martes, 29 de septiembre de 2015

Una entrevista en las páginas de «La Razón»


Ayer aparecía una entrevista muy personal que me hizo desde La Razón mi querida compañera Gema Pajares, en la sección «Te leo», a propósito de mis libros viajeros de este año. En Fórcola Ediciones se puede ver toda la página en cuestión escaneada. 
La foto es de Guillem Sans.

lunes, 28 de septiembre de 2015

La muerte de toda una clase


Hay algo más importante en torno a este fenomenal trabajo sobre la Rusia de la primera mitad de siglo XX, y es que se trata de la primera vez que, en cualquier idioma, se publica un estudio sobre lo que le ocurrió a la nobleza rusa tras la Revolución. Douglas Smith ha convertido este tema tabú en el propio país, al menos hasta la Unión Soviética de Gorbachov, en un material de recuperación histórica y, mediante el relato de los años vividos por dos familias aristócratas que acaban en el ostracismo y la ruina, los Sheremétev y los Golítzin, ha logrado hacer un fresco portentoso de la sociedad de la época, fuertemente jerarquizada, y el proceso por el que las gentes acomodadas tuvieron que huir, fueron desposeídas de todo lo que tenían y en no pocas veces perdieron la vida de forma violenta.

Ciertamente, nos llegan estudios muy completos de lo que fueron los campos de concentración soviéticos –destacaría, por ejemplo, el libro de 2012 «El jefe del gulag», las memorias del ingeniero y diplomático Fyodor Mochulsky– y de las oleadas de masacre a la población civil, como el reciente «Terror y utopía. Moscú en 1937», de Karl Schlögel, pero faltaba incursionar en una clase perseguida y finalmente silenciada que aquí surge en el reverso de sus privilegios: sufriendo lo indecible. «El ocaso de la aristocracia rusa» revela así –traducción de Jesús Cuéllar Menezo– cómo la Rusia feudal repleta de campesinos en situaciones de esclavitud bajo las órdenes y la explotación de los ricos atraviesa las revoluciones de 1905 y 1917 y el llamado Terror Rojo de 1918 en contra de los «enemigos del pueblo». La solución estaba clara: acabar con todos aquellos que hubieran aplastado al proletariado, algo que sucedería en verdad desde «una mentalidad inmisericorde y maniquea que condenaba a colectivos enteros a una represión despiadada e incluso a la muerte», asevera el autor.

Éste, antaño empleado para el Departamento de Estado estadounidense en la URSS, ha tenido acceso a documentos orales y escritos de indudable valor por parte de los descendientes de todos aquellos aristócratas, componiendo uno de esos proyectos inabarcables, pues, tal como se pregunta él mismo, cómo describir el aniquilamiento de toda una clase. El hecho de seguir los pormenores de dos familias y los casos que se van ramificando –asesinatos, destierro, cárcel, exilio...– le ayudará tanto a detallar las acciones monstruosas de los bolcheviques como a explicar la forma en que distintas generaciones de nobles tuvieron que adaptarse al orden nuevo que se imponía en Rusia, primero con Lenin –él mismo de familia acomodada– y luego con Stalin.


Publicado en La Razón, 24-IX-2015

domingo, 27 de septiembre de 2015

Martin Amis: la polémica rentable


¿Con qué Amis nos quedamos, con el de los ensayos «La guerra contra el cliché», donde parecía más preocupado por realizar afirmaciones socarronas que en analizar las obras que abordaba con el rigor adecuado, o con el de «El infierno imbécil», en el que se mostró como un maestro del reportaje y la entrevista? El título lo había extraído de Wyndham Lewis, como «metáfora de la infamia humana», y de tal infamia se ocupa el Amis narrador, empleando su libertad creativa para introducirse en campos de sensible calado social. No es historiador ni un teórico de la sociología, de modo que sus provocaciones tienen que ver con el derecho de ser políticamente incorrecto. La cuestión es que a veces su narrativa no ha estado a la altura de las expectativas y la publicidad gratuita que generan los asuntos polémicos en los que gusta adentrarse. Una de sus últimas novelas, «Lionel Asbo. El estado de Inglaterra», era un enredo sin enjundia sobre el nuevo tipo de rico antisocial y el Londres actual, y su supuesta crítica social acababa siendo inocua. 

Es sobre todo en torno al islam donde se le ha acusado más de generalizaciones que buscan desautorizar todas las religiones. En «El segundo avión», artículos sobre el 11-S donde demostraba su conocimiento de la política internacional, se declaraba «antiislamista, porque una fobia es un miedo irracional, y no es irracional temer algo que dice que quiere darte muerte». Sus reflexiones al respecto sobrepasaron los libros y hasta tuvo que pedir disculpas a Salman Rushdie alrededor de unas declaraciones sobre la intervención en Irak. Y es que el prosista y el pensador Amis ya es indistinguible del Amis individuo que hace públicas sus diatribas, como sus problemas conyugales o el hecho de deshacerse agriamente de su agente literaria, esposa de su colega Julian Barnes. Un libro sobre Stalin, «Koba el temible», despertó la animadversión de historiadores al equiparar de forma simplona el comunismo con el nazismo, y activó el desprecio de las feministas por «La viuda embarazada». No cabe duda que al astuto Amis le va la marcha. La rentabilidad que saca de ello es impagable.

