jueves, 30 de abril de 2015

De profesión, lavaplatos

La reiterada mención de «1984» en multitud de contextos que no implican haber leído la novela ha puesto en la posteridad a George Orwell. Pero tal vez su literatura en verdad no ha superado la exigencia del tiempo. Frederick Karl dijo que carecía de imaginación y que sus personajes eran sólo «animales sociales»; Edward Said destacó su «provincianismo» y «su estrecha concepción de la vida», pero lo cierto es que, gracias a su presencia en la Guerra Civil Española, sobredimensionada por él mismo, Orwell disfruta aún de un grado épico y loas a sus escritos.

«Sin blanca en París y Londres» (traducción de Miguel Temprano García) fue publicado en 1933, con seudónimo (mezcla del rey Jorge V y el río que pasa por Suffolk) para no hacer sentir mal a sus padres al reflejar su vida mísera en París, donde se había trasladado en 1928 y trabajaría como lavaplatos en un hotel. Esa busca de otra identidad nacería para superar lo que Miquel Berga, en la edición catalana del libro del 2003, llamó estigmas formativos: «haber estudiado en Eton y haber sido un instrumento de la explotación imperialista». Para borrar tal cosa, se hará policía en Birmania, pasará hambre en la capital francesa y Londres, visitará a los mineros del norte industrial británico y se unirá al frente de Aragón con los milicianos del POUM.

El relato está compuesto por una serie de situaciones, de marcado acento autobiográfico, sobre su absoluta falta de dinero y las amistades que va haciendo al compartir pobreza, hambre y desesperada necesidad de encontrar un empleo en los barrios bajos de París, que son «un imán para los excéntricos: gente que ha caído en uno de esos surcos solitarios y medio desquiciados de la vida y ha renunciado a ser decente o normal». Sin trama novelesca, sin argumento más allá que descripciones de cómo la vida era imposible con unos pocos chelines y la evocación de diversos vagabundos, «Sin blanca en París y Londres» es el libro menos político y mas flojo de Orwell.


