Foto: Abadía de Westminster, Londres
La ficción
sobredimensionada por el éxito masivo hace que un autor permanezca en un limbo
cuando abandona a su personaje más emblemático. Como si se tratase de un nido
vacío del ave que ha levantado el vuelo, algunos padecen esa sensación de
vaciamiento o, por el contrario, gozan del alivio de sacarse de en medio algo
que les maniataba. Harto de Sherlock Holmes, A. C. Doyle hizo que el profesor
Moriarty lo tirara por unas cataratas en «El problema final». Pero el irlandés
sintió tanto las protestas y súplicas de sus lectores –incluida su propia
madre–, que acabaría por resucitarlo al cabo de diez años.
Flaubert decía
que Madame Bovary era él mismo, a tal punto llegó su entrega artística hacia su
inmortal suicida. Todos conocen quién es Drácula o Frankenstein, pero pocos los
capaces de relacionarlos con Bram Stoker y Mary Shelley; y sucedería igual con
James Bond e Ian Fleming: personajes que devoran a veces a su creador o lo
mantienen en la cumbre gracias al filón de las entregas sucesivas –el inspector
Maigret de Simenon, ¡de 1931 a 1972!, o el espadachín Alatriste de Pérez
Reverte, de 1996 a 2011–; hasta que el ave se difumina y en el nido ya no se
proyectan tantas miradas.
Es el caso del
Harry Potter de una Rowling que le está costando ser coherente con la decisión
de acabar con su joven mago. En 2008 publicó una suerte de epílogo, “Los
cuentos de Beedle el Bardo”, donde aparecían distintos brujos de la academia
Hogwarts, y, en un ejercicio
excesivo, jugaba a las notas a pie de página para anotar el texto que “editaba”
y cuya autoría atribuía a un escritor del siglo XV. Asuntos de trasfondo
comercial para rentabilizar la fama, de ahí las segundas partes de obras
populares: la continuación de “Lo que el viento se llevó”, de Margaret
Mitchell, con el título del personaje “Scarlett” (2008), o la de novelas de
Jane Austen o Raymond Chandler. Sólo faltaría que la Mafalda de Quino, ya
anciana, se asomara a las cuatro viñetas de su tira cómica y constatara que el
mundo que dejó de comentar en 1973 sigue, ciertamente, igual de desastroso.
Publicado en La Razón,
9-VII-2014, a propósito
del artículo “Harry Potter contra la prensa amarilla”
del artículo “Harry Potter contra la prensa amarilla”