lunes, 30 de junio de 2014

Entrevista capotiana a Aroa Moreno Durán

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Aroa Moreno Durán.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
¿No pueden ser dos? Madrid, supongo. Aunque quien me conoce sabe que sufro una desubicación espacial de diagnóstico grave. Me gustaría que mi casa fuese portátil y llevármela por ahí, con sus habitantes dentro, claro. “Un solo lugar” y “jamás” son cosas que me crispan las arterias.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Aunque prefiero la compañía de mi perro a la de algunas personas.
¿Es usted cruel?
Solo de pensamiento.
¿Tiene muchos amigos?
Cada vez mejores. Me siento afortunada y, a veces, triste de no poder ver a algunos cuando quiero. Un amigo del D. F. me dice por chat: “podríamos vivir a la vuelta de la esquina para ir esta tarde a echar una chela”. Pues sí.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sean honestos y justos. Y creo que tengo cierta tendencia a llevarme bien con gente que maneja la ironía.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Yo creo que a estas alturas ya nos vamos conociendo. Pero, ¿quién no ha tenido una decepción? Hay que pasar página con ciertas personas que, en un momento de tu vida, fueron fundamentales. Es difícil, pero natural.
¿Es usted una persona sincera? 
Yo creo que con la gente sí. A lo mejor, conmigo, no tanto.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Mi tiempo libre es libre, no lo ocupo, lo veo volar.
¿Qué le da más miedo?
La treintena me ha convertido en una histérica con las enfermedades y la muerte de la gente a la que quiero. Me quita el sueño.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandaliza el clasismo. Me lo he topado en el trabajo, lo he visto en las decisiones de algunas personas cercanas, en cómo hablan de ciertas cosas o de otros, está en todas partes y es muy peligroso porque trabaja sutilmente.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Imagino que hubiera trabajado con mi padre, si es que él hubiera querido, claro.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Nado y paseo a mi perro compulsivamente por Madrid.
¿Sabe cocinar?
No mucho, porque no tengo paciencia. Pero creo que con poca maña y tiempo obtengo cosas resultonas. Eso me dicen.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Hay un personaje familiar que se marchó sin darme las respuestas porque yo era demasiado joven para hacerle las preguntas. Mi abuelo paterno creo que tenía muchas cosas que contar. Además, era poeta y gruñón, como yo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Las palabras están llenas de letras. Pero puede que el amor solo traiga cosas buenas.
¿Y la más peligrosa?
Las palabras traicioneras.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No he querido. Aunque se me ha pasado por la cabeza que la vida sin ciertas personas sería mucho mejor.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
En este país está todo tan clasificado que me espantan las tendencias. Yo creo en ciertas cosas. Últimamente pienso que, en este punto en el que estamos, la dictadura del capitalismo es tan terrible como cualquier otra. No somos libres, que nadie me diga que somos libres para decidir, porque me enfermo y salto. Lo que sí digo es que me parece muy sucia la política que está llevando a cabo el actual Gobierno de España.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
El espejo del baño lo sabe: cantante. Pero no tengo nada de voz ni de oído. Y eso, desgraciadamente, lo sabe más gente.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Perder el tiempo.
¿Y sus virtudes?
Está feo que lo diga uno mismo. Bien, he preguntado en casa y me han sorprendido diciendo que soy “sorprendente”.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
No puedo pensar en eso. Le digo que la enfermedad y, con ella, la muerte, me martirizan. Así que prefiero pensar: si estuviera emergiendo, ¿qué se me pasaría por la cabeza? Las nubes blancas  del cielo azul de Tulum.

T. M.

domingo, 29 de junio de 2014

Lírica humedad


Como prefacio a estos poemas, una “Confesión” por parte del autor, sobre por qué escribe, qué alimenta tal necesidad. Bella y honda manera de presentar esta antología poética a cargo de José Cereijo, quien define al sujeto lírico que se esconde detrás de Javier Lostalé (Madrid, 1942) con «una voz “en riesgo”, porque no pretende adquirir destrezas, y menos aún repetirlas, sino ser descubrimiento perpetuo de una verdad íntima, de un alma». Del alma de un solitario en la adolescencia, cuando empezó a concebir los poemas que iban a configurar su primer libro, “Jimmy, Jimmy” (1976); del alma de un escritor que, tras seis poemarios y una gran amistad con Vicente Aleixandre, que tanto le marcó en lo literario y en lo personal, recibe ahora una unánime admiración, de la que este “Azul relente” en fiel testimonio.

