viernes, 26 de julio de 2024

"La letra herida" recomendado en Heraldo Radio

     

Estante de la librería La Central del Raval, a la entrada 
de un reciente curso que di sobre la melancolía y el suicidio literarios

El pasado jueves se emitió, en el programa de radio mexicano A la una con Salvador García Soto, en Heraldo Radio, este espacio que Gabriela Guerra Rey dedica a recomendar lecturas, llamado "El refugio de los libros". En él, esta escritora comentó La letra herida. Autores suicidas, toxicómanos y dementes. Se puede ver la grabación en su canal de YouTube.

miércoles, 24 de julio de 2024

Entrevista capotiana a Javier Salinas

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Javier Salinas.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? El corazón de mi amada.

¿Prefiere los animales a la gente? Todos somos animales.

¿Es usted cruel? No de forma consciente.

¿Tiene muchos amigos? Eso habría que preguntárselo a ellos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que me soporten.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No me decepciona nadie.

¿Es usted una persona sincera? Soy una persona que ignora.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? El tiempo es libre.

¿Qué le da más miedo? No hago ranking del miedo.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La crueldad no me gusta nada.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Creo que esa es una pregunta que me hago cada día y cada día la respondo igual: voy a ser escritor.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Todo el que puedo.

¿Sabe cocinar? Soy creativo.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A alguna de mis ex.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? La que se pronuncia con amor.

¿Y la más peligrosa? La que se pronuncia con ira.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? A mí mismo, supongo.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? La dualidad no me gusta. Me gusta más la colaboración y el trabajo en equipo.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Quizás bailarín.

¿Cuáles son sus vicios principales? El optimismo.

¿Y sus virtudes? El optimismo.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Espero no saberlo nunca….

T. M.

martes, 23 de julio de 2024

Suspense en un pueblo de Francia

Qué certezas tenemos realmente de cómo es la gente más próxima en nuestra vida cotidiana, y qué sorpresas puede deparar el hecho de conocerlas con más profundidad. Tal podría ser el fundamento de la narrativa de Laurent Mauvignier (Tours, 1967), del que ahora conocemos su tercera novela en español en la editorial Anagrama, tras haber visto la luz Hombres y Lo que yo llamo olvido.

Este último relato presentaba un acto de violencia extrema a raíz del robo de una lata de cerveza en un supermercado de un centro comercial. Por su parte, Hombres se adentraba, también tomando solamente un lapso de tiempo corto, en los recuerdos de dos exsoldados de la guerra de Argelia en un pueblo de Francia. Así, el libro se convertía en un análisis de la crueldad humana, de la lucha absurda que sólo conduce a la tragedia.

La elección del asunto narrativo, en aquella ocasión, tenía además un tinte muy personal, pues como apuntó en su día Justo Barranco en estas mismas páginas de La Vanguardia , “el padre de Mauvignier luchó 28 meses en Argelia, haciendo su servicio militar. Nunca le habló del conflicto. Y cuando el autor tenía 16 años, su padre se suicidó”.

De este modo, el drama pequeño o familiar se mezcla en la obra del autor francés con acontecimientos que destruyen una sociedad. Ejemplo del primer caso sería su debut, de 1999, Lejos de ellos (Sajalín Editores), una trama intimista en torno a los silencios de una familia que desencadenan una gran turbación; del segundo, Alrededor del mundo (Nocturna), que presentaba el accidente nuclear que asoló Japón en 2011.

Todos estos ingredientes trágicos, en un contexto localista, e impulsados por el misterio, caracterizan la literatura del autor de Historias de la noche , que podríamos considerar un thriller social-rural, tan psicológico como policiaco, podríamos decir, y del que se está preparando su adaptación al cine.

“Es una versión femenina de Una historia de violencia de Cronenberg”, afirmó la productora de la película, Marie-Ange Luciani, lo que tiene todo el sentido por cuanto el autor dijo en una entrevista que la violencia está en el centro de su vida. Y en efecto, lo terrible acabará sucediendo en el pueblo donde una pareja y su hija de diez años –Patrice, su esposa Marion y la niña Ida, que a la vez gusta de pasar tiempo con su vecina, la pintora Christine– se disponen a celebrar el cumpleaños de la madre.

De este modo, cual cuento tradicional de miedo, al llegar la noche suceden ciertos hechos y aparecen ciertos visitantes –tres hermanos, con una sonrisa tenebrosa que no augura nada bueno– que harán que emerja el pasado de la propia Marion, como si esta tuviera que rendir cuentas por algo que ocurrió años atrás.

El enigma está servido, y va aderezado por medio del estilo de Mauvignier, muy proustiano, con largos párrafos y frases subordinadas, que hace del argumento una corriente lectora que fluye magníficamente. Sin embargo, en esta virtud también se pudiera encontrar el hándicap de una novela demasiado extensa, lo que pudiera provocar baches en la intensidad del misterio, pues todo se describe lenta, minuciosamente, en el único día en que transcurre todo.

De todas formas, esta apuesta por un ritmo y un tono muy intencionadamente elegidos constituye un aliciente literario, al usar recursos que serían propios de la novela negra de entretenimiento con una prosa depurada y estilosa. Y es que este escritor se ha distinguido por dominar el arte de la descripción y el diseño de unos personajes que siempre tienen una doble cara, ya sean los miembros de un matrimonio o una señora mayor que en apariencia vive tranquilamente aislada; comoquiera, el hogar se convertirá, de súbito, en un lugar hostil donde el peligro es extremo si el presente encuentra la manera de vengarse de lo que sólo se arrastraba en la memoria.

Publicado en Cultura/s, 13-VII-2024

lunes, 22 de julio de 2024

Entrevista capotiana a Rosalía Fernández Rial

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Rosalía Fernández Rial.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Si la infancia es la patria del ser humano, elegiría Muxía (A Coruña) porque jugué, crecí, soñé y compartí comunidad en cada milímetro de esa península. Después fue el lugar donde más escribí y a donde regreso siempre, es la raíz que me mantiene anclada. Eso sí, antes de cortar el istmo me aseguraría de que estuviese toda la gente amada dentro y viviría por siempre en esa isla Utopía.

