Se conmemora el centenario del nacimiento de un narrador del que la editorial Siruela ha publicado este año todos sus poemas y cuentos.
Hubo dos muertes en la muerte de Antonio Pereira, pues con la persona –afable, irónica, entrañable– desapareció una forma de literatura personalísima, plena de un humor sutil y encantador, de un modo de entender la palabra literaria con paciente artesanía. El espacio que había ocupado en el pueblo leonés de Villafranca del Bierzo, desde el 13 de junio de 1923, se transformó en un vacío el 25 de abril del 2009, en un vacío llenísimo de esa supervivencia de la que es capaz la creación literaria: la de sus relatos, poemas y novelas, la de sus personajes y ambientes rurales donde gentes corrientes emprenden acciones tan pequeñas como transcendentes, por lo común en «una villa de unos miles de almas», como se lee en «El pozo encerrado» (del libro Cuentos para lectores cómplices, 1989).
Sostiene Pereira –juguemos con el título
de la célebre novela corta de Antonio Tabucchi– que era ante todo poeta, y
poéticos fueron sus inicios en la mítica revista Espadaña, con varios sonetos, en aquel gris país de los años
cuarenta. Imagino a un Antonio de trece años dirigiéndose al director del
periódico local para ofrecerse como redactor, al hombre que decidió no ejercer
de maestro para abrir un negocio de electricidad, al que decide dos cosas que
le acompañarán de por vida: Úrsula, su mujer desde 1951, y la escritura. Un
mundo alimenta al otro, y el resultado es la conjugación del verbo «contar».
Pereira se viste con esas seis letras, vive para esas dos sílabas, tanto en la
poesía –reúne sus versos en 1972 con el título Contar y seguir– como en la narrativa, de la que hay que quedarse
sin duda con aquellas sesenta piezas de Me
gusta contar (1999).
Discreto, concentrado con
estricta calma en la construcción meticulosa de sus relatos, la delicia de
leerle llega a lectores de varias generaciones; sobre todo, entre los que mejor
entienden la dificultad de encerrar un argumento en unas pocas páginas, sus
colegas escritores. Como Manuel Hidalgo, que, en un artículo señaló la mezcla
de tradicionalismo y «aroma
cosmopolita» que se percibe en la obra de Pereira, llena de
«misterio», y añadía: «Es
un narrador interesado por la realidad, a la que dota de una casi sigilosa
atmósfera irreal». Y qué es toda gran literatura –y la de Pereira lo fue y lo
será– si no un misterio irreal que nos creemos como si fuera la pura verdad.
Publicado en Qué Leer (295, junio)