miércoles, 30 de abril de 2014

El espía que se burló de Hitler

Choroní es un remoto pueblo del norte de Venezuela, mojado por el mar Caribe y que aún tiene un aura de magia y leyenda según sus visitantes. Un lugar perfectamente aislado, entre una naturaleza exuberante, tan bueno como otro para emprender una nueva vida. Allí falleció, en 1988, por segunda vez por así decirlo, pues había simulado una muerte en África para no ser objeto de represalias políticas, el agente doble más imaginativo e ingenioso que el mundo ha conocido, el catalán Joan Pujol. Al cual el investigador norteamericano Stephan Talty le dedicó esta biografía apasionante.

Nacido en 1912, en el seno de una familia acomodada catalana, Pujol creció en la próspera Barcelona que, sin embargo, vio cómo en el decenio de 1920 «el crimen político parecía ser la principal industria de la ciudad». Motines y huelgas se sucedían, y la violencia por parte de radicales y bandas de fascistas era tan continua que llenaban la ciudad de secuestros y asesinatos. Un clima de agresividad latente en el que los empresarios estaban amenazados, como el padre del joven Joan, un pacifista convencido que cada día se despedía de su familia para ir al trabajo como si fuera el último que le quedara de estar vivo.

En esas circunstancias se desarrolló Juan, un niño tremendamente travieso, emprendedor y risueño, que pronto probó el descenso desde su privilegiado estatus a la miseria y a la soledad más siniestra. Ahí empieza una vida de película: en 1933 Pujol ingresa en el servicio militar obligatorio y más tarde intenta en vano triunfar en el mundo de los negocios. Pero entonces estalla la guerra, y él, que detesta tanto un bando como otro, deserta y pone en peligro su vida al convertirse en un prófugo. Cuando el conflicto acaba, Pujol busca desesperadamente sobrevivir, y entonces entiende la ignominia, la ambigüedad de la guerra, y se plantea que un hombre puede servir en dos frentes; que uno es capaz de ser un espía doble.

Es cuando conoce a la que será su esposa, Araceli, mujer de «personalidad explosiva, ademanes exagerados y entusiasmo», y encuentra un empleo en el Hotel Majestic de Madrid. Pero en Europa se masca la tragedia, y Pujol no quiere mirar hacia otro lado; atento a los avances de Hitler gracias a la emisora de radio BBC, en sus propias palabras «un maniaco, brutal e inhumano», resuelve que tiene que intervenir para frenar a ese «psicópata». De modo que se ofrece voluntario a los Aliados, consigue un pasaporte a cambio de conseguir unas botellas de whisky a unas mujeres nobles de paso por el hotel, y pone en marcha su plan sin saber absolutamente nada del mundo del espionaje; pero eso no impide que se ofrezca a la embajada británica como agente doble, nada menos, aunque le rechazan, y luego a los alemanes, ante los que actuó de manera formidable, inventándose una historia tras otra para que lo ayudaran a ir a Inglaterra para, en principio, espiar a los ingleses a favor de los hitlerianos.

Verdaderamente, se trata de una vida de película. Por ejemplo, según cuenta Talty, en el Casino de Estoril coincidieron en 1941 dos personalidades del mundo de la ficción novelesca y Joan Pujol. Graham Greene, que por entonces trabajaba para el Servicio de Inteligencia Secreto del Reino Unido, «aprovechó su estancia en la ciudad para reunir material para sus novelas de espionaje, entre ellas Nuestro hombre en La Habana, inspirada en la vida de Pujol». El otro novelista que estaba allí era Ian Fleming, el creador de James Bond, que «perdía sus escudos en el juego mientras ayudaba a planificar la operación Golden Eye para la inteligencia naval británica»; de aquello iba a surgir la primera novela de 007, Casino Royale. (No está de más decir, asimismo, que la aventura de Pujol quedó recogida en dos trabajos fílmicos del año 2009: Hitler, Garbo… y Araceli, y Garbo, el hombre que salvó al mundo, que recibió el premio Goya a la mejor película documental.)

