En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Christian T. Arjona.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Las Lagunas de Chacahua, en Oaxaca, México, tal
como las conocí hace veinte años.
¿Prefiere los animales a la gente? Sí,
prefiero a los animales, sin lugar a dudas. Con algunas —contadas— excepciones
humanas.
¿Es usted cruel? No. Aborrezco la
crueldad y el sadismo; rasgos humanos, demasiado humanos.
¿Tiene muchos amigos? Tengo bastantes y de
diversos países; pero en la amistad valoro la calidad por encima de la cantidad.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? No busco sus
cualidades, las agradezco y disfruto cuando las hallo en ellos/as.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Muy raramente,
porque no me creo expectativas forzadas sobre ellos: dejo que las relaciones
fluyan, tratando de que no crezca la hierba en el camino de la amistad.
¿Es usted una persona sincera? Eso
intento, aunque soy consciente de que la transparencia, citando a Samuel
Beckett, es un punto de llegada, no de partida; y de que, en ocasiones, como decía
un verso de Fernando Pessoa, “el poeta es un fingidor”.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Con algunos
amigos/as y con mi familia, mi mujer y mis hijos, junto a la lumbre, por
ejemplo; o en gozosa soledad: con buenos libros, en la naturaleza, pintando,
escribiendo y escuchando música.
¿Qué le da más miedo? La
sociedad que se está creando actualmente, basada precisamente en el miedo y en
el estrés; la robotización de las almas; la estupidez ubicua; la violencia normalizada.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? Todo lo anterior: la normalización —y hasta imposición—
del Absurdo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? No concibo mi vida, mi
“yo”, sin la creatividad.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? El
senderismo, los plácidos errabundajes del andariego. Y, como decía Woody Allen,
también “algún que otro ataque de ansiedad”.
¿Sabe cocinar? Lo suficiente para que resulte un
humilde placer, pero sin mucha sofisticación.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Gary
Snyder, por ejemplo, poeta de la Generación Beat y defensor de la ecosofía.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Una podría ser la “Heiterkeit” nietzscheana (serenidad,
jovialidad, alegría), sin la cual la vida resulta grave y ominosa.
¿Y la más peligrosa? Hay
muchas. Me preocupan términos como “arma inteligente”, “guerra preventiva”,
“normalidad” o “nuevo orden mundial”.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? “Tirando a zurdo en
sus ideas, por donde escora Bakunin”.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Árbol
centenario o ave canora.
¿Cuáles son sus vicios principales? “No hay vicios sino
dosis”, como diría el gran Antonio Escohotado refiriéndose a las drogas.
¿Y sus virtudes? No me corresponde a
mí decirlo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Probablemente,
aparte de imágenes líquidas y espumosas, la de una tabla de salvación, el azul
del cielo, el Sol… o un rostro amado.
T. M.