viernes, 19 de agosto de 2016

El viaje más peligroso


«Ahora me doy cuenta de que este es el viaje más peligroso que jamás haya emprendido un ser humano de manera voluntaria», dice Martin Johnson en este fabuloso libro, testimonio impactante de una travesía colosal, de un proyecto ambicioso que concibió el famoso ya por entonces Jack London; hablamos de 1907, cuando el público conocía al autor californiano por sus novelas «La llamada de la selva», «El lobo de mar» y «Colmillo blanco», sus colaboraciones periodísticas o su implicación social en favor del mundo obrero. De ello saldría precisamente un libro de 1903 recién traducido al español, «La gente del Abismo» (Gatopardo Ediciones), en el que London describía su inmersión infernal en el East End de Londres, un lugar que mostraba unas condiciones abyectas para la población, que era explotada en sus empleos de manera atroz.

En esa área londinense se había introducido el autor disfrazado con harapos y haciéndose pasar por un marinero desempleado, lo que le había facilitado «ver, por vez primera, a la clase baja inglesa cara a cara, y conocer cómo era en realidad». Y es que esta fue la premisa constante en la vida de London: enfrentarse a las situaciones directamente para conocerlas sin filtros, y sin miedos ni limitaciones. Algo que llevó al extremo en un viaje arriesgadísimo por el Pacífico y el Índico y que tuvo una preparación, un desarrollo y un desenlace propios de la mejor de sus obras de aventuras. Su idea era compleja y quiso publicitarla en los medios, de modo que el revuelo expectante que se formó alrededor fue extraordinario. Lo cuenta Johnson en este «Por los mares del Sur con Jack London» (traducción de Beatriz Iglesias Lamas) con admirable precisión y amenidad. El mismo Johnson que también había pisado las calles del East End en el pasado, pero en circunstancias muy diferentes.

Rebeldía adolescente

Johnson tenía el ansia de aventuras en las venas. Empieza su libro diciendo que estaba deseoso de encontrarlas y que, a sus veinte años, aún no lo había conseguido. Y eso que en la adolescencia se había escapado dos veces de casa, primero con la intención de trabajar en un circo, y la segunda embarcándose en un mercante hacia Europa con apenas cuatro dólares en el bolsillo y que le llevaría justamente a vivir de manera pordiosea en el East End. Más adelante viviría mil aventuras más como fotógrafo en el África Negra junto a su mujer Osa, pero antes vendría la expedición de Jack London, al que se unió ofreciéndose como cocinero... sin tener ni idea de cocinar. Pero la magia de las almas afines sucedió, y London lo eligió entre innumerables candidatos –entre ellos chefs reputados e innumerables curiosos que querían sumarse, incluso pagando, al velero que fue bautizado como «Snark», un personaje de Lewis Carroll– y convirtió al muchacho venido de Kansas a Oakland en un marinero más que tuvo que luchar contra todo tipo de adversidades, las cuales empezaron mucho antes de dejar tierra y pusieron en peligro la vida de los tripulantes de continuo a medida que se dirigían hacia el sur.

De un presupuesto inicial de siete mil dólares se acabó llegando a treinta mil. London no escatimó un centavo, y encargó la construcción de una nave, bastante pequeña (cuarenta y cuatro pies de eslora) cuyos materiales eran de la mejor calidad pero que zarpó con meses de retraso. Al fin, el Snark levó anclas el 23 de abril de 1907, pero enseguida los mareos y los desperfectos hicieron de la travesía toda una pesadilla para London y su mujer, la intrépida Charmian, el atleta recién salido de la Universidad de Stanford Herbert Stolz, el capitán Roscoe Eames (tío de la señora London), el grumete japonés Paul H. Tochigi y un Johnson que alimentaba a sus compañeros cuando tenían el estómago liberado de náuseas –«En realidad, aquel que no ha experimentado la agonía del mareo jamás alcanzará a comprender a quien tanto la padece»– y colaboraba en la limpieza y vigilancia como uno más en mitad de tempestades escalofriantes.

Un autor inmortal

A London no le quedaban demasiados años de vida: moriría en 1916 en su rancho de California –su suicidio se ha cuestionado últimamente–, pero los dos años que surcó los mares hasta Australia justificaron por completo lo que escribió cuando estaba soñando con esta aventura: «La vida vivida es una vida de éxito, y el éxito es el aire que respiramos. Alcanzar una meta difícil supone adaptarse a un entorno hostil. Y cuanto más difícil sea la meta, mayor será el placer de alcanzarla». El autor de «El lobo de mar» –cuenta Johnson que London le dijo que lo que narró en la novela no fue ficticio, sino que lo vivió en carne propia– seguía escribiendo al día dos horas, encerrado en su camarote. Y su obra crecería sin cesar; del viaje surgiría «El crucero del Snark» (1911), y a cien años de su muerte ya es un clásico, como lo demuestra la noticia de que la prestigiosa colección francesa de La Pléiade lo va a integrar en su serie el próximo octubre con dos volúmenes acompañados de casi doscientas ilustraciones como gran homenaje.

Publicado en La Razón, 18-VIII-2016