martes, 30 de junio de 2015

Entrevista capotiana a Ramiro Gairín

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ramiro Gairín.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi casa, nuestra casa. Creo que de eso se trata, de acabar construyendo un hogar del que no necesites salir.
¿Prefiere los animales a la gente?
No, prefiero a la gente, salvo la que se comporta como animales.
¿Es usted cruel?
No, en absoluto. Incluso cuando tengo pensamientos homicidas, son sin crueldad, sin ensañamiento.
¿Tiene muchos amigos?
Un puñado pequeño, según creo, pero irrenunciable.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Los amigos no se buscan, se encuentran. La vida te los va colocando en el camino y tú los eliges y ellos te eligen imperceptiblemente, sin saber muy bien por qué, diría.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Todo decepciona en algún momento, sobre todo uno mismo. Pero casi nunca es grave. Y en el caso de los amigos, de momento tampoco.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, así me considero. Eso no quiere decir que diga siempre la verdad.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Siempre que pueda, leyendo. Y si queda más tiempo, viendo películas o series; si es con ella al lado, mejor. Con buen tiempo y aún más tiempo, caminando, yendo en bici, cuidando de nuestro huerto. Y un partido importante del Barça es otra buena manera de pasar dos horas.
¿Qué le da más miedo?
Últimamente las barbaridades del Estado Islámico; tanto su violencia sexual como su destrucción sistemática del patrimonio histórico. No sé en virtud de que estrictísima interpretación de sus libros sagrados están abocados a convertir a centenares de niñas en esclavas sexuales, o degollar a los enemigos y hacer de ello espectáculos audiovisuales. Me parecen una encarnación del mal por el mal, aunque suene maniqueo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Que el presidente de un equipo de fútbol haya sido condenado por intentar robar 165.000 euros de casa de una pitonisa; dinero que previamente le había pagado a cambio de un hechizo de amor que no le funcionó. Es decir, el nivel infracultural, la ignorancia y la superstición en los dirigentes de nuestro país, que se da con frecuencia, y resulta indudablemente más grave (pues el ejemplo es anecdótico y pertenece al mundo del fútbol), en la clase política y empresarial. La falta de talla moral e intelectual de quienes tienen responsabilidades. Y la falta de interés de quienes los eligen y permiten que sigan allí.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Lo que soy: ingeniero de montes. La poesía complementa el trayecto vital, pero no lo protagoniza, de momento. Y la ingeniería puede, debe, ser creativa también.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Si digo que lo intento mi novia se reirá mucho. Pero lo intento. Fui muy deportista de joven, tenista concretamente. Intento ir en bicicleta a trabajar.
¿Sabe cocinar?
Sí, puedo defenderme bien, pero cocina mejor ella y yo me dejo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Sigo fascinado por De rerum natura, de Lucrecio. Así que lo elegiría a él, me encantaría encontrarme con un poeta de esa talla, capaz de hacer una obra tan monumental, y un cerebro que hace dos mil años adelantaba ya la evolución, buscaba una explicación científica para todo o tenía claro que los dioses nada tenían que ver en lo nuestro. Además, de lo poquísimo que se sabe de su vida habría que aclarar algunas cosas, como esa locura que contrajo por un filtro de amor y que se le atribuyó ya desde la antigüedad. Por pedir, me gustaría conversar con él.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
“Hoy”. Si me preguntas mañana, te diría otra, pero nunca te diré “mañana”.
¿Y la más peligrosa?
Voy a ser un poco tópico. Me parecen peligrosas ciertas palabras que deberían pertenecer a la categoría anterior, como “Dios”, “tierra” o “patria”, pero que se siguen utilizando para cometer atrocidades, azuzar el odio, recortar la libertad individual, machacar conciencias, adoctrinar comportamientos, etc.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Fogonazos homicidas irrealizables, y muy abstractos, como supongo que a otros les pasa. Y nunca con alguien que conozca en persona, aunque lo odie.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy de izquierdas, de lo que tradicionalmente se ha entendido por izquierda en este país (ahora que parece que ya no hay “izquierdas ni derechas”): defensa vehemente de la educación y la sanidad públicas, de la solidaridad y el reparto de la riqueza, de los derechos de los trabajadores frente al intangible capital, de la regulación de los mercados y de un papel importante del Estado en la defensa de los más débiles de la cadena, de la fiscalidad progresiva, del aumento de la ayuda a la cooperación, de la potenciación de la cultura, de la erradicación de lo religioso de la esfera pública, del republicanismo, etc.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Templo griego en el Cabo Sunión, por ejemplo. Puente de Piedra de Zaragoza. Algo mineral, que durase mucho en el mismo sitio y viese hacerse y deshacerse mundos, erosionándose poquito a poco.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Creo que tengo pocos vicios (si hubieras preguntado por defectos…): consumismo “cultural”, cierta intransigencia ideológica, arrancarme pellejos de los labios resecos, un poco de obsesión higiénica…
¿Y sus virtudes?
Creo que soy constante, que tengo fuerza de voluntad. Que consigo mantener la serenidad aunque por dentro bulla, en situaciones críticas y en proyectos a largo plazo. Y, aunque suene poco humilde, una elevada autoexigencia moral.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Primero me preocuparía de buscar la maldita rama que al final siempre aparece para agarrarse. Si no hay rama, me gustaría que pasara mi vida por delante, cinematográficamente: volver a ver las casas en las que he vivido y sus ciudades, Helios, las pistas de tenis en las que tanto he jugado, los abuelos, los amigos, los viajes, para acabar con mis padres, mi hermana, Claudio, mi sobrinita y, finalmente, Sheila.