Así las cosas, y derivas peliculeras al margen, «el espionaje prometía satisfacer algunos de los deseos más profundos y más antiguos de Pujol. Le ofrecía la posibilidad de abrirse camino en el mundo con su imaginación y de responder por fin a los ecos de las exhortaciones de su padre: haz el bien, ten fe en los seres humanos», dice Talty. Pujol consigue engañar a la Abwehr (una organización de inteligencia militar alemana) y hacer creer que quiere prestar sus servicios como un nazi más. Tanto será así que los nacionalsocialistas le condecorarán con la Cruz de Hierro en 1944, a lo que se suma la Orden del Imperio Británico por su ayuda inestimable en la Segunda Guerra Mundial. Pujol se encargaría de confundir a los alemanes –con la ayuda de su mujer, tan valiente y despierta como él– al respecto del sitio donde iban a entrar las tropas americanas en Europa, lo que acabaría siendo el desembarco de Normandía.

Su nombre en clave, para los británicos, sería Garbo, por sus gigantescas dotes actorales. Imposible resumir sus acciones de espía autodidacta, que tan detalladamente apunta Talty. Tras la Segunda Guerra, Pujol seguirá temeroso de que descubran su identidad, y marchará a Venezuela. Allí se separará de Araceli, iniciará una nueva vida, frente al mar de Choroní, y sólo en la vejez su nombre volverá a la palestra, en un tiempo en que ya ningún nazi iba a querer vengarse de él.


Publicado en la revista Clarín (núm. 110, marzo abril 2014)

martes, 29 de abril de 2014

Entrevista capotiana a Antonia Corrales

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Antonia Corrales.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una isla llena de vegetación y fauna. Otro lugar donde no pudiera ver el sol, el cielo, los árboles..., me haría morir. Estoy segura que enfermaría tras una demencia severa.   
¿Prefiere los animales a la gente?
No es cuestión de especies, sino de cómo es cada individuo, cómo se comporta dentro de su especie y en sus relaciones con los demás. Por lo tanto prefiero tanto a los animales como a la gente.
¿Es usted cruel?
Aunque suene pretencioso, me considero una persona inteligente y por ello nunca he sido ni soy cruel. Hacer daño a los demás es una característica común de las personas ignorantes y de bajos instintos.
¿Tiene muchos amigos?
No sé si son muchos o pocos, pero sí los que deben ser. No es cuestión de números sino de sentimientos mutuos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco cualidades, sólo compartir la vida en su más amplia acepción.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Los amigos no decepcionan, lo hacen los que no lo han sido nunca.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí. Pero con un matiz: mientras que esa sinceridad no dañe a otra persona.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Con mis hijas y mi marido. Da igual lo que hagamos.
¿Qué le da más miedo?
En lo que se está convirtiendo el mundo en que vivimos, la deshumanización que hay y el silencio en el que se cobija.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La guerra. Las guerras que aún sigue habiendo. Eso y el hambre en el mundo. Que la gente siga muriéndose de hambre, de sed, de frío, por falta de medicamentos..., mientras muchos viven de forma insultante.      
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No lo he pensado nunca. Siempre supe que sería escritora.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí. Corro y en verano natación.
¿Sabe cocinar?
Sí. Muy bien. Disfruto muchísimo cocinando.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Sobre Sixto Díaz Rodríguez, conocido como Rodríguez. Un gran cantautor que nació en Detroit en 1942. Su vida de adolescente y sus comienzos en la música fueron duros. Le considero un auténtico genio, alguien muy especial. En la mayoría de sus canciones se habla de la crueldad que hay en la diferencia de clases sociales, de los marginados...
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Libertad.
¿Y la más peligrosa?
La codicia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Jamás.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
No creo en la política. La política creó las clases sociales y con ellas la desigualdad. Es la publicidad subliminal que se utiliza para engañarnos a todos.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Viento.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El dulce. La buena comida. El cine, la literatura, la música y caminar por el campo.
¿Y sus virtudes?
Creo que la tolerancia, la empatía y saber escuchar.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Las de mi familia.
T. M.

lunes, 28 de abril de 2014

Martín de Riquer: El profesor que quería divertirse

Ejemplar del Quijote en la biblioteca de Lerín, Navarra

Hace seis años, Cristina Gatell y Gloria Soler dieron al público un testimonio que ahora, cuando el gran filólogo ya no está entre nosotros, cobra un especial valor: «Martín de Riquer. Vivir la literatura». Las biógrafas, a partir de las propias declaraciones del protagonista, abordaron la vida familiar en la infancia y juventud, la guerra civil, la universidad, su función como académico, sus trabajos como medievalista, etc. Así, cada etapa era, en efecto, una fusión pasional y efervescente, de vivir la literatura, siempre con gran bonhomía y vocación pedagógica. Su lema: si se divertía enseñando, se divertirían sus alumnos.