Publicado en La Razón, 30-IV-2015

miércoles, 29 de abril de 2015

Entrevista capotiana a Damián Comas

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Damián Comas.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Un galpón abandonado en cierta costa uruguaya, sin muros divisorios, con techos altísimos, paredes blancas, silencioso, con un balcón para mirar el mar y con la posibilidad de convertirse en una fábrica de creación. Repleto de libros, lápices, papel y todo tipo de materiales artísticos, además de discos, cintas cinematográficas y cada tanto, visitantes conocidos y desconocidos, humanos y no humanos.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero al individuo auténtico y no las generalidades ni las masas. A una anciana que cuenta su mejor historia y sin inhibiciones, a un perro apacible e independiente, a un pájaro agraciado que pone a prueba sus dotes de ladrón.
¿Es usted cruel?
Lo soy y creo que la malicia es necesaria en la narrativa para hacer del lector una marioneta que se intriga, ama, reflexiona, se auto-cuestiona, sufre, que encuentra, se pierde… y a la que cada tanto le quitas todo.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo pocos amigos porque considero que la amistad no es poca cosa, sin embargo, hay mucha gente a la que quiero con un alto grado de cariño y aprecio.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Creadores, que no sepan diferenciar entre su obra y la vida, que sean individuos justos y sinceros, que narren historias, que no le crean mucho al mundo y sus ficciones, que tengan una manera propia de entender y vivir y sobre todo, que me duela el estómago de reír con ellos.  
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, sería muy aburrido tener amigos que siempre piensan o actúan como uno. A veces me sorprenden sus acciones, sus gustos o incluso algunas narraciones inesperadas, pero una buena amistad está más allá de eso. 
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, al punto que puedo incomodar o resultar útil para a más de uno; al punto que lo que más detesto es la hipocresía.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No aplica esa categoría en mi vida. Me considero un hombre libre y por ello hago lo que me da la gana con mi tiempo: me dedico a crear.  “El tiempo libre” le sirve a quienes se someten a un empleo en el que entregan todo su talento y su tiempo para otros individuos y con lo que les sobra hacen lo que les place.
¿Qué le da más miedo?
La ignorancia convertida en un fin. Es un hecho que todos somos igual de ignorantes cuando llegamos a este mundo, pero lo aterrador es reconocer que muchos individuos (para construir su poder) inundan a la humanidad de ignorancia y la convierten en un fin: llámese religiones, llámese televisión y publicidad, llámese guerras, llámese centros de recreación que incitan a la monotonía sonora y a la pérdida de los sentidos, llámese contaminación, llámese consumismo, llámese el poder por el poder…   
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
No me gusta nada la palabra “escandalizar” y poco soporto que una persona se escandalice. Es un sinónimo de ruido, de exagerar las emociones y generalmente, se hace por cuestiones absurdas, como la gente que acostumbra gritar en los conciertos, a media canción, o como los conductores de televisión que no paran de escandalizarse, falsamente, para conmover a su público. Soy muy poco tolerante con el ruido: no soporto la música de fondo, viajo con tapones en los oídos a casi todo lugar, me empeño en buscar los rincones más silenciosos de cada ciudad y trato de solucionar los conflictos con la razón y no con las emociones. 
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
En mi caso no fue una elección. Entendí al arte como una obligación natural que me llegó desde muy joven, como un talento del que tenía que hacerme cargo. Si no trabajo en mi creación durante dos o tres días me convierto en alguien sumamente infeliz, en una masa de tedio y sinsentido, con un desprecio absoluto por todo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí. Cada mañana, antes del desayuno, realizo estiramientos en casa y por lo menos tres veces por semana corro unos seis kilómetros. Agotar y limpiar el cuerpo me ayuda a pensar mejor.
¿Sabe cocinar?
Lo tomo como un acto creativo, efímero.  Hay días que funcionan mis mezclas de sabores y otros en los que me queda un plato con sabor a caldo de champú.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A alguno que admire mucho, como el trompetista Arve Henriksen, el escritor Thomas Bernhard, el pintor Anselm Kiefer.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
“Amor”.
¿Y la más peligrosa?
“Verdad”, sobre todo cuando se entiende como “verdad absoluta”, cuando se cree que solo hay una posibilidad, una única forma, manera o sentido. Toda verdad debe tener múltiples aristas.  
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí, sobre todo a los que asesinan en masa y con un supuesto permiso, a esos que llaman líderes políticos, religiosos o dueños de grandes corporaciones; pero me desanimo al pensar que no tendría repercusión alguna eliminarlos, sería quitar a un muñeco para que coloquen a otro (con la posibilidad de que el segundo sea todavía peor que el primero) y abandono la idea cuando reconozco que hacerlo sería convertirme en uno de ellos.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Para mí la política parte de un solo principio y de antaño: “el bien común”. El problema es que en su mayoría las sociedades de hoy están tan rotas que esperan que ese “bien común” lo construya un solo individuo, un héroe, o un partido político inexistente, y no están dispuestos a trabajar en conjunto, a trabajar unas horas al día para su entorno y comunidad.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un errante fantasmagórico. Viajar sin cuerpo ni forma ni tiempo, pero con la posibilidad de ejercer ciertas acciones y modificaciones en la realidad.  
¿Cuáles son sus vicios principales?
Escribir, dibujar, leer, pasear, correr.
¿Y sus virtudes?
Como creador, ser objetivo, disciplinado y comprometido. En cuanto a mi persona, le tocará a otros responder.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
El sonido del mar, las manchas de luz que atraviesan el agua, un malecón lleno de risas y sombras, un individuo trajeado observando el oleaje, un cielo abierto y un color rojo cada vez más intenso y acogedor hasta que todo termine.  

T. M.

martes, 28 de abril de 2015

Mi idolatrada Islandia, también mundana

Este libro sin pretensiones, jovial y directo, breve y sorprendente, es una de las mejores maneras de aproximarse a Islandia, país que amo desde que lo conocí en un viaje alucinante, insuperable por el cómo, el con quién y el porqué, que me llevó a su tierra y a sus volcanes y a sus lagos hace unos cuantos veranos. Admiro de la sociedad islandesa muchísimas cosas, pero necesitaba una visión desde dentro, y es lo que me ha ofrecido el maravilloso De cómo me convertí en alcalde y cambié el mundo, del cómico Jón Gnarr, que se metió en política casi en un acto gamberro y finalmente, sí, salió elegido como alcalde de Reikiavik. Su crónica biográfica, digna de conocerse y ser un ejemplo para todo partido político del mundo, muestra que, también en un lugar como la Isla de Hielo, hay gentes codiciosas, envidiosas, agresivas. Islandia es mundana y tiene en potencia lo peor de la condición humana, como cualquier sitio del planeta; la crisis económica y la mala gestión política y bancaria que se produjo allí atestiguan tal cosa de modo incuestionable. Necesitaba ese trago de realismo duro, y ahora conozco más y mejor el país del que aún no he vuelto el todo, pues los recuerdos de sus paisajes y vivencias allí me acompañan cada día, y son imperecederos en mi novela Hildur.
Vista panorámica de Reikiavik desde un restaurante elevado

