Un primer viaje a España en 1955, por invitación de su padre para pasar la Navidad, que estaba en Marruecos por aquel entonces, cambió para siempre la vida de uno de los hispanistas más importantes que ha habido, el británico Hugh Thomas, que había nacido en Windsor en 1931 y se licenciaría en la Universidad de Cambridge antes de ese viaje iniciático, además de ampliar estudios en La Sorbona. Sería la chispa que encendería un interés que se convertiría en una de las mejores obras sobre la Guerra Civil Española, la que apareció en 1961 y que se iba a publicar tanto en inglés como en español. El mundo académico se le abría gracias a la calidad de su mirada histórica, y sería profesor en la Real Academia de Sandhurst y en la Universidad de Reading, donde fue de 1966 a 1975 catedrático de Historia.
El lector interesado podrá fácilmente reconocerlo como un miembro destacadísimo del grupo de historiadores ingleses que investigó hondamente en la historia reciente de España, como Raymond Carr y Paul Preston. De entre sus reconocimientos que recibió en su vasta trayectoria, cabría destacar el de 1981 como título de barón Thomas of Swynnerto, de Notting Hill, el barrio de Londres donde residía, que fue concedido por mediación de la premier Margaret Thatcher, con cuyo partido conservador estuvo vinculado entre los años 1979 y 1991; la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica en 2001, el Premio de Periodismo Rafael Calvo Serer en 2009 y la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio, a lo que cabe añadir que desde el año 2013 era miembro de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras.
Thomas, asimismo, se interesaría por ahondar en la evolución del Imperio ultramarino español durante los siglos XVI y XVII, en busca de tratar “las hazañas de las dos generaciones de exploradores, colonizadores, gobernadores y misioneros que abrieron el camino al enorme imperio americano de España, que permaneció durante mucho tiempo incontestado y que duró más de trescientos años”. Lo haría mediante una gran trilogía compuesta por “El Imperio español: de Colón a Magallanes”, “El Imperio Español de Carlos V” y “Felipe II: El Señor del Mundo”; incluso esa curiosidad por la historia en tierras americanas le llevaría a abordar los acontecimientos señeros de otras naciones, como en los trabajos «Cuba, la búsqueda de la libertad» o “La conquista de México”.
Su última obra, «Un mundo sin fin: España, Felipe II y el primer imperio global» (Planeta, 2013), continuaba en la senda del tema que lo apasionó toda la vida, pero Thomas no era un hombre anclado por ello en el pasado. Si bien pese a sus monumentales investigaciones decía que los orígenes de la Guerra Civil Española eran aún difíciles de entender –desde su lucha de clases–, tenía una opinión propia de muchos temas candentes actuales, pues no en vano conocía bien la realidad sociopolítica de regiones como Asturias, el País Vasco o Cataluña, sobre la que recordaba una frase de Francesc Cambó: el hecho de que si se independizaba algún día se convertiría en un departamento de Francia. Elogió la Transición, era partidario de un Gibraltar con soberanía compartida, renunció al servicio diplomático del Reino Unido en 1956 como protesta por la invasión francobritánica del Canal de Suez, lo que le condujo al Partido Laborista y al cabo de cuarenta años revisó su magna obra sobre la guerra para una nueva edición en dos tomos (casi mil doscientas páginas) en formato bolsillo. Política e historia se mezclan en lo personal y lo profesional de un Thomas que a la vez fue un hombre exquisitamente culto y aficionado al arte. A él por siempre le deberemos indagaciones como la que dedicó a Francisco de Goya a partir de estudiar el cuadro “Los fusilamientos del 3 de mayo”, donde realizó teorías sobre la verdadera intención del pintor de la corte al cumplir el encargo del Consejo de Regencia poco después de la Restauración en 1814.