miércoles, 4 de mayo de 2022

Masonería: así sobrevive la enigmática organización en un mundo conspiranoico

 


Es innumerable la cantidad de libros con los que ha recibido atención la masonería, por sus leyendas, secretismo y larga historia: una combinación perfecta para libros de investigación y novelas. Antonio Monclús, en “Jaque a la logia”, urdió una trama en que las cartas del tarot, más un mensaje anónimo y un secreto inconfesable amenazaban a esta particular orden, lo que generaban atentados que sacudían a logias internacionales. Christian Jacq, en “Mozart. El Hermano del Fuego / El Amado de Isis”, hacía que el músico obtuviera en los ritos masónicos la inspiración adecuada para componer algunas de sus óperas, aunque el poder político, al desconfiar de las logias, amenazaran con destruirle.
Son un par de ejemplos de cómo los masones han despertado la imaginación de los novelistas, a lo que hay que añadir trabajos que tenemos al alcance como “Los masones. La sociedad más poderosa de la tierra”, de Jasper Ridley, en la que se nos trasladaba a la Edad Media y a las corporaciones de los constructores de catedrales, quienes se reunían en logias donde los maestros albañiles (en francés “maçons”) discutían sus métodos de trabajo. De ahí que la masonería esté asociada a la “mampostería” y a términos que tienen que ver con la construcción, que al final se han convertido en sus símbolos.

De hecho, autores como Graham Hancock y Robert Bauval, en “Talismán. Arquitectura y masonería”, examinaron este trasfondo arquitectónico y escultórico, preguntándose por qué los francmasones franceses entregaron a Estados Unidos la Estatua de la Libertad para que la colocaran en el puerto de Nueva York; o por qué Mitterrand encargó una pirámide de cristal con la forma de la Gran Pirámide de Gizeh para conmemorar el bicentenario de la Revolución francesa; o por qué Harry Truman, francmasón del Grado 33, contribuyó a la creación del nuevo Estado de Israel; o por qué George W. Bush hizo el juramento presidencial sobre la Biblia masónica de la Gran Logia de Nueva York.

Este tipo de actos inspiran la sospecha de conspiraciones mundiales en torno a esta suerte de religión secreta y laica, pero se diría que pese a tanta bibliografía se repiten los tópicos sobre los masones: que su fundación, según algunas fuentes, se remonta a la antigüedad; que ha influido en los acontecimientos más importantes de la historia de España –incluido el fin del Imperio– y del mundo… ¿Pero qué son, dónde están los masones hoy en día? Se suelen citar nombres ilustres de la política y la cultura, e incluso del deporte y el cine, para dar empaque a esta organización. Y en verdad, todo apunta a que esta se encuentra muy viva: por ejemplo, Fernando Amado vio que “(casi) todas las puertas conducen a esta logia”, al menos en Uruguay, donde, recientemente se ha construido un nuevo palacio masónico, que alberga ocho templos, prueba de que la masonería no ha parado de crecer, en agrupaciones y número de adeptos, con miembros femeninos, algo que tradicionalmente estaba vedado; incluso los gobiernos de José Mujica y Luis Lacalle Pou han tenido entre sus filas integrantes de la masonería.

Filantropía y fraternidad

Es en la parte más meridional de América donde hay mucha presencia masónica, como demostró en "Masones argentinos” Mariano Hamilton, que escribía que, pese a que la gente creer saber mucho sobre masonería, nadie la conoce demasiado porque, básicamente, es una organización discreta. En su país, se cuenta, catorce presidentes, seis vicepresidentes y quince miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación fueron masones, lo que nos lleva a pensar que, inevitablemente, si la masonería se mueve en ambientes de poder político, tendrá una incidencia en los acontecimientos históricos.

En todo caso, pese a que se le intenta colocar referentes muy antiguos, en realidad John Dickie, en “La Orden. Una historia global del poder de los masones”, explica que la masonería fue fundada en Londres en 1717, y con una intención de hermanamiento y fraternidad, de filantropía y espiritualidad; hombres como George Washington acogieron sus axiomas con agrado a la hora de concebir la nueva nación norteamericana –en el Capitolio, hizo enterrar toda una serie de símbolos masónicos–, pero incluso la Iglesia mormona y la mafia siciliana también se nutrieron de sus ideas y simbolismos (durante las invasiones napoleónicas se expandió por Nápoles a través de la logia ultrasecreta de los “carbonari” y después un fanático antimasónico, Antonino Capace Minutolo, creó una sociedad secreta reaccionaria, los “calderari”, que defendía el cristianismo y buscaba destruir el resto de logias).

En este sentido, el autor afirma que la sociedad moderna debería mucho a los masones, aunque entre sus normas quede claro que no admite a personas que pretendan con ello obtener ventajas de carácter personal. La idea era construir un espacio en que hubiera una amable convivencia, libertad religiosa e interés por la ciencia o la historia. Lo cual vino acompañado, y este es el quid de la cuestión de su halo legendario y enigmático, de una necesidad de confidencialidad. Es más, hay un juramento de silencio que hacen los francmasones durante su iniciación. Garibaldi, Bolívar, Conan Doyle, Goethe, Nat King Cole, Henry Ford, Oscar Wilde, Walt Disney, Winston Churchill, Duke Ellington… son algunos de los nombres que accedieron a los rituales y compromisos que implica ser masón. La Iglesia católica intentó antaño erradicar esta logia, así como los dictadores fascistas del siglo pasado, pero la organización ha sobrevivido y se calcula que hay más de seis millones de francmasones hoy en todo el mundo.

Publicado en La Razón, 30-IV-2022