Ese fue el talante que definió al Riquer persona, profesor e historiador. No se lamentó de haber perdido el brazo derecho en la guerra civil. Muy al contrario, destacó por tener un gran sentido del humor, y ya como maestro, por mostrar una preocupación por sus alumnos firme y entrañable. Refugiado en los trovadores o en Cervantes, su objetivo fue aprender y divulgar lo aprendido, sin prejuicios ni cortapisas. Siempre para que imperara, en tiempos tan difíciles, el respeto al otro, en lo humano y en lo literario: “Riquer postuló claramente la vigencia y la importancia del legado cultural catalán, defendiendo su literatura medieval como un componente esencial de la cultura hispánica que no podía ser ignorado ni mucho menos menospreciado”, dicen las autoras.

En la Universidad Autónoma, Riquer viviría en primera línea movimientos de protestas, como el encierro de intelectuales catalanes en el convento de los Capuchinos, y se solidarizaría con Salvador Clotas y Manuel Vázquez Montalbán en el Consejo de Guerra que éstos sufrirían. Siempre dando la cara, ayudando al vulnerable, Riquer mostró con paciencia cómo podía defender la lengua catalana en un país que no la autorizaba. Hoy, qué ejemplo es de pundonor personal, sabiduría social y capacidad de diálogo. Sin el menor rencor, sin cobardía alguna; con la entrega de un trovador, con la audacia de un Quijote.


Publicado en La Razón, 27-IV-2014

domingo, 27 de abril de 2014

Entrevista capotiana a Iago Fernández

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Iago Fernández.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi “cuarto propio”.
¿Prefiere los animales a la gente?
De ninguna manera.
¿Es usted cruel?
A veces.
¿Tiene muchos amigos?
No.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Ironía, inteligencia y honestidad, aunque la ironía ya es de por sí una forma superior de honestidad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No.
¿Es usted una persona sincera? 
Tampoco, de modo que sí.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, viendo películas y hablando con mi novia, excepto que sea fin de semana y haya un bar abierto.
¿Qué le da más miedo?
La falta de integridad, que al fin y al cabo es la estilización (moral) del miedo a la muerte.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Utilizar demasiado el facebook y pasar un día sin leer.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Estudiar derecho.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Escribo en prosa, que a veces agota físicamente, y mantengo relaciones sexuales con mi novia siempre que la ocasión me lo permita.
¿Sabe cocinar?
No.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Si fuera un personaje histórico, al poeta Hart Crane, que murió en el mar y nadie sabe cómo ni por qué; si fuera un personaje contemporáneo, a PSY, el compositor del gangnam style, cuya vida es más interesante de lo que parece...
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
En gallego, “Ardora”, que se refiere al resplandor de los peces cuando coletean en la superficie del agua.
¿Y la más peligrosa?
Verdad” o “mentira”, supongo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Claro.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
De izquierda.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No soy una cosa; las cosas no tienen espíritu, ni deseo, ni voluntad. Supongamos que, como yo sí tengo los tres atributos, pudiera tender a suprimirme para volverme cosa. En tal caso, me gustaría ser una flor, un estuco, cualquier detalle bonito que no llamase mucho la atención.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Tengo mala hostia.
¿Y sus virtudes?
También sentido del humor.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Las de la ardora.

T. M

sábado, 26 de abril de 2014

Rafael Chirbes: el realista de la crisis


La clave de la narrativa de Rafael Chirbes (Valencia, 1949), último premio de la crítica por «En la orilla», siete años después de que obtuviera el mismo galardón por «Crematorio» –ambas, como el resto de su obra, publicadas en la editorial Anagrama─, no hay que encontrarla en sus novelas; éstas son un reflejo de lo que le inquieta como ciudadano, hombre, artista. Es en sus lecturas, en su voz que se sale de la ficción para reconocerse, donde se percibe cómo se ha formado el autor que mejor capta hoy en día el realismo de corte social y callejero, político y empresarial. Su libro «Por cuenta propia. Leer y escribir» (2010), serie de ensayos publicados en revistas o leídos en conferencias, fue la oportunidad para ver cómo este escritor concibe sus novelas, advirtiendo que “la narrativa es un arte tan lábil como pueda serlo el sentido de las palabras con que se construye; que no brinda seguridades, ni siquiera en eso de que, en otros oficios, se llama capacitación profesional”.

