sábado, 28 de febrero de 2015

Mi edición de Quiroga anunciada en “El Cultural”


El Cultural ha dedicado una página en su web a anunciar mi reciente edición de cuentos fantásticos y artículos sobre el relato de Horacio Quiroga (Hermida Editores). Ahí mismo se puede descargar uno de los textos que incluí, “El almohadón de pluma”, tan célebre entre los interesados en el autor uruguayo y que incluso ha inspirado cortometrajes que se pueden ver en YouTube. La Nueva España también se hizo eco del libro, además. La foto que he puesto está extraída de la maravillosa serie de televisión argentina Historia clínica, que título uno de sus capítulos "Horacio Quiroga: 'La muerte lo eligió a él, él eligió cuándo'", con el actor Adrián Navarro en el papel protagonista.

viernes, 27 de febrero de 2015

Entrevista capotiana a Mario Calderón

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la «entrevista capotiana» con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Mario Calderón.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Elegiría la Ciudad de México porque tiene  gran vida cultural y es cosmopolita.
¿Prefiere los animales a la gente?
Definitivamente prefiero a la gente.
¿Es usted cruel?
No. Me molesta la crueldad, creo en el buen trato e inclusive en el amor.
¿Tiene muchos amigos?
No. Tengo pocos, pero muy buenos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Sinceridad, comprensión e incondicionalidad, mismas características que yo estoy dispuesto a ofrecer.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Hasta  hoy no me han decepcionado.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, pero sin llegar a la ofensa, siempre con cierto tacto.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Escucho música o viajo a sitios que no conozco.
¿Qué le da más miedo?
La enfermedad, la invalidez y la vejez sin que me impida valerme de mí mismo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandaliza la discriminación y el abuso de los poderosos a los débiles.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Quizá me hubiera dedicado al estudio de la física y en otra opción tal vez hubiera cultivado la tierra, sería campesino.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Únicamente camino mucho. Me gusta caminar atravesando campos y montañas con una cámara para retener los más bellos paisajes.
¿Sabe cocinar?
No mucho. Cocino lo indispensable para vivir, los buenos platillos los como en restaurantes o los cocinados por la familia.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A varios. Entre ellos  Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Borges, Sartre.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Más bien  la idea. Es que la naturaleza es un ser vivo con inconsciente que responde a cualquier estímulo.
¿Y la más peligrosa?
La intolerancia humana.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. El asesinato me da terror. Cuando alguien asesina a una persona, en realidad, pienso que se asesina a sí mismo porque, como pensaba Ortega y Gasset “yo soy yo y mis circunstancias”, esto mismo ocurre en el sueño, es decir, en el inconsciente.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Por mi historia personal, creo en la política de izquierda.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Podría dedicarme a la ciencia o a cultivar la tierra.
¿Cuáles son sus vicios principales?
No tengo ninguno.
¿Y sus virtudes?
Soy muy trabajador y tengo gran voluntad.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
El dolor de dejar de existir. El dolor de quedarme solo, abandonado.

T. M.

jueves, 26 de febrero de 2015

Una epopeya rumana

A día de hoy, traducir de una lengua tan diferente como el rumano un extenso poema en verso y prosa constituye una proeza editorial. En un clima literario en el que las apuestas arriesgadas son excepción y además los grandes sellos rebajan su exigencia artística para publicar cosas tan comerciales como anodinas, es cada vez más importante la labor de editoriales independientes que den un ejemplo de amor por la Literatura, en mayúsculas sin ambages. Una de esas editoriales es Impedimenta, que ha aupado a un escritor divertido y difícil, próximo y extraño como Mircea Cărtărescu, del que ya conocíamos su novela corta «Travesti» ─sobre un escritor treintañero que recuerda con fervor a un chico que jugueteaba con el travestismo en la Bucarest de su adolescencia─, los cuentos de «Nostalgia» ─donde destaca el relato «El Ruletista», en torno a un hombre con una suerte inmensa cuando juega a la ruleta rusa, la novela «Lulu» ─un bello texto onírico que encandiló a sus admiradores─ y «Las bellas extranjeras», que reúne tres textos de corte humorístico y autobiográfico.

En 1989, caía el régimen comunista en Rumanía. Cărtărescu ya había escrito «El Levante» y bregado con la censura de su país en otras ocasiones. De ahí que, como apunta Carlos Pardo en la introducción, el autor no creyera que viera la luz este libro que tilda de «ajuste de cuentas con la literatura rumana del momento» y que sobre todo es «una fastuosa novela de aventuras que bebe de las leyendas de la infancia». Marian Ochoa, magnífica siempre, vuelca al español con fuerza esta epopeya que bebe de la experimentación lúdica del «Ulises» joyceano. Cărtărescu quiso viajar al género iniciático-literario de la Antigüedad griega para modelar su peripecia llena de presente (las referencias a literatos o personalidades del siglo XX son continuas), pero, en una vuelta de tuerca, ubicándola en el XIX.

