La cercanía de
la muerte por una grave enfermedad hepática no impidió a Roberto Bolaño entregarse,
en la recta final de su vida, con más fervor si cabe a lo que su extraordinario
talento le había llevado a concebir mucho tiempo atrás. En julio de 2003
abandonaba este mundo dejando lista una obra que él mismo sugería que viera la
luz en cinco libros, correspondiente a sus capítulos y llamada “2666”. Sin
embargo, ese deseo se cambió para que se publicara íntegra, más de mil páginas
que marcarían el destino de la literatura en el ámbito hispánico y anglosajón.
Sus colegas de generación –y muy notablemente los autores jóvenes
norteamericanos– lo consideran hoy la referencia literaria más importante de
nuestro siglo, y así lo atestigua el hecho de que se le hayan dedicado
monografías, congresos, documentales y homenajes por doquier.
“2666”
(Anagrama, 2004) aúna lo mejor de la literatura del autor de “Los detectives
salvajes”: la erudición apócrifa personificada por distintos profesores, la
metaliteratura (el juego a partir de obras o autores inventados, en este caso
el alemán Archimboldi), la violencia social (representada por el asesinato
continuo a mujeres en la mexicana Ciudad Juárez), un humor que sus admiradores
ya conocían por sus magistrales cuentos y novelas cortas… El conjunto formaba
una novela total, absorbente, hipnótica como un torrente que te arrastraba
hacia la mejor expectativa: descubrir el enigma que había detrás de ese título
que, en realidad, escondía una fecha.
Publicado en La Razón, 10-VII-2014,
para la sección “Clásicos
del siglo XXI”