T. M.

lunes, 29 de junio de 2015

El nuevo canon: no están todos los que son

«De qué sirve la sabiduría –libro así titulado del año 2005– si sólo puede alcanzarse en soledad, reflexionando sobre lo que hemos leído?», se preguntaba un Harold Bloom algo melancólico en su volumen más personal tal vez, el que ligaba con mayor vigor sentimiento y erudición. Tras una vida entera dedicada a la literatura, Bloom mostraba conclusiones y enseñanzas derivadas de tanto tiempo de estudio y profesorado; afirmaciones que huían del mero conocimiento –analizando obras que iban sobre la Biblia hasta Proust– para convertirse en materia, pedagógica, clarividente y hasta consolatoria. El maestro de Yale y crítico literario independiente, y tan controvertido desde que popularizara el concepto de «canon occidental» para jerarquizar las grandes creaciones literarias, sigue en cada una de sus recopilaciones de artículos y ensayos ofreciendo sus íntimos gustos estéticos y las pautas con las que se ha movido en su carrera, despreciando el historicismo, rechazando la filosofía y centrándose en los meros textos.

A la cabeza de todos ellos, aquel que le despierta «la “bardolatría”, la adoración de Shakespeare», que según él «debería ser una religión secular más aún de lo que ya es» (dice en «Shakespeare, la invención de lo humano»). Tantos cientos de páginas ha consagrado al autor de «Hamlet» que Bloom le dedicado en “Poemas y poetas. El canon de la poesía» y apenas cuatro, por supuesto sobre los «Sonetos», después de su ensayo sobre Petrarca, que estudia por oposición a Dante. Analista minucioso que, sin embargo, evita contemplar las letras desde su vertiente social, en todos sus libros encontramos a Bloom justificando su pasión lectora como la posibilidad de conocerse a uno mismo y a los demás mediante los libros. En una breve introducción, así lo reitera al explicar que lee poesía «para soportar la mortalidad. En momentos de peligro y grave enfermedad he recurrido al intenso consuelo de recitarme poemas a mí mismo, ya sea en voz alta o en silencio». Y añade, sentimentalmente: «La poesía no puede sanar la violencia organizada de la sociedad, pero puede realizar la tarea de sanar al yo».