La serie de extravagantes personajes, viajeros y marítimos, como el poeta Manoil y su hermana Zenaida, el espía francés Languedoc, el pirata Yogurta o el sabio sufí Nastratin, alrededor del hecho de salvar a los rumanos de los invasores griegos, no es tan importante como la voz del propio narrador, que apela al lector con este experimento asombroso, que tal vez tiene en el canto décimo su cenit, cuando el sujeto poético justifica su vida en aras de la «fantasía» y la escritura.


Publicado en La Razón, 26-II-2015

miércoles, 25 de febrero de 2015

Entrevista capotiana a Maximiliano Barrientos

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la «entrevista capotiana» con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Maximiliano Barrientos.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
No puedo estar por mucho tiempo encerrado en un lugar, así que me iría sin importar cuán hermoso sea. Permanecer allí indefinidamente sería el infierno tan temido. Me gusta estar en mi estudio, donde tengo mi biblioteca, pero al cabo de unas seis horas escapo. Eso sí: no podría vivir en un lugar donde no hubiera cerca un bar más o menos decente.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero a mi perro, Renzi, un fox terrier de doce años a casi cualquier persona que no sea mi novia, mis amigos y mi familia.
¿Es usted cruel?
Nunca de forma consciente.
¿Tiene muchos amigos?
No.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Sinceridad, inteligencia y un buen aguante para el alcohol.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Con toda seguridad yo los decepciono más a ellos.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, lo soy.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Depende la urgencia del momento.
¿Qué le da más miedo?
La vejez y las enfermedades degenerativas. La ceguera y sobrevivir a la gente que amo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La grandilocuencia unida al escaso talento.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Me hubiera gustado ser un luchador de artes marciales mixtas, pero dudo que me hubiera dado el cuerpo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino mucho y corro en bicicleta, aunque no tanto como me gustaría admitir.
¿Sabe cocinar?
No, pero lo intento a veces. Sólo mi novia ha sido víctima de las cosas que preparo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Nick Diaz. Me parece un luchador increíble con una personalidad compleja y frágil que en las últimas tres luchas no ha estado a la altura de la circunstancia y me ha roto el corazón. Sigo, eso sí, con fe de que volverá a lo que era antes. Me encantaría escribir un perfil sobre él.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Lírico.
¿Y la más peligrosa?
Inexorable.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Nunca.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Siempre voto nulo. Eso en qué me convierte, ¿en un anarquista?
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Cualquier cosa que no tuviera conciencia.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Si hablo de estas cosas públicamente, ¿de qué escribiría?
¿Y sus virtudes?
La obstinación.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Lo más probable es que la cabeza se me llenaría de imágenes banales, cosas sin importancias que hice a lo largo de ese día. Y luego miedo y rabia, y luego nada. Chau.

T. M.

martes, 24 de febrero de 2015

Nueva York: imán y cárcel


La pasada primavera, el colombiano Carlos Aguasaco (1975), profesor en el City College de CUNY e impulsor de una iniciativa señera en Estados Unidos, la editorial neoyorquina Arte Poética Press, presentaba en Madrid su libro Antología de poetas hermafroditas con fina y atrevida ironía. Por supuesto, lo más llamativo en primera instancia, lo que reclamaba una explicación inmediata, era el título, para el cual había una historia tan corrosiva como denunciadora de los hábitos estúpidos de una red de estudios literarios que ha perdido el oremus, en las últimas décadas, por fijar patrones caprichosos o reduccionistas o por tener a bien considerar el color de la piel o la condición sexual como mérito autorial, como ha recalcado de modo insistente Harold Bloom. Aguasaco contó cómo, por su año de nacimiento, se sentía entre dos generaciones, en tierra de nadie, y cómo, por ser un escritor en español en Estados Unidos, era de difícil clasificación para todos aquellos que organizan encuentros de poetas y antologías, pues además era hombre en los años en que empezaban a proliferar con fuerza ciertas promociones de poetisas en América Latina. El resultado era que, por esas razones, que llegaron a molestarle, nadie contaba con él por no poder adscribirlo con facilidad a un objeto de estudio colectivo, y entonces nació la ocurrencia de ser hermafrodita, de ser dos en uno, de antologarse en plural siendo el mismo escritor.

