No son pocas las
novelas estadounidenses que han intentado captar el ambiente del país en
tiempos jipis. En algunas ocasiones, desde el clima de las comunas, como fue el
caso de T. C. Boyle (1948) y su novela «Drop City», que de forma voluntariosa, aunque errática narrativamente
hablando, presentaba un argumento lleno de nudismos campestres y la
típica tríada sexo, drogas y rock and roll en los años setenta californianos.
La historia contaba cómo algunas personas decidían abandonar la vida consumista
para vivir de la tierra, participando de una supuesta solidaridad que el autor
desenmascaraba, pues existía otra cara en todo eso: como no es posible criticar
al prójimo y negarse a tener relaciones sexuales con todo el que quisiera, la
cópula se convertía en violación, el relax en holgazanería, la tolerancia en
violencia, y era esa agresividad al fin lo que daba fundamento emocional al
relato.
Y si en aquella
ocasión penetrábamos en lo jipi mediante epígrafes de Thoreau y Jim Morrison,
sintiendo la música de Janis Joplin, Jimmy Hendrix o los Rolling Stone...,
ahora la contracultura que abordó los Estados Unidos en tiempos de la guerra
del Vietnam ha sido profundamente literaturizada por parte de Joshua Furst,
pero en el este del país. Con un inicio melvilleano –“Llámame Fred”–, tras un
prólogo en que habla de cómo se le propuso hacer una serie de documentales y
entrevistas sobre ciertas protestas multitudinarias que los Estados Unidos
vivieron, presenta al protagonista, hijo de un activista llamado Lenny Snyder.
Éste, “un bufón radical que se hizo famoso por su papel en las protestas que
tuvieron lugar en 1968 en Chicago, con motivo de la Convención del Partido
Demócrata”, sería trasunto del anarquista Abbie Hoffman (1936-1989), un
escritor cofundador del Partido Internacional de la Juventud, que padecía
trastorno bipolar y se acabaría suicidando tras vivir perseguido por la
justicia, acusado por traficar con cocaína.
“Revolucionarios” (traducción de Alba Montes Sánchez) pone voz al
hijo de Hoffman, que está harto de que le pregunten por su padre, pero que
accede a contar sus recuerdos, relacionados con una vida nómada, precaria, y
con famosos alrededor, como Allen Ginsberg. Un texto que es al mismo tiempo una
crónica de hechos verdaderos que protagonizó este hombre –cuando entró en la
Bolsa de Nueva York y desde un palco lanzó billetes al aire; cuando interrumpió
un concierto en Woodstock– como
una reflexión sobre su personalidad: “¿Qué ocurre con el individuo cuando la
cultura cambia y lo abandona a él y todo en lo que cree? ¿Qué le pasa al
idealista en una época cínica? ¿En qué pozos de desesperación se revolcará el
hombre, a qué actos autodestructivos recurrirá en su afán por salvarse? Sin
poner en duda los hechos que los polis afirmaban como verdaderos, se podía
llegar a argumentar que la de Lenny era una historia trágica”.
Una historia que está
desarrollada con un tono sumamente monótono y extensión desmesurada, a mi
juicio, con toda su relación de anécdotas curiosas y vivencias traumáticas por
parte del pobre chico, que odia el nombre que le pusieron: Freedom.
Publicado en La Razón, 10-X-2019