En diversas ocasiones, y lo hace igualmente en este libro traducido impecablemente por Antonio Rivero Taravillo, Bloom ha contado que se enamoró de la poesía al descubrir de niño a William Blake y Hart Crane. Y precisamente, en el capítulo dedicado al primero, aprovecha para preguntarse sobre «la formación del canon» en Occidente, por parte del mundo de la crítica literaria, y que –la influencia del judaísmo en Bloom, a la hora de leer determinados escritos, es indudable– «comenzó con la creación de las Escrituras, cuando los rabinos aceptaron ciertos textos y rechazaron otros, hasta llegar finalmente a la biblioteca de treinta y nueve libros a los que hoy nos referimos normalmente con el nombre de Antiguo Testamento»; e incluso comenta la procedencia etimológica del término: del griego «kanon» (regla de medir) y del latín (que añadió el significado de «modelo»), que es ya una marca indistinguible de su actividad intelectual.

Los poetas clásicos de la literatura inglesa tienen desde luego una destacada presencia en el libro, primero John Donne y Andrew Marvell; y luego: Words-worth, Coleridge, Lord Byron, Shelley y Keats, además de Elizabeth Barrett Browning y Robert Browning; más Mathew Arnold, «un poeta romántico que no deseaba serlo», que Bloom destaca como prosista y crítico literario en dos páginas tan sólo; Christina Rossetti, con su «El mercado de los duendes», que ha generado interpretaciones académicas muy diversas, desde posturas marxistas a feministas; Gerard Manley Hopkins y Tennyson. Y de las islas británicas será inevitable saltar a la Norteamérica de esa época, con Emily Dickinson, la persona que, de entre todos los poetas de los siglos XIX y XX, afirma, «nos presenta las más auténticas dificultades cognitivas» y cuya mente estamos intentando, hoy, empezar a alcanzar.

Pero no sólo de literatura inglesa vive Bloom. Surge Aleksandr Pushkin, «un agradable rompecabezas para un crítico norteamericano que no sabe ruso» y cuya novela en verso «Evgueni Oneguin» le despierta «una sostenida fascinación». De Charles Baudelaire comenta su postura negativa ante la abrumadora autoridad literaria de Victor Hugo; rebaja las virtudes innovadoras de Rimbaud en caso de que hubiera escrito en inglés; y de Paul Valéry alaba sus «ideas críticas». Asimismo, la literatura en español aparece en las figuras de Pablo Neruda y Octavio Paz. Pero, como suele hacer, son pretextos para seguir hablando de Whitman o Stevens, o de la poesía política, o a mi juicio equivocarse de lleno al enjuiciar la poesía de Borges, o extenderse en disquisiciones sobre «El laberinto de la soledad» del Nobel mexicano en vez de centrarse en sus versos.

Con todo, de este arsenal de comentarios poéticos de autores de sobrada fama, siempre originales y estimulantes para aprender o colocarnos a favor o en contra de sus opiniones, cabrá señalar la posibilidad de conocer a poetas con los que el lector español seguramente no está demasiado familiarizado: los estadounidenses Edwin Arlington Robinson y Paul Laurence Dunbar, «el primer poeta afroamericano importante» (ambos a caballo entre el siglo XIX y XX). O Theodore Roethke, que llegó a ser premio Pulitzer. O Robert Hayden, «uno de los grandes poetas americanos modernos». O James Dickey y su poema emersoniano «El otro». Todos ellos comparten gloria y posteridad junto con otros más célebres, como Robert Frost, Auden, Elizabeth Bishop e incluso John Berryman. Poetas que ya sólo podemos leer, como asimismo Robert Graves y Seamus Heaney, al lado de otros cuya voz aún es posible escuchar –caso de John Ashbery, W. S. Mervin, Derek Walcott, Geoffrey Hill, Jay Wright o Anne Carson– y que representan la pasión lectora insuperable de un Bloom que busca, también entre sus contemporáneos, sanar su yo con versos.

