Una permanente
sensibilidad infantil y una visión crítica de la sociedad harían de Mark Twain
un autor muy popular desde que debutara con el libro de cuentos «La famosa rana
saltarina de condado de Calaveras», en 1867. Con los años, su celebrado sentido
del humor se convertiría en sarcasmo a medida que los Estados Unidos, con su
idealizada ideología democrática, la ampliación de su territorio a modo de
imperio expansionista, el genocidio aborigen y la esclavitud, se volviera a sus
ojos un lugar decepcionante. Su mirada mordaz ya estaba sembrada en su
escritura cuando, radicado en San Francisco, se distinguió con sus trabajos
periodísticos, incluido un viaje a Europa desde Nueva York que volcó en “Guía
para viajeros inocentes”, cubriendo la noticia de lo que iba a ser uno de los
primeros grandes tours organizados.
De esta obra, que
tuvo una edición española en 2009, se han extraído diversos pensamientos, y de
muchas otras, para nutrir una iniciativa tan estupenda como “Encuentros y
extravíos”, libro de aforismos por cuanto Javier Recas ha extraído las frases
más llamativas del autor de Misuri, estructurando el trabajo de modo
alfabético. Así, desde “Abogados” hasta “Zola, Émile”, la genialidad del autor
de personajes tan entrañables como Tom Sawyer o Huck Finn cobra todo su
esplendor. Un disfrute lector, además, que tiene el aliciente de que está
proporcionado no sólo a raíz de las numerosas obras que tenemos al alcance de
Twain en castellano, sino de otras que aún no han sido traducidas y en las que
Recas ha indagado muy bien.
En el prólogo, éste
destaca el “extraordinario despliegue de ingenio, ironía y sentido del humor”
de Twain, que también mostró albergar “una honda sabiduría de vida, con
frecuencia amarga, y una ácida crítica social, política y moral de los desmanes
de su tiempo, que, en buena medida son también los nuestros”. De tal modo que
tomando su autobiografía, sus novelas juveniles, cuentos y ensayos –en especial
aquí el titulado “¿Qué es el hombre?”–, pero también su correspondencia,
entrevistas o conferencias, podemos encontrar mil y un aforismos
relampagueantes.
Enseguida
comprobaremos tal cosa cuando, por ejemplo, leamos la entrada “Adán”, del que
en la novela “Wilson Cabezahueca” dijo: “No quería la manzana porque le
gustara, la quería sólo porque estaba prohibida. El error fue no prohibir la
serpiente; entonces se habría comido a la serpiente”. Ocurrencias como esta se
suceden con otras observaciones de tinte más desencantado –“Hemos introducido
una palabra de contrabando en el diccionario que no debería estar en él:
altruismo. Describe algo que no existe”– que captan a la perfección el alma del
mejor humorista estadounidense de la historia.
Publicado
en La Razón, 14-V-2020