Publicado en La Razón, 27-IV-2015, acompañando
unas páginas de su último libro, «La zona de interés»

sábado, 26 de septiembre de 2015

El frívolo treintañero


Siguiendo la frase de Borges sobre el autor que nos ocupa –«La obra de Chesterton es vastísima y no encierra una sola página que no ofrezca una felicidad»–, diremos que Renacimiento y Acantilado insisten en darnos una dicha tras otra. Se suceden los libros desde estas editoriales de lo que parece una escritura que no acaba, que siempre divierte e ilumina desde lo paradójico y una erudición fabulosa disfrazada de simpleza. En esta ocasión el lector conocerá las “Alarmas y digresiones” (traducción de Miguel Temprano García) que el autor de “El hombre que fue Jueves” recopiló de entre sus artículos publicados entre los años 1908 y 1910 –estamos, pues, ante un Chesterton treintañero– en el periódico inglés “Daily News”. Y no le quitaremos la razón al escritor cuando, en un sorprendente prefacio, emparente las gárgolas de las catedrales con estos fragmentos “triviales”, a la sazón artículos “caóticos”, en una de esas comparaciones que sólo se le hubieran podido ocurrir a él.

Imprevisible y siempre desconcertante, Chesterton ironiza sobre el naturalista Thoreau defendiendo la idea –él, un hombre que adoraba Londres– de que es preferible “la filosofía de los adoquines y el cemento a la filosofía de las berzas”, pone en el mismo saco los postes de telégrafo y la democracia, se postula más medieval que moderno, como era habitual en él, y en general recrea sus paseos por calles y estaciones de tren y los diálogos que allí proliferan. Un Chesterton este especialmente “frívolo”, que lamenta el hecho de que el queso quede en el olvido para la literatura europea, que va aportando cuentecillos de duques y pueblos, divide a la gente en tres clases (de pueblo, poetas, y profesores o intelectuales) y afila sus garras más sarcásticas cuando tiene objetivos tan vulnerables como los delirantes miembros del “Manifiesto futurista”. 

Publicado en La Razón, 24-IX-2015

viernes, 25 de septiembre de 2015

Carmen Balcells: el poder de la intuición


Entrar en la Agencia Literaria Carmen Balcells, un piso noble de techos altos, balcones que dan a la avenida Diagonal barcelonesa, salas llenas de retratos de autores de fama universal y estanterías con manuscritos encuadernados, impone e impresiona. Sus paredes encierran pura historia de la literatura española e hispanoamericana, y la puerta siempre está abierta a darle continuidad a ello, pues nunca se sabe qué futuro premio Nacional, Príncipe de Asturias, Cervantes o Nobel emerja de repente a partir de un envío fortuito: unos cincuenta nuevos textos a la semana llegan por distintas vías a la todopoderosa agencia, todo un imán para los autores más relevantes. Por algo Manuel Vázquez Montalbán llamó a Carmen Balcells «superagente literaria» al conseguir derechos que antes le estaban vedados a los escritores y convertir a muchos de ellos en profesionales de la literatura.

Una mujer capaz de ir a buscar a Juan Carlos Onetti a un Montevideo dictatorial, capaz de convencer a un joven Mario Vargas Llosa en Londres de que tenía que concentrarse en la escritura únicamente, capaz de animar y cuidar a Ana María Matute para que esta pudiera escribir tras un largo silencio..., no responde al perfil común de una agente literaria; es alguien que, ganándose el afecto del autor que de repente le entusiasmaba –Gonzalo Suárez en sus inicios, al igual que Luis Goytisolo, Juan Marsé o Eduardo Mendoza, por mencionar varios que jalonaron sus propios comienzos profesionales–, empatizaba hasta el trato maternal: para García Márquez era la «Mamá grande», y Gustavo Martín Garzo le dedicó su libro «Todas las madres del mundo». El escritor vallisoletano había deslumbrado a Balcells con su novela «El lenguaje de las fuentes» (1993), pero su figura lo abrumaría de tal modo que la abandonaría un tiempo antes de volver con ella.

Dicen que fue una mujer ambiciosa o con deseo de poder, de carácter a veces difícil, exigente y contundente en la distancia corta, sin menoscabo de su cercanía y proteccionismo de cara al autor, pero sobre todo con una astucia sin igual para localizar el talento: un sexto sentido que la convirtió en la más importante en su oficio en todo el mundo hispanohablante. De ello podría hablar Guillem d’Efak Fullana-Ferré, curiosamente hasta hace una semana director de la Agencia Balcells tras dos años en el puesto. Este gestor cultural con formación como historiador contó una vez que, a sus treinta y ocho años, le citaron en la agencia y él asistió, atónito, a cómo Carmen y un abogado hablaban entre ellos sin apenas reparar en él, hasta que por fin ella le preguntó sobre sus antecedentes laborales. Aquella era la manera en que Balcells –el invitado lo entendería más tarde– sonsacaba información: con situaciones poco convencionales donde ponía en marcha su intuición. Ésta le diría al poco que D’Efak tenía que ser no sólo el director, sino el sucesor de un modo de entender la agencia; de tal modo que el joven casi vivió durante dos meses en ella junto a la maestra, viéndola preocupada por el hecho de que su legado siguiera a buen recaudo. Ahora, su muerte, al tiempo que hace de esta leridana una leyenda más grande de lo que ya era, abre esa interesante incógnita.


Publicado en La Razón, 23-IX-2015

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Publicación de “Los tres dioses chinos”

¿Indicará esta estatua-diosa de Repulse Bay, en Hong Kong, con su mano, algo sobre mis"tres dioses chinos"?

