miércoles, 27 de septiembre de 2023

Entrevista capotiana a Diana Aradas

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Francisco Diana Aradas.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Una casa frente al mar, con una inmensa biblioteca y un enorme ventanal al que asomarme para aspirar el olor a salitre todas las mañanas. Los libros, imprescindibles. Pienso, como Borges, que el paraíso debe de ser una especie de biblioteca.

¿Prefiere los animales a la gente? En general prefiero a la gente. Lord Byron dijo una vez: “Cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro”, pero yo sólo estoy de acuerdo con él en parte. A quienes desprecio es a aquellas personas que maltratan a los animales.

¿Es usted cruel? A veces sí, aunque casi siempre en mi imaginación. Además, muchas veces también soy feroz con mis personajes.

¿Tiene muchos amigos? Amigos de verdad, de los grandes, unos pocos. Pero son más que suficientes para que me sienta agradecida por esa amistad.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Un amigo debe ser el capullo y el rodrigón. La flor, es decir, la belleza que me acompaña en los momentos más dulces, festivos. Pero también el tutor en el que poder apoyarme cuando siento que mis fuerzas desfallecen, o simplemente para que alguien me acompañe mientras mis sueños crecen.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No demasiado, precisamente porque acostumbro a diferenciar entre aquellos que lo son de verdad y quienes que sólo se hacen llamar así.  

¿Es usted una persona sincera? Procuro ser sincera conmigo misma, no engañarme. Con los demás tengo un problema importante, porque se me da bastante mal ocultar información o distorsionarla. Quienes me conocen un poco saben reconocer cuando les estoy mintiendo.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Me gusta mucho la soledad cuando la decido yo. Pero, al mismo tiempo, soy una persona enormemente sociable, que aprovecha todas las oportunidades que tiene para reunirse con amigos. Eso sí, odio las reuniones impuestas y la soledad en los días en que preciso compartir alguna alegría o algún dolor. Además de la lectura, me entusiasma la decoración y la restauración de muebles antiguos.

¿Qué le da más miedo? La muerte. No sólo la mía, también la de aquellos a quienes quiero. Tal vez por eso pienso demasiado en ella; por si a fuerza de pensarla consigo exorcizarla. Pero, por mucho que me anticipo a la desaparición de mis seres queridos, sé que no por eso me será más llevadera cuando llegue.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Me escandaliza la gente de se escandaliza por los detalles más pequeños y que, sin embargo, no se perturba con una catástrofe o el sufrimiento ajeno. La inmutabilidad me escandaliza.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? No he decidido ser escritora, de hecho, todos los días decido dejar de escribir, porque apenas tengo tiempo para hacerlo. Pero la escritura es un sudor de la lectura, se desprende naturalmente de ella. Ni siquiera leer es casi nunca una decisión, salvo cuando se trata de lecturas impuestas por alguna razón. La lectura es mi segunda piel. Una piel que transpira demasiado. He decidido ser profesora y hay una mitad de mí que lo es de corazón y que disfruta con la enseñanza. La otra mitad habría preferido dedicar su vida laboral a la jardinería o el comercio ambulante. Cualquier actividad que me dejase la mente liberada para crear todo el tiempo.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí, aunque es un ejercicio bastante liviano. Suelo caminar al aire libre con bastante regularidad, algo que no sólo es un beneficio cardiovascular sino también creativo. También me gusta mucho ir en bicicleta. Son dos formas de moverme que me permiten estar en contacto con la naturaleza e interaccionar con ella: observar unos pájaros, recolectar moras, nueces, castañas, observar una puesta de sol…

¿Sabe cocinar? Me encanta cocinar. Y hago lo que puedo. Creo que, según me han dicho, lo que mejor se me da son los postres. Además, me encanta comerlos.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Escogería a un anciano muy anciano, de esos que parecen haberlo vivido todo y que todavía tuviese ganas de contar anécdotas curiosas. En las aldeas, como en la que yo vivo, todavía quedan algunas rara avis así. La juventud está sobrevalorada y cuanto más me alejo de ella más consciente soy de esto.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Cambio. Porque el ser humano siempre tiene la posibilidad de cambiar y debemos modificar muchas cosas para lograr un mundo mejor.

¿Y la más peligrosa? Intolerancia. Porque se nos supone cada vez más tolerantes y, sin embargo, creo que lo somos cada vez menos. El fanatismo interior sigue existiendo porque rara vez nos ponemos en la piel de los demás.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Sí, pero por suerte mi mente es más que un cerebro reptiliano. No ha sido más que un impulso.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Ideológicamente, soy de izquierdas, aunque cada vez estoy menos interesada en políticas concretas.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un lápiz. Ir dejando mi huella sobre un papel al tiempo que me voy haciendo menos. Empequeñecerme, pero no desaparecer. Como esos trozos de madera que siempre se van quedando por los cajones de la casa. Podrían parecer inútiles, pero en realidad no lo son.

¿Cuáles son sus vicios principales? Mi carácter soñador e introspectivo. Mi necesidad enfermiza de dormir, (de ahí que el trabajo sea una cárcel donde me han requisado mis horas de sueño). También los buenos libros. En definitiva, estar demasiado tiempo dentro de mí misma, incluso cuando estoy con los demás.

¿Y sus virtudes? La constancia y las buenas intenciones. Gracias a la primera he alcanzado todos mis logros académicos e intelectuales. La segunda permite que los demás me perdonen por los errores que cometo y, sobre todo, que yo misma me perdone. Soy una persona conciliadora, no llevo bien los conflictos y siempre procuro mediar, incluso en las desavenencias más leves.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? El dolor de las personas que me quieren al recibir la noticia de mi desaparición, las cosas que les he dicho o las que no les he podido decir. Los ojos: los de los vivos y los de los muertos.

T. M.