viernes, 31 de julio de 2015

Entrevista capotiana a Antonio Penadés

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Antonio Penadés.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una casa en la montaña repleta de libros y con vistas al mar.
¿Prefiere los animales a la gente?
En absoluto. No me gustan las masas ni los colectivos, pero en cualquier parte resulta fácil encontrar buena gente y, muy de vez en cuando, individuos fascinantes.
¿Es usted cruel?
Al tener un sentido de la justicia muy desarrollado detesto la crueldad.
¿Tiene muchos amigos?
Sí, algunos de ellos muy buenos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Entiendo la amistad desde una perspectiva aristotélica y considero requisito esencial la ausencia de interés de ningún tipo. Por lo general, además, mis amigos tienen una o más facetas que despiertan mi admiración.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
A veces ha ocurrido, aunque intento comprender conductas diferentes a las mías y, sobre todo, trato de no juzgar a nadie.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí. Puedo callar verdades pero no suelo mentir jamás.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Viajando, especialmente a lugares con un legado histórico palpable. Las sinergias que se despliegan al combinar literatura, viajes e historia son una maravilla. Disfruto también con mis hijos y conversando con amigos.
¿Qué le da más miedo?
Un accidente o una enfermedad de un ser querido.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La desfachatez con la que algunos representantes políticos mienten a los ciudadanos. Eso y la utilización con fines espurios de instituciones democráticas que son de todos.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Soy abogado, periodista e historiador; tengo por tanto una existencia muy mundana que alterno siempre que puedo con la parte imaginativa de la vida.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, me gusta y lo considero importante. Juego a tenis, a baloncesto, corro y nado.
¿Sabe cocinar?
Lo justo, apenas me atrae.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
La Historia nos brinda muchos personajes apasionantes como por ejemplo Sófocles, Pericles, Epaminondas, Alejandro Magno, Aníbal, Jaime I el conquistador, Montaigne, Lincoln, Vicente Blasco Ibáñez, Winston Churchill… Y, por supuesto, Heródoto.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Empatía, una cualidad que constituye la base de la convivencia y por tanto uno de los aspectos fundamentales que nos distinguen de los animales. También la literatura funciona gracias a la capacidad de adentrarnos en la mente del otro.
¿Y la más peligrosa?
La ambición desmedida por parte de algunos individuos y de ciertos colectivos, tal y como suele advertir Heródoto en su Historia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No hombre, no.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Rechazo las etiquetas, en especial con ningún partido o ideología. Creo firmemente, eso sí, en la importancia del correcto funcionamiento de las instituciones y en el concepto griego de isonomía, que es la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. Defiendo también la honestidad y la eficiencia en la gestión de lo público. En la página web de la asociación que presido, Acción Cívica contra la corrupción (accion-civica.org), se detallan una serie de principios y de objetivos que comparto plenamente.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Alguien que, al ejercer su oficio con honestidad y perseverancia, alcanza la capacidad de mejorar la vida de las personas de su entorno. Pienso en personas como Kapuscinski, Antonio Muñoz Molina o Jordi Évole.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Trato de eliminar los prejuicios, siempre perniciosos, pero no acabo de conseguirlo del todo.
¿Y sus virtudes?
Curiosidad por todo, interés por aprender nuevas cosas.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Los momentos más felices vividos con los míos.

T. M.

jueves, 30 de julio de 2015

Conrad y el mar de la escritura

De la máxima acción al más puro sedentarismo; de vivir en un país hostigado por todo tipo de problemas a la placentera cotidianidad aislada en el campo inglés; de un intento juvenil de suicidio por sufrir un desamor a un matrimonio sin aspiraciones pero largo y fructífero. Joseph Conrad es un ejemplo de dos vidas dentro de una misma vida: los hechos, los viajes por los océanos, fueron sustituidos por un escritorio. El primer obstáculo fue la orfandad: en la región ucraniana de Polonia donde había nacido en 1857, entonces ocupada por el ejército ruso, sus padres se habían consagrado a la lucha por la liberación, lo que les llevaría a ser condenados a trabajos forzados en Rusia y a morir en el exilio. Un tío, entonces, se ocupa del pequeño Teodor Josef Konrad Korzeniowski, en Kiev y Cracovia.