Solamente los más grandes tienen la humildad de reconocer tales inseguridades. El mismo hombre que dice en esas páginas: «¿Qué es ser artista en el siglo XXI, a quién representa el artista, a quién represento yo cuando escribo una novela?», es el que ha llevado como nadie a la prosa el frenesí de la burbuja inmobiliaria en las dos novelas premiadas citadas. A juicio del catedrático de teoría literaria José María Pozuelo, en representación del jurado del Premio de la Crítica 2014, «En la orilla» «profundiza en la crisis moral y de valores que ha provocado la especulación inmobiliaria en la costa mediterránea, hasta dejar en la orilla a muchas víctimas y construir una sociedad injusta y falsa». Los miembros del jurado han visto en Chirbes un denunciador del desasosiego de una población que ha sufrido los estragos de la debacle económica occidental, en la línea de los grandes autores europeos decimonónicos que supieron retratar la sociedad en todo su espectro social.

Y a la cabeza de todos ellos, y ahora volvemos al Chirbes lector, ensayista, a su inspiración continua: Benito Pérez Galdós. Sobre él habla el autor de «La caída de Madrid» (2000) ─novela sobre la España inmediatamente posterior a la muerte de Franco─ para reivindicarlo como gran maestro novelístico moderno en lengua española. «La Celestina», Cervantes, la relación entre la literatura y la guerra, más las obras, muy especialmente, de los Episodios Nacionales galdosianos, son las referencias inmortales que Chirbes usa para llevar a la actualidad lo que jamás caduca: la desazón del hombre en su época; sensiblemente en tiempos de la Segunda República, la Guerra Civil Española, la posguerra y la Transición. En un tiempo en que priman las novelas de puro entretenimiento y superficialidades personales, Chirbes destaca como uno de esos poquísimos narradores que mira de cara al pueblo, al pasado del pueblo, al presente del pueblo. Es un observador que entiende la narrativa como una inmersión en la historia, lo cual complementa la fusión literaria que él ve ideal: la necesidad de estilo de un refinado Proust con la necesidad de captación urbana de un Balzac.

Esos dos elementos ─un estilo literario notable; un ahondamiento en la realidad circundante palmario─ componen una obra que mira hacia el hoy retomando el ayer. En «Los viejos amigos» (2003), Chirbes exponía las viejas utopías, ya desmontadas, de cuatro antiguos compañeros que en su día habían soñado con hacer la revolución. Inevitablemente, aquellas esperanzas juveniles devinieron humo, que no dejaba ver y hasta asfixiaba. Esa crisis personal y general que abordada ya a comienzos del siglo XX se intensificó con el cataclismo financiero.  Una crisis que pasará y que tendrá testimonios artísticos, recreaciones tan fidedignas y audaces como la de este escritor que, como Dickens, como Galdós, como Hugo, percibió las dificultades de la gente a ras de suelo desde niño y se buscó la vida como pudo en tareas alejadas de lo literario, hasta consagrarse a lo que le ha dado reconocida y merecida gloria.