Tengo la inmensa satisfacción de ver cómo hoy ya está listo este libro tan y tan especial para mí, publicado por Fórcola Ediciones, que nació a raíz de un largo viaje hace dos años desde Nueva York y acabó en Hong Kong. Estas dos ciudades enmarcaron lo que fue un viaje turístico a Pekín, Xian y Shanghái acompañado de tres personas más. Viaje que, irremediablemente, tenía que irse convirtiendo en diario en ruta de lo que veía y pensaba, y a la vuelta, hacerse crónica: itinerante, histórica, cultural, literaria y, sobre todo, autobiográfica, pues el tránsito a tierras remotas devino en última instancia adentramiento íntimo, viaje interior, memoria de vida.

Texto de contracubierta:

China, civilización inabarcable y siempre asombrosa, no deja de ser desconcertante para los occidentales por la riqueza de sus matices: monumental en sus tradiciones milenarias a la vez que poderosa y ferozmente capitalista. Todas estas facetas se abren paso en las páginas viajeras de Toni Montesinos. Con frecuencia irónico y a veces poético, Los tres dioses chinos destila a modo de diario, con finura y desenfado, las emociones del viaje hacia Oriente, transformando en crónica literaria la visita aparentemente turística a Pekín y Xian, cunas de la China ancestral, y a Shanghái y Hong Kong, emblemas de la sofisticación ultramoderna. Sus páginas suponen además un tránsito que la ulterior escritura hace a lomos de evocaciones sobre la paternidad, el enamoramiento, la muerte o la literatura, que ponen al autor en contacto con el sentido de la vida: con sus recuerdos y anhelos personales, sus pasiones y temores más íntimos.

Una lectura sobre Montaigne, una evocación televisiva de Marco Polo, un detalle artístico oriental son el detonante de meditaciones que llevan al viajero y al poeta a reflexionar sobre la verdadera razón de todo del viaje: el encuentro con uno mismo, mientras contempla jardines, templos o rascacielos, o se duele de la historia de los lugares singulares que encuentra en cada nueva etapa.

Toni Montesinos, habitual cronista por Europa y América, esta vez emprende viaje «más allá de Siberia», hacia Extremo Oriente, donde topará con el «misterio» de los tres dioses chinos. Sus páginas, que desvelan una constante curiosidad no exenta de melancolía, están trufadas de confidencias y desgarros interiores sobre la sensualidad, la violencia, la música o el cine, configurando todo ello un libro ameno y conmovedor en el que no faltan los paseos por la Gran Muralla, «el mayor cementerio del mundo», o el asombro ante los Guerreros de Terracota del emperador que deseó la más suprema inmortalidad.

martes, 22 de septiembre de 2015

Un avance acerca de “Los tres dioses chinos”

¿Indicará este cartel cómo conocer a los tres dioses chinos, 
que, por cierto, nada tienen que ver con lo religioso?

Mañana día 23 estará en librerías Los tres dioses chinos. Un viaje a Pekín, Xian y Shanghái, desde Nueva York y hasta Hong Kong, que ha editado maravillosamente Fórcola Ediciones, incluyendo 75 de mis fotografías (algunas de las cuales componen el cuadernillo a color que hay a mitad de libro). La semana pasada, el periodista y narrador Tino Pertierra me pidió ciertas consideraciones sobre mi escrito oriental, con el que compuso un artículo titulado “Un viaje fascinante”, y que publicó el suplemento de cultura de La Nueva España. He aquí, pues, un aperitivo de mi crónica viajera, mi tránsito interior, mi autobiografía sentimental en el que fue un itinerario lleno de asombros.

lunes, 21 de septiembre de 2015

París, la capital de las luces


París fue la Ciudad de la Luz –esto, prosaico: por haber sido una de las primeras en Europa en dotar a sus calles de alumbrado público, por orden de Luis XVI– y la capital de las Luces –esto, poético: por hacer que la cultura y la evolución científica iluminaran la razón– en un siglo XVIII de progreso, de individualismo, de optimismo, que marcará el destino de la historia y pensamiento europeos. En él se concentra Marc Fumaroli, justamente en esos cien años que van desde los tratados de paz de Francia con Inglaterra y Holanda hasta el derrumbe del Imperio napoleónico, en 1814, pero con una perspectiva muy particular: la de glosar el paso por París de aquellos extranjeros que fueron relevantes por sus relaciones personales. 

Es el París de la alta sociedad y los salones, de los filósofos y moralistas provocadores que se convierten en toda una atracción, en una ciudad en que “la diplomacia lo impregna todo, porque ese siglo buscó apasionadamente una paz civilizada que sabía frágil”, apunta Fumaroli; una paz ligada a las bellas artes, a la República de las Letras –concepto muy frecuentado por el autor– y a todo aquello que resulta remarcable en ambientes como la corte, la moda, el teatro o la arquitectura. “Un apetito irresistible de vida civil, de relajación y de felicidad se apodera de París. El impulso adquirido entonces irá pasando de generación en generación hasta 1789”, remarca el historiador en una breve introducción orientada a presentar los parabienes de una sociedad en la que la universalidad del idioma francés es preponderante –como lengua de cultura, conversación y epistolar fuera de sus fronteras–, y el poder de la prensa y el glamur aristocrático, vinculado estrechamente con escritores, artistas o músicos, se asoman con inusitada fuerza. El París, en definitiva, de la Ilustración.