lunes, 27 de abril de 2015

Entrevista capotiana a Guillermo Samperio

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Guillermo Samperio.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La Florencia de los años 60.
¿Prefiere los animales a la gente?
Quiero a ambos con la misma intensidad.
¿Es usted cruel?
Lo intento.
¿Tiene muchos amigos?
No.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que no sean pedantes. Ningún extremo.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Alguno.
¿Es usted una persona sincera?
Intento serlo.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
En estar acostado y viajar.
¿Qué le da más miedo?
El ser humano.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Los extremos de todo tipo de nazismo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Pintor o astronauta.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Caminar por las calles.
¿Sabe cocinar?
Lo necesario.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
En principio, a Homero y sé que es demasiado pedir, a Roberto Arlt, Rulfo y Virgilio.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Corazón.
¿Y la más peligrosa?
Puñal.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí, pero me abstuve porque no soy Dios.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy abstemio político.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Descubridor, capitán de submarinos y extraterrestre.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El tabaco, marihuana, filmes excelentes, la literatura y la desnudez del cuerpo humano.
¿Y sus virtudes?
Escribir, ver pintura, dibujar, la paciencia, la hermandad. Tal vez la didáctica. Mi hija.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
El momento en el que Odiseo pasa frente a las sirenas. Optar por las sirenas es la perdición y tal vez la locura. Preferiría una femineidad humana como: Marilyn y Helena.

T. M.

sábado, 25 de abril de 2015

Un autor sin sumisiones

El autor cáustico por excelencia de las letras europeas, Michel Houllebecq, aquel que se regocija de su pesimismo y presume, como en su anterior novela, “El mapa y el territorio” –donde él mismo era un personaje más–, de que «los medios de comunicación franceses me detestan», recordaba en otro libro, “Intervenciones”, su famosa afirmación que dio la vuelta al mundo tiempo atrás: «El Islam es la religión más estúpida». Para añadir al instante otra de sus declaraciones políticamente incorrectas: «El respeto se ha vuelto obligatorio, incluso para las culturas más inmorales e idiotas». Provocador y con gusto por la polémica, Houllebecq sólo está armado de unos dedos que empuñan un bolígrafo o teclean un ordenador a la hora de concebir osadas ficciones; otros, en cambio, disparan y su punto de mira queda salvajemente ensangrentado: en una casualidad increíble, su novela “Insumisión” salía a la venta el día (7 de enero) en que fueron asesinados diversos componentes de la redacción del tebeo satírico “Charlie Hebdo” por parte de terroristas yihadistas. Increíble porque el autor francés presentaba un texto basado en la islamización del país galo y en una sociedad abocada al conflicto en el futuro año 2022.

La prensa vecina ya se había ido haciendo eco de la obra desde el pasado mes de diciembre dado su controvertido argumento, y ya la tenemos aquí: un ejercicio de política-ficción, en clave anticipatoria, en el que se expone la forma en que, tras las elecciones presidenciales y el fin del mandato de François Hollande, el llamado partido Fraternidad Musulmana desbanca a Marine Le Pen del poder que está a punto de conseguir y se hace con los mandos de la nación. Todo a partir del punto de vista narrativo del protagonista, François, un profesor universitario de mediana edad experto en Joris-Karl Huysmans, objeto de sus lecturas en su periodo de doctorado; un escritor con el que, sin duda, Houllebecq se siente muy identificado porque, en su momento despertó escándalo con su obra “Al revés” (en 1884), subversiva, exaltada y excéntrica. Las referencias a los escritos de Huysmans, sobre todo a “En camino”, con reflexión católica como trasfondo, y a la decadentista “En familia”, son uno de los “leitmotiv” de “Sumisión”, junto con el otro elemento frecuente en el autor de “Plataforma”: el sexo, o íntimo o con prostitutas, en escenas de tono pornográfico siempre.