Publicado en La Razón, 26-IV-2014

viernes, 25 de abril de 2014

Entrevista capotiana a Luis Alberto Ambroggio

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Luis Alberto Ambroggio.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
El cielo, por lo que me dicen, aunque no sé de qué se trata.
¿Prefiere los animales a la gente?
No tengo preferencias. Los amo por igual. Hay tantas cosas que les envidio a los animales como  el que duerman en paz, conforme con ellos mismos y nos les aflija ni la culpa ni otras ansiedades, además de otros talentos. Pero me solidarizo con la gente, las personas amables, los niños, los que me asombran y ayudan a existir, con su diálogo de vida.
¿Es usted cruel?
No creo serlo. Apuesto por la bondad. La crueldad me despoja de mi humanidad.  La aborrezco aunque, a veces, pueda –sin darme cuenta– ser causa de sus efectos.   
¿Tiene muchos amigos?
No busco tanto la cantidad como la calidad. Dependiendo de la profundidad en la definición de amigo, tengo más o menos. Como buen Escorpio, soy muy amigo de mis amigos; una cantidad reconfortante. Conocidos y compañeros de trabajo, artes y deportes, cercanos y lejanos, muchos. 
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
El amor, el afecto que se escoge y que te aprecia tal como eres. El que esté siempre presente y, sobre todo, cuando lo necesitas. Lealtad, comprensión, presencia que se siente cuando se tiene y se llora profundamente cuando se pierde
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Como acepto con Wallace Stevens que la imperfección es mi paraíso, toma bastante para decepcionarme y con mis amigos soy incluso más benigno. Para mí no es cuestión o riesgo de decepcionarme o no, sino de ser o no ser.  
¿Es usted una persona sincera?
Alguien que leyó mis manos dijo ser ésa una de mis cualidades y trato de serlo, aunque a veces me vence la diplomacia. Uso como uno de mis axiomas las palabras de Rubén Darío “ser sincero es ser potente”. Desearía exagerar un poco más la práctica de esta virtud. De allí la desnudez en algunos de mis títulos y textos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Aunque he estado en más de 70 países, aún me queda mucho por conocer; lo ocuparía  viajando a lugares de interés cultural, histórico, ecológico, turístico.  En lo inmediato, volando con idas al cine, al teatro,  a conciertos, a visitas de familia, a lecturas inmortales.
¿Qué le da más miedo?
El miedo mismo. Abomino la impotencia, la opresión, la falta de generosidad, visión, la solución de los problemas humanos por la violencia, la violación de la naturaleza.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Básicamente la hipocresía llevando a cabo todos los actos contra la humanidad y la naturaleza  que detesto.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No creo que la escritura en mi vida haya sido una decisión; es una necesidad vital, una vivencia, una visión que me posee en su requisito de que las vuelque en una página. La vida literaria desde los doce años ha convivido y penetrado mis otras ocupaciones estudiantiles, de empresario, de piloto, de padre de familia, de enamorado del amor.  No se me ocurre una alternativa.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Si me lo permiten músculos, articulaciones y otros cómplices del dolor, camino, juego al tenis, ando en bicicleta y otros ejercicios terapéuticos.
¿Sabe cocinar?
No, excepto por asados y otros banquetes rurales.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A mí me fascinan las personalidades de los genios precisamente por lo complejas, totalmente inabarcables, visionarias, que superan épocas, espacios, rompiendo todos los esquemas. Porque admiro su vida y su misterio mi elegido sería el protagonista de los Evangelios y Ghandi.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Sin duda, Amor, raíz de paz, bondad, generosidad, libertad colmada, en fin, satisfacción plena y asombrosa.
¿Y la más peligrosa?
Odio con guerra.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Rechazo la idea de matar, aunque siento que algunos seres humanos no son dignos del don de la vida por su maldad irreparable, por sus acciones depravadas contra sus hermanos, contra la humanidad, contra la naturaleza, contra todo lo bueno en el universo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me identifico con las tendencias humanistas, que respetan la libertad y persiguen la igualdad entre los seres humanos; las que promuevan la paz, la justicia social, el interés de todos los sectores del pueblo, de su bienestar, cultura y desarrollo, la democracia que expongo en Todos somos Whitman. A veces son ideales y prácticas encontradas y difíciles de implementar, por lo que apoyo a las personas que intentan hacerlo y lo llevan a cabo en sus gestiones, independientemente de las doctrinas, sistemas, alianzas partidarias o ideológicas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un líder al estilo de Gandhi luchando por los derechos de los marginados.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Viví escuchando que las virtudes al exagerarse se convierten en vicios, defectos y otros sinónimos. No quiero echarles la culpa, pero me apetecen los que se cometen viviendo intensamente la vida, con el deleite de la libertad posible y la fatalidad de la aventura.
¿Y sus virtudes?
El optimismo y sus derivados.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Más allá de cómo salvarme, las imágenes amantes de mis padres, mi familia, mis hijos, mis amigos, personas a las que quiero y me han querido, momentos felices de mi vida, acaso una mano salvadora, un futuro divino. 