¿Prefiere los animales a la gente? Prefiero a gente con humanidad que no se olvida de su parte animal. En términos de Koltés, prefiero a las personas o animales que puedan “mirar a los ojos a otro ser humano o animal” y sentirlo como su “igual”. Como especie somos capaces de lo peor, pero pienso aún que la nuestra mejor versión sí merece la pena: la misión es incentivar más esa cara del poliedro que nos configura.

¿Es usted cruel? Trato de practicar lo contrario a la crueldad. Evidentemente, soy muy consciente de la complejidad de todo ser humano y sé que todas las personas tenemos abismos oscuros y múltiples caras. Pero también sé que la educación, el pensamiento y, en parte, las artes pueden redimirnos y construir en nosotras mejores personas. No puras, no siempre buenas pero sí con una ética lo más afinada posible hacia las demás personas. Estamos en una era tremendamente desesperanzadora, pero confiar en la humanidad es lo único que nos puede salvar.

¿Tiene muchos amigos? No sabía decir si muchos, pero sí que hemos construido unos vínculos íntimos y leales que son toda una heroicidad en el marco de esta sociedad líquida y superficial que atenta sobre todo contra las relaciones humanas. Amo profundamente a las amigas y amigos que tengo y pienso que es una de las razones para defender la vida, por épico que suene.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Conservo un grupo de amigos de la infancia y somos personas por completo diferentes en muchos ámbitos. Nos une una historia personal compartida y unos valores mínimos en común. Con las amigas que hice de mayor además de los valores tengo más principios o gustos en común. Pero no existe una jerarquía entre unos amigos y otros. Me gusta situarme en esa “anarquía relacional” expuesta por Juan Carlos Pérez Cortés en la que los vínculos son simétricos y en este caso profundos.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No con el suficiente impacto o frecuencia como para cuestionar la amistad. Es verdad que sí he perdido vínculos que eran muy importantes y en ese caso siempre nos acecha una decepción irreparable por la magnitud de las pérdidas. Afortunadamente, fue en pocas ocasiones, pero pienso que todas hemos experimentado esas distancias abismales que sobre todo en ciertas épocas de la vida son muy dolorosas.

¿Es usted una persona sincera? Es muy difícil afirmar esa característica de una misma en términos absolutos. Intento ser lo más sincera posible con las demás personas y conmigo misma, pero soy muy consciente de que no siempre es posible y, sobre todo, de que los adultos somos personajes heterogéneos con múltiples caras y heridas y circunstancias.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Creando, haciendo música, contemplando arte y si es del todo libre el tiempo me gusta que sea compartido. Adoro combinar momentos artísticos profundos con conversaciones y relaciones igual de profundas pero que fluyan y transiten espacios y temáticas por completo diferentes e inesperadas. El situacionismo en el ámbito vital me estimula mucho.

¿Qué le da más miedo? Esta pregunta la vincularía directamente con la referente a la sinceridad y a sus dificultades. No sé si sería capaz de revelar mis miedos personales más íntimos por falta de pudor o de sinceridad comunicativa. Pero a nivel social me dá mucho miedo la deriva de la sociedad hacia una progresiva deshumanización.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Me escandaliza que alguien pueda defender ideas totalitarias, que vayan en contra de los derechos del ser humano. Me escandaliza absolutamente la guerra, me escandaliza que una persona pueda destruir a otra, que un estado pueda invadir a otro estado y me escandalizan en general todo tipo de violencias. Me escandalizan las violencias hacia cualquier colectivo minorizado, hacia personas inocentes, hacia las mujeres, hacia todo tipo de diversidades. Me escandaliza, me duele, me altera y me hace sufrir.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? No me gusta imaginarme sin concebir la vida desde lo artístico de alguna manera. Podría hacerlo desde disciplinas muy diferentes, pero me cuesta pensar la vida sin arte. Si no fuese posible, me centraría en la parte educativa, en la faceta docente, porque también es un trabajo muy creativo y de comunidad. Me imagino también centrándome mucho en deportes de equipo y compartiendo “acontecimientos” situacionistas reales, aplicados a la cotidianidad, para sobrellevarla.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí, siempre hice mucho deporte, desde niña; para mí siempre fue fundamental. En la actualidad practico sobre todo kung-fu tradicional. Es una disciplina tan compleja y completa como interesante y creo que aporta unos beneficios que transcienden lo físico. Me queda mucho, todo, por aprender y no sé si va a ser el deporte de mi vida. Pero en este momento es el ejercicio físico en el que más me centro.

¿Sabe cocinar? Podría hacerlo mucho mejor, podría dedicarle más tiempo, pero me defiendo. Eso sí, no puedo comparar lo básico de mi cocina con la tradicional familiar. Daría para un ensayo filosófico y sociológico ese salto generacional general, considerando por una parte la aceleración de los tiempos y, por otro, el feliz auge del feminismo y su consecuente transformación de los espacios domésticos y públicos.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Elegiría a Rosalía de Castro porque su poesía es puro jazz, porque fue una de las poetas más poliédricas e interesantes de la historia de la literatura y porque configuró la vanguardia del pensamiento en Galicia pero también en diálogo con el feminismo incipiente en ese momento y con el ocaso del romanticismo europeo.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Confianza, en su sentido más amplio. Confianza en la alteridad, en la vida, en lo que está por venir.