Relaciones fructíferas

Al arribo a esta ciudad de encantos irresistibles responde “Cuando Europa hablaba francés” con las pequeñas historias de personas foráneas que contactan con personalidades locales de gran calado. Muchas de ellas serán desconocidas para buena parte de lectores. Así, el primer capítulo presenta al abate veneciano Antonio Conti, “filósofo, matemático, poeta, ensayista, un sabio universal que se cartea con Newton y con Leibniz”, y al conde de Caylus, joven militar, hombre de mundo y “arquetipo de las Luces francesas” que quedó en el olvido por culpa del odio y marginación que le profesó Diderot. La relación del abate y este joven de buena cuna nacerá y se afirmará gracias al espíritu que empapa la época: el cosmopolitismo, el enciclopedismo y la sociabilidad, dice Fumaroli. Una sociabilidad que tiene tanto de intelectual como de amorosa –cómo no evocar a Madame de Stäel con sus amantes escritores y políticos–, y que en este caso conecta a Conti con la madre de Caylus, sobre la que escribió unas cartas aquí transcritas que demuestran su hondo afecto y admiración por ella.

Esta es la intención de Fumaroli: colocar delante las piezas de una amistad o convivencia para que, a modo de colofón, los documentos escritos sobre los protagonistas vivifiquen los pasajes biográficos e iluminen la época, el lugar, los acontecimientos. Otro ilustre afrancesado, Anthony Hamilton, escritor inglés apreciado por el crítico literario Sainte-Beuve, y el conde de Gramont, representarán una pareja unida por la vida convertida en escritura, de tal modo que la obra maestra del autor inglés son las “Memorias del conde de Gramont”, publicadas seis años después de la muerte de este gentilhombre curtido en mil batallas; todo un éxito hasta la Revolución, refiere el autor, que aporta un escrito de Hamilton en torno a la voluptuosidad. Exquisitez ensayística, finura en el trato, solemnidad de cara a la grandeza del prójimo surgen como temáticas y detalles en los pasajes dedicados a estos y otros personajes, como el inglés Henry Saint John, vizconde de Bolingbroke, un libertino de mensaje político ambiguo, o Eugenio, príncipe de Saboya-Carignan, de los cuales se añaden algunas de sus cartas.

Políticos y escritores

Lelio y Marivaux, Hermann-Mauricio de Sajonia, mariscal de Francia, Federica Sofía Guillermina y Francesco Algarotti (hermana y “latin lover”, además de diplomático, cercano al rey Federico II de Prusia, respectivamente), Charlotte-Sophie d’Aldenburg, condesa de Bentinck y dama famosa en toda Europa que nunca estuvo en París, “pero no por ello fue menos francesa”, el escritor y político británico Horace Walpole y madame du Leffand, que a tantos enciclopedistas acogió en su célebre salón, Catalina II de Rusia y Federico II con Voltaire como corresponsal… Se suceden las personalidades de máximo rango histórico, configurando una Europa que, ciertamente, se comunica en francés –cuán crítico es Fumaroli en la introducción por cómo su país se ha mostrado pasivo ante la oleada imparable y global del inglés– y en la que predominan las alianzas matrimoniales entre dinastías reinantes y juega un gran papel seducir a las cabezas pensantes francesas para divulgar ideas desde otras cancillerías.

De este tipo de estrategias sociopolíticas y de alta alcurnia sabría mucho otro de los invitados al libro: Lord Chesterfield, un “gran señor whig francófilo” y emisor de unas cartas que dirige a su hijo Philip que son todo un clásico de las letras británicas, amén de amigo de Voltaire y Montesquieu. Y lo mismo Benjamin Franklin, cuyas amistades contraídas en Francia le llevarán a representar frente al Gobierno galo al nuevo Estado federal que estaba en proceso de composición. Pero, claro está, las luces presuponen algunas sombras, o quedarse cegado ante la rotundidad de los cambios; de ahí que Fumaroli también aluda al “estrabismo de la Ilustración” en las páginas dedicadas a Friedrich Melchior Grimm, poniendo el acento en el otro gran factor aparte de la filosofía en el Siglo de las Luces: la frivolidad. 