Y mucho de diferentes estilos y enfoques artísticos tiene esta Antología de poetas hermafroditas, cada una obediente a su sección. Empezando in media res, veremos que alguna de ellas reviste una estimulante complejidad: muestra una poesía que arranca de la acción y conciencia de un yo poético, por ejemplo, que primero toma la forma de pintor cojo, hambriento, soñador y lector de poesía, y luego se generaliza hacia un personaje surreal, en poemas donde, por cierto, se asoma un Don Quijote que hubiera anhelado procrear con Dulcinea, y que termina vaticinando la propia muerte dantesca: “Muerto, bien muerto, me detendré en lo oscuro / y la muerte, que ve en oscuro, me servirá de antorcha. // Muerto, sordamente muerto, me moriré en lo callado / y la muerte, que escucha en lo callado, será mi audiencia”. Son los mejores versos del mejor poema del apartado “El bastidor del mundo”, al que le siguen “Digamos por el bien del poema”, “De la Paya Warmi: Yaraví” –que alude a lenguas precolombinas–, “Nocturnos del caminante” y “El bufón y su sombra”; pero, con todo, es inevitable quedarse, concentrarse, destacar y releer las primeras quince páginas, la formada por los “Poemas del metro de Nueva York”.

José Balza, en el “Prólogo: Aguasaco en el mixto rostro”, encara toda esta poesía anclada en la sociedad que la despierta, la nutre, poniendo el acento precisamente, por así decirlo, en el mar que rodea a cada isla: “Quizá sólo en contadas épocas los poetas han tenido que tomar en cuenta con tal intensidad la lengua escrita y el contexto social en que escriben, como debe hacerlo un autor latinoamericano de este instante. Un poeta de nuestra América, hoy, escribe casi por extensión en español, a la vez que atiende a la realidad que lo alimenta y mientras sus tentáculos mentales tocan los sucesos diarios del planeta”. Ese mar, el contexto social, es para Aguasaco primero o con mayor constancia la Nueva York que habita desde 1999, y su lengua escrita, la isla, la que lo ata a su Colombia, a su continente español, a nuestro mundo editorial en último término gracias a esta publicación madrileña. En cualquier caso, Nueva York sería la píldora que concentra el planeta, el lugar hermafrodita por excelencia, y por ello sus estrofas nos sitúan entre rascacielos o calles conocidas.

Así, el libro se abre con un gran poema –su título: el simple nombre de la urbe–que nos compete a todos en cierta manera cuando dice: “No es este mundo tu mundo y lo es. / La ciudad está allí para ser tomada”. Los pasos por el metro, el parque, la noche, el suelo neoyorquinos del poeta son los nuestros, y nuestro lo que emerge en el precioso y romántico “Poema dos”, donde el amor matrimonial se funde con la necesidad de leer y ser leído: “Para escribir el poema, hacen falta dos”, con un escenario asimismo tópico y a la vez incuestionable –con “las luces de Times Square y las sirenas de emergencia”– que no importa en verdad, pues el amor construye mundos posibles allá donde se cultive. Aguasaco se sienta en la barra de un bar, y observa. Surgen referentes como Borges, César Vallejo, Huidobro, Cervantes, Sarduy, Sor Juana Inés de la Cruz, voces que surgen en el imaginario lector que intuimos ha acompañado al poeta, junto con lo fotográfico, lo cinematográfico, la imagen a la misma altura que la palabra. Se percibe en “Yo”, composición que define nuestra individualidad en el centro del universo: el poeta sueña, en “Nueva York a ras de tierra”, “con una palabra convertida en flecha”, en la comunicación que cruzará el espacio y lo devolverá a su hogar para que sepan que aún está vivo. Comunicación que se concretará en “Del buen sentido”, donde se describe la Gran Manzana a una Madre lejana y se reivindica el mestizaje, el acento que no se perderá.