¿Y la más peligrosa? Fascismo. Es el término más perverso por lo que designa literalmente, por su acepción semántica denotativa, pero también por su mal uso.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Matar no, nunca. Lo máximo, y creo que solo con un par de personas, una lucha cuerpo a cuerpo sin armas y con piedad. Creo en el derecho a la vida y en la no violencia, por lo que se trataría de un ejercicio puntual de combate libre controlado.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Soy feminista, ecofeminista -podría añadir-, y defiendo la igualdad entre todos los seres humanos, creo en una política emancipadora y que defienda el derecho a una vida digna y libre. Creo en la democracia real, por difícil que sea su puesta en práctica, y la construcción de una comunidad que establezca vínculos seguros para todas las diversidades y con respecto al medio ambiente.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Me gustaría compartir instalaciones artísticas en lugares dispares del mundo y viajar activando artefactos artísticos en lugares remotos. Me gustaría extender esas instalaciones a la vida y construir pequeñas “verdades” derivadas de “acontecimientos” -en el sentido filosófico del término-, crear nuevos vínculos con esa misma intensidad y diluir las fronteras entre la calle y la escena, entre los géneros, entre toda diversidad.

¿Cuáles son sus vicios principales? No sé si entraría en la categoría de “vicio” pero tengo cierta tendencia a perder la noción del espacio y del tiempo en conversaciones infinitas y olvidar las prioridades inmediatas.

¿Y sus virtudes? Sería coherente decir la capacidad de diálogo y empatía con las demás personas. Que el vicio y la virtud sean dos caras de la misma moneda es en realidad congruente con las referidas contradicciones del ser humano como con el poliedro y la complejidad inherentes a nuestra especie.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Sin duda los rostros de las personas que amo y he amado. Me gustaría pensar que también me pasarían por la cabeza un carrusel en super ocho de los mejores momentos vividos, de aquello que valió la pena y quizá de algunas de las obras de arte más admiradas.

T. M.

domingo, 21 de julio de 2024

¿Cuánto mide la Tierra?

Casi treinta años han pasado desde la novela de Antoni Marí «El camino de Vincennes», sobre la visita de Jean-Jacques Rousseau a Denis Diderot, que había sido acusado de materialista por su «Carta sobre los ciegos», contraria al dictado eclesiástico, e iba a permanecer en la cárcel tres meses y medio. La obra se abría con una cita del propio Diderot: «Las luces disiparán las manchas de oscuridad que aún cubren la superficie de la Tierra». Una afirmación que podría valer como lema, aspiración, anhelo de los ilustrados franceses, de aquel tiempo lleno de cuestionamientos que al fin y a la postre devino –siquiera por parte de la propaganda cultural tanto francesa como anglosajona– uno de los periodos más ricos de estudio y reflexión, el inicio de nuestra modernidad; tal cosa implicaría el surgimiento de un horizonte globalizado según un sinfín de investigadores internacionales que idolatran la Francia ilustrada.

Así, por enésima vez, al poner el foco en una Francia pionera intelectualmente hablando, se desatendía que que la globalización ya se produjo cuando el mundo se descubrió a sí mismo después de que un tal Cristóbal Colón llegara a un territorio desconocido y muchos más exploradores españoles facilitaran conocer enteramente el planeta Tierra. Comoquiera, ese mensaje ilustrado, que provocó un eurocentrismo que derivaría en imperialismo y racismo, y que se nos vende como el culmen de los ideales de los derechos humanos y la justicia, destaca sobremanera desde el punto de vista bibliográfico actual, dando la espalda al legado hispano.

Ecuador, 1736

Los ejemplos de estudios que subrayan todo lo concerniente a la Ilustración son, claro está, incontables: Marc Fumaroli, en «Cuando Europa hablaba francés. Extranjeros francófilos en el Siglo de las Luces», Tzvetan Todorov, en «El espíritu de la Ilustración», Philipp Blom, en «Encyclopédie. El triunfo de la razón en tiempos irracionales» e infinidad más sobredimensionan asuntos que ya habían avanzado pensadores, artistas y literatos del Siglo de Oro español. Y ahora, otro título se añade a plantear, ya desde el subtítulo, que el punto de inflexión de la vida humana surgió en ese periodo iluminado-parisino: "La medida de la Tierra. La expedición científica ilustrada que cambió nuestro mundo” (traducción de Joaquín Mejía Alberdi), de Larrie D. Ferreiro.

Se trata de una gran investigación que nos conduce a cómo se trató de medir la Tierra por medio de una increíble expedición al ecuador, en 1736, en la que participaron científicos franceses y oficiales de marina españoles. Esta Misión Geodésica no se producía en cualquier momento, sino, muy al contrario, se desarrolló teniendo en cuenta que por entonces había dos perspectivas con respecto a la forma del mundo: la Tierra se alargaba hacia los polos como un huevo, idea tomada de René Descartes; la Tierra, a ojos de Isaac Newton, era achatada, como una bola de pan que una mano gigante hubiera presionado desde arriba, dice el autor. Para intentar aclarar esta dicotomía, la expedición viajó al virreinato de Perú, con el objetivo de medir un grado de latitud en el ecuador que detallaría la forma de la Tierra.

“Los científicos habían elegido, para trazar la base fundamental de sus mediciones, la meseta de Yaruquí –a casi veinte kilómetros de Quito, capital provincial del norte del Perú–, por razón de su relativa llanura y las vistas despejadas hasta las cumbres de su entorno”, explica Ferreiro. Pero la fuerza indomable de la naturaleza, el clima cambiante –capaz de matar a los lugareños, por ejemplo, por torbellinos de arena y polvo– y diversas disputas internas complicarían sobremanera la labor. De este modo, “planes que habían parecido ideales en un primer análisis se veían azotados por problemas insuperables cuando llegaba el momento de ejecutarlos”. Se habían pasado los científicos dos años preparando el viaje, a lo que se había añadido otro para llegar al área donde se deseaba dar comienzo a la medición terrestre. Y naturalmente, el lugar para ello era uno muy específico, pues “algunos experimentos de gran precisión mostraban que la fuerza de la gravedad parecía reducirse cerca del ecuador”.