Así aparecen las mujeres en la novela, sumisas en la cama, pero también de esta manera calificará el narrador a las musulmanas, abnegadas, entregadas a sus maridos en una Francia que François primero teme y luego intenta comprender mediante observaciones propias en París o conversaciones con distintos personajes que le van abriendo los ojos ante el juego soterrado político que se irá desarrollando. El candidato Mohammed Ben Abbes llega al Palacio del Elíseo con el ánimo de islamizar todas sus instituciones públicas, como la universidad de la Sorbona, y los medios de comunicación. El bipartidismo hegemónico que ha estructurado la política francesa desde la Quinta República queda abolido, y Fraternidad Musulmana, liderada por ese hombre que, se dice, es más retorcido que Miterrand, se centra en los niños y las mujeres para cambiar la sociedad: primero, porque quien controla a los más pequeños controla el porvenir, y por ello se garantiza la educación islámica a todos los niños franceses; segundo, porque la mujer, ya con burka por todas las calles de forma natural y corriente, ha de abandonar los estudios y el trabajo y regresar en exclusiva a su tarea doméstica para dejar al hombre toda la iniciativa y el poder de decisión.

Hollande y Le Pen –que sale aquí deseándose parecerse a Angela Merkel en sus preferencias al vestir– comparten páginas con Manuel Valls o Sarkozy –por cierto, Patrick Besson acaba de parodiar al ex presidente en «La Mémoire de Clara», donde ha convertido a Carla Bruni en una anciana en ruinas y con alzhéimer– y, en medio de esa fase de transición en que todo indica al parecer que Francia mejora en porcentajes de paro y de delincuencia y en el interés de las monarquías del Golfo Pérsico a la hora de invertir en París, François, despedido de la universidad por no ser musulmán, se trasladará al sudoeste del país. Lo cual coincide con la acción de judíos próximos, como la familia de su amante, que huye al extranjero por temor al trato que puedan recibir de la nueva Administración (incluso Greenpeace se ve condenada a desaparecer). No en vano, al comienzo de la novela se presenta una Europa al borde de la guerra civil, de un clima de desconfianza y peligro inminentes y en el que existe una especie de policía política que vigila los movimientos de ciertos extremistas.

Política-ficción o futuro plausible, “Sumisión” es una de las narraciones más interesantes que ha firmado Houllebecq; éste pisa el suelo en el que se siente más cómodo: el de la crítica desaforada a la sociedad en general y a nuestros hábitos occidentales, insinuando que el sometimiento que proyecta la novela nos concierne a todos, en realidad. François, en un momento dado, se sorprende de cómo la historia política pueda afectar su propia vida tan directamente, en un ambiente de distanciamiento desmesurado entre la población y los políticos y en que se respira un aire de caos y violencia de consecuencias imprevisibles. En aquellos días de la aparición del relato en Francia, Houellebecq dijo que es posible parar la inmigración pero no la islamización, en un contexto en el que el laicismo social generalizado en Europa ha sido apartado a un lado ante la potencia de la religión musulmana, tan extendida mediante flujos migratorios desbordantes. Mañana, o el año 2022, o el siglo que viene, darán o quitarán la razón a esas palabras.


