miércoles, 18 de marzo de 2020

Entrevista capotiana a Santiago Ambao


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Santiago Ambao.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
La Vía Láctea.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende para qué: no haría un estofado con mis vecinos. Pero a la hora de juntarme a tomar cerveza y charlar, prefiero a algunas personas.
¿Es usted cruel?
Lo mínimo necesario.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo varios,  aunque los veo menos de lo que debería.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Busco sinceridad, ternura, inteligencia, lucidez, lealtad, espontaneidad, amabilidad, un profundo sentido del humor, capacidad analítica, compromiso social, humildad, respeto, hidalguía, generosidad, desprendimiento, sencillez. Lo busco todo el tiempo en cada uni de mis amiguis. Lo busco y no lo encuentro.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Muy rara vez, tengo mis expectativas bien formadas.
¿Es usted una persona sincera?
Siempre.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Respondiendo cuestionarios.
¿Qué le da más miedo?
En este preciso momento, que se me esquepe algun error ortogrefico o sintáctica.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Muchas cosas, me considero un tipo muy escandalizable. Me escandaliza cómo los medios de comunicación concentrados manipulan sus contenidos para colonizar subjetividades y lograr así la perpetuación –o implantación– de modelos neoliberales que profundizan la desigualdad. Me escandaliza que la mayoría de los votantes se mueva por emociones o simpatías en lugar de por ideas. Me escandaliza también que se lea literatura buscando un autor al que admirar en lugar de una obra que resulte movilizante. Y también que las editoriales vendan autores en lugar de obras. Me escandaliza que tantas personas se escandalicen porque hay quienes deciden ponerle hielo al vino o mezclar cerveza con gaseosa. Me escandaliza que haya quienes se escandalizan cuando están frente a alguien que considera que la actividad política es valiosa. Me escandaliza ver la cantidad de alimentos ultraprocesados que se venden, cómo esas bazofias se cuelan en nuestras dietas. Me escandaliza el uso indiscriminado –o incluso simplemente «el uso»– del glifosato, por más que las multinacionales aseguren que el pueblo ama el gustito a veneno en frutas y verduras. Me escandaliza hasta la desesperación que los millonarios evadan o eludan impuestos, y más todavía que algunos sectores de la clase media encuentre razonable esta conducta de los millonarios. Y ya por hoy está bien, aunque podría seguir un rato largo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Efectivamente, un día decidí ser escritor, pero también decidí pelear como Bruce Lee y tocar el piano como Brad Mehldau. Uno decide cosas y luego la realidad hace con uno le que le parece. Apenas si logré ser un escritor aficionado, y de puro testarudo. De hecho, siento que el noventa y cuatro o cinco por ciento de los seres vivos que se llaman a sí mismos escritores son aficionados. Por más que se saquen fotos con miradas misteriosas o suelten frases que pretendan ser interesantes en las entrevistas que les hacen casi siempre amigos. Ojo, con esto no digo que la obra del cinco o seis por ciento de escritores profesionales me resulte más valiosa que la de los aficionados. En todo caso, todos comparten lo de la mirada misteriosa y las pretensión de ser fascinantes. Eso es llamativo: ¿por qué los escritores –profesionales o aficionados– creen que cuando hablan deben iluminar con sus ideas? No digo que no puedan iluminar con una idea, como puede hacerlo cualquiera. La gente abre la boca y dice cosas y en ocasiones esas cosas resultan luminosas para alguien. Pero en los escritores se nota el esfuerzo: como si no pudieran dejar preguntas sin contestar, o no se permitieran decir boludeces; eso me resulta penoso. Si estoy a tiempo de completar la pregunta anterior, diría que eso también me escandaliza.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Natación. Es una pulsión atávica: en una regresión descubrí que antes de reencarnar en escritor aficionado, fui cornalito y todavía antes, morsa.
¿Sabe cocinar?
No me destaco, pero digamos que tengo suficientes herramientas como para sentirme a gusto con lo que tenga a mano, más allá de que eso, según la coyuntura, sea mucho o poco. Diría que, en ese ámbito, estoy en la zona fronteriza del saber.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
No sé, no me gustan mucho las biografías o las reseñas biográficas. Por ahí una salida elegante sería escribir sobre Mersault, el protagonista de El extranjero. Al final estaría hablando sobre un libro y no sobre una persona. Sería una engañifa digna, una forma elegante de cobrar el trabajo. 
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Esperanza.
¿Y la más peligrosa?
Esperanza.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sólo cuando leo entrevistas a escritores que se esfuerzan por mostrarse fascinantes.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
El concepto de «tendencia» me suena un poco como si fuese una desviación. «Tengo tendencias populares pero lo estoy trabajando en terapia».
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un cuestionario.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Tomar mate. He tenido episodios de consumo problemático de garrapiñadas, pero eso ya lo tengo bastante bajo control.
¿Y sus virtudes?
Puedo dormir la siesta en cualquier lugar, en cualquier contexto o condición. Es mi superpoder.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Agua. Agua por todos lados.
T. M.