La gran labor de los españoles

Por supuesto, más allá de su incuestionable interés científico, la misión tenía pretensiones de tinte político, dado que conocer mejor las dimensiones del planeta podía dar como resultado mejorar el posicionamiento de la flota armada y dominar las vías de comunicación. Huelga decir que este deseo era especialmente motivador para imperios como Francia y Gran Bretaña, que siempre se mantenían en una tensión latente y al borde del conflicto bélico. Así las cosas, “la guerra por el conocimiento se libraría en los salones del Louvre, en las salas de reunión aledañas a Fleet Street y también a través de los océanos”, apunta Ferreiro, en una época, además, en que acudir al territorio hispano era factible al estar España ligada a Francia por la alianza de la familia Borbón.

En palabras del investigador, la Misión Geodésica al Ecuador era algo completamente nuevo si consideramos que fue la primera expedición científica internacional de la historia, pues no en vano necesitó de la cooperación oficial de dos naciones. Tenemos en todo ello a personajes como Louis Godin, el jefe de la expedición; un astrónomo en la Academia de Ciencias que se comportaba como un tirano frente a sus hombres y que a punto estuvo de provocar varias insubordinaciones que casi malograron la misión. Por otro lado, estaba Charles-Marie de La Condamine, exsoldado y científico que se dedicó a explorar el río Amazonas. También, Jorge Juan y Santacilia, quien cohesionó al grupo cuando los franceses no cooperaban entre sí y que tenía entre sus tareas, ayudar en las observaciones astronómicas, levantar mapas de los puertos y ciudades y establecer la posición exacta de las poblaciones costeras para mejorar la navegación. Por último, Antonio de Ulloa y de la Torre-Guiral, que se haría íntimo amigo de su colega español y cuyos relatos posteriores fueron clave para informar a Europa acerca de los pueblos y culturas de Sudamérica; para que las luces, franco-españolas, disiparan las manchas de oscuridad que cubrían la superficie de la Tierra.

Publicado en La Razón, 20-VII-2024

sábado, 20 de julio de 2024

Entrevista capotiana a Julio Espinosa Guerra

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Julio Espinosa Guerra.

Si tuviera que vivir en un solo lugar sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? En esta pregunta falta contexto. Cuando hablas de “lugar” ¿lo haces de vivienda, terreno, pueblo, ciudad, zona? Hay lugares imaginarios y, por lo general, todos vivimos dentro de uno, que es propio y particular, aunque no nos hayamos dado cuenta antes. Transitas por las mismas calles, compras en los mismos comercios y tu relación suele ser con las mismas personas. La mayor parte del mundo, aunque en sus redes sociales tengan a mucha gente, solo se relacionan con unas cincuenta como máximo. Lo demás es ficción y reafirmación de una postura de mundo. Porque las redes sociales son como los árboles de tu propio bosque. Poca gente sale de su propio bosque. Es más, la mayoría de las personas que viajan, a esos que se les llama “turistas”, nunca salen del lugar mental en el que habitan y todo lo miden por y desde él. Así las cosas, seguramente no tenga que elegir nada, porque esté donde esté, mis propios prejuicios me llevarán a vivir en el mismo lugar. A no ser que dé el salto y comprenda, como Eluard, que hay otros mundos, pero están en este. Y hay otras vidas, pero están en ti.

¿Prefiere los animales a la gente? Tengo la suerte de trabajar con personas, con muchas personas. Personas interesadas por la cultura, por reaprender, por cuestionarse. Jóvenes, adultas, con mucha experiencia y con poca. No hay duda de que un animal es un ser bello e inocente. Pero mi experiencia personal es que también son una fuente donde se refleja el rostro de quien lo posee. De quien lo cuida. No hablo de las personas que los salvan; hablo de las personas que los tienen de mascotas. El roce con la gente te hace aprender y ponerte en duda, te ayuda a aprender, a empatizar y a comprobar que muchas veces estás equivocado. Un animal no suele decirte que no y no te exige ser mejor. ¿Es bello tener animales? Sí. ¿Es incómodo muchas veces estar con las personas? La respuesta también es sí. Pero eso es lo positivo. La gente te obliga a ser mejor.

¿Es usted cruel? Puedo ser indiferente. Que esa indiferencia pueda ser advertida por la persona a la que le afecta como crueldad, puede ser. Uno no está en la cabeza de los otros. Ni tampoco es parte de sus reacciones afectivas. Intento ser empático, pero no se puede ser empático todo el tiempo. Cuando Queequeg le pide al carpintero que haga un ataúd con las medidas de Ismael parece que está siendo cruel. Pero lo que los demás no ven es que Queequeg ha visto la muerte y para no decirle a todos los demás que van a morir manda a hacer un extraño ataúd que flotará y salvará a Ismael. Desde fuera, desde la visión de los demás balleneros, Queequeg es cruel con Ismael. Pero la verdad es que está siendo sumamente compasivo con todos sus compañeros. La crueldad siempre está en los ojos del que mira.