Publicado en La Razón, 23-IV-2015

viernes, 24 de abril de 2015

Entrevista capotiana a Javier Vela

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Javier Vela.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
El patio ajedrezado de mi niñez —mágico, luminoso, andalucísimo—, en torno al que se articulaba la casa de mis abuelos. Una palmera, un pozo, plantas de toda especie, cal, hormigas. Era el paraíso.
¿Prefiere los animales a la gente?
A la hora de la siesta, decididamente sí.
¿Es usted cruel?
Solo conmigo mismo.
¿Tiene muchos amigos?
No. Conozco a mucha gente, pero amigos, amigos, tengo más bien pocos, aunque son todos muy guapos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Autenticidad, talento, entusiasmo y sentido del humor.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Hasta la fecha, no.
¿Es usted una persona sincera? 
Si le dijera que sí, le mentiría.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Paseando por la playa o el campo, leyendo y escribiendo. En ese orden.
¿Qué le da más miedo?
Que la gente que quiero desaparezca. No sé cómo afrontarlo. Suelo huir.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La petulancia de los escritores que han hecho de sus redes y perfiles sociales un triste felatorio virtual.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Cultivar una pequeña porción de tierra, lo que no deja de ser una actividad gozosamente creativa.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Juego al fútbol cada semana. En verano, suelo ir con frecuencia a nadar.
¿Sabe cocinar?
Diría más bien que hay ciertos platos que no se me dan mal: los arroces, la tortilla española con cebolla confitada, los pescados al horno, el salmorejo, las pastas. Me gusta mucho cocinar con Amara.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Sin duda, a Nancy Cunard.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Juego.
¿Y la más peligrosa?
Yo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
En el marco de algún sueño angustioso, sí.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Creo en la gestión pública de los recursos y las infraestructuras (aunque no en sus actuales gestores); en la potencialidad creativa de las personas frente a los sistemas de producción; en las relaciones de trabajo no jerarquizadas; en el sentido común.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Niño.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los que acontecen en horizontal.
¿Y sus virtudes?
Puede que el optimismo y la paciencia.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Quizá algo parecido a lo que he escrito en un libro reciente, hasta la fecha inédito: «Somos entre la niebla nuestro propio enemigo, vemos mal, somos torpes, fingimos ser filósofos con manos de joyeros y urdimos telarañas, metáforas y estrellas para cruzar el río de lo real. Un día nos uniremos en la orilla de donde no se vuelve, bajo el auspicio de los centinelas, y pasearemos juntos entre blandas palmeras faraónicas, y compareceremos en fiestas submarinas, y nadie faltará».

T. M.

jueves, 23 de abril de 2015

Vidas como casas

En el año 2001 Arantxu Zabalbeascoa y Javier Rodríguez Marcos publicaron “Minimalismos”, libro en el que estudiaban la popularización de este término en diferentes artes y que dio origen a una exposición en el Museo Reina Sofía. Era la segunda colaboración entre estos dos periodistas –además: ella historiadora de la arquitectura; él, poeta y crítico literario– después del estupendo “Vidas construidas. Biografías de arquitectos” (1998), que ahora vive una segunda edición revisada. En él, los autores muestran los aspectos más relevantes de veinte arquitectos de muy diferentes épocas, a lo largo de retratos amenos y muy curiosos, pues tras las vidas de estos constructores se esconden extravagancias privadas o relaciones tormentosas.

El listado es jugoso y en él tienen una importancia absoluta los italianos: Brunelleschi, Miguel Ángel, Palladio, Bernini, Borromini y Piranesi, que abarcarían los siglos XIV-XVIII, hasta Giuseppe Terragni con el que se cierra el volumen y que “murió rodando escaleras abajo”. Están los que se cambiaron de nombre –como Le Corbusier–, los que hoy son atracción turística –Gaudí–, los que dejaron su impronta en España –Mies van der Rohe–, algunos no muy conocidos para el gran público –otro italiano, Sant’Elia, el finlandés Aalto, el holandés Van Doesburg–… Pero entre todos ellos, se lleva la palma sin duda Frank Lloyd Wright, que “escribió dos autobiografías y cada una diferente a la anterior”, se casó cuatro veces, tuvo una legión de hijos y un ego, en verdad, de proporciones catedralicias.

Publicado en La Razón, 23-IV-2015

miércoles, 22 de abril de 2015

Entrevista capotiana a Xavier Roca Ferrer

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Xavier Roca Ferrer.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Europa. Y, dentro de Europa, Roma.
¿Prefiere los animales a la gente?
Según cuales. Mme. de Staël decía: Cuanto más conozco a los hombres, más me gustan los perros. A mí también.
¿Es usted cruel?
Creo que no.
¿Tiene muchos amigos?
Los suficientes.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La inteligencia y el sentido del humor. Suelen ir unidos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Raras veces. No me vale cualquier cosa.
¿Es usted una persona sincera? 
No soy hipócrita.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, escribiendo, escuchando música, viajando...
¿Qué le da más miedo?
Tener que vivir la muerte de un ser querido.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El fanatismo en todas sus formas.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Música.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Nadar.
¿Sabe cocinar?
Lo justo para no morirme de hambre.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
El escritor checo Bohumil Hrabal, el Joyce centroeuropeo, y un Premio Nobel que no fue.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Tolerancia.
¿Y la más peligrosa?
Verdad.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Todos los días al leer el periódico.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Liberal dieciochesco.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Tal vez un piano de cola: un Bechstein, por ejemplo.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Hábitos, que no vicios. Ninguno perjudica a nadie, de modo que no cuentan.
¿Y sus virtudes?
La curiosidad y la constancia.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Una famosa escena de la película "Pinocho".