Publicado en La Razón, 11-VI-2015

viernes, 26 de junio de 2015

Entrevista capotiana a Alfonso Brezmes

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Alfonso Brezmes.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Si fuera Shakespeare, contestaría esta pregunta con eso tan hermoso de “Podría vivir encerrado en una cáscara de nuez, y sentirme rey de un espacio infinito; como no lo soy, y ya que me dan a elegir, elegiré como cárcel el mundo en el que vivo.
¿Prefiere los animales a la gente?
Me gustan todo tipo de animales, incluida la gente.
¿Es usted cruel?
Definitivamente, no: la crueldad es patrimonio de los que pasan por la vida sin enterarse de qué va el cuento. Todos podríamos ser el otro; quizá por eso soy tan indulgente conmigo mismo.
¿Tiene muchos amigos?
Afortunadamente creo que sí, no se me ocurre mejor refugio que un amigo para compartir la alegría y la tristeza de la vida. No falla: siempre está ahí, como el sol o las legañas. Como el aire, es una presencia ausente: no se le ve, no molesta, pero está ahí cuando lo necesitamos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sean eso, amigos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Como son mis amigos asumo que son tan defectuosos como yo, y por eso nos aceptamos –ellos a mí y yo a  ellos– con nuestros defectillos. Es cierto que alguna vez he echado en falta a alguno que creía serlo, pero debió ser porque no era un amigo de verdad: los verdaderos amigos te acompañan en la vida como son, y pese a que tú seas como eres.
¿Es usted una persona sincera? 
Si le digo que sí, ¿me creería?
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
¿Eso del tiempo libre debe ser la vida, no? Gastándola.
¿Qué le da más miedo?
El miedo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La gente que se escandaliza.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Mire usted, esto no se elige: se es o no se es. Otra cosa es que haya personas que sepulten en vida esa creatividad. Si dijera que en tal caso me dedicaría a intentar arreglar el mundo, probablemente estaría mintiendo: todo ser creativo cultiva un ego importante sin el cual no dedicaría tanto tiempo a liberar su mundo interior. No obstante, en la hipótesis de que me traicionara a mí mismo, probablemente me dedicaría a ganar dinero para olvidar que podría estar haciendo algo mucho más interesante y divertido y mucho menos caro que ocupar mi vida en ganar dinero.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Mucho: hago pesas con un bolígrafo y tengo un chaleco de electro-estimulación para  tonificar a  la musa y que no eche michelines. Aparte de eso, he logrado generar un círculo perfecto: corro para mantenerme en forma cuando las lesiones originadas por correr no me obligan a guardar reposo el tiempo suficiente como para perder la forma y tener que volver a correr para recuperarla. Y así, hasta el infinito borgiano, y más allá…
¿Sabe cocinar?
Los cocineros son los nuevos filósofos de nuestro tiempo: un ragôut de ternera es como un ensayo de Descartes, y un menú de degustación cotiza hoy más alto que la Crítica de la razón pura. Cocino poco y mal: desgraciadamente soy de los que siguen prefiriendo dedicar su tiempo a intentar comprender el mundo en este breve intervalo que me ha sido concedido, y solo recomendaría a un enamorado o a un suicida que probase uno de mis platos.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Escribiría una autobiografía: uno no siempre tiene la suerte de cargarse su reputación de una forma tan eficaz como aparecer en el Reader´s Digest. Ahora en serio, quizá elegiría a Marguerite Yourcenar, que escribía como me gustaría escribir algún día y en cuyo rostro asomaba al final de sus días algo parecido a la sabiduría de quien ha logrado comprender.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
¿Esperanza?
¿Y la más peligrosa?
Poder.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Las ocasiones en que me tropiezo con algún idiota confieso que siento ganas de hacerlo con el poder aniquilador de mis palabras, estilo superhéroe verbal, pero prefiero dejar que hable él y se auto-destruya sin ayuda ajena.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Sospecho de mí.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Pasaré por alto que me ha llamado cosa.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Cierto atisbo de orgullo moderado que algunos envidiosos llamarían egocentrismo en grado sumo.
¿Y sus virtudes?
La modestia, y la falta de espacio suficiente, me impiden enumerarlas todas.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Dentro del esquema clásico: mis seres queridos, algún momento de felicidad, lo que pude hacer y no hice, mi funeral visto desde arriba. Dentro de un esquema más literario: el rostro de Cortázar; un cuadro de Magritte; el poema genial que siempre quise escribir y tenía que ocurrírseme ahora; mi venerable figura recogiendo el premio Nobel; una greguería por epitafio: “Murió con las olas puestas”; todos los que me leerán algún día y cuyo rostro no puedo aventurar ahora, pero son la forma que tengo de salvarme de este naufragio del tiempo, gracias al inesperado tablón de su recuerdo.