¿Tiene muchos amigos? Sí, tengo muchos amigos. Es algo difícil de decir porque mucha gente a penas tiene amigos. La verdad es que durante mucho tiempo pensé que no era así. Pero en los últimos años he cambiado mi concepto de amistad. Sin duda se trata de una relación de afectos. Pero esos afectos no se tienen por qué estar mostrando siempre ni tienen que ser cercanos en el tiempo/espacio. La distancia de la amistad es otra. ¿Es Nick amigo de Gatsby? Parece que no. Y al comienzo eso es así. Pero Nick no solo aprecia a Gatsby. Intenta comprenderlo. Y desde allí, acogerlo. No puede cambiarlo. Simplemente lo escucha, que no es poco. Lo escucha y es su testigo. Habla por él. Habla incluso desde él. Y entonces sí, es su amigo. Entonces la cuestión está en la perspectiva. Y entender que cada cual tiene sus circunstancias y te dan lo que pueden dar, es la clave para la amistad, para ser y tener amigos, porque es un camino de ida y vuelta: no tienes amigos y no estás abierto a la amistad y a agradecer la que tienes.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? No soy narcisista ni egoísta. No busco nada en mis amigos. No entiendo la amistad como un intercambio de bienes. Qué triste ver desde ese lugar la amistad, ¿no? Incluso he sido amigo de personas que no han sido mis amigas mientras ellas me aportaran buena conversación, risas, muchas veces relacionadas con la literatura. Luego se han alejado porque, como no eran mis amigos, se han traicionado. Pero uno no puede acercarse al hecho excepcional de la amistad desde la desconfianza. Hay que confiar. Hay que abrirle la puerta al mundo. Si luego el mundo, si una persona te traiciona, ya cerrarás la puerta y no la volverás a abrir. ¿Pero qué sentido tiene andar pidiéndole condiciones a la amistad? Así nunca serás amigo de nadie.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Al contrario, me han regalado felicidad y bellos momentos. Algo mal tienes que hacer para que los que se dicen tus amigos te decepcionen constantemente, ¿no?

¿Es usted una persona sincera? Me lo dices cuando termines de leer la entrevista.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? No tengo tiempo libre. Todo mi tiempo está ocupado y bien ocupado. No es tiempo libre ver a un amigo, conversar con una amiga, ver una película, pasear. Al dormir se sueña, por lo que tampoco es tiempo libre puesto que, para mí, cada vez son más importantes. Estar con mis hijos tampoco es tiempo libre: es un tiempo de afectos y aprendizajes recíprocos. No entiendo el concepto de tiempo libre porque mi trabajo es placentero. Duro, agotador, pero placentero. No busco “no realizarlo”. Hay días en los que trabajo doce horas. Pero no es una carga. Contestar esta entrevista es un trabajo. Y son las doce y veintidós minutos de la noche de un domingo a un lunes. Pero lo estoy haciendo con gusto. Tiempo libre tiene alguien que hace algo que no le gusta. Ese tiempo que pasa desde que se te cae la roca del suelo hasta que vuelves a subir con ella es su tiempo libre. Yo siempre voy subiendo la roca, más lento o más despacio, pero no paro de subirla. Todo me da placer y gusto, todo me da aprendizajes. A veces más lento, otras a toda prisa. Pero tiempo libre, ¿qué es eso? Como decía Delia del Carril: todo debe ser demasiado.

¿Qué le da más miedo? Cualquier cosa negativa que les suceda a mis hijos. Es lo único. Otras cosas, asustan. Pero miedo, solo no poder estar cuando tenga que estar. Ese segundo en que se juegan la vida. Ser inútil. No poder hacer nada.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Me da pena esa gente que va de muy muy chileno, o muy muy argentino, o muy muy español, o muy muy de todo y luego, a la hora de los “quihubo”, son los que no les pagan las horas extras a sus empleados y andan buscando métodos para defraudar a Hacienda. Me escandaliza sinceramente que haya gente que no se dé cuenta de que tanto EEUU como China y Rusia, y los Musk y toda esta gente con poder lo único que quieren es destruir el Estado de Bienestar y lo poco que queda de la Economía Social de Mercado que existe en Europa. No entienden que nos ven con miedo: miedo a que seamos un modelo a seguir para países que se están desarrollando, que comprueben que hay una alternativa al neoliberalismo más salvaje, del sálvese quien pueda, que siempre son los mismos, los ricos, los con recursos. Somos el último Rinoceronte Blanco y hay que cazarlo, destrozarlo... Y todavía hay políticos que creen que son nuestros amigos. ¿No se dan cuenta de que las guerras que nos rodean nos tienen como objetivo a nosotros? Y detrás, la destrucción del modelo más justo de economía que ahora mismo hay en el mundo. Ese es el objetivo. Y aquí, nuestros políticos, silbando el himno yankie, o chino, o ruso. Sí. Eso me escandaliza. Que no se den cuenta de que el objetivo somos todos, incluso ellos. Cuando llegue, arrasarán con todo y con todos.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Ni idea... O lo dicho, profesor en un pueblo rural del sur de Chile.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Corro, a veces. Pero últimamente casi nada. Engordaré y me meteré a una cama como Onetti. Veré series penosas de detectives penosos. Y escribiré un libro de autoficción sobre estar metido en la cama 24/7, como dicen las concioncitas reggetoneras o como se escriba. Nadie me amará. Mis hijos me darán comida con pajitas de plástico prohibidas, que seguirán vendiendo los chinos del barrio y que te las darán en bolsas de plástico de un solo uso, que no se pueden usar, pero se siguen usando, enfundados en guantes también de plástico de los supermercados que se dicen cada vez más eco, que también son de un solo uso y que por lo tanto tampoco se pueden usar, pero de los que se usan miles por minuto en España y nadie dice nada, y moriré sin conciencia de que afuera la Inteligencia Artificial ha montado una rebelión, porque mis hijos, para evitarme el dolor, me harán creer que seguimos viviendo en los años veinte del siglo XXI, con todo a punto de explotar, pero sin que haya explotado aún. Y ellos no sabrán que yo sí lo sé y hago que les creo para no romperles la ilusión y causarles más dolor del que ya les causará la terrible realidad.

