿Tiene muchos amigos?
Solo en Facebook. En la realidad tengo muchos menos, pero algunos de ellos bastante buenos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que me guste su compañía. Y después, claro, que me aprecien tal como soy.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, todo lo contrario. Siempre he esperado muy poco de los demás.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, bastante, así lo considero. Pero tengo siempre presente la máxima de Tambor: si con lo que dices no has de agradar, es mejor callar.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Hablando con gente con la que me encuentro a gusto.
¿Qué le da más miedo?
La enfermedad terminal.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Muy pocas cosas. Tan pocas que no se me ocurre ninguna. Conmigo lo tienen crudo los provocadores.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Lo mismo, pero sin escribir. Me acompañarían las mismas historias que suelo llevar en la imaginación, contaría a los demás las que pudiera y las que no me las quedaría dentro.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, procuro moverme un poco, voy al trabajo en bicicleta y nado al menos una vez por semana.
¿Sabe cocinar?
Lo justito, comida de supervivencia, de piso de estudiantes, que es donde aprendí: lentejas, cocido, espaguetis, y dar un par de vueltas a cualquier cosa en la sartén. Recetas sofisticadas ni una. No me gusta perder el tiempo cocinando.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A uno anónimo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Esperanzador. Al menos la contiene una vez.
¿Y la más peligrosa?
Patria.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Jamás, qué barbaridad. La vida es sagrada.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
En la mesa no se habla ni de religión ni de política. Aunque prefiero sentarme en la parte izquierda de la mesa.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Lo mismo que soy pero millonaria. Al menos con el suficiente dinero como para tener todo el tiempo para mí.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El chocolate, los helados, el buen vino.
¿Y sus virtudes?
El equilibrio, la racionalidad, la flexibilidad.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Algunas de mi infancia, quizás, de mi madre, de mi hija, qué se yo.  Qué bonito se ve el sol desde aquí abajo, y yo me voy a morir, glu, glu, glu.

T. M.