A la selección se le añaden seis poemas inéditos, bajo el título de “El pulso de las nubes”, en los que se percibe cómo Lostalé, por muchos años a la cabeza de programas radiofónicos de poesía, conserva su fina delicadeza para desvelar intuiciones íntimas a través de un lenguaje que indaga en el cuerpo, la tristeza, la distancia, la memoria… Temas universales que a lo largo de su trayectoria se irán desnudando, al modo juanramoniano, para quedarse, como ha declarado él mismo, en casi esencia mística, en torno aquí a un relente –esa humedad, dice el diccionario, que en noches serenas se nota en la atmósfera– de un color sólo visible para un verdadero poeta. 


Publicado en La Razón, 26-VI-2014

sábado, 28 de junio de 2014

Entrevista capotiana a Teresa Soto

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Teresa Soto.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una ciudad parecida a Estambul.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. A pesar de que a veces creo que sí.
¿Es usted cruel?
No.
¿Tiene muchos amigos?
Bastantes. Me sorprende.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco. Si la relación existe y nos enriquece a ambos ya es mucho. Pero el sentido del humor, la generosidad y la lucidez son cosas que casi todos comparten.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
En general no.
¿Es usted una persona sincera?
Sí.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Se me da mal.
¿Qué le da más miedo?
El miedo. Perder a un ser querido. El dolor. También grandes masas de agua, sobre todo por la noche.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La tortura, la censura.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Lo de ser escritor daría para una reflexión aparte. Pero si no escribiera, si el ejercicio de escribir se sustituyese por otro, no sé, tal vez una actividad solitaria y terca, como la entomología, por ejemplo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Subo y bajo escaleras. Camino. Quiero aprender a hacer esgrima.
¿Sabe cocinar?
Sí.
Si el Reader’s  Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre un ‘personaje inolvidable’, ¿a quién elegiría?
Gypsy Rose Lee.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Justicia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Pero sí que de forma imperceptible alguien desapareciese de mi vista.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Anarquismo blando.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Neurólogo.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La desconfianza, el desaliento.
¿Y sus virtudes?
Aquí escritas no lo parecerían.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Siempre temí morir así. Se me pasaría por la cabeza algo así como ‘Lo sabía’ y ‘Ojalá que sea dulce como dicen’.

T. M.

viernes, 27 de junio de 2014

Un regalo envenenado


Este libro es inquietantemente fiel a nuestro presente: “Hubo una gran fiebre en la City de Londres por establecer empresas de todo tipo y con las cuales muchos amasaron bonitas fortunas”, cuenta el narrador, recordando cuando, veinte años atrás, todo cambió para él a partir de un decepcionante regalo de su tía: el retrato de su difunto marido encastrado en un diamante. El protagonista, Samuel, verá cómo la compañía de seguros en la que trabaja, presidida por “el gran señor Brough” –arquetipo del hipócrita explotador laboral–, que “hacía unos negocios tremendos en el mercado de los higos y las esponjas”, se relacionará con el “Gran diamante Hoggarty”, como se le conoce más allá del ámbito familiar, que le irá abriendo puertas de la sociedad más distinguida pese a que no tenga tal cosa entre sus propósitos, pues lo que le mueve es el amor, dice, a Cierta Persona.

Afirma el catedrático Esteban Pujals que Thackeray es “un novelista cuya profunda sensibilidad se oculta bajo su ironía”, aludiendo a “un realismo intelectual que aplica a su interpretación artística de la vida”. Un realismo que se ha tildado de moralizante, pues el escritor inglés introducía su opinión en lo que trasladaba a la ficción. En el caso de este agudo divertimento, traducido por Ángeles de los Santos, el componente sociológico es claro; al parecer, el escritor, basándose en una empresa real, quiso demostrar “que la especulación es peligrosa y que la honradez es el mejor camino” –lo dijo al ver que nadie se atrevía a publicar la obra, que vería la luz en 1841–; y lo hizo con excelso humor hasta que, en los últimos compases, remató la novela con una moralidad que el lector no necesitaba para captar bien toda la sátira.