T. M.

jueves, 24 de abril de 2014

La ridiculez de cavar trincheras

He aquí un joven que pretende participar en la Primera Guerra Mundial, que tiene ansia de aventura, de alejarse de su confortable hogar de Gloucestershire, de su colegio de Hampshire y Oxfordshire, de caminar hasta la China; y que luego, siendo oficial, se refugia en la soledad para leer poesía francesa y seguir una particular dieta alejado de los demás. Ese joven, Gerald Brenan, al que le asignan el 48º batallón ciclista del Ejército Británico y acabará siendo condecorado por su gran coraje guerrero, como explica en la introducción de este libro su editor y traductor Carlos Pranger, buscará en la guerra una huida a lo Rimbaud, y a su vez se evadirá del recuerdo de las trincheras en 1919, cuando alquile una casa en la Alpujarra rodeado de libros,  siendo fiel a su propia estela enamoradiza e idealista, como tan bien reflejó Fernando Colomo en la simpática película de 2003 “Al sur de Granada”.

Por supuesto, y este 2014 más que nunca debido a la celebración del centenario de la Gran Guerra, tenemos una bibliografía ingente al respecto y en la que destacan los testimonios de los escritores que estuvieron en ella. Los ha habido de todo tipo, pero un rasgo es común a todos: la curiosidad, la ilusión de que un conflicto de esas proporciones iba a ser un espectáculo digno de verse. Es lo que reconoce haber pensado el francés Gabriel Chevallier, que en el extraordinario libro de 1930 “El miedo” (Acantilado, 2009) desmitificaba el patriotismo y la valentía de los muchachos que, en realidad, iban allá a perder la vida de forma sangrienta. Era el miedo lo que imperaba sobre todo al ver mutilaciones u oír el silbido de los obuses que caían y estallaban. Esa misma curiosidad, y también alejarse del seno familiar, llevó a Ernst Jünger, en su caso de forma temeraria, pues amó todo lo que fuera peligro sin inmutarse, a escribir su «Diario de guerra (1914-1918)» (Tusquets, 2013), espejo de las atrocidades que presenció. El resultado de la contienda: diez millones de soldados y civiles muertos; una media de edad de los caídos de diecinueve años y medio. El escritor alemán apuntaba: “Escribo esto en un hoyo”, mientras a su alrededor silbaban los proyectiles y los compañeros morían. Windham Lewis, en «Estallidos y bombardeos» (Impedimenta, 2008), en cambio, se centraba en lo que significó aquella «Gran Sangría», que generaría «una sociedad sin arte».

 Lewis habló en su libro del pintor Lytton Strachey, habitual en el círculo de Bloomsbury que frecuentaba el propio Brenan. ¿Y éste cómo entendería la guerra: con miedo, con frenesí militar, preocupación socioartística? Lo descubriremos mediante los dos textos en los que se compone el libro, “Diarios de la Gran Guerra” –cuya primera versión manuscrita es de 1923, y es un documento híbrido con cartas de la época–, y “Relato de un superviviente”, el cual procede de su volumen “Promise of Greatness” (1964). “El gran error es pensar demasiado en el mañana”, dice al comienzo a un amigo, aún con la idea de irse a Oriente; un lema perfecto para afrontar el trabajo duro de cavar trincheras y caminos de comunicación y esperar acontecimientos. “¿Es este el final? Me pone enfermo, enfermo el pensar que me puedan pegar un tiro y nunca vea Arabia”. Brenan, “el joven aprendiz de poeta (…) inmaduro, rebelde”, como dice Pranger, vive una época de tedio mayúsculo, dedicado a consumir todo tipo de drogas, a leer a su alma gemela Rimbaud, a Laforgue y a Baudelaire, en la tierra que divide Francia y Bélgica, donde logrará hitos bélicos que le serán reconocidos aunque él se sienta avergonzado por ello.

Un artista no puede ser un héroe. Ningún poeta vagabundo lo es. “Deseo ver –siempre– a ciegas en el caos. Es el paraíso de la oscuridad”, dice, obviando lo que tiene alrededor para sufrir en su introspección continua. La melancolía tiñe sus páginas al morir su íntimo amigo Taylor, y la sangre le salpica enfrente cuando un obús estalla de súbito en un pueblo en el que estaba cerca de un grupo de niños. “Lo único que me ocupa es el ansia infinita de que acabe la guerra. Todos esos jóvenes muriendo”… Cavar y oír estallidos, rutina de una “ridícula guerra” en la que no encuentra heroicidad en nada. Brenan cruza los campos y se pregunta cuándo, en medio de lo idílico, ocurrirá la masacre. Ya es un joven veterano, un evocador de lejanos recuerdos en los que se ve con diecisiete años, dejándose llevar por la creencia de “que lo único que se necesitaba para conseguir la felicidad completa era un mendrugo de pan y libertad absoluta”. Una idea que, tras el espantoso paréntesis bélico, querría retomar más tarde en el sur español.