El futuro es incierto, tanto que merece una huida: en 1874, ya ha subido a un barco mercante que parte desde Marsella hacia España con un cargamento de armas para los carlistas, y cuatro años más tarde es parte integrante de la flota inglesa. En esa existencia marina se va a ir formando como persona; observa, enfrente cada día, la manifestación del bien y del mal, la miseria y la esperanza, la decisión y el azar. ¿Escribe durante esos años, hasta que los achaques le acaban por retirar de los barcos, en 1894? ¿Aprovecha para leer a sus admirados Flaubert y Maupassant? ¿Qué revelación, qué seguridad en su propio destino le lleva a inclinarse por la escritura narrativa a los treinta y siete años? Hasta su muerte, en 1924, le esperan trece novelas, dos libros de memorias y veintiocho cuentos; una de esas obras, las quinientas páginas de «Salvamento», lo acompañarán veintitrés años como una obsesión, en una reescritura mezclada de bloqueos creativos y prórrogas que se impone.

He ahí el lado más inquietante de una personalidad por lo demás exquisita: una irritabilidad, una autoexigencia creativa, que le conduce a una tensión doméstica continua contrasta con lo que dijo Virginia Woolf, quien se refería a un hombre «con los modales más perfectos, los ojos más brillantes, y hablaba inglés con un fuerte acento extranjero». La escritora apuntó que Conrad fue el autor con mayor reputación de su tiempo en Inglaterra, aunque no llegara a ser popular, y afirma: «En Conrad no hay nada coloquial, no hay nada íntimo, y no hay ni rastro del sentido del humor, al menos según se entiende en Inglaterra. Y todos estos son importantes reveses en el caso de un novelista». Y ciertamente, qué decir de la densa solemnidad de «El corazón de las tinieblas» (1902), «acaso el más intenso de los relatos que la imaginación humana ha labrado», según Jorge Luis Borges, un libro tan extraño como susceptible de diversas y atemporales interpretaciones. (De este año es también «Tifón», según Malcolm Lowry uno de los relatos cortos mejor escritos de todos los tiempos.)

La lejanía colonial

Precisamente, las citadas y veintisiete historias más se reúnen en “Narrativa breve completa”, con traducción de Andrés Barba y Carmen M. Cáceres, una gran iniciativa de la editorial Sexto Piso que ocupa más de mil quinientas páginas. El autor, así pues, sigue presente y renovando lectores gracias a las constantes traducciones de sus libros de aventuras exóticas y psicológicas. Detrás de ello se esconde, además, una personalidad modesta y elegante que merece la pena recuperar en estos tiempos llenos de caracteres artísticos vanidosos –rechazaba las confesiones sentimentales y recelaba de escritores impulsivos como Dostoievski–, como se aprecia en «Crónica personal», memorias en que explica cómo se decantó por la lengua inglesa y no por el polaco –su nombre original era Józef Teodor Konrad Korzeniowski– o el francés (también sabía alemán y ruso) ya desde su primera novela, «La locura de Almayer» (1895), dejando caer esta hipótesis: «De no haber escrito en inglés nunca habría escrito ni una sola palabra».

Bendita decisión. Lo hizo de forma insuperable en esas narraciones breves, hoy al alcance en un solo volumen, en las que la inseguridad humana en el propio hogar recibe un tratamiento delicado y hondo, como en el cuento largo “El regreso”, que recrea cómo un hombre encuentra una carta de su mujer anunciando que lo abandona; pero sobre todo escribió relatos de trasfondo marino y colonialista, como el tríptico “Entre tierra y mar”, cuyo nexo común son los mares del Índico; Josep Pla comentó este aspecto así: «Nadie como él ha transmitido la angustia que producen determinados parajes de la Tierra. La lejanía colonial, la tenacidad colonial, callada y muda, por otro lado, ha sido contada por Conrad con léxico de poeta. Es siempre lo mismo: la mezcla de lo angélico y lo diabólico». Al cenit de tal cosa llegará Conrad con el viaje de Kurtz y Marlow, lleno de paisajes de tinieblas que en el fondo, y con sólo un puñado de páginas, llega al corazón del alma humana.