Publicado en La Razón, 17-IX-2015

sábado, 19 de septiembre de 2015

Entrevista capotiana a Alejandro Duque Amusco


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Alejandro Duque Amusco.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Donde ya vivo, en mi cuarto de trabajo y de estudio, donde paso la mayor parte del día. En mi cuarto leo, escribo, oigo música y duermo. Por eso he dicho alguna vez, y adviértase que recurro al humor al decirlo, que “Mi cuarto es mi verdadera patria”.
¿Prefiere los animales a la gente?
Me agradan los animales. El caballo es mi preferido. Pero mi interés máximo son las personas, que permiten uno de los más refinados placeres que puede haber en esta vida: la conversación. La persona es justamente el animal que conversa.
¿Es usted cruel?
Pasé de niño en el campo largas temporadas y no fui ajeno, con otros niños, a la crueldad infantil. Teníamos a la vista la mejor maestra en crueldad: la naturaleza. Lo he tratado en un poema que se titula “Gorriones en la siesta”. Está por hacerse todavía una antología de “poemas de la crueldad”, que sería realmente impresionante. De todos modos, y la psicología lo corrobora, el niño cruel hace al adulto inocente.
¿Tiene muchos amigos?
Gente conocida, muchísima. Muy numerosos, los “saludados”, que decía Josep Pla. Pero los grandes amigos, los amigos de verdad son siempre pocos.  
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La comprensión unida a la inteligencia.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Nunca, en ningún caso. Un buen amigo lo es, pase lo que pase, de modo incondicional.
¿Es usted una persona sincera? 
Puedo ser sincero con personas de mucha confianza y si encuentro las palabras adecuadas para serlo. La sinceridad cuando es hiriente se convierte en algo feo, bajo, desagradable. Esa sinceridad no me interesa. La verdad que mata a la larga deja de ser verdad.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Una de mis ocupaciones preferidas es escribir cartas. Cartas largas, y no los telegráficos y chispeantes e-mails de hoy. La carta larga, demorada, nos permite establecer un contacto muy estrecho con quienes están lejos. 
¿Qué le da más miedo?
Esa forma de violencia latente que es la estupidez humana. En un gobernante o en la clase dirigente puede tener consecuencias devastadoras.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Todo aquello que contribuye a dañar la inocencia. No solo la de los niños, también hay adultos candorosos.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Como poeta escribo poco y publico aún menos. Apenas tengo conciencia de escritor. Así y todo, escribir, aun del modo espaciado e intermitente que digo, se ha convertido para mí en una “segunda naturaleza” y ya no puedo desprenderme de ella. No concibo una vida, fuera de mí, que no esté unida al cielo o al infierno de la escritura. 
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
De joven, el fútbol. En campo grande. Ahora, como forma de mantenimiento, la natación.
¿Sabe cocinar?
Todo mi arte culinario se reduce a la preparación de un postre delicado y riquísimo: el tiramisú. Fuera de ahí, casi nada más.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Hoy por hoy, la decisión la tendría muy clara. Me interesa mucho la vida del descubridor de las ruinas de Troya, el arqueólogo Heinrich Schliemann, que con una fe extraordinaria en la palabra de Homero y tomando al pie de la letra las descripciones del poeta, sacó a la luz los restos de aquella mítica ciudad.  Schliemann significa el cumplimiento de una vida a través del amor al maestro, de la fe en él y de la tenacidad.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Tal vez la palabra: “Promesa”, que es como una puerta que se abre.
¿Y la más peligrosa?
La palabra: “Imposible”, que, tomada como reto, puede inducir a violencia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, pero “todos somos asesinos”, como afirma el verso de Wallace Stevens. Basta que se nos exponga a una tensión extrema, de vida o muerte, para que se despierte el animal que llevamos dentro. Ojalá nunca me vea en tal circunstancia.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me inclino por los partidos de signo social y progresista, y en los que el ciudadano ocupa el centro del debate político. Pido a un dirigente realismo, eficacia, honradez, sabiduría, humanidad; de quijotismo, nada.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Desde luego, cualquier “cosa” que no tuviera vida, para no sufrir. No estaría mal, por ejemplo, ser un trozo de roca, granito o cuarzo. En algo parecido pensaría Rubén en su célebre poema al elogiar “la piedra dura”, porque esa ya no siente. Estoy con Rubén.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Mi vicio confesable es la cerveza. Una jarra bien echada, rubia, fría, con su dedo de espuma, es la tentación en la que más me gusta caer. Dos jarras mejor que una.
¿Y sus virtudes?
Hasta donde uno se conoce, diré que suelo ser comprensivo, demasiado comprensivo y compasivo ante los fallos de los demás. Bien es verdad que empiezo a creer que tanta comprensión es más un defecto que una virtud.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Puestos a dejarse llevar por la imaginación, estaría bien poder ver todos los rostros de las personas queridas, uno tras otro, sucesivamente, y con una sonrisa. No habría mejor adiós a la vida.

T. M.

viernes, 18 de septiembre de 2015

Mi Palés Matos en el blog de A. Rivero Taravillo


Foto: Palmeras en San Juan frente al brillante Atlántico –como las de la bella portada de mi antología de Palés Matos– un día de viento este julio


Antonio Rivero Taravillo, en su fecundo blog Fuego con Nieve, siempre estimulante de lecturas y poemas, dedicó unas amables palabras a mi reciente antología del poeta puertorriqueño Luis Palés Matos. El libro, por cierto, fue presentado en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, el julio pasado, con la compañía en la mesa de la gran especialista en el poeta, Mercedes López-Baralt. Un acto maravilloso que me hizo muy feliz, en un lugar precioso del Viejo San Juan, al que asistieron algunos de los intelectuales de la isla más internacionales y que más admiro.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Atlas literario europeo


“Un viaje por la narrativa de los siglos XIX y XX”, lleva por título este grueso volumen de la crítica literaria y traductora Mercedes Monmany (Barcelona, 1957), que recoge muchos años como investigadora y reseñista y que, además del grandioso abanico de autores que muestra, lleva un prólogo de Claudio Magris. Éste destaca el amor de la ensayista por sus lecturas y el consecuente resultado de enriquecer con ello las vidas de los demás, a partir de «esta “summa”, a la vez orgánica y fragmentaria». Y en efecto, Monmany ha tenido la habilidad de entregar cientos de textos, breves en su mayor parte, y con el nexo común de pertenecer a la literatura europea, dividiéndolos en secciones geográficas y, por lo tanto, artísticas y espirituales.