Como no podía ser de otra manera, Nueva York también se ve con ácida crítica por sus prisas y magnitud, por su superficialidad y falsas apariencias: “Y aquí florecen margaritas de plástico y sonríen las chicas con tetas de goma”. Nueva York no es solamente el lugar de vida, sino una masa que atrae y repele a partes iguales, paraíso e infierno, imán y cárcel, burbuja y antípodas: “La ciudad me llama / corro hacia ella, con los brazos abiertos / vengo a crucificarme en sus esquinas / a caer de rodillas en sus escaleras eléctricas / a gritar mi nombre entre la multitud / que camina hacia su lugar de trabajo”. Manhattan es, así, una “amante entrada en los cuarenta, abollada y sucia”, en “Cumplo años”, una “halitosis de vodka y la promesa del placer”. Se asoma, consecuentemente, un Manhattan sensual, región hembra deseada a la que se le dedica también una “Oración” donde el caos, el devenir de inmigrantes, el consumismo obligado, consumen al hombre; nos consumen a todos los que arrastramos el hermafroditismo de ser a la vez de Nueva York y del resto del mundo.
Publicado en la revista Clarín, núm. 115, enero-febrero 2015

lunes, 23 de febrero de 2015

Entrevista capotiana a Enrique Zumalabe Ramblado


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Enrique Zumalabe Ramblado.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
En esto voy a ser muy convencional: elegiría el salón de mi casa. No puedo decir que en él esté todo lo que necesito, pero, si pudiera elegir el lugar para un encierro, sería probablemente el de mayor poder ansiolítico.
¿Prefiere los animales a la gente?
No, por supuesto que no. De hecho, no consigo entender la postura moral de aquellos que dicen preferir los animales antes que las personas. Creo que el “activismo animalista” en las redes sociales peca, en muchos casos, de excesivo y cansino y es posible que, por ello, mi opinión sea, en la actualidad, más rígida, aunque entiendo el amor a los animales y la necesidad de reconocerles unos derechos.
¿Es usted cruel?
Tengo pensamientos crueles, puedo llegar a tener deseos crueles con quienes pretenden perjudicarme o, simplemente, no se comportan del modo que yo considero ético. Sin embargo, estoy bastante incapacitado para la acción ante conflictos, vendettas y afrentas. Casi siempre, la compasión o el remordimiento me ganan la batalla mental de forma anticipada.
¿Tiene muchos amigos?
Quiero pensar que sí, aunque en ciertos momentos me asalte la sospecha de que no son tantos ni tan atentos como quisiera.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Sinceridad, complicidad, empatía, lealtad, memoria... Supongo que lo que todo el mundo busca.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Lamento contestar que sí, que mis amigos me decepcionan alguna que otra vez, más de lo que quisiera. En cualquier caso, mi rencor hacia ellos, cuando se genera, es extremadamente volátil.
¿Es usted una persona sincera?
Trato de ser sincero y lo soy hasta el límite que establecen la convivencia social y la buena educación. Hay verdades completamente innecesarias, superficiales, hirientes, relativas. La vida es lo suficientemente complicada como para andar enredándola con excesos de sinceridad.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Mis ratos libres los gasto en libros, cuaderno, cine, actividad física y bares (sigo siendo un entusiasta de los bares).
¿Qué le da más miedo?
La enfermedad, el olvido, la muerte. Creo que todos los miedos pueden resumirse en la palabra muerte.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
En los tiempos que corren, me escandalizan muchas cosas: la inconsistencia moral, la neutralidad con la que se habla de la crisis y la pobreza, la hipocresía de los discursos oficiales, el desmantelamiento de toda red de asistencia social, la falaz frase “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” y un innumerable catálogo de realidades que desbordaría el propósito de esta entrevista.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No puedo contestar a esta pregunta desde un punto de vista profesional porque no me dedico a la literatura. Mi actividad literaria está ligada a mi tiempo de ocio y, desde esa óptica, puedo decir que, si no hubiera decidido escribir, sería otro,  tendría una vida distinta. En tal caso, es posible que hubiera sido un parroquiano de alguna taberna, de los más fieles, de los que profesan la asistencia diaria.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí. No sabría decir si se trata de una obligación o de una adicción, porque casi lo necesito. Me gusta caminar y, además, tengo una bicicleta estática que me ayuda a sobrellevar el remordimiento ante las inclemencias del tiempo y las prisas del día a día.
¿Sabe cocinar?
Según he oído decir a la gente que me rodea, parece ser que sí, que algo sé al respecto. Me gusta cocinar y me gusta comer. Creo que hay pocas actividades tan satisfactorias.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A don José Antero, un honrado dependiente de comercio que me enseñó casi todo lo que sé sobre la ética en el trabajo, sobre el fútbol y sobre las barras de los bares.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Aprendizaje.
¿Y la más peligrosa?
Demagogia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Aquel que lo niegue, solamente se engaña a sí mismo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Trato de huir de las etiquetas. Definiría mi ideología como cercana a los que sufren.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Además de parroquiano de una taberna como ya apunté más arriba, no estaría nada mal ser el presentador de “Andaluces por el mundo” o “Un país para comérselo”. Cualquiera de los dos me viene bien.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El café, los libros, la gastronomía y el vino. El orden de preferencia varía con el estado de ánimo.
¿Y sus virtudes?
Trato bien a la gente y evito, a toda costa, causar problemas y molestias. No sé qué falta o qué sobra. Me cuesta identificar mis virtudes.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Supongo que el miedo serían incapacitante hasta el punto de no poder pensar con claridad, pero, aun así, recordaría con rabia los errores más tontos que he cometido, pensaría con tristeza en todas las cosas que he dejado  por hacer, trataría de negarme a mí mismo la evidencia enérgicamente. Simplemente pensar en ello me produce cierta angustia.
T. M. 