El amor por las letras

A este respecto, hay un precioso pasaje del propio Conrad en su «Crónica personal» (1909) donde reconoce que una vida como la suya, en sus inicios, en primera instancia tan alejada de los ambientes intelectuales, «no constituye la mejor de las preparaciones para dedicarse a la vida literaria». Pero entonces, se corrige: «Tal vez no debiera haber empleado la palabra “literaria”. Dicha palabra presupone un íntimo conocimiento de las letras, una mentalidad y un sentimiento de los que no me atrevo a declararme en posesión. Tan sólo amo las letras, bien que el amor por las letras no hace de nadie un literato, así como tampoco el amor por el mar hace de nadie un marino». Qué escritor, en verdad, ha sabido compenetrarse de forma tan profunda y delicada, mediante la ficción literaria, con el misticismo del mar y con los antihéroes que lo transitan, de Londres a Australia, y muy especialmente por ciertos rincones de África y Centroamérica.

Considerando las constantes traducciones de sus obras, sus renovados lectores, Conrad sigue presente gracias a todo estos libros de aventuras tan exóticas como psicológicas, y la grandeza de su narrativa ha generado una influencia tan positiva como, incluso, negativa: en una entrevista de José Martí Gómez a Norman Sherry, el biógrafo de Graham Greene –éste lo eligió para tal empresa exclusivamente porque Sherry era el autor de una biografía de Conrad–, habló de cómo «algunos libros de Conrad fueron desastrosos para Greene»; fue el caso de «“El corazón de las tinieblas”, que Greene siempre aspiró a escribir. Siempre soñó con escribir algo comparable a esa obra». Por supuesto, tal intento imitativo fue un fracaso, y el escritor, que reconoció esa «influencia desastrosa», se obligó a no leer a su ídolo durante treinta años. Es esta vigencia de sus obras –cabe recordar la existencia de un libro muy particular que arroja luz a su obra a partir de sus propias reflexiones, “Nota de autor. Los prólogos de Conrad a sus obras” (Ediciones La Uña Rota, 2013)– lo que nos llevaría a parafrasear el leitmotiv bíblico del narrador de «Lord Jim» (1900) –su mejor obra, según muchos entendidos–, para decir, finalmente, que «Conrad es todavía uno de los nuestros».


Publicado en La Razón, 28-VII-2015

miércoles, 29 de julio de 2015

Entrevista capotiana a Agustín Pérez Leal


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Agustín Pérez Leal.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Algo así dificultaría mucho mi felicidad. Lo más probable es que, confinado en un lugar cualquiera, sobreviviese durante un tiempo relativamente corto. Para una temporada agradable y no excesivamente larga, cualquier isla del Mediterráneo me parece buena idea.
¿Prefiere los animales a la gente?
En general, no. Pero siempre hay excepciones.
¿Es usted cruel?
No.
¿Tiene muchos amigos?
No.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Franqueza, nobleza de carácter, generosidad, sensibilidad y alegría.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No.
¿Es usted una persona sincera?
Siempre que puedo.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Me gustan el cine, un buen concierto, el contacto con la naturaleza. Me encanta viajar. Pero habitualmente abro un libro y leo.
¿Qué le da más miedo?
La muerte de un ser querido.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Muchas cosas me escandalizan. Me escandalizan el cinismo, el abuso de poder, la hipocresía, la falta de palabra, el incumplimiento de las promesas, la doble moral, el imperio del dinero, la injusticia, la falta de solidaridad… Me escandaliza el dolor, pero más aún me escandaliza la indiferencia ante el dolor ajeno. También me escandaliza observar que poco a poco nos estamos convirtiendo en una sociedad de hipócritas que fingen escandalizarse por cualquier cosa.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No soy escritor, sino profesor de instituto. Nunca quise ser escritor a tiempo completo, ni lo intenté. Escribo en mi tiempo libre. En cualquier caso, no lo sé. Me hubiera gustado ser intérprete de música, adiestrador de animales o jardinero, pero todas esas son vidas creativas. Como la de profesor de instituto, por cierto.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Me gusta caminar.
¿Sabe cocinar?
No soy ningún experto, pero me defiendo bastante bien.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Miguel Servet.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Parusía.
¿Y la más peligrosa?
Son dos: “Sí” y “No”.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me considero de izquierdas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Nieve.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La pereza y la soledad.
¿Y sus virtudes?
El desprendimiento y la alegría.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Para empezar, agua. Mucha agua. Mi abuela Rosa en la playa de Canet. Mi padre leyendo bajo la sombrilla. Un viaje a Tella con mi madre. Un capitel de San Juan de la Peña. La risa de mis sobrinos. El “San Jerónimo leyendo una carta” de Latour y el “Tránsito de la Virgen” de Mantegna, en El Prado. Unas fresas silvestres al borde de una senda que baja del Moncayo. Unos pocos versos sueltos de Manrique, Juan de la Cruz, Quevedo, Antonio Machado, Neruda, Borges… El tacto de la piel humana. La coral “Jesus, bleibet meine freude” de la cantata BWV 147 de J. S. Bach. Unas jaras que olí cerca de Estercuel. La bahía del Mont Saint Michel. La forma de las sábanas en nuestra cama deshecha, tras una noche inolvidable. Un piso de alquiler en Belorado. Una nevada de 1996. El mar de olivos desde un balcón de Delfos. Vanessa en el “Peine de los vientos”, dejándose llevar. Otra vez agua.