Publicado en La Razón, 24-IV-2014

miércoles, 23 de abril de 2014

Entrevista capotiana a Mariano Zurdo

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Mariano Zurdo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Jamás es una palabra que sólo está al alcance de unos pocos. Yo soy más mediocre y me gustaría vivir en un solo lugar según mi estado de ánimo. Ahora me iría a vivir a Asturias, concretamente a un pueblín en el desfiladero de los Beyos.
¿Prefiere los animales a la gente?
Rotundamente no.
¿Es usted cruel?
De facto no, de pensamiento puede.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo amigos. Lo de muchos es subjetivo. Lo que sí que puedo afirmar es que los he ido acumulando a lo largo de mi vida y que he intentado ir perdiendo los menos posibles.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La capacidad de acordarse de ti en un momento dado y que sin pensarlo descuelgue el teléfono para ver qué tal te va.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, no se lo pongo tan difícil.
¿Es usted una persona sincera? 
Si digo que sí o que no mentiría.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Con una conversación lo suficientemente larga como para que quepa la reflexión, el debate, la risa y no menos de cuatro cervezas.
¿Qué le da más miedo?
Perder la memoria, no reconocer a los que quiero.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El uso de la libertad de expresión para mentir deliberadamente por parte de las personas que generan opinión. Los que pretenden elevar la moral individual a ley colectiva. Los que son enemigos de lo diferente y para ello tildan al diferente de enemigo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Jugar al baloncesto. Sin éxito, claro, porque con 1,70 o eres el mejor o no eres nadie y yo siempre fui un segundón.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
En presente poco, en pasado mucho y en futuro lo que pueda.
¿Sabe cocinar?
No, pero lo hago a diario.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Dudo mucho que esa publicación estuviera interesada en mis personajes inolvidables, la verdad. Me gustan más las personas anónimas que provocan cambios a través del efecto mariposa que los personajes que cambian el rumbo de la historia de repente.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Proyecto.
¿Y la más peligrosa?
Delación.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Soy muy cobarde, pero no tanto como para desearlo. La respuesta es sí.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy rojo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No me gustaría ser otra cosa. Me gustaría tener más recursos para ser lo que soy de manera más gratificante.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Desayunar fuera de casa, beber cerveza, observar las piernas de las mujeres.
¿Y sus virtudes?
Las virtudes si no se contraponen con los defectos son pura vanidad y yo no soy nada vanidoso.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Soy demasiado caótico como para imaginar siguiendo los esquemas clásicos. Y en una situación de ahogamiento supongo que sería aún más caótico y las imágenes se me irían por peteneras. A saber.

T. M.

martes, 22 de abril de 2014

Recomendaciones insolentes


Con unas originales y vistosas ilustraciones del artista ruso, radicado en Estados Unidos desde joven, Vladimir Radunsky, aparece esta pequeña golosina literaria: ocho texto cortísimos de Mark Twain (1835-1910) que asumen una pedagogía vuelta del revés: la de enseñar a los críos a esquivar la opinión y órdenes de quien manda o cree mandar. Así: “Las niñas buenas siempre deben mostrar deferencia ante los mayores. No debes ser insolente con los ancianos a menos que ellos lo sean contigo primero”, dice, travieso.

Ernest Hemingway dijo que la novela norteamericana moderna nació en 1876, año de la publicación de «Las aventuras de Tom Sawyer», por más que al autor se le haya asociado a la literatura juvenil o infantil. El propio Twain señaló en más de una ocasión que pretendió escribir para que los adultos recordasen su infancia, y este librito, “Consejos para niñas pequeñas” (editorial Sexto Piso; traducción de Raquel Vicedo), salvando las distancias, serviría para lo mismo, pues lo mismo será un regalo divertido para cualquier chaval, para cualquier chiquilla, que una oportunidad de que el adulto sonría con el ingenio siempre apabullante del autor de “Huckelberry Finn”.

Twain aquí lanza consejos útiles para que las niñas se salgan con la suya y los mayores –los padres, los maestros– o los hermanos sean burlados sin saberlo. Los escribió en 1865 y se publicaron dos años más tarde, es decir, en el tiempo de su debut con «La famosa rana saltarina de condado de Calaveras», el libro de cuentos que constituiría el inicio de una trayectoria que marcaría un punto de inflexión en el devenir de la literatura americana.