T. M.

jueves, 25 de junio de 2015

Mi antología poética de Luis Palés Matos, con presentación en San Juan de Puerto Rico


Uno de mis sueños editoriales se ha cumplido: llegar a acercar a España la obra del poeta puertorriqueño más importante, Luis Palés Matos. Lo edita el Ayuntamiento de Carmona, en el marco de Palimpsesto. Revista de creación, que llega ya a los treinta números, de la mano de su director Francisco José Cruz. Cada una de estas publicaciones sevillanas está acompañada de un libro de algún autor hispanoamericano relevante que no ha sido debidamente editado en nuestros lares o es inédito y, por lo tanto, no ha tenido la atención merecida. 

El título que yo he preparado: Raza y paisaje. Antología poética 1915-1954, ejemplifica un caso semejante. Del descubrimiento de la poesía de Palés Matos y el proceso que me llevó a interesarme por él hasta proyectar un libro donde recogiera una buena muestra de sus versos, con un prólogo preparado para la ocasión, hablaré dentro de una semana. Será en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, en San Juan, junto a la máxima especialista en el autor boricua, Mercedes López-Baralt.

CONTRACUBIERTA:

«La poesía de Palés Matos es española y es negra, y es, como toda la cultura del Caribe, mucho más, porque el Caribe es el punto de confluencia de las otras culturas nórdicas europeas y de la americana de los Estados Unidos. El Caribe es uno de los puntos más cosmopolitas y universales del planeta, y por eso es universal y cosmopolita la poesía de Palés Matos.» Son palabras de Federico de Onís, responsable de la antología poética que el puertorriqueño publicó en 1957 y que es la base de la presente selección, que quiere dar relieve a poemas que el propio autor estimó revisar y elegir, dos años antes de su muerte, convertida en duelo nacional. Autodidacta y culto, refinado y popular, de verso con ecos modernistas y sones bailongos, sin afán por publicar pero «poeta en residencia» de la Universidad de Puerto Rico, la obra de Luis Palés Matos es un sonido hechizante que encandilaría a astros poéticos como J. R. Jiménez y F. García Lorca.

TEXTO DE SOLAPAS:

Luis Palés Matos (Guayama, 1898-San Juan, 1959), de procedencia humilde y destino mortuorio aciago –su padre muere cuando él cuenta quince años y deja los estudios para ponerse a trabajar, ve fallecer muy pronto a su primera esposa, a su primer hijo más tarde y casi al final de su vida a su primera y adorada nieta–, apenas publicó en vida. Sólo verían la luz sus libros Azaleas (1915), escrito en la adolescencia, y Tuntún de pasa y grifería (1937), que se hizo famoso por sus ritmos negroides desde que fuera publicando textos sueltos en la prensa en la década anterior. Durante años de bohemia y numerosos y muy diferentes empleos, el poeta va cobrando importancia mediante apariciones públicas, tanto de sesgo literario como político (sobre todo en la campaña de 1929, cuando viaja por toda la isla promoviendo la independencia de Puerto Rico). Se casa en segundas nupcias en 1930 y tiene dos hijos; le sorprende un ataque cardíaco en 1948, aunque ello no impide que en 1950, año de la segunda edición revisada y aumentada del Tuntún, y animado por el rector de la Universidad puertorriqueña, visite Nueva York para recibir diversos actos de homenaje. En 1957, publicará una selección de poemas y, poco después, le llegará otro fatal infarto, a los sesenta y un años, dejando una considerable cantidad de poemas inéditos. Esta es la primera antología publicada en España de Luis Palés Matos, que dejó escrito: «Sobre mi poesía yo no tengo opinión. Sólo puedo decir, desde un punto de vista exclusivamente literario, que hago todo lo posible por trasladar al lenguaje poético, con la mayor lealtad, el mundo íntimo de mis sentimientos y emociones. Si éstos constituyen, a veces, un mensaje de belleza y poesía, es asunto para el juicio de los demás y no el mío». 