T. M.

martes, 28 de julio de 2015

La mentira de la infancia

Dejemos a un lado los pormenores, extraños por cuanto pueden estar contaminados de manipulaciones o publicidad, y quedémonos con esta joya de Harper Lee, hoy ya autora de dos novelas y no sólo de aquella mítica, “Matar a un ruiseñor”, que multiplicaría su popularidad gracias a la película de Robert Mulligan, estrenada en 1962, con Gregory Peck como cabeza destacada. Sólo habían pasado dos años desde de que Lee publicara su inmortal novela y recibiera el premio Pulitzer, aunque no volviera a publicar prácticamente nada más, apenas unos ensayos, ni concediera entrevistas ni se la viera en público casi nunca. Y ahora, surge una novela “perdida” que la abogada de la escritora, Tonja Carter, encontró en el año 2011 (la editorial dice que fue el otoño pasado) en la caja de seguridad de un banco de Alabama y que complementa, ilumina, engrandece más si cabe la historia de la familia Finch en plena segregación racial.        

Lee, de ochenta y nueve años e internada en una residencia de ancianos a día de hoy, ha declarado: «A mediados de los años cincuenta terminé una novela llamada “Go Set a Watchman”. Incluye el personaje de Scout como una mujer adulta y yo creía que era un trabajo bastante decente. Mi editor, cautivado por los flashbacks a la infancia de Scout, me convenció para que escribiera una novela desde el punto de vista de la joven Scout». Y se diría que aquél fue un lector avispado, pues, en efecto, los recuerdos de una veinteañera Jean Louise al regresar al pueblo de Maycomb en el que se criara para visitar a su padre son,  en “Ve y pon un centinela”, un material inmejorable que explotar. De modo que ahora leemos la primera narración de Lee, de una increíble madurez técnica y argumental, que en realidad sería el salto de la infancia de Scout –junto a su hermano Jem (nos enteraremos de su funesto destino) y su padre abogado, Atticus, que defiende a un hombre negro acusado injustamente de haber violado a una joven blanca– a una juventud que no puede ser más crítica con el racismo duradero e institucionalizado que continúa en el pueblo de Maycomb.

Aquel Sur, racista y violento, rural y ultracristiano, sería un tema infinito para numerosos escritores relevantes del área, como Flannery O’Connor, a la que ponía enferma, literalmente lo confesó así, el amigo del alma de Lee, Truman Capote, y le irritaba el éxito del libro y la adaptación cinematográfica tanto de “Lo que el viento se llevó”, de Margaret Mitchell, como el de “Matar a un ruiseñor”: «Es un magnífico libro para niños», dijo a un conocido, de modo despectivo, cuando le preguntó sobre él. Qué pensaría de “Ve y pon un centinela” (el centinela es la propia conciencia, se nos dirá), con una Scout pretendida por su amigo Henry y que cada vez entiende menos a sus tíos, a sus vecinos y a todo lo que pasa alrededor de la llamada NAACP, la Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color, fundada en 1909 para combatir de modo pacífico la discriminación racial. En la novela, lo infantil –en “Matar a un ruiseñor” enfatizado por el punto de vista en primera persona de la niña– es sólo el recuerdo de algo enquistado, que singulariza la personalidad de Scout eternamente y que endurece el contraste con una realidad asfixiante, estática, retrógrada en la que Maycomb insiste en mantenerse.