Publicado en La Razón, 1-IV-2014

lunes, 21 de abril de 2014

Entrevista capotiana a Carolina Molina

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Carolina Molina.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Granada.
¿Prefiere los animales a la gente?
No, me gusta la gente. Podría vivir sin animales pero no sin personas.
¿Es usted cruel?
Espero que no, soy muy sensible a las muestras de crueldad, ya sean físicas o psíquicas. No puedo concebir que haya quien disfrute con ello.
¿Tiene muchos amigos?
Muchos y buenos. Ampliando cada día.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sean entusiastas, vocacionales… no importa de qué, pero que tengan mi concepto de la vida. Que sean tolerantes y respeten las opiniones ajenas. Que te ayuden incondicionalmente igual que haría yo por ellos. No me gustan las amistades que manipulan ni las que intentan ponerte en contra de otros. De esas amistades prescindo rápidamente. Las amistades deben hacerte feliz.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
En general no, aunque cuanto más amigos tienes más posibilidades hay de encontrar personas que te dañen y decepcionen.
¿Es usted una persona sincera? 
A veces demasiado.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Escribiendo, leyendo, viendo películas… entendiendo por tiempo libre el que solo se dedica a uno mismo. Luego hay otro tiempo que me gusta dedicar a mi familia y otro a viajar, dentro de mis posibilidades.  
¿Qué le da más miedo?
La muerte. Porque acaba con todo lo que me hace feliz.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La injusticia, la hipocresía, la crueldad. Así que a veces no paro de escandalizarme.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Imposible saberlo, siempre quise ser escritora. A veces, muy de pequeña, me imaginaba pintando. Pero todo lo que recuerdo en mi vida está relacionado con los libros. Una cosa es la literatura y otra la creatividad. De no haberme dedicado a escribir me habría dedicado a algo creativo. Se puede ser creativo de muchas maneras: cocinando, decorando, diseñando…
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
En la actualidad, después de haberme lesionado varias veces con pilates, yoga, pesas y danza oriental, he decidido caminar. Bueno… realmente no sé si camino o si vuelo… ando muy deprisa. E intento compensar la vida sedentaria con caminatas rápidas. 
¿Sabe cocinar?
Sí… bueno, a mi manera. Me gusta la comida imaginativa. Nunca sigo una receta. Me gustan sobre todo la repostería y los entrantes. Disfruto mucho cocinando, aunque ahora no tengo tanto tiempo. Cocinando se me han ocurrido muy buenas ideas para llevar al papel.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Federico García Lorca, Manuel Gómez-Moreno González, Benito Pérez Galdós…
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Mamá.
¿Y la más peligrosa?
Envidia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, por Dios, claro que no… Aunque en literatura no tienes más remedio que dejar morir a algún personaje. Casi siempre piensas en un secundario que antes de saber cómo se llama ya lleva implícita su sentencia de muerte.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
La política me ha decepcionado desde siempre. Ahora, como es lógico, mucho más. No creo en los políticos y por lo tanto tampoco en sus ideas. No me gustan los totalitarismos, los gobiernos que privatizan, ni que defienden antes a un banquero que  a un ciudadano. Ni aquellos que no apoyan la cultura o abandonan a las personas discapacitadas a su suerte.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Una mujer joven, con muchos hijos, con tiempo para leer y escribir en un carmen del Albayzin.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Si por vicios entendemos “defectos", sería la hiperactividad, la necesidad de querer abarcar demasiado. Pero si la pregunta va dirigida a saber si tengo alguna dependencia…, sin duda sería el de tomar té a todas horas.
¿Y sus virtudes?
Pues no debo ser yo quien las diga pero no arriesgaré al confesar que tengo más paciencia de la que creí tener. Mi hijo me pone a prueba a todas horas y me parece que ya he demostrado fehacientemente que la tengo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Ufff, es una de mis pesadillas recurrentes. ¡Me horroriza el agua! Así que la pregunta tiene tela. Sin duda pensaría en mi hijo y lo indefenso que lo dejaría. Pero para no dejar un mal regusto en los labios ya que terminamos este cuestionario, diré que mi último pensamiento pudiera ser compartido con otra imagen, una mucho más placentera y a la que suelo recurrir en los momentos críticos: la colina de la Sabika y sobre ella la Alhambra.

T. M.