El libro se puede conseguir en librerías que tengan sección de revistas o poniéndose en contacto con la Biblioteca Pública José María Requena, c/ Domínguez de la Haza, s/n., 41410 - CARMONA (Sevilla) Tfno. y fax 95 419 14 58 - biblioteca@carmona.org

miércoles, 24 de junio de 2015

Entrevista capotiana a Adolfo Castañón

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Adolfo Castañón.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi cuerpo o la ciudad de México, específicamente Coyoacán.
¿Prefiere los animales a la gente?
¿Y dónde dejamos a los vegetales y a los minerales?
¿Es usted cruel?
Creo no practicar ese deporte.
¿Tiene muchos amigos?
Conozco a una gran cantidad de personas; amo sólo a algunas.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Inteligencia, desinterés, sentido del humor, elegancia, exactitud.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Trato de no decepcionar a las personas a las que amo, pero a quienes amo no les pido nada, de modo que es difícil que me decepcionen.
¿Es usted una persona sincera? 
Trato de ser una persona refinada, es decir, sin-cera.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Contemplando cielo y estrellas.
¿Qué le da más miedo?
La uniformidad, los uniformes.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El odio al pasado.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
En realidad yo nunca he decidido ser escritor: eso es algo que dicen los otros de una persona que sólo sabe leer por escrito; en realidad solamente soy un lector, un traductor o, como diría Juan de Mairena, un oyente.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, soy un peatón voluntario en la ciudad de México y practico el transporte público como si fuese un deporte parecido al toreo.
¿Sabe cocinar?
Grano de sal y otros cristales es el título de un libro mío sobre la teoría y la práctica de la cocina. Para mí la cocina es un arte secreta y cotidiana muy próxima a la retórica o al arte de la política.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Michel de Montaigne.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
La palabra.
¿Y la más peligrosa?
El dinero.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí, algunas veces. Nunca he llevado a la práctica ese arte.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Pago mis impuestos pero no hago proselitismo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No lo sé, no me siento cosa, no sé si sé.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los derroches y las exageraciones.
¿Y sus virtudes?
Las exageraciones y los derroches.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Ya he estado a punto de ahogarme. Luego del miedo y de la desesperación me invadió una gran serenidad.

T. M.

martes, 23 de junio de 2015

Hitler y su fallido as en la manga

El investigador que llevó al lector hasta las tripas de batallas tan importantes como la de Stalingrado, la de Berlín o la de Creta, el mismo que se sumergió en la Guerra Civil Española aportando novedosas informaciones procedentes de documentos desclasificados de los archivos alemanes y soviéticos: Antony Beevor (1946), el gran analista de la Segunda Guerra Mundial, da un paso más allá en aquellos seis años (1939-1945) de infinita bibliografía. Su último trabajo había sido “El día D. La batalla de Normandía” (2009), y ahora su editorial siempre en España, Crítica, lanza “Ardenas 1944”, una extraordinaria crónica de lo acontecido en torno a la contraofensiva alemana que ocupó unas seis semanas entre diciembre de 1944 y enero de 1945, en esa boscosa región belga, y que fue anestesiada por las tropas estadounidenses. A Hitler, pues, le saldría mal el as en la manga que tenía guardado para amortiguar la lucha de los Aliados, creando un ataque sorpresa con la idea de tomar Amberes tras partir por la mitad los ejércitos británico y americano, para dar con ello un giro de timón a una guerra que se le estaba poniendo cada vez más difícil de ganar.

