En el año 2022, una revista digital de libros, auspiciada por Arturo Pérez-Reverte, y una editorial independiente que cumplía en esas fechas setenta y cinco años de andadura, se aliaban para crear Zenda-Edhasa bajo una premisa común: recuperar clásicos de corte aventurero. Este sello, así, volvía a poner al alcance del lector libros que en su momento habían sido superventas y en ocasiones habían sido adaptados al cine, y con ello, desempolvaban viejos valores anclados en la nobleza, la valentía, el honor y el instinto por viajar y descubrir lugares insospechados.
Justamente, Pérez-Reverte prologa los libros de esta colección, llamada Zenda Aventuras, como en el caso de su última novedad, Scaramouche, de Rafael Sabatini, un italiano que acabó afincándose en el Reino Unido. La gran pantalla hizo célebre esta novela publicada en 1921 y ambientada en la Francia de la Revolución en que un joven abogado, tras el asesinato de un amigo a manos de un noble, jura vengarlo. Perseguido por las autoridades, se esconde en una compañía de teatro, donde se pone a interpretar al personaje cómico de Scaramouche, para más tarde convertirse en un hábil espadachín y político.
Poco atrás Zenda-Edhasa publicó Los Pardaillan, de Michel Zévaco (1860-1918), un periodista, anarquista y novelista francés que dotó de gran dinamismo y pasión a sus novelas, mezcla de aventura, política, amor y justicia en pleno siglo XVI. Su obra narra las peripecias de una familia de nobles espadachines —el valeroso padre y su intrépido hijo— enfrentados al poder corrupto y a las intrigas cortesanas en unas páginas donde la libertad choca con la traición, el fanatismo religioso y las ambiciones del trono.
Ciertamente, muchas de estas espadas son galas y parten de revisitar el pasado histórico, como en El Jorobado, de Paul Féval; aquí, durante el reinado de Luis XIV, el protagonista Henri de Lagardère, con su espada y un disfraz, siempre está dispuesto a «desfacer entuertos», por decirlo al modo quijotesco. Y es que, como dijo Honoré de Balzac en su prefacio de La comedia humana: «He hecho algo mejor que el historiador, porque soy más libre». El autor, tan representativo de la llamada novela realista, empezaría su andadura con una serie de obras de formato folletinesco, en el contexto de un fenómeno que cambió el paradigma del lector literario: la novela por entregas en la prensa, en que era vital que el final de cada capítulo despertara el interés por seguir leyendo la historia en un nuevo capítulo.
El folletín produjo tiradas que se contaban por cientos de miles en el París, y el que más dinero ganó con ello (unos 200.000-300.000 francos al año) fue Alexandre Dumas, a menudo con negros a su cargo para agilizar el ritmo de escritura: un total de setenta y tres empleados, entre los que destacó el historiador Auguste Maquet. He aquí el nacimiento de la literatura como cadena de fabricación, cuando la obra literaria se convierte en «mercancía» por tener su tarifa de precios y pautas concretas de elaboración y fecha de entrega.
En el folletín, Dumas llevó a la excelencia esa necesidad de dejar en suspenso la trama para avivar la curiosidad del lector, que disfrutó en los años cuarenta del siglo XIX de El conde de Montecristo y la trilogía formada por Los tres mosqueteros, Veinte años después y El vizconde de Bragelonne. Esta literatura concebida para el entretenimiento alcanza nuestros días y ha empapado el mundo del cine en lo que se da en llamar «capa y espada», un género de narrativa aventurera donde el honor y el romanticismo comparten líneas con la intriga y la acción, con protagonistas valientes y nobles y, desde luego, una habilidad pasmosa para manejar la espada frente al villano de turno.
Dicho género, tan proclive a ser denostado por su claridad y sencillez, y sobre todo por su alcance popular, fascinó en su momento a grandes narradores para los que los personajes de Dumas dejaron un poso indeleble; fue el caso de Robert Louis Stevenson, que dijo en un ensayo: «Acaso mi mejor y más entrañable amigo sea D’Artagnan, el viejo D’Artagnan de El vizconde de Bragelonne. No conozco alma más humana ni, en su estilo, más exquisita».
Más de cien años después de estas palabras, en 1992, Arturo Pérez-Reverte, autor de la novela El club Dumas y del viejo soldado de los Tercios de Flandes, el espadachín Capitán Alatriste, incidirá en esa sensación en un artículo de prensa; de esta manera, apuntó que sus mejores cuatro amigos, a lo largo de tres décadas, eran Athos, Porthos, Aramis y D’Artagnan, y que cada vez que terminaba de leer la trilogía protagonizada por este cuarteto, se le humedecían los ojos al cerrar el último tomo.
Otro autor inmensamente conocido en este campo del arma blanca fue Edmond Rostand, creador de Cyrano de Bergerac, una obra teatral en verso que se mantuvo más de un año en cartel desde su estreno en 1897. La historia es bien conocida, y además para ella Rostand se basó en un individuo real del siglo XVII: Savinien de Cyrano, un cadete de gran destreza oratoria y poseedor de una gran nariz, amén de escritor, que se enamoraba en vano de una mujer en la ficción (basada en una persona real, pero a la que jamás amó).
Junto al ámbito francés, destacaría el inglés, con títulos tan famosos como El prisionero de Zenda (1894), de Anthony Hope, La Pimpinela Escarlata (1905), de la Baronesa Orczy, o La flecha negra (1888). Esta novela de Robert Louis Stevenson, que transcurre en torno a la la guerra de las Dos Rosas (siglo XV), también la prologa Pérez-Reverte, que destaca su trama y desenlace imprevisto. Pero, con todo, tal vez el personaje que empuña una espada que con más fuerza ha llegado hasta la actualidad es El Zorro, creado en 1919 por el estadounidense Johnston McCulley: un forajido con máscara y capa que escapa de sus perseguidores al tiempo que arriesga su propia vida, en el México de los años 1821-1846, con tal de defender a la gente vulgar y corriente. Un héroe para nuestros días, por consiguiente, y para todas las épocas.
Publicado en Cultura/s, 28-VI-2025