Publicado en La Razón, 26-VI-2014

jueves, 26 de junio de 2014

Entrevista capotiana a Jordi Bordas


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, Jordi Bordas.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Cualquier territorio frente al mar, con sol, temperaturas agradables, cuyos habitantes transmitieran energías positivas, vitalidad y gozaran de la vida.
¿Prefiere los animales a la gente?
En general, no, aunque depende de cada caso. Frente a según quien, es mucho mejor encontrarse acompañado por un animal.
¿Es usted cruel?
No, salvo, quizás, cuando me pongo en la piel de algunos personajes malos, malos, malos. Entonces sí, intento pensar y actuar como uno de ellos.
¿Tiene muchos amigos?
Sí, por fortuna…eso creo.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Me basta con saber que están ahí, lo que me obliga, en contrapartida, a estar ahí para ellos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. En este sentido, la vida ha sido muy generosa conmigo.
¿Es usted una persona sincera?
Sí, aunque procuro no olvidar una de las mejores frases de Groucho Marx. “Estos son mis principios pero si no les gusta, tengo otros”. 
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
El tiempo libre es sólo una parte de la vida. Lo que intento es controlar el ritmo de las cosas en todo momento y en cada faceta de mi vida, en lugar de ser yo quien va detrás de ellas.
¿Qué le da más miedo?
En el ámbito más personal, que a mis hijos les suceda alguna desgracia. En el ámbito más social, la dinámica en la que hemos entrado donde incluso el poder político, que es el que nos tendría que defender, haya claudicado ante los grandes poderes fácticos. Estamos viendo cómo día a día se están recortando derechos personales, sociales, laborales y democráticos y quienes deberían defendernos no sólo no lo hacen sino que son simples siervos de esos poderosos que no llegamos ni llegaremos a conocer.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Todo lo que vulnere los derechos de las personas en el sentido más amplio de este concepto.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
La vida creativa no sólo es patrimonio de los escritores. Seguramente formaría parte de ese colectivo cada vez más amplio de quienes defienden los derechos que se nos están quitando. En todo caso, no estaría en casa viendo la tele.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, ciclismo y ejercicios elásticos.
¿Sabe cocinar?
Lo suficiente para sobrevivir y complacer a quienes no son gastrónomos exigentes.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
El que está aún por conocer.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Son dos: te amo.
¿Y la más peligrosa?
La que no se pronuncia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
En la vida real, no. En la literatura, no me ha quedado más remedio.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
La defensa de los derechos de las personas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No suelo perder el tiempo en este tipo de juegos.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los inconfesables.
¿Y sus virtudes?
La respuesta depende del otro, de la persona que tengas delante en cada momento. Uno nunca se ve a sí mismo como es en realidad.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Sobrevivir para contarlo.

T. M.

miércoles, 25 de junio de 2014

Investigar el universo desde una silla de ruedas


Desde Albert Einstein, ningún científico ha tenido la fama y solera de Stephen Hawking. La popularidad del científico alemán, un icono cultural, político-moral y hasta visual –con su sempiterna imagen sacando la lengua, su cabellera blanca desmelenada–, solamente es comparable desde su desaparición, en 1955, a la de este hombre que todo el mundo recuerda desde siempre sentado con el rostro y las piernas ladeadas, inmóvil, en una silla electrónica, comunicándose con el mundo con apenas unos pocos dedos de la mano o la mirada. Ambos serían estudiantes irregulares, ambos aprenderían lo básico tarde: Einstein a hablar, a los tres años; Hawking, a leer, a los ocho, en su caso, según dice él mismo, por culpa de los métodos de enseñanza de la escuela a la que acudió.

