Desde la magnífica “Una mujer difícil” (1998) esperábamos que John Irving recuperase su fortaleza novelesca, pero se ha ido quedando a medias. Ocurrió en «Personas como yo» (2012), en la que un chaval de trece años despertaba a la sexualidad y se obsesionaba con una joven bibliotecaria, lo cual daba pie a guiños autobiográficos en torno a peculiares familiares, amores bisexuales, viajes a Europa y apetencias culturales. Justamente, el recurso a sus experiencias resultaba limitante y redundante, como si fueran hechos que recreasen una biografía cronológica sin mayor alcance.
Tampoco fue mejor la voluminosa “Avenida de los Misterios” (2015), en que la religión, el sexo y los recuerdos infantiles se mezclaban en su protagonista escritor. Su argumento,
ambicioso al combinar tiempos y espacios muy diferentes, México y Filipinas,
acababa siendo disperso alrededor de un hombre que de niño rebuscaba entre los
vertederos junto a su hermana y vivía una peripecia en Manila cuarenta años más
tarde. Pues bien, ahora, el autor de “El mundo según Garp” y “El Hotel New
Hampshire” ha hecho un meritorio esfuerzo de urdir una novela mastodóntica, «El último telesilla» (traducción de
Juan Trejo; en librerías el próximo día 4), que atrapa desde la primera página.
Lo hace con dos cebos literarios: el modo en que su
protagonista, Adam, afirma ver fantasmas en el hotel en que fue concebido, y
por medio de la familia que construye a partir de la madre del chico, Rachel
Brewster, esquiadora de eslalon. El título, así, remite al empleo de monitora
de esquí de esta mujer, lo que hace que Adam se quede con sus abuelos. Huelga
decir que estos no son precisamente gente normal, y como siempre sucede en
Irving, todo es exploración y extravagancia –también el travestismo que ya
surgió en otras obras–, con una ausencia que se hace presente a lo largo de
toda la narración: la desconocida identidad del padre de Adam, más el alegato a
toda libertad o minoría sexual. El autor se repite, sí, con su héroe novelista,
pero lo hace, aun con altibajos argumentales, con encanto y un envidiable torrente
de imaginación.
Publicado en La Razón (pág. 40), 30-IX-2023