El drama que va a vivir la adulta Jean Louise, la niña traviesa a la que apodaban Scout, ya acostumbrada a vivir en la Nueva York en la que se siente libre, va a ser profundo, implacable, demoledor, como si reconociese en su pasado una gran mentira, como si los valores con los que se había desarrollado fueran papel mojado sin reflejo en la vida tangible y respetuosa con el prójimo, sea cual sea el color de su piel. Harper Lee dosifica los flashbacks antes referidos y las situaciones con las que se enfrenta Scout con una inteligencia y sensibilidad magistrales; todo aderezado con un humor extraordinario y, sobre todo, unos diálogos que consiguen meter al lector en las discusiones encendidas, en las decepciones más desgarradoras, y que tienen a veces como grandes actores a personajes secundarios, como su tía Alexandra, tan entregada como rígida, y su tío Jack, que intenta dialogar con Scout para que ésta no juzgue duramente a su padre, el defensor de los negros sobre el que, de repente, se proyecta ahora una sombra de racismo.


Publicado en La Razón, 23-VII-2015

lunes, 27 de julio de 2015

Entrevista capotiana a Joan Margarit

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Joan Margarit.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi casa.
¿Prefiere los animales a la gente?
No.
¿Es usted cruel?
Sólo cuando escribo un poema.
¿Tiene muchos amigos?
Il n’y a pas d’amis, il n’y a que des moments d’amitié. (Jules Renard)
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Ninguna a priori.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Eso significaría una soberbia que no tengo.
¿Es usted una persona sincera? 
Cuando escribo un poema, sí.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Libre no hay nada, menos aún el tiempo.
¿Qué le da más miedo?
Perder a mi mujer, mi cabeza y mis piernas, por ese orden.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
No me escandalizo: me sorprendo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No soy escritor. Soy poeta. Muchos funcionarios, por ejemplo, han escrito más que yo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Natación.
¿Sabe cocinar?
No. Sólo lo suficiente para no pasar hambre en caso necesario.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A mi hija Joana.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Fuera de un contexto, ninguna.
¿Y la más peligrosa?
Para un poeta, las que pertenecen a los tópicos de su tiempo: creatividad, original, sueños, hojas de ruta...
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Nunca.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
De las que sean, a mi edad, una interpretación conservadora. Para no dar el espectáculo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Nada.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Tengo defectos, no vicios.
¿Y sus virtudes?
No llego a tanto.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
¿Cómo saberlo hasta entonces?
T. M.

domingo, 26 de julio de 2015

Bibliografía selecta de Edgar Lawrence Doctorow


“Ragtime”, 1975 (Puzzle, 2006)
En esta obra se aprecia bien la maestría de Doctorow a la hora de convertir en ficción la Historia. Un fresco de los Estados Unidos donde aparecen Emma Goldman, J. P. Morgan, Emiliano Zapata, Sigmund Freud o Henry Ford.

“El lago”, 1980 (Miscelánea, 2011)
Un joven, en tiempos de la Gran Depresión, escapa de su casa de Nueva Jersey hacia Nueva York, y vagabundea entre feriantes y descubre, en un tren, a una mujer desnuda que le despierta fascinación.

“La feria del mundo”, 1985 (Miscelánea, 2012)
Ganadora del National Book Award, la novela cuenta la vida del niño Edgar con marcado acento autobiográfico. Así, salen los miembros de su familia, la infancia en el Bronx, la escuela y la dureza de adaptarse a todo.

“La ciudad de Dios”, 2000 (Quinteto, 2008)
A partir de la desaparición de una gran cruz de latón que pende sobre el altar de una iglesia episcopal de Manhattan y su reaparición en el tejado de una sinagoga, se suceden reflexiones en torno a la sociedad actual. 

“Homer y Langley”, 2009 (Miscelánea, 2010)
Contada desde el punto de vista de un ciego, cuenta los avatares de una pareja de hermanos ricos que se enclaustraron en sus casas y fueron hallados muertos entre montones de objetos. Basada en un hecho real.