domingo, 22 de febrero de 2015

Prosas y versos políticos


Desde la “Política” de Aristóteles del siglo IV a. C. hasta la “Política poética” de Juan Ramón Jiménez, el mundo de las letras ha estado asociado continua y plenamente con la política. Ésta es aire que respiramos: no interesarse por ella es a la vez tener postura política; no hay remedio ni escapatoria. Hoy, el ciudadano se ha hecho animal político, y el político se ha especializado en su poder público hasta convertirlo en profesión. Un clima que contrasta fuertemente con el de antaño, cuando una elite solía copar ambos terrenos, totalmente imbricados: el de la intelectualidad y creatividad literarias, y el del cargo como representante del pueblo: alcalde, diputado, senador e incluso presidente de país. Los ejemplos llenarían las páginas de todo un periódico.

Por ceñirnos a nuestra era moderna y periférica, un vistazo al Reino Unido nos llevaría a Benjamin Disraeli, primer ministro y prolífico novelista en el siglo XIX, o a Winston Churchill, que incluso llegó a recibir el premio Nobel –de literatura–, y que fue un excelso pintor, como destacó Charles Chaplin. En Francia, Victor Hugo y Chateaubriand, además de cumbres literarias, serían sujetos próximos a los Bonapartes de aquellos tiempos tan esperanzadores como oscuros. Y qué decir de la Italia en la que el propio Mussolini imitó las ideas del poeta y narrador Gabrielle D’Annunzio, desde 1897 un diputado famoso por sus discursos.

En América Latina, José Martí es aún bandera de lemas cubanos de libertad y patriotismo –por no hablar de Fidel Castro, del que es habitual encontrar hasta literatura ¡infantil! en las librerías de La Habana–; el ensayista Domingo Faustino Sarmiento, como presidente de la Argentina, o su compatriota José Hernández, autor del “Martín Fierro”; el colosal humanista Andrés Bello en Venezuela, maestro de Simón Bolívar; el comunista Pablo Neruda, que como senador criticó de forma encarecida al gobierno chileno en los años cuarenta, hasta tener que huir y vivir en la clandestinidad para evitar que lo detuvieran… Narradores, poetas, dramaturgos consagrados al Estado, a las instituciones de diferentes regímenes; también en España, por supuesto, con Benito Pérez Galdós –tímido en las Cortes, donde era diputado de una localidad ¡puertorriqueña!–, Vicente Blasco Ibáñez, cuyo perfil de agitador social lo llevó a huir de la justicia a París, aunque luego entrara en el Congreso por el partido Unión Republicana, o Camilo José Cela, senador de las primeras Cortes Generales de la Transición, por no hablar de la Generación del 98…

Inabarcable este mundo de ayer en el que el político era un humanista, cuando no un erudito o un verdadero sabio; más abarcador el de hoy, trufado de políticos escritores, más en la vena de la redacción de memorias, caso de Felipe González, Alfonso Guerra, José María Aznar o José Bono. Y más difícil, mucho más difícil es ver a nuestros representantes desarrollar una escritura de corte más artístico, rotundamente literaria: el más famoso, el hispano-peruano Mario Vargas Llosa, que en “El pez en el agua” (1993) narró su campaña para la presidencia que perdió ante Fujimori; o el prestigioso Luis Alberto de Cuenca, que tanto ha trabajado en la gestión cultural, como en la secretaría de Estado de Cultura entre los años 2000-2004. Pero también habría que destacar al difunto José Antonio Labordeta, diputado en el Congreso por la Chunta Aragonesista, y a Joaquín Leguina, ex presidente de la Comunidad de Madrid y autor de más de una veintena de obras entre cuentos, novelas y ensayos, de muy buena acogida entre el público. O Manuel Pimentel, también con una obra extensa –ocho novelas le contemplan desde el año 2000; también ha publicado un par de libros de relatos, siete ensayos y hasta un libro para niños– y editor de una iniciativa variada y realmente interesante, con los sellos Almuzara, Berenice y Toro Mítico.