Imposible destacar unos pocos autores de entre una nómina de trescientos, pero sí cabe señalar la especial querencia de Monmany por las letras italianas y centroeuropeas. Otros apartados nos llevarán por escritores sobradamente célebres y algunos otros que apenas son conocidos entre el lector español, y recorrerán los países nórdicos, Rusia, Irlanda, Gran Bretaña, Holanda, Alemania, Israel, Francia, Portugal y Turquía. Siempre a la búsqueda de desentrañar los misterios de las más grandes obras literarias y, acaso más importante, de encontrar “pequeños y fugaces diamantes escondidos”, como dice en la página 94 a raíz de un libro de Izraíl Métter, que el tiempo ha apartado y que el buen lector puede lograr recuperar del olvido.

martes, 15 de septiembre de 2015

Entrevista capotiana a Joaquín Campos

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la «entrevista capotiana» con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Joaquín Campos.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una habitación con ventana y vistas a la naturaleza, ya sea mar o montaña, con librería, una mesa para poder escribir, una silla cómoda y un armario repleto de vinos.
¿Prefiere los animales a la gente?
Lástima que la zoofilia aún no sea de mi agrado, que si no…
¿Es usted cruel?
Creo que no, pero para un progre seguramente lo sea. Por eso la crueldad, y tantos y tantos calificativos, no sólo dependen de uno, sino de lo que piensen los demás sobre ti.
¿Tiene muchos amigos?
Me sorprende la calidad humana de la cantidad de amigos que atesoro, cuando cada vez soy más huraño y distante. Eso sí, en este duro camino de la vida he ido soltando lastre de tanto en cuando, limpiando la bodega de escoria, asunto muy necesario si de verdad quieres conocer a gente interesante y tener tiempo para ellos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Muchas. Pero esencialmente que me resulten interesantes; que me ofrezcan algo si no nuevo, al menos poderoso. Eso con respecto a los amigos. Ya que con respecto a las amigas, aparte de lo anteriormente exigido a los hombres, aprecio que no se quieran acostar conmigo.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Casi nunca. Ya le he dicho que cuando noto errores flagrantes me desprendo de ellos. Que así hago sitio para otros nuevos.
¿Es usted una persona sincera? 
Absolutamente. Y lo sé porque en mi vida anterior no lo era.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No tengo tiempo libre. A no ser que considere tiempo libre todo lo que hago diariamente: ir al mercado, cocinar, escribir, leer, pasear, beber, visitar casas de masaje.
¿Qué le da más miedo?
Dejar de ilusionarme.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandaliza la gente que tira su vida por la borda y te quiere hacer partícipe de sus planes para pasar el fin de semana juntos.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ser músico.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino cinco o seis kilómetros diarios. No me gustan los gimnasios y mucho menos sus moradores. Y hasta hace poco nadaba muy de vez en cuando, pero acabé mucho más harto de los nadadores empedernidos y uniformados hasta el último detalle que del mortífero cloro que arrasaba mis ojos y fosas nasales.
¿Sabe cocinar?
Amo la cocina. En realidad soy chef. Y de los que visita el mercado a diario. Tengo la inmensa suerte de poseer una profesión única, ya que cuando das bien de comer la gente se te entrega mucho más que el ya deudor ante el director de banco que le acaba de endosar una hipoteca a 35 años. Creo que dar bien de comer es una bendición para el que lo recibe. Si follas y cocinas bien tienes media vida resuelta. Porque la gente no anda sobrada de placer.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A José Val del Omar.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Ilusión. Y solamente la ilusión propia, nunca la ajena y muchos menos la colectiva. Aunque muchos preferirán el vocablo visa.
¿Y la más peligrosa?
(Cobrar el) Paro.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No me interesan los centros penitenciarios. Sólo de pensar que me voy a pasar treinta años en una celda se me quitan las ganas de matar.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Con el tiempo tengo la sensación de que la política es la máxima expresión del ego. ¿O es que alguien se cree que un tipo que quiere dirigir a toda una nación es una persona psicológicamente normal?
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Cuando había cartas, cartero, por la tremenda curiosidad que me producía el imaginarme abriendo correspondencias ajenas, hurgando en buzones, imaginándome otras vidas. Pero repito: no hay nada que realmente quisiera ser aparte de escritor. Pero ya puestos si hubiera sido músico sospecho que también habría sido feliz. Salvo si hubiera formado parte de alguna de las nefastas bandas que arrasaron el panorama cultural-musical español en los años 80 que aún, a día de hoy, seguimos recordando en España, país anclado y casposo, y lo que te rondaré morena. Hablo de La Movida.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Beber vino tinto a diario.
¿Y sus virtudes?
Podría decir que beber vino tinto a diario es una virtud, pero los médicos no comparten la misma idea. A ver… Mi mayor virtud no sé exactamente cuál es, aunque detecto que haber conseguido ponerme a escribir con 30 años y a publicar con 40, mientras cocinaba, debe estar entre mis mejores virtudes. Aunque imagino que mi círculo de amigos, enemigos y conocidos sabrá mejor que yo las virtudes que atesoro.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Soñaría que me ahogo en vino tinto, monastrell yeclano recién vendimiado, y se acabó lo que se daba.

T. M.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Agatha Christie, 125 años de inmortalidad


El 15 de septiembre se celebra el 125º aniversario del nacimiento de Agatha Christie. Se reeditan cinco de sus novelas más importantes al hilo de otros actos sobre la autora más vendida de la historia.

