En el 2009, pudimos conocer la vida de Gabriel Chevallier, que fue la común que sufrieron muchos europeos jóvenes en 1914, mediante su libro “El miedo” (editorial Acantilado). En aquellos tiempos se pretendía un halo de grandeza y heroísmo por parte de la propaganda política, y en verdad muchos acudieron a batallar deseosos de conocer por dentro un ejército, incluido Chevallier. Este hacía una constante reflexión sobre la falacia de considerar la guerra bajo el prisma de la lealtad a un país o un acto de valentía, anulando la idea de que «la guerra era moralizadora, purificadora y redentora», como promovían los Estados. Muy al contrario, el autor destacaba algo ausente en numerosas novelas bélicas: sentir miedo ante la brutalidad de la muerte y el horror.
Al lado de esa ausencia en la narrativa, que propende a abordar sólo el temor ajeno, y menos el propio, hay incontables filósofos que han tratado esta emoción desde antiguo, como sabe a las mil maravillas Bernat Castany Prado (Barcelona, 1977). Este muestra cuatro momentos de la filosofía clásica para explicarnos, de un modo tan culto como ameno, que el miedo, ciertamente, nos lleva a exagerar las amenazas, minusvalorar nuestras resistencias y confundir nuestra razón. “Las historias que se narra la mente asustada pertenecen al género del terror”, dice en la página 70, y cómo no sentirse interpelado frente a un hecho al que nos tenemos que enfrentar de continuo.
Así las cosas, diversos asuntos tratados desde lo cognitivo, lo ontológico, lo ético y lo político se engarzan para ir construyendo “Una filosofía del miedo”. Castany Prado, profesor en la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona, especialista en Borges y en literatura poscolonial, nos presenta brillantemente la mirada hacia el miedo desde el prisma de los epicúreos, de los escépticos, de los cínicos, pasando por los humanistas del Renacimiento, por Spinoza, Nietzsche, etcétera. Lo brillante es que, al hacerlo, el autor logra tomar el relevo de algo que tenían muy claro los pensadores antiguos, esto es, que la filosofia tendría que contribuir a la busca de la felicidad; si no, sería inútil.
Publicado en La Razón, 5-III-2022