Este detalle y muchos otros se podrán conocer en el ameno y directo “Breve historia de mi vida”, publicado por la editorial Crítica, ya el noveno libro del científico británico desde aquel fenómeno de ventas que fue su “Historia del tiempo. Del big bang a los agujeros negros”, en 1988. Hawking revisa una vida que al final tilda de “completa y satisfactoria”, pues, pese a su incapacidad física, “he conseguido hacer la mayoría de cosas que quería”. De ahí que el libro no trate en absoluto de las dificultades de vivir en sus condiciones ni tenga un atisbo de autocompasión. Muy al contrario, Hawking presume de haber podido viajar por todo el mundo: siete veces a la Unión Soviética, seis veces a Japón, tres veces a China, una vez a la Antártida, de haber estado bajo el mar en un submarino, haber volado en un globo aerostático y haber estado en un vuelo con gravedad cero. Como queda demostrado por las numerosas fotos que aporta el volumen, traducido por Ana Guelbenzu y que se publicó solo hace unos meses en Inglaterra.

Todo empieza el 8 de enero de 1942, “exactamente trescientos años después de la muerte de Galileo”. Europa está en plena guerra y muchos edificios de Londres yacen destruidos por las bombas. Stephen es un niño aficionado a los trenes eléctricos, los aviones, los barcos, un interés “fruto de una necesidad de saber cómo funcionaban los sistemas y cómo controlarlos”. Ahí empieza a fraguarse su instinto científico, heredado de su padre, un médico que viajaba a áfrica para ayudar a erradicar enfermedades tropicales. “Desde que empecé mi doctorado, esa inquietud quedaba cubierta con mis investigaciones en cosmología. Si entiendes cómo funciona el universo, en cierto modo lo controlas”, remata.

La familia de Hawking no era normal y corriente. Después de trasladarse a la localidad de St. Albans y ser vistos por los vecinos como gente excéntrica por su actitud reservada, compraron una caravana de gitanos para las vacaciones. Tal cosa no era del gusto de Hawking, pero se compensó con el verano que pasó con unos amigos de sus padres, en Deià, Mallorca: nada menos que el escritor Robert Graves y su esposa. Eran los tiempos en que en la escuela le apodaban “Einstein”, pese a ser un estudiante desordenado y de caligrafía espantosa. Y es que ya con doce años el tema de sus conversaciones, aparte de la religión, la parapsicología y la física, era “el origen del universo, y si era necesario un dios para crearlo y hacerlo funcionar”.

Así, con la influencia paterna y su curiosidad cosmológica, Hawking obtiene una beca para estudiar en Oxford, donde para hacer amigos se convierte en timonel del equipo de remo. Se reúne con su familia en la India, se gradúa, le dan una beca para viajar a Irán, donde enferma de disentería… Hawking vive con plenitud estos años, ingresando en Cambridge para trabajar con el astrónomo más importante de la época, y en estas páginas es donde el autor aprovecha para explicar asuntos sobre gravitación y relatividad; de forma breve y sencilla, eso sí, y entonces llega el punto de inflexión: se siente torpe, se cae, lo ingresan. Al final le diagnostican ELA (esclerosis lateral amiotrófica) justo cuando conoce a la que será su primera mujer, Jane, con la que tendrá tres hijos pese a quedarse prostrado muy pronto en una silla de ruedas.

Se ve a Hawking ya en ese estado en las fotos del libro, pero sonriendo mientras ve a sus pequeños en el jardín. Su enfermedad, siempre con la amenaza de una muerte prematura, no le impedirá viajar para ir a congresos científicos a Estados Unidos, trabajar sobre los agujeros negros, enfrentarse al gran tema de la cosmología en los años sesenta: si el universo tiene un principio. Hawking ya es un profesor tan reputado que lo contrata el California Institute of Technology, le galardonan con la medalla Pío XI –“En la ceremonia de entrega, Pablo VI se levantó de la silla papal y se arrodilló a mi lado”– y es elegido en 1979 para la Cátedra Lucasiana en matemáticas, puesto que había ocupado Isaac Newton. Una traqueotomía casi acaba con él y le arranca su capacidad de hablar. Desde ese instante, los artilugios tecnológicos serán su día a día para teclear palabras y darse a entender, hasta el presente, cuando “controlo [un programa informático] con un pequeño sensor en las gafas que responde al movimiento de la mejilla”.