Beevor, con su habitual y abrumadora avalancha de datos que ilustran cada movimiento y documentan las acciones de uno y otro bando, desmenuza en esta obra –con el apoyo de tablas de graduaciones, mapas, fotos, glosarios y listados de ejércitos y divisiones– lo que da en llamar “la apuesta de Hitler”. Empezará por una de las etapas cruciales del conflicto: la París liberada y eufórica de agosto de 1944, con un Hitler temeroso de que se repitieran las conspiraciones que había tenido que sufrir en sus filas en julio, así como de ser apresado por los paraicaidistas soviéticos –a esas alturas el Ejército Rojo se hallaba en la frontera de Prusia Oriental–, de modo que “en la Guarida del Lobo se respiraba un ambiente de profundo abatimiento”. Ese cuartel general, de tan particular nombre en clave y compuesto de decenas de edificios y búnkeres, además de estar rodeado de campos minados y alambres de púas, había sido puesto en pie en 1941 para preparar la ofensiva alemana sobre Rusia; era el lugar donde los conspiradores habían tratado de matar al Führer (hoy en día es un lugar de atracción turística que les homenajea por medio de un monumento); en él estaba encerrado Hitler, al tiempo que París respiraba libre, permaneciendo «en su dormitorio, echado en la cama, apático, mientras sus secretarios “mecanografiaban montones de informes que hablaban de pérdidas” tanto en el Frente Oriental como en el Occidental», explica Beevor a partir del testimonio de una de las secretarias del dictador, Traudl Junge, que publicaría sus memorias en el año 2002.

A esas alturas, el pueblo germano ya estaba harto de la guerra, “y como informaban los servicios de seguridad de las SS, mucha gente había perdido la fe en el Führer”. Los Aliados, por el contrario, se mostraban resistentes, y D. D. Eisenhower, el que llegaría a ser presidente de los Estados Unidos en la década de los cincuenta, comandaba las tropas del Frente Occidental; tozudo y cauto a la vez, como refleja Beevor en el capítulo “Amberes y la frontera alemana”, cometería diversos deslices estratétigos que llevarían al fracaso estrepitoso la Operación Market Garden, en septiembre de 1944, con la que pretendía hacerse con una serie de puentes de los principales ríos de la Holanda ocupada. La acción, ambiciosa por cuanto se concibió para dar un definitivo golpe al ejército nazi, se malograría al no poder ocupar el puente final, en Arnhem. Lo que, traducido al idioma del Tercer Reich, era una esperanza para organizar una contraofensiva con el objetivo de expulsar de Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos a los Aliados.

Éstos no se iban a esperar el ataque de los nacionalsocialistas, de modo que las precauciones en las comunicaciones, por parte de los militares nazis, surtieron efecto por completo, y no hubo espía que desbaratara el plan. De hecho: “La obsesión de Hitler por el secretismo nunca disminuyó. Los soldados no debían ser informados hasta la noche del ataque. Incluso los oficiales al mando de los regimientos no sabrían nada del asunto hasta el día antes.” En primera instancia, el clima, nublado en esa zona de una Bélgica que estaba plenamente nevada, inutilizó la fuerza aérea aliada, hasta que llegaron los refuerzos, como el Tercer Ejército del general Patton, y tras disiparse la niebla, se reemprendieron los ataques desde el aire y Hitler acabó perdiendo su apuesta. Poco antes, la propaganda nazi decía a su población: “La ofensiva invernal en las Ardenas, totalmente inesperada es el regalo de Navidad más maravilloso para nuestro pueblo. ¡Todavía podemos lograrlo!” Unas expectativas que también se extendían a tener opciones de reconquistar Francia pero que quedaron bloqueadas ante la fuerza aliada, por más que el número de bajas de unos y otros fuera bastante similiar, ochenta mil por bando entre muertos, heridos y desaparecidos. A lo que se tendría que añadir alrededor de ocho mil civiles muertos y desaparecidos, y más de veintitrés mil heridos; en ocasiones, por culpa de “las más de cien mil minas enterradas” y por “las trampas cazabobos, las bombas sin explotar y los explosivos abandonados por toda la región”.

Beevor detalla con mano maestra cada paso, cada error, cada iniciativa épica, durante las semanas previas al gran enfrentamiento, todo lo que protagonizan las tropas comunes y sus carismáticos líderes, los temores y suposiciones que de un lado y de otro va generando la incertidumbre de cada ataque y defensa. También desde el punto de vista psicológico e intimidatorio, como hacían los alemanes al usar sus carros de combate, efectuando disparos a diversas horas del día hasta intentar llevar a los americanos a “un estado mental casi frenético”. Pero la moral de éstos no sucumbió ante las intenciones de un Hitler que, según el autor, sabía que la ofensiva de las Ardenas iba a resultar un fracaso ya en la primera semana de combate. Y en efecto, los soldados estadounidenses resistieron con tenacidad, como uno que constituye un testimonio extraordinario por su importancia como militar y artista: J. D. Salinger, que quedaría traumatizado para siempre tras los años que sirvió en Europa, con el 12º Regimiento de Infantería, sufriendo en sus carnes cinco sangrientas batallas, incluido el desembarco de Normandía, mientras llevaba en su petate el manuscrito de la historia que estaba escribiendo, “El guardián entre el centeno”, que se publicará en 1951.