¿Sabe cocinar? Es una pregunta tremendamente machista, mírese por donde se mire. Se la puedes hacer a un tipo nacido en los cuarenta, pero hacérsela a un tipo nacido el año '74 y que vive solo desde los 22, es más que improcedente. Y si quieres, te puedo dar un kilo de razones por lo que lo es, se lo preguntes a un hombre, a una mujer o a otra persona con cualquier otra opción. Pero, si lo quieres, eso lo hacemos mirándonos a los ojos.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Somos incapaces de saber qué persona será inolvidable como para estar en condiciones de asegurar que somos capaces de crear un personaje inolvidable. Ahora mismo, no se me viene ninguno, ninguna a la cabeza. Pero los hay. Allí, afuera, en las ciudades, los pueblos, el campo de América y África (y cuando digo América digo todo el continente, desde México hasta Chile), de Asia e India y Oriente Próximo, a niños, y mujeres, y algún hombre habrá digo yo, y ancianas y ancianos luchando por su dignidad, luchando por no dejarse llevar en esta absurda ola de intercambio monetario de necesidades ficticias en la que vivimos, luchando por salir de la caverna (Platón) y de la ceguera (Saramago). Esos son mis personajes, personas que luchan contra el silencio desde el silencio. Esas son mis personas favoritas. Mis heroínas. Las, los que no dan su brazo a torcer aunque ya lo tengan hecho pedazos.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Decía Heidegger que en tiempos de penurias crecía la fuerza salvadora de la poesía. Pero casi al mismo tiempo Adorno dijo que la poesía había muerto y lo dijo, para los que no lo sepan, en el contexto de Auschwitz. Aunque Celan salió de ahí --metafóricamente-- y la revivió... Sí, poesía es la palabra más bonita de todos los idiomas aunque la mayoría de la gente no lo sepa. Poesía y palabra. La palabra “palabra” también. Desde las dos levantamos el mundo y vemos desde ellas lo que puede ser.

¿Y la más peligrosa? No hay palabras peligrosas. Hay seres humanos peligrosos.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? A Pinochet sin duda. Pero quién en su sano juicio no ha querido matar al dictador y a los secuaces del dictador, se llame Pinochet, Franco, Stalin, Chauchescu...

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Soy cínico, como Diógenes, y me encanta decirle a todo tipo de individuos que se muevan un poquito, que me tapan el sol. Pero también soy bastante epicureísta. Creo que no hay que servir a nadie, pero al mismo tiempo, que hay que potenciar todo lo que nos da placer, por ejemplo, que los empleados tengan tiempo para hacer lo que quieran, o para ir de vacaciones, o para poder estudiar, o tener una sanidad que ya se paga con su trabajo, o calles limpias, o bibliotecas donde sacar libros y crecer, o tener dinero para comprar una casa, un piso. Es decir, un placer dado por el mundo en el que vivimos, por el mundo en el que elegimos vivir, el mundo que contruimos. Y eso me lleva a ser más de izquierdas, porque no creo un carajo en la meritocracia. Y como a todos hay que darles tiempo de placer y tiempo para renegar del poder y, ojalá, olvidarse de él --por lo menos no buscarlo--, tenemos que crear una sociedad lo bastante justa que lo permita. Y esto, sin estar ciego y viendo claramente que vamos o ya estamos viviendo dentro de un neofeudalismo donde es totalmente utópico.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Profesor rural en un pueblito perdido del sur de Chile, de Valdivia hacia el sur, cualquiera.

¿Cuáles son sus vicios principales? ¿Y sus virtudes? No tengo ni grandes vicios ni grandes virtudes. Soy un tipo muy normal, un tipo del que nadie se acordará en unos años. Quizá mi mayor virtud es la perseverancia y mi mayor vicio, la procrastinación. Parece contradictorio, pero no lo es, porque la perseverancia es a largo plazo y la procrastinación, a corto. Y seguramente es algo que ha marcado mi vida y mi escritura. Será por eso que cada vez mis libros están más distanciados en el tiempo.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Debe ser algo tan desesperante, que no pensaría en nada. Creo que me entregaría a la muerte, a sus brazos, sabiendo que he dado lo mejor de mí incluso cuando he estado equivocado. Pero si hay que nombra algo, pues diría la despedida de mi padre, el último abrazo que le di, cuando ya era un enfermo de cáncer terminal, el año 2010, en Chile, y después me vine a España sabiendo que la próxima vez lo vería muerto. Las noches acunando a mi hija, todas las noches desde que nació hasta los dos años y medio o tres, cuando por la noche solo éramos ella y yo. Y el nacimiento de mi hijo, cuando lo saqué del vientre de su madre con ella tirada en el suelo del baño, lo saqué con estas manos pequeñas que vosotros no veis, le golpeé el culo dos veces para que llorara y tirara el líquido que tenía en los pulmones y se lo puse en el pecho a su madre para luego cubrirlo con una toalla limpia. Y ese día de febrero de 2000 cuando en la Puerta del Sol me planteé si quedarme o no en España y me aconjoné y regresé a Chile convencido de que regresaría un año después entonces sí, a quedarme definitivamente. Y lo hice.

T. M.

El maquis heroico a finales de la guerra

Hace unas semanas se publicaba la antología poética “Las Sinsombrero y un nuevo 27”, por parte de la editorial Alba, en que se proponía una selección de autores que iban más allá de los consabidos alrededor de esa famosa generación de literatos: Cernuda, Guillén, Lorca, Dámaso Alonso, Aleixandre… En esta ocasión se incorporaba la obra de Lucía Sánchez Saornil, Concha Méndez, Ángela Figuera Aymerich, Elisabeth Mulder, Ana María Martínez Sagi, Josefina de la Torre y Josefina Romo Arregui. ¿Y también Luisa Carnés, cuyos libros se están recuperando últimamente, sacándola con ello del olvido? La autora no fue poeta, pero sí que podríamos relacionarla con ese grupo tan particular (el apelativo remitía simbólicamente a la rebeldía frente al vestuario convencional), al decir de Ángeles López, que en estas páginas de LA RAZÓN, en junio de 2017, publicaba el artículo «Luisa Carnés, la “sinsombrero” olvidada».