A Hawking le esperaría un divorcio en 1990, y otra boda con su enfermera, de la que se separó en 2007 (ahora vive con su ama de llaves). Hoy en día, dice, sigue comunicándose con artilugios de Intel con los que puede “conseguir tres palabras por minuto”. Pero nada ni nadie le impide seguir soñando: “Tengo reserva para viajar al espacio con Virgin Galactic”, afirma al final, sabedor de que ha aportado algo “a nuestra compresión del universo”. 

martes, 24 de junio de 2014

Entrevista capotiana a Hugo Gutiérrez Vega

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, Hugo Gutiérrez Vega.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La Isla del Egeo, Amorgós.
¿Prefiere los animales a la gente?
Sí.
¿Es usted cruel?
No.
¿Tiene muchos amigos?
Sí.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Lealtad y alegría.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Rara vez.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, viendo cine.
¿Qué le da más miedo?
El desamor y la violencia.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Nada.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ser pastor en el Peloponeso.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino, nado.
¿Sabe cocinar?
Sí.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
No lo escribiría.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Traición.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Centro-izquierda.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Gato.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Gula (ya nada más).
¿Y sus virtudes?
Lealtad.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Dios al final del túnel.

T. M.

lunes, 23 de junio de 2014

El género de la intrahistoria


Hay una literatura secreta, si se la puede llamar así, en los escritores cuya obra –la otra, la pública, la que vio la luz de modo intencionado– ha pervivido hasta nuestros días. De ello se ha levantado todo un género editorial que explota los papeles póstumos de los más insignes poetas y narradores. Hasta tal punto que la tendencia también se ha actualizado, se ha apartado de vez en cuando de esa mezcla de filología y cotilleo que implica buscar y transcribir cartas –muy distinto sería el caso de autores que dieron mucha importancia a su correspondencia, como Juan Ramón Jiménez, que siempre pensó en darla a la imprenta en vida– para sacar del cajón mensajes que tal vez ya no habían nacido de forma natural entre colegas, sino con un ojo puesto en su trascendencia pública, caso de las cartas recientemente publicadas entre dos astros de la narrativa mundial como Paul Auster y J. M. Coetzee.

Dejando a un lado las obras literarias que, sobre todo a partir del siglo XVIII, se concibieron a modo de epístolas directamente, como “La nueva Eloísa” de Rousseau o el “Werther” de Goethe, hay todo una tradición de género epistolar público, de corte reflexivo, desde las filosóficas “Cartas a Lucilio” de Séneca de hace veintiún siglos hasta las “Cartas a un joven novelista” (1997) de Mario Vargas Llosa. Pero los ejemplos más abundantes y auténticos provienen de ediciones póstumas, y la lista es interminable; sólo por nombrar unos pocos, en los últimos lustros hemos podido leer las cartas de escritores tan admirados como Jane Austen, Jorge Guillén, Tolstói, Truman Capote, William Faulkner… Con todo, siempre las más interesantes serán las que arrojen luz sobre la concepción de la literatura del autor de turno o el desarrollo de sus obras concretas, como en el caso de Gustave Flaubert y Saul Bellow, respectivamente.

Tras el verano, tendremos otro apetecible tomo epistolar, publicado por Acantilado y que tiene como protagonistas a Stefan Zweig (cuya correspondencia con Herman Hesse también fue publicada por la misma editorial) y a su compatriota austríaco Joseph Roth, al que le unió una larga amistad. Hasta la muerte de Roth, a los 45 años, consumido por el alcohol en su exilio en París, poco después de publicar la que él mismo sabía que era última novela, precisamente sobre sobre el efecto de la bebida. Su amigo hablaría de cómo Roth «se aniquiló conscientemente a sí mismo impulsado por el mismo sentimiento de desesperación, sólo que en él esa autodestrucción fue todavía mucho más cruel por cuanto se desarrolló de un modo mucho más lento, porque fue una autodestrucción día tras día». Dentro de poco, pues, esas cartas –intrahistoria humana recóndita– tal vez expliquen las causas de lo que, a posteriori, la historia ve y los demás debemos interpretar a raíz de sus consecuencias.

