En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de F. Teira Cubel.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Donde nací, un pueblo de la España vacía. Hay un bosque de olivos, leña abundante y lo
atraviesa un río. Según Denis Dutton, el
paisaje ideal de la especie contiene árboles, agua y prados.
¿Prefiere los animales a la gente? Animales
para comer y gente para vivir, tampoco en gran número. No soy misántropo, pero necesito apartarme de
los congéneres entre dos o tres horas al día.
¿Es usted cruel? No; nadie es completo. Mis remilgos me impiden ser cazador, una
pasión que mantuve hasta los 16; siempre me digo que la retomaré. Quién sabe. Durante 40 años he sido profesor,
es decir, dios en el aula, y no recuerdo haber abusado de mi autoridad. La
crueldad no se puede disimular, aparece entre los resquicios de la educación y
la hipocresía.
¿Tiene muchos amigos? No. Tengo
muchos conocidos y pocos amigos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Los prefiero inteligentes, antes un taimado sagaz que un bondadoso estúpido. Valoro la tolerancia. Me encanta que se rían, incluso de sí mismos. Y que en contados momentos sepan a estar a mi lado.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Existen palabras utópicas (la amistad, el amor, la democracia...) que están idealizadas. Con el paso de los años se aquilata su significado, pierden el baño de oro pero ganan en realismo. Sé lo que puedo esperar de estos conceptos idealizados y no me decepcionan. La edad te convierte en escéptico, pero no deja de ser hermosa la siguiente situación: dos personas vaciando una botella de vino y discutiendo sobre la vida, la muerte, el amor...
¿Es usted una persona sincera? No. Como todos.
El día que se transparente lo que pensamos sobre los otros vendrá el
caos social.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leo, escribo, pinto y
camino. Caminando reflexiono, soy tan vanidoso que he llegado a pensar que soy
buena compañía para mí mismo.
¿Qué le da más miedo? La pobreza y
el dolor, propio o de los más cercanos.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? Voy a ser pedante, los escritores siempre estamos al filo
de esta lacra. Terencio dijo que
"nada de lo humano me resulta ajeno".
A mí tampoco. Pero me irritan (me joden) los que se aprovechan de los
cargos públicos para robar.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Me habría gustado ser pintor
o director de cine. También
neurocirujano, carpintero y agricultor.
Pero la vida es estúpidamente breve.
Si viviéramos un promedio de dos siglos, como debería ser, podría realizarme.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Ando
diariamente dos horas y sueño que juego al fútbol casi todas las noches.
¿Sabe cocinar? No.
Siempre me digo que aprenderé a cocinar y retomaré la caza. Me miento con frescura.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Goya. Vitalista,
genial, con una capacidad de resiliencia inusual...
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Razón. Lo contrario
al dogma, al fanatismo, a la superstición... A la palabra le doy el sentido que le aplica
Pinker en "En defensa de la
Ilustración".
¿Y la más peligrosa? Fanatismo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Sí, mentalmente. ¿Y quién no? La ensoñación dura cinco minutos
y se disipa. Después te imaginas con el arma en la mano, absolutamente incapaz
de asesinar, y te quieres un poquito. Sin embargo, creo que mataría si un
terrorista me asesinara a uno de los míos sin mediar una causa. Tal vez sea una certeza falsa, pero me dignifica.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Considero
que todo el mundo lúcido aspira a ser un burgués. Para casar esta aspiración individual con la
ética, me digo que soy socialdemócrata: toda la sociedad en la banda burguesa.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Ya respondí
antes.
¿Cuáles son sus vicios principales? Participo en todos los
pecados capitales (iracundo, soberbio, lujurioso...), necesarios para un buen
novelista, pero ando flojo en la envidia. No por ninguna consideración piadosa,
sino por mala secreción de alguna glándula.
¿Y sus virtudes? Soy tenaz. Me cuesta traicionar.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Volvería a mi
infancia, un fuego de leña. O reiría con
mis nietos.
T. M.