Hace tres años que el lector español pudo conocer a un autor norteamericano, Richard Stern (Nueva York, 1928-Tybee Island, 2013), de gran prestigio pero que había quedado bastante ensombrecido por la trascendencia, precisamente, de algunos de los autores que lo admiraron sobremanera. Saul Bellow o John Cheever, por ejemplo, aplaudieron sus obras: tanto la que íbamos a hacer referencia, la publicada por Siruela en el 2019 Las hijas de otros hombres, sobre un profesor de Harvard en los años del hipismo cuya monótona y estable vida matrimonial da un vuelco al intimar con una alumna, como por esta otra de singular título, que bien podría sonar a una onomatopeya.
Sin embargo, se trata en realidad del nombre del protagonista, en lo que podría considerarse una historia de los expatriados estadounidenses al amparo de esta personalidad central, un escultor de renombre, Thaddeus Stitch, con un escenario detrás tan literario como Venecia. De hecho, en diversas ocasiones, un poco à la Henry James, se presenta un contraste que queda ejemplificado en afirmaciones como las siguientes: “Ya no queda Europa. La idea de Europa se ha evaporado. El último recordador intenta escapar a rastras del naufragio”; y, sobre todo: “Lo mejor es ser estadounidense y vivir en Europa”.
Tal cosa sale de labios de Edward Gunther, que decide un buen día abandonar su puesto como publicista y trasladarse a Italia desde Chicago –ciudad, por cierto, en que Stern impartió clases universitarias de Literatura Inglesa más de cuarenta años– con su mujer y sus tres hijos. Su objetivo es convertirse en escritor, pero por supuesto algo así no resulta fácil de entrada, de modo que entre diversas frustraciones que sufre a la hora de intentar publicar sus escritos, inicia una relación con una poetisa llamada Nina Callahan. Y esta justamente será la que facilite la aparición en la novela de su reciente amigo Stitch, trasunto de un anciano Ezra Pound, quien moriría en la ciudad italiana en 1972.
El propio Stern conoció al poeta estadounidense antes de que la novela se publicara en 1965, y en verdad se van apuntando rasgos que hacen inequívoco el parecido: “Sí, los rumores eran acertados. Era un fascista roto.” Porque, en efecto, Pound destacó por ser un ideólogo muy ferviente del fascismo, así como por un gran seguidor de Benito Mussolini, además de antisemita.
El caso es que, tras la caída de Italia en la Segunda Guerra Mundial, fue detenido por los aliados e ingresado en un sanatorio tras diagnosticársele paranoia por parte de los psiquiatras del ejército. Después de doce años encerrado en un centro de Washington, reanudó su vida en 1958 y acabó por elegir Venecia. Esta, cómo no, es también protagonista de Stich, un marco culturalista que enmarca una narración de ritmo lento en que tienen preponderancia los diálogos intelectuales entre todos los personajes, o las opiniones de un Stich que, sabiéndose en la recta final de su trayectoria, aspira a un canto de cisne en forma de conjunto escultórico levantado en una isla en la laguna y que desearía que se convirtiera en su obra maestra.
Por todo lo dicho, la novela necesita un lector ciertamente literario, que simpatice con el entorno ampuloso y distinguido –desde el punto de vista cultural que Stern pretendió proyectar– tanto como con la personalidad de alguien que se desea mostrar entre solitario y sociable, entre interesante e intratable. En ello radica el hándicap y el aliciente de la obra, con un indudable encanto: la Venecia de las nieblas invernales.
Publicado en Cultura/s, 1-V-2022