Publicado en La Razón, 22-VI-2014, a propósito del libro A la carta, de Valentí Puig (editorial Elba)

domingo, 22 de junio de 2014

Entrevista capotiana a Rosa Amor del Olmo


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Rosa Amor del Olmo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Supongo que en cualquier Templo de los que me gustan. Soy un poco monje.
¿Prefiere los animales a la gente?
Pues últimamente y se ve que con la edad...ya me va tocando preferir a los animales.
¿Es usted cruel?
Creo que con nadie lo he sido, aunque rima con fiel. Si acaso conmigo misma.
¿Tiene muchos amigos?
Los suficientes y prefiero no ponerlos a prueba.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Discreción y respeto, supongo que son elementos que yo sí doy.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Claro, supongo que como yo a ellos, por eso lo son, porque la amistad crece con la iniquidad, el horror de la vida cotidiana...las pruebas.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, a veces en exceso...ni un pelo en la lengua.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No tengo, pero si tengo ratos o algún día, entonces o hago Nada, o de hacer cosas...pues vanas que me entretengan y no me hagan pensar...más, que luego tengo grandes dolores de cabeza. Ver pelis absurdas, nada de lectura, mirar, escuchar, ver la naturaleza (aunque suene cursi) o mirar al techo, uno que no sea blanco por favor, sino, es como una página o folio en blanco y me vuelvo majara.
¿Qué le da más miedo?
En general no soy miedosa y temo sólo a lo que hay que temer. Pero por poner un ejemplo campestre, me asusta cuando las personas, el ser humano, pierden su control y no son conscientes de sus errores, no sienten, no padecen. Eso es tremendo porque todo lo destruye.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Pues que las personas hagan ruiditos cuando comen, mastican, beben...etcétera.  El horror absoluto es cuando alguien habla y come al mismo tiempo, ¡puf!Me pongo mala y me dan como nervios extras, eso me escandaliza.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Pintar, esculpir o Músico, algo de eso hacemos aunque muy mal, bueno, lo hacemos, pero fatal.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
No, no, por favor. Me gusta andar pero no lo hago para “hacer ejercicio físico”, para mí es imposible entrar en ese nivel de la sociedad que se obsesiona con su cuerpo y demás. Odio la “ropa de deporte” me veo fatal en ella, no soy yo. Cuando camino, lo hago porque me gusta y me da la gana.
¿Sabe cocinar?
Muy bien, dicen.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Isidora Rufete de La desheredada de Pérez Galdós.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
La paciencia y el tiempo.
¿Y la más peligrosa?
La ausencia de perdón.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí, hay algunos prototipos que son suceptibles de muerte; los que hacen ruiditos cuando no toca: silvar desafinado en el patio de la comunidad, cantar mal,  las mujeres con risas escandalosas, la gente que hace ruido en general (pitadas, gritos...). Identifico cualquier cosa por el olor, por eso, el de la fritanga me remueve a matar.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Si es tendencia...entonces no es nada, se debe tener una mentalidad, algo de compromiso. La política aunque sea solo un ideal (a estas alturas no puede ser ya otra cosa) se siente como una religión. El anarconsindicalismo es una buena cosa incluso en gramática generativa. Debo de tener mucho en común con Mijaíl Bakunin porque sigo sin curro aparente como él, veo que pasan los años y sin embargo sobrevivo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Hay otras cosas que se puede intentar ser y uno puede llegar incluso a creer que lo es, aunque ni por asomo se sea: escritor, músico, periodista, bombero, corredor...Pondré dos ejemplos de lo que podría ser y/o me gustaría ser, uno, de algo que si te empeñas lo consigues: me gustaría ser una atleta de esas que corren y corren sin parar; otro, una cirujano de esas que salva a media humanidad y no falla ni una. Esta última, es más bien imposible porque se requieren años de estudio, sudores y de práctica, como suele suceder con los escritores, músicos, periodistas...Hay varios niveles de hacer las cosas, cada quien elige el que quiere, pero detesto el intrusismo.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los berberechos de lata, comprar zapatos de rebajas, obtener buenos libros a bajo precio, comprar comida como para un regimiento, quedarme (robarlo) con cada boli o lápiz que veo de forma “inconsciente”...hay más.
¿Y sus virtudes?
La fuerza y aparente seguridad para los demás (claro).
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
El folio blanco para seguir.

T. M.