Así, Ernesto, padre de familia, con un matrimonio
en horas bajas y responsable de una galería de arte, tendrá que verse, a veces
de forma voluntaria, como si tuviera un instinto autodestructivo, en varios
flancos peliagudos: el chantaje de un viejo conocido de su padre, que destapa
que su negocio de arte antaño no era del todo limpio, la enfermedad terminal
que sufre su hermana, y un ámbito realmente muy novedoso en lo literario: la
asistencia sexual a los enfermos incapacitados.
Albi es muy valiente al incursionar en ello, y consigue
que el galerista, con la fuerza de su voz, a lo largo de sus encuentros y
decisiones complicadas, conecte con el lector casi como si de un thriller se
tratara. De tal modo que “La amante ciega” acabará siendo el desarrollo de una
investigación propia y un descenso al mundo de las falsificaciones, con la
sombra de un legado paterno que ahora se vuelve en contra.
Publicado en La Razón, 7-V-2022