Foto: Londres hace dos años

Agatha Christie
“Diez negritos”, “Asesinato en el Orient Express”, “Muerte en el Nilo”, “El asesinato de Roger Ackroyd” y “Un cadáver en la biblioteca”, Espasa Calpe, 14,90 euros

Hace doce años ya, el por entonces joven sello editorial Debolsillo acometía un estimable proyecto: lanzar la Biblioteca Aghata Christie, la obra completa de la autora británica en ediciones en rústica. Se trató de cuarenta volúmenes, cada uno de los cuales incluía dos o tres novelas, y que ponía la prolífica carrera literaria de la «reina del crimen» al alcance de la mano. Era la respuesta a la actualidad permanente de la novelista, traducida a docenas de idiomas en todo el mundo y con un cantidad desorbitada de millones de ejemplares vendidos, más si cabe cuando el cine, la televisión y el teatro –“La ratonera” celebró hace años las veinticinco mil funciones, desde su estreno en 1952– han divulgado sus tramas detectivescas, sus crímenes misteriosos y la habilidad de Hércules Poirot o la señorita Marple para encontrar siempre al culpable de los crímenes más complejos.

Ahora, otra editorial, Espasa Calpe, coincidiendo con los ciento veinticinco años transcurridos desde que Christie naciera en Torquay, en la costa sur inglesa, en el condado de Devon, el 15 de septiembre de 1890, reedita cinco de sus novelas más conocidas: “Diez negritos” (su historia más vendida, se calcula que cien millones de ejemplares; de ella la BBC estrenará este otoño una nueva adaptación), “Asesinato en el Orient Express” (célebre también gracias a la gran película de Sidney Lumet de 1974, con una pléyade excelsa de actores), “Muerte en el Nilo” (con Peter Ustinov como Poirot en la gran pantalla), “El asesinato de Roger Ackroyd” (el primer gran éxito de Christie, en 1926) y “Un cadáver en la biblioteca” (en esta ocasión con Miss Marple). Un puñado de historias dentro de una nómina literaria impresionante: sesenta y seis novelas, una autobiografía, seis libros con el seudónimo “Mary Westmacott”, una crónica de un viaje a Siria, dos libros de poesía, otro de poemas y cuentos infantiles, una docena de obras de misterio para el teatro y la radio, y unos ciento cincuenta relatos.

Hallazgo de escritos nuevos

A todo ello se le han ido añadiendo verdaderos hallazgos imprevistos, como el reciente “El gran tour” (editorial Confluencias), volumen prologado por el nieto de la escritora, Mathew Pritchard, y que refleja el viaje de diez meses alrededor del mundo que la escritora hizo en 1922 con su primer marido, quien tenía el encargo de una misión comercial para promover el Imperio británico. Así, se recogían en el libro, ilustrado además por fotos, postales originales y recortes de periódicos, las cartas que semanalmente Christie enviaba a su madre y en las que le contaba mil y un detalles de los sitios tan exóticos con los que se iba topando: África del Sur, Australia, Nueva Zelanda, Hawái, Canadá... Ocasión esta para conocer aspectos de la vida de la escritora en verdad curiosos, como su afición por el surf, desde que disfrutara de un mes de vacaciones en Honolulu, viajando por las Fiji y otras islas. Un deporte que encontró sencillo y divertido pese a que las primeras experiencias fueran peligrosas por el mal estado del mar, el sol le abrasase la piel y sufriera una neuritis en el hombro que no la dejaba ni dormir.

Escritos inesperados, pues, que aparecen al calor de lectores nuevos, dado que cada generación ha seguido leyendo las entretenidas tramas de una autora que hasta resucitó hace escasas fechas, por así decirlo, gracias a la novela de Sophie Hannah “Los crímenes del monograma” (Espasa Calpe). Esta autora especialista en “thrillers” psicológicos de éxito internacional, en efecto, sería la elegida para retomar el personaje de Poirot, que había muerto en la novela «Telón» –poco después moría Christie, en 1976– y escribir una secuela del detective belga más refinado y perspicaz, conocido por su cuidado bigote y sus modos tan exquisitos como contundentes. El resultado, excelente, ofrecía una trama que verdaderamente podría haber firmado la propia Christie, dada la calidad narrativa de esa autora de Manchester, y la fidelidad a los patrones argumentales y características que el buen lector conoce propios de Poirot; de tal modo que presentaba un enorme caudal de enigmas en cada capítulo, en torno a los cuales se incorporaban más y más personajes –todos inocentes, todos sospechosos– hasta que, mediante un ritmo frenético de disquisiciones que enganchaban al lector de principio a fin, aparecía el sorprendente culpable.

Cóctel de drama y fama

Poirot había surgido en una novela que muestra a una víctima envenenada, «El misterioso caso de Styles». La escribe la que ya ha dejado de ser Agatha Mary Clarissa Miller, su nombre de soltera, para pasar a llamarse Agatha Christie tras casarse en 1915 con el piloto de aviación Archibald Christie; él combate en la Gran Guerra y ella trabaja como enfermera voluntaria en la farmacia de un hospital. Unos inicios difíciles que eran la continuación de otros también poco afortunados. La autora pierde a su padre, con once años, en 1901, pero el declive económico que acompaña la tragedia tendrá una curiosa solución: ella y su madre alquilan la casa en invierno y pasan ese tiempo en Egipto, con lo que pueden ahorrar dinero y retomar su vida social a la vuelta. Agatha escribe y escribe, sufre varios rechazos editoriales y se dice que casi está a punto de olvidarse de su vocación, sobre todo al acabar la guerra, cuando debe cuidar de su madre y ya ha nacido su hija Rosalind. Pero entonces, en 1920, encuentra una editorial que confía en sus relatos e incluso recurre a los servicios de un agente literario, Edmond Cork, al que será fiel toda la vida.