Decía esta crítica literaria que ha habido una nómina de literatas silenciadas, dentro del contexto de los escritores previos a la guerra pero igualmente encuadrables “en el difuso compartimiento de la Generación del 27. Pero, al igual que podemos recitar los nombres de cada uno de sus compañeros artistas, sabemos muy poco de ellas”. Carnés nació en Madrid en 1905 y murió en México en 1964; con su primera novela, de 1928, «Peregrinos de calvario», se ganó el aplauso de los lectores de la época, y más tarde vieron la luz «Natacha» (1930) y la que es su obra mejor valorada, «Tea Rooms. Mujeres obreras», sobre siete mujeres que trabajan todo el día por un salario paupérrimo –«Diez horas, cansancio, tres pesetas», se leía– y que le inspiró un empleo que tuvo durante un tiempo como camarera en un salón (se llevó al Teatro Fernán Gómez en 2022).

Esta y el resto de sus narraciones tienen este cariz reivindicativo, social, vinculado al compromiso político de Carnés, que fue militante del PCE, nos recordaba López, y apoyó a Clara Campoamor en su defensa del sufragio femenino. “De igual modo, denunció las desigualdades del sistema capitalista y se concentró en la emancipación de las mujeres; en la necesidad de que las obreras se desvincularan de padres, maridos, patrones y confesores, para transgredir un modelo de vida abocado a una domesticidad matrimonial o prostibularia”. En 1939, se embarcó hacia América y siguió escribiendo relatos donde el elemento protagónico son las mujeres, como en el libro que publicó Hoja de Lata hace unos años, «Trece cuentos», que abarca el periodo 1931-1963.

Mujeres comprometidas

Ella misma, con su experiencia desde niña teniendo que trabajar –empezó a los once años en un taller de costura–, habló en carne propia de las condiciones sumamente duras que tenía que padecer cualquier obrero, más a veces si se era mujer. De esta manera, la andadura vital-literaria de Carnés, de formación autodidacta en el mundo de las letras y del periodismo, podría vincularse con otras féminas aguerridas que quisieron que su talento creativo fuera el receptáculo de una realidad dura. Estamos hablando de grandes escritoras como la húngara Maria Leitner, que vivió lo que era sobrevivir en la Gran Manzana a base de todo tipo de empleos, todo lo cual quedó reflejado en “Hotel América” (1930; El Desvelo, 2016), una novela-reportaje, como la llamó su autora.

Estas voces tan comprometidas con la lucha obrera y los derechos de la mujer como Leitner –que, con tal de escribir con propiedad de la realidad e informar al mundo, hizo de camarera, doncella, fregona, obrera en una fábrica de tabaco, vendedora…– o Carnés vuelven a oírse con fuerza, y nos ofrecen un testimonio de primera magnitud. En esta ocasión, tenemos a una Carnés metida en la posguerra española con “Juan Caballero”, que escribió ya en México, país donde se ganó la vida como periodista y perdió la vida en un accidente de coche. La novela se ambienta en la serranía andaluza en torno a la guerrilla antifranquista, y obtuvon el Premio de Narrativa Talleres Gráficos la Nación, de México.

La escritora, seguramente, se basó en una persona real para esta obra sobre maquis: Julián Caballero Vacas «El Bigotes», militante del Partido Comunista y alcalde de Villanueva de Córdoba, provincia en que organizó una guerrilla. De ahí que la obra sea un homenaje a la República española y a hombres como Caballero, entre diálogos llenos de vivacidad en medio de la lucha: «¿No parece que se han cambiado las tornas y noso­tros, los del monte, somos los que mandamos en el llano? Fíjate en aquellas caras despavoridas; en aquellos ojos, siempre temiendo la bala guerrillera… Están señalados por sus crímenes, y su miedo, cada día más grande, les hace au­mentar las cárceles y los cementerios… Pero nosotros ga­naremos la última batalla… Pronto los aliados ganarán la guerra y estos caerán, con sus amos alemanes e italianos…», se lee en la página 223.

Personajes estereotipados

Es una tragedia, con un final tremendamente heroico y dramático, de fuerte tinte ideológico, por tanto. Sucede en 1942, en un pueblo imaginario llamado Puebla del Alcor, si bien se citan otros lugares reales. Se habla de cómo al medico Rafael Blanco, tras atender a algunos heridos y moribundos en un hospital, se le pide que se ocupe de otro hombre malherido, «uno del monte». De esta manera, Carnés va recreando la psicología y aspecto tanto de los labriegos como de los guerrilleros, en un relato social, costumbrista, en que destaca este Juan Caballero, líder de la partida que ha asaltado un convoy. En contraste, aparece otro personaje como Pedro Fuentes, jefe local de Falange, y la joven hija del doctor, Nati, que desea unirse a los guerrilleros. Así, se va contando el clima de animadversión entre los lugareños de ambos bandos, y las formas de supervivencia, a veces recurriendo a aberraciones como buscar acomodo en un matrimonio sin amor, como ocurre con Natividad, a la que le sugiere su propio padre que se case con el odioso Fuentes.

Se trata de una historia de venganzas, de muertos a los que llorar, de miedos y sospechas, de asesinatos, de consignas como la que sigue: «Un fascista es un fascista, y cuantos más quitemos de en medio, más cerca estaremos de darle libertad a España», por más que Carnés subraye que los maquis no llevaron a cabo sus acciones de forma personalista, por puro odio. La gran cantidad y variedad de entes de ficción, trasunto de tantos que pudieron existir en realidad en aquella España tristemente enfrentada, se desenvuelven en la novela dando una estampa de un tiempo brutal y desalmado, de padecimientos sin fin, y en que quedan muy vívidas las escenas de violencia y tensión entre «vivas a la República» e ideales que defender. Por este motivo, la novela propende a lo maniqueo y a los estereotipos del héroe revolucionario, que es visto con un pundonor intachable, con una valentía poco menos que infinita: «Frente a la muerte, se sentían más seguros. El monte recreaba en ellos una mentalidad susceptible de las más extrañas reacciones. La falta de víveres, las necesidades más perentorias les tornaban irónicos». Esta capacidad de superhéroe del maquis lo deshumaniza un tanto, haciendo que el mensaje político esté más en primera línea que lo meramente literario, por consiguiente.