Sobre él Beevor cuenta cómo «continuó escribiendo furiosamente relatos breves durante toda aquella batalla infernal –se refiere a la del Bosque de Hürtgen, de septiembre de 1944 a febrero de 1945, al este de la frontera belga-alemana–, siempre que podía encontrar, como decía a sus lectores, “una trinchera desocupada”. Parece que toda aquella actividad sirvió al menos para aplazar hasta el fin de la guerra el hundimiento psicológico del escritor». Un superviviente que jamás volvería a ser el mismo; caso muy diferente al de un curtido Ernest Hemingway, que ya tenía experiencia bélica en la Guerra Civil Española y que acudió a Rodenburg, en Luxemburgo, deseoso de seguir lo sucedido en las Ardenas, aunque sin olvidar sus viejos hábitos alcohólicos y gamberros, como lo demuestra el hecho de que, en una casa que había pertenecido a un cura simpatizante de los nazis, se bebió “todas las reservas de vino de misa” para rellenarlas luego con su propia orina.


Publicado en La Razón, 17-V-2015

lunes, 22 de junio de 2015

Entrevista capotiana a Mª Ángeles Puche Aguilera


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Mª Ángeles Puche Aguilera.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una bonita casa en un acantilado.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero a la gente, pero los perros me producen un sentimiento muy agradable.
¿Es usted cruel?
A veces, pero solo conmigo misma.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Alegría y una buena conversación. No me gusta hablar de trivialidades, me aburren esas conversaciones.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Es inevitable que se produzca la decepción. Los amigos son seres independientes a nosotros, pero hay muchas veces que nos gustaría que respondieran como si fuéramos nosotros.
¿Es usted una persona sincera? 
Yo diría que muchísimo.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, escuchando conferencias, realizando estudios iniciáticos sobre la vida y compartiendo momentos con los amigos.
¿Qué le da más miedo?
Me produce miedo ésta sociedad de consumismo que no le deja al ser humano tiempo ni deseo para conocer nuestro ser interior.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La falta de límites de las personas, cuando se trata de justificar acciones propias.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Hubiera hecho lo que en realidad hago, trabajar como abogada, pero no limitándome a estudiar solo el conflicto jurídico, sino ir mucho más allá y escudriñar en las emociones bloqueadas en cada conflicto que llega  hasta mí como profesional. Cuando en nuestras vidas se manifiesta un conflicto jurídico, ese conflicto está denunciando emociones enfermas, que han terminado por arruinar nuestra realidad en algún sector de la misma.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Si. Esquío, camino cada día más de ocho kilómetros, me gusta nadar y jugar al tenis.
¿Sabe cocinar?
Se cocinar, pero no soy de comidas demasiado elaboradas.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Elegiría la vida y enseñanza de Cristo “ el mago”, sin detenerme en la información que de él nos han dado.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
AGAPE. Es la unión del amor y el deseo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Nunca.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Prefiero ser el artífice de mi propia realidad sin que ningún político, sea de la ideología que sea, me diga lo que puedo o no puedo hacer, lo que tengo o no tengo, lo que debo o no debo hacer.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Ser yo misma, sin limitaciones ni programas aprendidos, que provocan en nosotros respuestas automáticas ante cualquier acontecimiento, que están muy alejadas de nuestro deseo, de lo que realmente queremos.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El perfeccionismo.
¿Y sus virtudes?
La alegría.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Bueno, esta pregunta no tengo que imaginarla. Debido a un accidente estuve más de seis horas nadando en el mar y la imagen más recurrente en aquel espacio de tiempo fue “¿cuánta agua tendría que tragar antes de morir si me dejaba hundir?”.
T. M.