T. M.

martes, 21 de abril de 2015

El tedio del perfeccionista

Mucha melancolía, observaciones culturales, reflexiones sobre la vanidad o la escritura, juicios de célebres escritores, la cotidianidad en sociedad y soledad…; mil y un detalles, todos poderosos, encierran estos «Cuadernos» que prologa y traduce Eduardo Berti; éste ha preparado una selección de textos de cuatro de los diecisiete que fueron rescatados por la sobrina de Flaubert, Caroline Hamard de Franklin-Grout, y que donó a una biblioteca parisina. La simple exposición del material aquí reunido habla por sí sola: toda una joya.

Así, a un conjunto de «Pensamientos escépticos», hechos a los dieciséis años (1838) y dedicados a su amigo del alma Alfred Le Poittevin, muerto prematuramente diez años más tarde y que titula «Agonías» y «Angustias», le sigue una serie de apuntes íntimos y recuerdos de los años 1840-1841; apuntes en torno a la escritura de «La educación sentimental», «La tentación de san Antonio» y «Bouvard y Pécuchet»; bocetos de obras inéditas; y más fragmentos de lo que iba a ser la segunda parte de esta historia inacabada sobre un dúo de copistas. Un par de apéndices de escritos que, por un lado, se creía perdidos y que fueron publicados en Francia en 2005, y por el otro, una selección de pensamientos preparada por la sobrina sobre todo a partir de su correspondencia─, aparecidos en 1915, completan un libro de interés máximo para el lector flaubertiano.

Y es que, a lo largo de todo este río de frases brillantes y honestas en grado sumo que a menudo explotan en aforismos geniales, se nos aparece un Flaubert que da un paso más allá en comparación al que dirigía cartas a Louise Colet sobre asuntos literarios: un Flaubert sensitivo, que cuestiona todo, que sufre un gran tedio en la juventud y que no cree ni siquiera en la gloria que el destino le reservaría.
 Publicado en La Razón, 16-IV-2015

lunes, 20 de abril de 2015

Entrevista capotiana a Ana Francés

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ana Francés.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Menorca, en el puerto de Mahón, en una casa junto al mar con pequeño embarcadero.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Jamás.
¿Es usted cruel?
No, en absoluto.
¿Tiene muchos amigos?
Sí, en ello confío.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Nobleza. Inteligencia y divertimento (por ese orden). 
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Pocas veces. Son amigos.
¿Es usted una persona sincera? 
En general, sí, aunque de vez en cuando miento. Como todos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Escribiendo. Una cena con amigos o en familia. Leyendo. Jugando al bridge. Yendo al cine o al teatro.
¿Qué le da más miedo?
Pensar en toparme con violadores, asesinos y maleantes en general. 
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Que los gobernantes del primer mundo no resuelvan los problemas de los países más desfavorecidos.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Habría intentado ser una bailarina de ballet clásico o una cantante de jazz.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
En mi juventud bailé, esquié y jugué al tenis. Ahora no. Me horroriza un chándal. Y no soporto la palabra "sudadera" –mis hijas tienen prohibido mencionarla en mi presencia (risas).
¿Sabe cocinar?
Sí, y me encanta. Me gusta experimentar en la cocina. No podría guisar sin aceite de oliva y tomates.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A la madre Teresa de Calcuta.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Guerra.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Pese a que en mis novelas siempre acaece un crimen, la respuesta es no. Al menos, en serio.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Liberales en cuanto a derechos civiles y conservadoras a nivel económico. Mi ídolo es Albert Rivera; sigo sus discursos en el parlamento catalán desde hace años. Un valiente. Habla sin ambages. Su partido es mi gran esperanza.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Una virtuosa del piano. 
¿Cuáles son sus vicios principales?
Ser romántica. En otro orden de frivolidades: el tabaco y beber vino blanco con hielo.
¿Y sus virtudes?
Creo que soy optimista, alegre, detallista y cariñosa.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
La imagen de mis hijas, de mi marido, de mi hijo putativo, de mis padres, hermanos y amigos. Si bien, espero que la muerte no me conceda tanto tiempo; preferiría que me sorprendiese de forma repentina.

T. M.