Todos ellos, tanto los políticos literatos o los que sólo leen la “literatura” que les cae en sus mesas de trabajo, no estaría de más que leyeran al inventor del género ensayístico: Montaigne. Éste, como alcalde de Burdeos, fue un ejemplar mediador en asuntos sociales de gravedad; un conciliador que buscó la armonía entre los que pensaban de diferente manera. Su tolerancia y su buena educación deberían ser fuente de inspiración, y su axioma preferido: "Qué sé yo”, un ejemplo de humildad para muchos de nuestros representantes.

Publicado en La Razón, 21-II-2015, con el reportaje

sábado, 21 de febrero de 2015

Entrevista capotiana a Miguel Ángel Ortiz Albero

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Miguel Ángel Ortiz Albero.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Lo más cómodo, con toda probabilidad, sería decir que en mi ciudad (Zaragoza). Pero puestos a no poder salir jamás de ese lugar, diría que Venecia. Buen lugar para desaparecer en él y con él.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero siempre a la gente.
¿Es usted cruel?
No. No soporto la crueldad.
¿Tiene muchos amigos?
Supongo que tengo los que pueda merecer. Tal vez no sean muchos, pero son los que deseo como tales.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
El hecho de que lo sean es más que suficiente.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Alguna vez me han decepcionado ciertas personas. Pero nunca amigos. Nunca.
¿Es usted una persona sincera? 
Creo que sí. O lo intento. Alguna vez puede que incluso demasiado. O, al menos, eso creo.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Paseando y observando.
¿Qué le da más miedo?
El propio miedo. Tal vez la muerte. El miedo a la muerte.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Creo que no soy demasiado ‘escandalizable’.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Intentar llevar esa vida.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Caminar y caminar y caminar.
¿Sabe cocinar?
Lo justo y, acaso, necesario.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Mi memoria es escasa. La capacidad de olvidar, cada vez mayor. Me hubiese gustado pasear con Guillaume Apollinaire. Así que tal vez lo hiciese sobre él.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Mi incapacidad para los idiomas es prodigiosa. Pero mantengo la ‘esperanza’.
¿Y la más peligrosa?
‘Peligro’.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Jamás.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Siempre he sido un poco apolítico. Aun así, de izquierdas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Titiritero.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Supongo que uno no ve sus vicios. Preguntaré por ellos a esos pocos amigos.
¿Y sus virtudes?
Supongo que uno tampoco ve sus virtudes. Volveré a los amigos.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Una hermosa sirena que, en sus brazos, me condujese, salvado, hasta la orilla.

T. M.

viernes, 20 de febrero de 2015

La suicida sin etiquetas

Michael Cunningham la transformó en personaje en una magnífica novela que circulaba en torno a tres mujeres en tiempos diferentes, «Las horas» (1999); es objeto siempre de valiosos estudios biográficos que, lejos de resultar redundantes, se complementan, y nos van llegando sus textos dispersos: diarios, cartas, crónicas de viajes, ensayos sobre sus autores favoritos... Todo lo cual indica un interés continuo por esa mujer de prodigiosa inteligencia demente, probable lesbiana de vida heterosexual o asexual con su fiel y paciente marido, Leonard Woolf –que la consideró un absoluto genio desde que la conoció y calificó cada una de sus escrituras de obra maestra–, poeta que escribía en prosa llamada Virginia Woolf. Dada sus inseguridades, sus miedos, sus arranques nerviosos, que cobraron vida en aquella película basada en la historia de Cunningham, con la inmensa nariz postiza que lucía Nicole Kidman al compás de la emocionante música de Philip Glass, no es de extrañar que Woolf siga despertando admiración y curiosidad, como pone de manifiesto la presente biografía, espléndido trabajo desarrollado a lo largo de siete años por parte de la argentina Irene Chiquiar Bauer.

Para ésta, «los intentos de etiquetarla o clasificarla han fracasado», y las interpretaciones que se han hecho desde campos como el feminismo, la sexualidad y la psiquiatría se dan de bruces con una personalidad «difícil de encuadrar», elusiva. He aquí el magnetismo que despierta la autora de «La señora Dalloway», «Al faro», «Orlando», de aquella que se casó con el que acabaría siendo durante veintiocho años «el dueño de la obra y la imagen de Virginia Woolf», quien ha sido objeto de «una verdadera iconización», como demuestra el hecho de que su hogar en Monk’s House sea un lugar turístico; una autora, en definitiva, que «ha difuminado los límites entre lo público, lo político y lo privado, entre ficción, historia y biografía» y que este libro desgrana con admirable minuciosidad, primero a lo largo de una primera parte dedicada a su infancia y adolescencia, y luego, año tras año desde 1904, momento en que fallece su padre, el prolífico escritor Leslie Stephen, y ella se muda al barrio de Bloomsbury junto a sus numerosos hermanos.

