En 1972,
Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que
nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los
perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo
con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus
frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman
la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de
la vida, de Mara Mahía.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Manhattan,
década de los 90.
¿Prefiere los animales a la gente?
Sí.
¿Es usted cruel?
A veces
sí.
¿Tiene muchos amigos?
Suficientes.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Lealtad,
inteligencia, fiabilidad, comprensión.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Los que me
decepcionan no son mis amigos.
¿Es usted una persona sincera?
Demasiado.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Escribiendo
y dibujando.
¿Qué le da más miedo?
El futuro.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
La
injusticia.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Habría
sido pianista, pintora, cineasta o veterinaria.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Corro y
nado.
¿Sabe cocinar?
Me
defiendo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Harriet
Tubman.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Amar.
¿Y la más peligrosa?
Ignorancia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
¿Quién no?
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Demócratas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Árbol.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Me como
las uñas.
¿Y sus virtudes?
No sé
mentir. Pero no sé si eso es una virtud.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Un barco
que me salvara cuanto antes.
T. M.