Si tuviera que vivir en un
solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Sin dudarlo, el locus
amoenus.
¿Prefiere los animales a la gente? Prefiero a algunos animales
y a alguna gente. Ni me gustan todos los animales ni me gusta toda la gente.
¿Es usted cruel? Soy civilizado y no me gusta
lo crudo ni mucho menos recrearme en la sangre, ni propia ni ajena.
¿Tiene muchos amigos? Todos tenemos amigos, y no
importa el número, pues tanto puede ser que valga uno solo por muchos que
muchos por uno solo.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Busco una imposibilidad: que
nunca se vuelvan mis enemigos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Como soler, no. Si fuera
algo habitual, o yo no sé elegir a mis amigos o mis amigos no serían tan amigos
como yo me imaginaba.
¿Es usted una persona sincera? Sinceramente, no.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? ¿Pero realmente existe el «tiempo libre»? Cualquier ocio es negocio,
negocio con los demás o negocio con uno mismo. ¿Qué hago ahora? —me pregunto—, ¿leer, escribir, dar un paseo,
jugar al tenis, etc.?, y, voilà, ya estoy negociando.
¿Qué le da más miedo? Me da más miedo pensar qué
me da más miedo y no saber qué contestar. A lo mejor es que estoy curado en
salud y no le tengo miedo al miedo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? Todos los días ocurren tantos escándalos que ya no me
escandaliza que todos los días ocurran tantos escándalos. Quizá ese sea el
mayor escándalo: mi inmunización al escándalo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa,
¿qué habría hecho? Habría sido lector y, por
supuesto, envidiaría a los escritores.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Antes jugaba mucho al tenis.
Ahora, por prescripción médica, veo mucho tenis, y de vez en cuando, por
prescripción mí, corro, —ay— sin el «me».
¿Sabe cocinar? Claro, qué remedio, si no
gano lo suficiente como para ir de restaurantes todos los días y que me cocinen
mis platos preferidos.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Mmm, me gustaría entrevistar
a Dios, caso de que Dios diera entrevistas. Pero me temo que es endiabladamente
esquivo y como siga así va a pasar de ser «inolvidable» a «olvidado».
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? La libertad. Sin ella nada es mejorable.
¿Y la más peligrosa? Odio pensar que haya
palabras peligrosas. Soy wittgensteiniano y el peligro está, más que en las
palabras mismas, en el mal uso que hagamos de ella.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? ¡Que me maten si quisiera
tal cosa! Matar no es lo mío. No tengo razones ni sinrazones para matar.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? El voto es secreto, pero
para no obviar la pregunta diré que soy «chavista», o sea, partidario de la
línea ideológica de Chaves Nogales, que era eso que los sociólogos llaman un
pequeñoburgués liberal.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? No me puede la envidia de
querer ser otra persona más alta, más guapa, más rica, más inteligente. Quisiera
ser el que he sido, el que soy, incluso arrepintiéndome a veces del que he sido
y soy.
¿Cuáles son sus vicios principales? No sé, como soy fumador, lo
mismo ya me he fumado todos mis ideales.
¿Y sus virtudes? Eso lo dejo a beneficio de
inventario de quienes me conocen, que no sé yo si me conocen tan bien como para
ver virtudes en mí.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? No lo tengo que imaginar.
Estuve a punto de ahogarme en la playa de los Haraganes, en Isla Canela. Me
salvó un sobrino mío. Y la verdad es que, mientras se me iban las fuerzas
nadando contracorriente, no pensaba otra cosa que «vaya manera tonta de morir, a
pocos metros de una lengua de arena y justo el día en que un editor me había
dicho que aceptaba para su publicación mi manuscrito de Cuentos
negros». Del esquema clásico, vislumbre acelerado de los hechos
más importantes de mi vida, nada de nada. Solo el triste pensamiento de «qué
tontamente me ahogo» y ya.
T. M.