Ese año decisivo, como el de la desaparición de la madre, Julia –«esencial y misteriosa, fue un ser mítico»–, en 1895, también fecha de su primera crisis nerviosa, lo marca todo: «La búsqueda de la identidad, y la necesidad de afirmarse en sí mismos tras la muerte de un ser querido, es característica de muchos de los personajes de sus novelas, donde la muerte suele irrumpir bruscamente trastornando un orden, pero permitiendo a la vez, que surja uno nuevo», afirma Chikiar Bauer. Esos acontecimientos desgraciados, más los presumibles abusos sexuales de su hermanastro Gerald –que han generado todo tipo de elucubraciones, ninguna concluyente–, y los antecedentes de cuadros maniaco-depresivos en su familia paterna, forman el carácter precoz y despierto de la que apodan «la Cabra», que, con sólo nueve años, junto a su adorada hermana Vanessa, que tantísima influencia tiene en ella, directamente y luego a través de sus hijos, y su hermano Thoby, crea un periódico y deleita a la familia, «perspicaz y divertida», con las narraciones de sus cuentos.

De este modo Chiquiar Bauer se introduce prodigiosamente en la cotidianidad intelectual, creativa y social de Woolf, desde el análisis de su ascendencia ilustre y culta hasta otros puntos de inflexión determinantes, como la Gran Guerra, su incorporación al mundo de las colaboraciones en prensa o el instante de 1917 en el que el matrimonio Woolf adquiere una imprenta del tamaño de una mesa con la que editarán libros bajo el sello de Hogarth Press: «La vida de los Woolf dio un vuelco nuevo y definitivo», dice la biógrafa al respecto. Y es que alrededor de la editorial aparecería, de una u otra forma, lo más granado de la literatura del momento (T. S. Eliot, Joyce, Katherine Mansfield…), a lo que se sumaba el ambiente de los pintores en torno a Vanessa, y en suma todo un grupo de artistas que apostarán por la libertad sexual y el enfrentamiento con las normas establecidas, como Dora Carrington, Lytton Strachey y Duncan Grant, o el amante de éste, el economista Maynard Keynes. Todo ese clima de vínculos sentimentales se van perfilando hasta llegar tal vez a la relación más intensa y plenamente sensual que viviría la narradora, esto es, con la aristócrata Vita Sackville-West, que antes de conocerla ya la consideraba como «la mejor escritora viva».

Por otra parte, como buena argentina, la autora no puede resistirse a aludir a Freud al examinar la sexualidad y la aparente bipolaridad de Virginia, aunque sin ensañarse en la parte más sórdida de su enfermedad, ya que «en realidad, Virginia vivió pocos episodios en los que las alucinaciones y el estado maniaco la llevara a perder el sentido de la realidad». De hecho, los síntomas iban y venían –lo que a fin de cuentas le haría poder dedicarse a escribir de forma metódica–, desde su primer intento de suicidio en el crucial 1904, y luego desde su segundo intento en 1913, «al borde de la muerte» por una sobredosis de veronal. Lo logrará finalmente el 28 de marzo de 1941, decidiéndose ahogarse en el río Ouse con una piedra en el bolsillo de su vestido, a los 59 años, dejando dos cartas, una para Vanessa y otra para su marido en la que decía, con una lucidez escalofriante: «Estoy segura de que, de nuevo, me vuelvo loca. Creo que no puedo superar otra de aquellas terribles temporadas. No voy a curarme en esta ocasión... estoy haciendo lo que me parece mejor... No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo».


