Esta
vida libre –o su intento de libertad–, esta filosofía de comportamiento –detenida
a veces por ingresos en la cárcel, temporadas en manicomios, alcoholismo– se
respira en su máximo nivel en continuos libros que llegan a nosotros. Ejemplo
de ellos fueron las “Cartas” (Anagrama, 2012) entre Kerouac y Ginsberg, que
recorrían los años 1944-1969 y lugares como Nueva York, San Francisco, México,
Tánger… Los que acudían a aquellas páginas veían reflejados los valores e incertidumbres
ya puestos de manifiesto en las obras de ambos autores, con su querencia por lo
egocéntrico, las elucubraciones metafísicas, inseguridades, los victimismos,
las experiencias místicas. Por algo Ginsberg decía: «La verdad es que estamos
locos y no es ninguna broma» (epístola de 1952). Kerouac, por su parte,
reconocía su neurosis, dejaba traslucir su anhelo por tener una figura paterna,
hablaba de sus novias, de sus borracheras, de su pasión por Dostoievski; la
fama lo fulminaría al final de su vida, cuando se apartó de todo contacto con
los fans. Ginsberg, muy al contrario, abandonaría los psiquiátricos y devendría
un icono de la cultura alternativa con sus recitales y su carisma enloquecido.
¿Hubo una Generación Beat?
Las ediciones
sobre estos autores y el resto de la Generación Beat se han ido sucediendo, una
en particular muy útil para conocerlos a todos, uno de Jean-François Duval, que
pasó veinte años dedicado a seguir las huellas de estos escritores legendarios
y a entrevistarlos para escribir “Kerouac y la Generación Beat” (Anagrama,
2013), con una cronología desde que nace otro componente del grupo tan
destacado como William Burroughs en 1914 hasta que en el año 2012 se estrena la
película “On the Road”, dirigida por Walter Salles y producida por Francis Ford
Coppola, quien tenía los derechos de la obra de Kerouac desde hacía decenios.
En aquel trabajo, Ginsberg decía, en 1994, al preguntásele por el quincuagésimo
aniversario de la generación, que «nunca ha existido ningún “movimiento Beat”.
Simplemente hace cincuenta años que conocí a Burroughs y a Kerouac».
Así las cosas,
el poeta aseguraba lo que fue la clave de todo: que «la palabra “beat” no es
más que un apelativo estereotipado que nos endosaron los medios después de que
John Clellon Holmes, el autor de la novela “Go”, la utilizara en un artículo
del “New York Times Magazine”, en 1952». Holmes conoció a Kerouac y Ginsberg en 1948 en Nueva York y tomó sus
vidas y obras (más la de Cassady) para hacer esta novela, publicada cuatro años
después, en la que por vez primera sale la expresión «Generación Beat », que a
la vez está basada en conversaciones que tuvo con Kerouac.
Ciertamente,
los autores etiquetados de “Beat” no pueden ser más diferentes entre ellos.
Pero el calificativo prosperó, y la eclosión se produjo cuando “En la carretera”
tuvo una primera gran reseña en 1956 que aupó a Kerouac a un estrellato que al
final fue su maldición. Carolyn, la que fuera esposa de Neal Cassady —el hombre
al que todos admiraban por su energía y sociabilidad y que su amigo Kerouac
convirtió en protagonista de On the Road
con el nombre de Dean Moriarty—, además de amante fugaz del propio Kerouac,
coindice en esa apreciación de Ginsberg y desmonta la imagen de rebeldía que la
juventud de la época recibió de los Beat. Kerouac era un hombre tímido,
«escindido entre sus convicciones católicas y sus aspiraciones budistas» que,
sin embargo, se esforzó por ser un norteamericano normal.
Halagos a los amigos
Ahora, surge
la voz de nuevo de Ginsberg, por medio de “Las mejores mentes de mi generación.
Historia literaria de la Generación Beat” (traducción de Antonio-Prometeo
Moya), en que empieza precisamente haciendo una definición de la supuesta
generación: «Para empezar, la expresión “generación Beat” apareció en 1950-1951, en
una conversación concreta con Jack Kerouac y John Clellon Holmes en que se
habló de la naturaleza de las generaciones, recordando el glamour de la
“generación perdida”. Kerouac desestimó la idea de que hubiera una “generación”
coherente y dijo: “Ah, esta es solo una generación Beat”. Hablaron de si era
una generación “encontrada”, expresión que Kerouac utilizó a veces, o una
generación “angelical”, u otros epítetos. Pero Kerouac desestimaba la cuestión
y decía “generación Beat”, no para poner nombre a la generación, sino para no
ponerle ninguno».
Son palabras que pertenecen a unas conferencias de Ginsberg sobre sus
principales colegas, pronunciadas en el Naropa Institute, la primera
universidad occidental de inspiración budista, que se fundó en 1974, como
explica el responsable de la transcripción y edición de tales textos, Bill Morgan, archivista personal de
Ginsberg. “Estas conferencias se centran sobre todo en los amigos más queridos,
en los años fértiles y en lo que se escribía en Nueva York: Jack, William,
Gregory, con apariciones menores de Neal Cassady, John Clellon Holmes y Peter
Orlovsky”, apunta en el prólogo la poeta, activista y feminista Anne Waldman,
que también añade que hay ponencias en torno a las técnicas literarias del
propio Ginsberg, haciendo del todo un “libro masculino y homosexual” al abordar
el erotismo, la camaradería entre hombres, la comunicación sincera, y también
halagos incluso desmedidos por la obra ajena. En total, Ginsberg dio cinco
veces este curso, con casi un centenar de charlas, en que la cara más seria de
este escritor a menudo provocador se vio a las claras, pues “era un profesor
exigente que esperaba que sus estudiantes fueran muy leídos y acudieran muy
preparados a las clases”, como advierte Morgan.
Para Ginsberg,
el grupo tenía elementos comunes como la liberación sexual, gay, negra y de las
mujeres, libertad de palabra y eliminación de la censura, despenalización de
algunas leyes contra la marihuana y otras drogas, gusto por la música (el bebop
que influyó en el estilo rítmico de Kerouac) y la conciencia ecológica, oposición
al militarismo, la espiritualidad… Ginsberg, en estas charlas celebradas en la
localidad de Boulder, en Colorado, en plenas Montañas Rocosas, trató «de
resumir lo que recuerdo de la dimensión literaria, o intelectual, o espiritual,
así como de los chismes, de la historia de mis primeros encuentros» con todos
aquellos autores: de su afición a las drogas, en especial Burroughs, adicto al
«caballo. La idea de Burroughs en los años cuarenta era: “¿Y si la verdad
estallara? ¿Y si todo el mundo se pusiera a hablar con sinceridad?”». Una
premisa que llevaron al extremo todos los integrantes del grupo y que les ha traído
a ser objeto de interés permanente para lectores y estudiosos.
Publicado en La Razón, 27-X-2021