Publicado en La Razón, 23-VII-2015

sábado, 25 de julio de 2015

Entrevista capotiana a Sergio Berrocal Sánchez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Sergio Berrocal Sánchez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
No hallarás otra tierra ni otra mar. / La ciudad irá en ti siempre. Volverás / a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez; / en la misma casa encanecerás. / Pues la ciudad siempre es la misma. Otra no busques / –no la hay–, / ni caminos ni barcos para ti. Konstantino Kavafis
¿Prefiere los animales a la gente?
Muchas veces sí, aunque he encontrado a algunas personas increíbles.
¿Es usted cruel?
No, al menos eso intento.
¿Tiene muchos amigos?
Pocos y suficientes.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Lealtad, humor, cariño...
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Los amigos de verdad nunca decepcionan. Podemos enfadarnos, pero siempre tiene arreglo.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, pero no hasta la agresión.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Escuchando música, leyendo, escribiendo, viendo películas en mi casa, teniendo una conversación con algún amigo té mediante o alcohol mediante.
¿Qué le da más miedo?
Que se mueran las personas a las que quiero.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La maldad, por ejemplo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No sé.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Actualmente no. De vez en cuando doy paseos.
¿Sabe cocinar?
Poco.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Por decir uno vivo: José Corredor-Matheos.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Belleza.
¿Y la más peligrosa?
Verdad.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Supongo que es un tópico, pero estoy de acuerdo con él. Se lo oí decir, por ejemplo, en una entrevista a José Saramago: Todos llevamos un asesino dentro.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Izquierda desencantada.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No sé.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La soledad, el silencio, escuchar música, leer, escribir, contemplar la belleza, el tabaco, el güisqui, la pereza...
¿Y sus virtudes?
Creo ser amable y leal.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Ni idea.

T. M.

viernes, 24 de julio de 2015

E. L. Doctorow: un mundo con significado


Una de las obras más alabadas de Edgar Lawrence Doctorow, “Homer y Langley”, está inspirada en la vida de dos hermanos muy famosos en su época, los Collyer, encontrados muertos por la policía en 1947, en su mansión de la Quinta Avenida; lo curioso es que, tras derribar la puerta, los agentes se encontraron con tantas toneladas de objetos acumulados –libros, miles de papeles y periódicos, pianos, incluso un coche– que tardarían muchos días en encontrar los cadáveres. Se trataba de una historia legendaria que el autor, fallecido ayer a los ochenta y cuatro años a causa de un cáncer de pulmón, en Manhattan, recordaba de la adolescencia, cuando la fortaleza de los hermanos, uno de ellos ciego y el otro entregado a cuidarle sin salir de casa, era conocida por los vecinos y curiosos. Pues bien, esa obra puede representar atinadamente la quintaesencia de la mirada narrativa que imprimió a sus historias Doctorow: tomar la realidad histórica y modificarla hasta que lo novelístico surja beneficiado, en este caso alargando los años de existencia de los Collyer y ubicándolos en otro lugar de la ciudad, frente al Central Park, haciendo de los personajes el trasfondo de una época de Estados Unidos marcada por el jazz, la inmigración o los gánsteres.

Abundando en lo dicho: «Una novela puede nacer en tu cabeza en forma de imagen evocadora, fragmento de conversación, pasaje musical, cierto incidente en la vida de alguien sobre el que has leído, una ira imperiosa, pero, sea como sea, en forma de algo que propone un mundo con significado. Y por tanto el acto de escribir tiene carácter de exploración. Escribes para averiguar qué escribes», dejó dicho Doctorow en el prefacio de «Todo el tiempo del mundo». Si abriéramos las puertas de la narrativa de este autor criado en el Bronx e hijo de emigrantes judíos rusos, las toneladas de ideas y páginas noveladas guardarían ese anhelo por insuflar de significado el mundo propio de la fabulación que entronca con la historia y la sociedad palpables. Reacio a las etiquetas, para Doctorow esa era precisamente la misión del escritor: acoger todo lo circundante sin fronteras ni límites. Pudo así enfrentarse a escritos de variada temática e intenciones artísticas: desde “Cómo todo acabó y volvió a empezar”, sobre un pueblo del lejano Oeste a donde llega un sociópata con el fin de robar, asesinar y violar por doquier, a “Ragtime”, que recrea el tiempo previo a la Gran Guerra, tan importante frente a los cambios de orden político, sociológico o literario que el siglo iba a vivir.