Publicado en La Razón, 19-II-2015

jueves, 19 de febrero de 2015

Entrevista capotiana a Víctor Peña Dacosta

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Víctor Peña Dacosta.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Supongo que la mansión Playboy no sería una mala opción. Si no fuera posible, me conformaría con un palacete medio con calefacción, aire acondicionado y conexión a internet, con teléfono (para poder encargar comida china, principalmente) y una biblioteca y un mueble bar de dimensiones pantagruélicas. Y, si consiguiera controlar sus irrefrenables impulsos de viajar (cosa que dudo) o si a ella se la permitiera salir de vez en cuando (lo que no sé si quebranta las reglas), con mi novia.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende de qué gente y qué animales: por ejemplo, Chaak, el perro de mi hermana, me cae mejor que la mayoría de personas que conozco y opino que si en los últimos años hubiéramos sido gobernados por un cocodrilo, un ornitorrinco o un periquito, ahora mismo no estaríamos tan mal.
¿Es usted cruel?
Sinceramente, la crueldad solo se manifiesta en mi organismo en momentos de extrema resaca. Entonces, yo confieso, puedo llegar a adoptar modos de psicopatilla kamikaze. Pero es un defecto que estoy intentando corregir, en parte por no hacer daño a las personas que quiero y en parte por no tener que dejar de beber.
¿Tiene muchos amigos?
Según Facebook sí.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Sobre todo, que sean buenas personas. Pero, ya puestos a pedir, me gustaría que estén conmigo las escasas veces en que les necesito y que sepan hacer mutis por el foro a la tercera o cuarta indirecta cuando no es así.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Jamás.
¿Es usted una persona sincera? 
No.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Procrastino con un tesón admirable, principalmente navegando por internet, escuchando música, leyendo, viendo documentales, películas o partidos de fútbol (actuales o viejunos) o repitiéndome que debería tomar las riendas de mi vida y dejar de perder el tiempo.
¿Qué le da más miedo?
Prácticamente todo. Que es, más o menos, lo mismo que me da esperanza o me divierte, a veces por razones parecidas.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El cinismo de nuestra sociedad, la hipocresía de nuestros medios de comunicación y la avaricia  sin medida mientras el prójimo se muere literalmente de hambre y miseria.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No he decidido ser escritor ni llevar una vida creativa: trabajo como profesor de Secundaria (como dice el Gran [Manuel] Vilas: “hace frío fuera del mercado laboral”). De no dedicar parte de mi tiempo a escribir y leer cosas que, supuestamente, me valdrán para escribir, supongo que tendría algún otro hobby o pasión que no me alejara de mis verdaderos objetivos en la vida: intentar ser un profesor digno, un hijo decente, un amigo fiel y un amante generoso.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Solo en el dormitorio.
¿Sabe cocinar?
Sabía, pero mi novia lo hace tan bien que he acabado por encargarme de la limpieza, decisión con la que hemos salido ganando todos menos la limpieza.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Manuel Chaves Nogales, ejemplo de ética profesional llevada al extremo y de periodista insobornable por encima de intereses e ideología, es decir, un personaje casi de ciencia ficción al que, además, debo mi actual puesto de trabajo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Cholismo.
¿Y la más peligrosa?
Fanatismo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Claro.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Considero que el mundo es injusto y me preocupa la desigualdad pero no hasta el punto de morir ni matar por ella. Es decir, aunque supongo que los familiares y amigos que sufren mis continuas palizas sobre política no estarían de acuerdo, soy, como la mayor parte de los que leen esto, una persona que peca de indiferencia y, por tanto, de egoísmo. Por concretar un poco más, deambulo entre la extrema izquierda y la indiferencia más exacerbada, llegando a caer en un burgués conformismo socialdemócrata de andar por casa en los momentos de mayor escepticismo. No me lo tengan en cuenta.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Me gustaría ser yo con diez años y cinco kilos menos y tres o cuatro centímetros más.
¿Cuáles son sus vicios principales?
“Todo goce comienza en la autodestrucción” dicen que decía Panero citando a Artaud… Voy a decir “comprar libros”.
¿Y sus virtudes?
No soy tan imbécil como a simple vista podría parecer.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
La verdad es que me cuesta pensar en imágenes, pero tengo preparada una “Deadlist” para el momento de mi muerte (si me pilla en casa y en condiciones) o mi funeral, si mi novia me permite la mamarrachada hipster póstuma. Por elegir una canción que quepa en el tiempo que calculo a un ahogamiento medio, “For the good times” en la versión de Johnny Cash, “Dress sexy at my funeral” de Smog o, qué narices, aunque muera antes y me quede a medias “You can´t always get what you want” de los Rolling Stones o “El hombre que casi conoció a Michi Panero” de Nacho Vegas. Si, de nuevo, estoy incumpliendo las reglas y tengo que ceñirme a imágenes, me gustaría que pasara un greatest hits de mis mejores momentos como ser humano, pero la mente es caprichosa por naturaleza y no puedo asegurar que no aparecieran el gol de Miranda al Real Madrid que nos dio una Copa o el de Godín al Barcelona que nos hizo ganar la Liga más difícil de la historia: mi vida en un saque de esquina.

T. M.