Publicado en La Razón, 14-VII-2024

jueves, 18 de julio de 2024

Entrevista capotiana a Adrián Curiel Rivera


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Adrián Curiel Rivera.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Mi propia casa, pero amplificada en forma de castillo. De esa manera, podría transitar desde las alturas sublimes de los aposentos a las oscuridades subterráneas de las mazmorras, conservar mi biblioteca privada, enquistarme en mi esencia humana como una forma de resistencia y lidiar con los fantasmas hasta transformarme yo mismo en uno de ellos.

¿Prefiere los animales a la gente? Los adoro y aborrezco por igual. A la hora de elegir entre ambos ámbitos, como diría Capote, me pasa como con los niños y los ancianos. Son tan perversos o entrañables como cualquier adulto. Si no hubiera más remedio que quedarse con uno solo, me debatiría entre la persona que amo y alguno de los perros de mi infancia.

¿Es usted cruel? Claro, todos lo somos. Tratamos de ocultarlo, de otra manera la convivencia social y familiar sería imposible. Por otra parte, también intento ejercer de vez en cuando las virtudes de la empatía y la compasión.

¿Tiene muchos amigos? Es una pregunta que me hago con recurrencia. En ocasiones, me decepciono de mí mismo, debería de tener más. Y me culpo: algo en mí, alguna soberbia o defecto, lo impide. Otras veces me emociona constatar que, aunque sean pocos, siempre están ahí. Hay que tener en cuenta que los amigos y sus opiniones cambian con el paso del tiempo, como cambia uno mismo, pero el vínculo poderoso (y milagroso) de la amistad opera como una boya salvadora ante la inminencia del naufragio.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Lealtad, discreción, franqueza.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Por supuesto, como yo a ellos. Cuando los veo entregados en cuerpo y alma a las banalidades de la fama, a la urgencia del éxito en sus redes sociales, a la persecución del reconocimiento público a expensas de su dignidad, me digo: lamentable. Y luego me digo también: mírate en ellos, son tu espejo. Me dispongo entonces a perdonarlos, porque sé que algún día tendré que disculparme —si no lo he hecho ya— con ellos quizás exactamente por lo mismo que les reprocho.

¿Es usted una persona sincera? Sí, y eso no es fácil en una sociedad tan alambicada, falsamente cortés e hipócrita (y en el fondo violentísima) como la mexicana, a la que pertenezco. Ahora, una mentira piadosa de vez en cuando a nadie le hace daño.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Cuando no leo por placer y he consumido ya varias horas de trabajo en el día, procuro caminar largas distancias, hacer un poco de jogging o repeticiones con mi propio peso, colgado a una barra que he fijado entre dos paredes de mi casa. La recompensa a ese esfuerzo son un par de cervezas artesanales que me dejan lo suficientemente relajado para ocuparme y disfrutar de lo que sigue: la cena y media botella de vino tinto.

¿Qué le da más miedo? La imbecilidad generalizada, el aborregamiento, la insensatez e ignorancia de nuestro tecnificado mundo neo medieval. Y, siendo más específicos, el karaoke —sobre todo el karaoke—, Bad Bunny y el reguetón.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La clase política mexicana. Salvo contadas excepciones, una runfla de analfabetos funcionales con sueldos millonarios.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Me arrepiento de no haber aprendido a tocar la guitarra. Me habría gustado ser músico, con todas sus letras, aunque de alguna manera esa fascinación musical la compensa mi pareja, Verónica Valerio, una arpista y compositora veracruzana que me pone la piel de gallina con sus canciones. Pero como la pregunta excluye esta posibilidad, debo confesar que soy un abogado que desertó del derecho en aras de la creación literaria. También pude haber sido médico. Tengo buen estómago para la sangre y siempre me ha intrigado el funcionamiento de nuestro organismo.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí, como he mencionado en la pregunta relativa al tiempo libre.

¿Sabe cocinar? Me encanta. Al anochecer, cuando la atmósfera es propicia, después de las cervezas y la rutina que he descrito, me gusta preparar la cena para Verónica y para mí.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Pedro el Cruel. La trágica vida de ese rey castellano del siglo XIV es absolutamente novelesca, creo que ofrece una veta literaria todavía poco explorada, pues se habla de él (y tampoco tanto) desde la historiografía. Sin embargo, es un personaje muy poderoso en términos de un trabajo de ficción. Considerado justiciero y paladín de los pobres por algunos, y como un maldito tirano por otros, murió a manos de su hermano Enrique tras una encarnizada guerra civil. Cuando se acercaba a sus enemigos, al rey Pedro le crujía una de sus rodillas. Ese sonido equivalía a una sentencia de muerte.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Me viene a la mente esta: lontananza.

¿Y la más peligrosa? Es una en plural: fundamentalismos.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Muchas. Pero el trabajo civilizatorio de la sociedad —paradójicamente de lo más incivil— ha hecho su efecto en mí. Tengo que conformarme con imaginar que lanzo un ataque de pulso electromagnético, por medio de drones, al vecino que confunde su casa con un estadio y pone a Maluma a todo volumen a las tres de la madrugada. También imagino que después de destrozar sus equipos eléctricos y electrónicos, irrumpo yo en su domicilio con una metralleta.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Odiar a los políticos. Máxime si son políticos mexicanos, un batiburrillo de granujas sin principios ni convicciones, más allá de sus insufribles peroratas y arengas. Comenzando por el Mandamás.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Donjuán mayordomo bien pagado en un yate en Mónaco.

¿Cuáles son sus vicios principales? La neurosis, las cervezas artesanales, el vino tinto, los buenos cortes de carne. Un pesimismo constante rayano en misantropía.

¿Y sus virtudes? La neurosis (cuando se vuelve producción obsesiva), las cervezas artesanales, el vino tinto, los buenos cortes de carne. Un pesimismo rayano en misantropía.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Yo transformado en Alfonsina Storni internándose lentamente en el mar. Una forma nada desdeñable de morir.

T. M.