Doctorow se graduaría en 1952, trabajaría en la Universidad de Columbia y sería llamado a filas como parte del Ejército estadounidense en Alemania. A su vuelta, el destino le depararía diversos empleos en el mundo editorial y un éxito como novelista gradual y ascendente. En los años sesenta y comienzos de los setenta, escribe obras como “El hombre malo de Bodie”, la mencionada “Cómo todo acabó…” y “El cerebro de Daniel”, que se acabarían traduciendo al español hace poco tiempo. Pero es “Ragtime” la que, con la obtención del premio National Book Critics Circle –le acompañará una adaptación al cine por parte de Milos Forman, en 1981–, le catapulta a un puesto de honor de las letras norteamericanas del que no se bajará. Esa distinción desde el mundo de la crítica volvería a recibirla por “Billy Bathgate” (1989), llevada a la gran pantalla por Robert Benton (con Nicole Kidman, Dustin Hoffman y Bruce Willis) y que recrea los sindicatos del crimen de las décadas de 1920 y 1930, y también por “La gran marcha” (2005), sobre cómo en 1864 el general que había destrozado Atlanta en plena Guerra de Secesión, el unionista Sherman, emprende su marcha hacia el mar junto con sesenta mil soldados y miles de esclavos liberados.

El seguidor de este “maestro de la ficción histórica”, como se le ha llamado, a veces experimental, a veces humorístico, siempre incisivo en sus tramas y disquisiciones ensayísticas –ahí están sus recopilaciones en nuestra lengua “Poetas y presidentes” (1996) y “Creadores: ensayos seleccionados, 1993-2000” (2007), tendría al alcance su último libro el año pasado, “El cerebro de Andrew”. Una novela en la que el protagonista se dirige, para contarnos sus desvelos amorosos o sus momentos más dramáticos, a un interlocutor indefinido que acaba siendo cualquiera de nosotros; no en vano, con su prosa envolvente nos obligará a cuestionar un nutrido abanico de prejuicios, consiguiendo con ello, como dijo otro grande de las letras estadounidenses, Don DeLillo, desarrollar un tema que lleva su copyright y que se sitúa en ese fluir de la realidad mayor a la realidad de la gente de a pie, que al fin y al cabo levanta todo un país: “El alcance del concepto de lo posible en Estados Unidos, en que cabe que vidas ordinarias adopten la cadencia que marca historia''.

Publicado en La Razón, 23-VII-2015

jueves, 23 de julio de 2015

Entrevista capotiana a José María Pont

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José María Pont.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi imaginación, o mejor la imaginación de un joven actor porno de éxito. 
¿Prefiere los animales a la gente?
La gente es un término que puede sonar peyorativo. Prefiero hablar de personas, Son mi animal favorito.
¿Es usted cruel?
Jamás. Mis personajes, en cambio, suelen serlo.
¿Tiene muchos amigos?
Me encantaría poder decir que sí, pero quién sabe.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
¡Ninguna! Odiaría quedarme sin ellos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Un buen amigo dispone de barra libre emocional. Los demás solo a veces.
¿Es usted una persona sincera? 
Las circunstancias mandan. Cómo dijo el gran Kurt Vonnegut, “el que crea en la telequinesis que levante mi mano”.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Con el tiempo, libre o no, hago lo que me viene en gana. Menos cuando mi mujer dispone otra cosa, lo que suele ocurrir siempre.
¿Qué le da más miedo?
Me dan tanto miedo los animales con plumas como las personas que nos amenazan con sus verdades absolutas.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Esas personas que se creen poseídas de la verdad cuando tratan de imponerla.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Me hubiera encantado ser actor profesional (actúo todos los días, pero ahora mismo tampoco me pagan por ello).
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Soy ancho de tórax, lo cual limita en gran manera mi capacidad para desarrollar actividades físicas que se puedan calificar como ejercicio. Pero pienso mucho en ello.  
¿Sabe cocinar?
Sé comer, y también beber.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Sin duda a dios, no puedo olvidarme de cómo dejó un montón de cosas a medias para las que no encuentro quién les ponga remedio.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
No hay esperanza. Hay una chica que vive en el edificio de enfrente que se llama Esperanza, si la pregunta era por ella entonces la respuesta es: tetas.
¿Y la más peligrosa?
Esperanza. Provoca dejación del presente.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Al ministro de hacienda, en varias ocasiones.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Dejadme en paz.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Siempre quise ser el consorte de una registradora de la propiedad.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Vicio es una palabra a erradicar del diccionario por su falta de significado. Hasta que alguien con autoridad decida hacerlo digamos que me hurgo la nariz con el dedo cuando creo que nadie me está mirando.
¿Y sus virtudes?
Eso deberían decirlo otros… no, mejor las digo yo, no sea que nadie diga nada. Es más, escribiré una trilogía al respecto.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
No tengo ni idea, pero puestos a pensar algo en una situación tan apurada desearía que me pasara por la cabeza la imagen de Esperanza, mi vecina.

T. M.