La fama que le reporta «El asesinato de Roger Ackroyd» queda empañada por un drama personal, sin embargo: la madre fallece y el marido la engaña con su secretaria. El divorcio es inevitable, al cabo de dos años, y persiste a solas en escribir, ahora bajo seudónimo obras de trasfondo sentimental, al tiempo que realiza adaptaciones teatrales de sus relatos y materializa su deseo de ir a Oriente. Será en pleno viaje que conocerá a Max Mallowan, un arqueólogo quince años menor que ella y con el que contrae matrimonio en 1930. Es la época de la génesis, en «Muerte en la vicaría», de la solterona Miss Marple, así como de las novelas que precisamente ahora relanza Espasa Calpe, llevadas al cine con relativo agrado para la autora, que sólo aprobó de verdad la versión de Billy Wilder de «Testigo de cargo».

Por desgracia, la felicidad dura poco. Como antaño, en una nueva casa la Segunda Guerra Mundial la separa de su marido, y vuelve a otra farmacia militar sin dejar no obstante de escribir. Se suceden «Un cadáver en la biblioteca», «Cianuro espumoso», «Sangre en la piscina»... Ya convertida en toda una leyenda, un icono de la literatura popular en todo el mundo, en 1971 es condecorada por el Imperio Británico. Una vida apasionante que podrá conocer quien se haya acercado a Londres estos días, donde se exhibe, en la Bankside Gallery y con el título de “Agatha Christie: Unfinished Portrait”, una serie de fotos inéditas de la colección privada de Christie; lo cual se completa con el International Agatha Christie Festival, en Torquay, donde se llevarán a cabo obras de teatro, conferencias, talleres de escritura o incluso demostraciones culinarias en torno al legado de una autora que acaba de cumplir ciento veinticinco años de vida.

Publicado en La Razón, 13-IX-2015

domingo, 13 de septiembre de 2015

Entrevista capotiana a Rolando Revagliatti

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Rolando Revagliatti.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una casa grande, moderna, cálida, con varias habitaciones y otros espacios,  una pileta de natación, un quincho, en el centro de un predio muy amplio, con plantas y árboles y animales.
¿Prefiere los animales a la gente?
Sí.
¿Es usted cruel?
No.
¿Tiene muchos amigos?
Siempre tuve varios amigos. Diversamente intensas, esas amistades. La categoría “amigo íntimo” ha caído en desuso: hace justo dos décadas se extinguió el vínculo con mi último amigo íntimo.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Buscar, en este caso, no sería para mí un vocablo apropiado. Valoro la integridad, el tacto, la confianza, la discreción.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Ha sucedido en numerosas ocasiones.
¿Es usted una persona sincera?
Sí; procurando, como se dice, no herir susceptibilidades.  
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Mientras sea acompañado por la mujer con la que sostengo un romance desde hace más de treinta y cinco años…
¿Qué le da más miedo?
La decadencia; no morir imperceptiblemente y dentro de pocos años.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Muchas veces me he percibido escandalizado por el  psicopático accionar de los poderosos (países, empresas, personas).
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No me cuento entre los que decidieron convertirse en escritores. He tenido sí formación artística e intelectual en mi juventud. No han carecido de premeditados sesgos mis iniciativas. Por diversos andariveles he llevado una vida (bastante) creativa. No sé qué habría hecho si no la hubiera sentido así; pero lo que sea que hubiera hecho, lo habría perfeccionado.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
No hacerlo es una de las tantas mortificaciones con las que me asola mi neurosis.
¿Sabe cocinar?
No. Y cuánto me enorgullecería por lo menos saber cocinar cinco o seis comidas elaboradas. Pero no tengo disposición. Y envidio a los que la tienen. (Como envidio a los que saben nadar, bailar, cantar, arreglar artefactos, solucionar percances de orden doméstico, etc.)
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Por surtidas razones, por la trascendencia que les cupo en diferentes etapas de mi vida, atino a mentar a mi abuela materna, mi padre, mis ex amigos íntimos Ramón, Nereo, Pablo, mi ex esposa, mi tío Marcos y mi tía Negra, nuestras fallecidas gatas Boni y Pupé.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Lucidez.
¿Y la más peligrosa?
Imperialismo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
He tenido arrebatos, innumerables ataques de indignación. He deseado que colapsaran determinados sujetos que rezumaban cretinismo. Hasta ahí.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Socialistas. En mi infancia, la que proclamaban mis padres, un socialismo parlamentario. En mi juventud adherí, para ciertas coyunturas, a procedimientos revolucionarios. En la actualidad, ya incorporé que el enemigo es invencible. Por lo cual estoy con quienes propenden a defenderse implementando las mayores dosis de equidad posible según sean las condiciones en cada etapa y región: “La construcción de alternativas de salida del modelo neoliberal, aun con la herencia recibida, aun en un marco internacional con hegemonía neoliberal.”
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Alguna “cosa” que no sufra.
¿Cuáles son sus vicios principales?
No tengo.
¿Y sus virtudes?
Suelo ser expeditivo. Sé decir “no”. Suelo retirarme de aquello que ya no me complace.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Imágenes que remitan a mis bochornos y a mis satisfacciones.

T. M.