viernes, 15 de mayo de 2020

El humorista amargo


Una permanente sensibilidad infantil y una visión crítica de la sociedad harían de Mark Twain un autor muy popular desde que debutara con el libro de cuentos «La famosa rana saltarina de condado de Calaveras», en 1867. Con los años, su celebrado sentido del humor se convertiría en sarcasmo a medida que los Estados Unidos, con su idealizada ideología democrática, la ampliación de su territorio a modo de imperio expansionista, el genocidio aborigen y la esclavitud, se volviera a sus ojos un lugar decepcionante. Su mirada mordaz ya estaba sembrada en su escritura cuando, radicado en San Francisco, se distinguió con sus trabajos periodísticos, incluido un viaje a Europa desde Nueva York que volcó en “Guía para viajeros inocentes”, cubriendo la noticia de lo que iba a ser uno de los primeros grandes tours organizados.

De esta obra, que tuvo una edición española en 2009, se han extraído diversos pensamientos, y de muchas otras, para nutrir una iniciativa tan estupenda como “Encuentros y extravíos”, libro de aforismos por cuanto Javier Recas ha extraído las frases más llamativas del autor de Misuri, estructurando el trabajo de modo alfabético. Así, desde “Abogados” hasta “Zola, Émile”, la genialidad del autor de personajes tan entrañables como Tom Sawyer o Huck Finn cobra todo su esplendor. Un disfrute lector, además, que tiene el aliciente de que está proporcionado no sólo a raíz de las numerosas obras que tenemos al alcance de Twain en castellano, sino de otras que aún no han sido traducidas y en las que Recas ha indagado muy bien.

En el prólogo, éste destaca el “extraordinario despliegue de ingenio, ironía y sentido del humor” de Twain, que también mostró albergar “una honda sabiduría de vida, con frecuencia amarga, y una ácida crítica social, política y moral de los desmanes de su tiempo, que, en buena medida son también los nuestros”. De tal modo que tomando su autobiografía, sus novelas juveniles, cuentos y ensayos –en especial aquí el titulado “¿Qué es el hombre?”–, pero también su correspondencia, entrevistas o conferencias, podemos encontrar mil y un aforismos relampagueantes.

Enseguida comprobaremos tal cosa cuando, por ejemplo, leamos la entrada “Adán”, del que en la novela “Wilson Cabezahueca” dijo: “No quería la manzana porque le gustara, la quería sólo porque estaba prohibida. El error fue no prohibir la serpiente; entonces se habría comido a la serpiente”. Ocurrencias como esta se suceden con otras observaciones de tinte más desencantado –“Hemos introducido una palabra de contrabando en el diccionario que no debería estar en él: altruismo. Describe algo que no existe”– que captan a la perfección el alma del mejor humorista estadounidense de la historia.

Publicado en La Razón, 14-V-2020