En 1972,
Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que
nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los
perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo
con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus
frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman
la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de
la vida, de Felipe Benítez Reyes.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
El mismo
en que estoy ahora mismo. No notaría mucho el retiro forzoso: casi no salgo de
casa. Incluso creo que estoy esforzándome en poder padecer agorafobia. El mundo
puede suceder detrás de una ventana.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende
del grado de animalidad de la gente y del grado de humanidad de los animales.
¿Es usted cruel?
En la
niñez y en la adolescencia casi todos lo hemos sido, pero para ejercer la
crueldad en la edad adulta hay que estar bastante trastornado.
¿Tiene muchos amigos?
No. Ya le
decía que salgo poco.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No sé,
quizá que tengan un nivel de ego tolerable. Que no me cuenten secretos
difíciles de guardar. Pero luego le tomas afecto a cualquiera.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. En
esos casos, me temo que no les da tiempo a completar el proceso: la decepción es
previa a la amistad.
¿Es usted una persona sincera?
Si le
dijese que sí no lo sería del todo. La sinceridad es un concepto equívoco.
Solemos confundirla con soltar lo que en un momento determinado se nos pase por
la cabeza, y lo que se nos pasa por la cabeza suele ser una materia inestable.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Haciendo
muchas cosas a la vez. Me temo que nunca he sabido en qué consiste el tiempo
libre: ¿cuando estás mirando por la ventana, cuando estás corrigiendo la página
456 de una novela de 528…? Creo que mi tiempo libre lo dedico a trabajar, de
modo que nunca tengo tiempo libre en sentido estricto. Lo esclavizo, digamos.
¿Qué le da más miedo?
En la vida
de cualquiera, el miedo tiene su cronología. De niño me daba miedo el conde
Drácula. En la adolescencia me daba miedo que se me rayaran los vinilos. Ahora
me da miedo la enfermedad. Y así vamos, porque siempre tenemos un temblor de
fondo. Va en el lote.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
No estoy
seguro. Tal vez que el presidente de una diputación necesite tantos asesores. Pero
ya le digo que no estoy seguro.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Eso no
puedo saberlo. Pero siempre me ha gustado el olor de las ferreterías.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Subir y
bajar la escalera de mi estudio unas 40 veces al día.
¿Sabe cocinar?
Algunas
cosas sí. Y me gusta hacerlo, al margen del resultado.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
No sé. A
mi edad, el concepto de “inolvidable” empieza a ser un poco presuntuoso, porque
vas ya olvidándote de muchas cosas, salvo de las que preferirías olvidar.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Tal vez
“mañana”, en sus varias acepciones. Es un grado modesto de esperanza, pero está
bien. Mientras haya un nuevo día hay algo, por poco que sea.
¿Y la más peligrosa?
Depende
del contexto. Pero cada vez que oigo la palabra “patriota”, pongamos por caso,
se me despierta una alarma inconcreta, supongo que como residuo freudiano, y me
resuena en el subconsciente la sintonía del NO-DO.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Ya
lleva uno encima muchas novelas y películas de asesinatos como para no saber
que al final te pillan. Aparte de eso, y a pesar de la trivilialización que han
hecho la literatura y el cine del asunto, no puedo imaginar una inhumanidad más
atroz que la de decidir la muerte de alguien… salvo que ese alguien sea uno
mismo, claro está.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Socialdemócrata,
en su sentido originario. Me estimulan menos los ideales basados en la retórica
que la eficacia de una gestión administrativa basada en la búsqueda de un
equilibrio social.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Guitarrista
de blues. También me hubiese gustado ser pintor, pero mi hermano pequeño se
dedicó a eso y desde niño pintaba muchísimo mejor que yo, de modo que la
perspectiva de ser el peor pintor de la familia no resultaba muy estimulante.
También me gusta mucho la ebanistería, pero eso ni siquiera lo he intentado.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Hasta hace
unos meses fumaba. Ya lo he dejado. Ahora estoy en el camino de la santidad. De
la santidad pulmonar, al menos.
¿Y sus virtudes?
No saber
que lo son, en el caso de que sean. El descontento con respecto a uno mismo resulta
bastante incómodo, pero muy sensato. Ser consciente de una virtud propia tiene
algo de vanagloria moral. Con ser consciente de las habilidades va uno de sobra:
saber que puedes arreglar un enchufe o escribir un soneto, pongamos por caso.
Más allá de eso…
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Mantendría
la esperanza pensando en Robinson Crusoe, pero me temo que acabaría ahogándome.
La literatura sólo sirve para evitar otro tipo de naufragios.
T. M.