miércoles, 22 de enero de 2025

Entrevista capotiana a Clara Sanz

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Clara Sanz.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? La provincia de Soria.

¿Prefiere los animales a la gente? Prefiero a los que tienen un buen fondo, lo que incluye a todos los animales y algunas personas.

¿Es usted cruel? No. Rotundamente no  jjejee.

¿Tiene muchos amigos? Tengo suficientes, los que han querido serlo y estar conmigo.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? honestidad y comprensión, que no juzguen los actos de los demás.  

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Los amigos no decepcionan, aunque se confundan. SI te decepcionan es porque probablemente no eran tan amigos.

¿Es usted una persona sincera? Mucho.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Paseando, en el huerto de Somaén, con mi familia…

¿Qué le da más miedo? La soledad.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Que haya gente capaz de ser homófoba, xenófoba…

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Las personas creativas siempre estamos creando, si no es con un libro, será con una flores o pintando un cuadro.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Voy al gimnasio, me gusta caminar, y a veces guerreo pensando que alguna vez podre correr más de 5 km.

¿Sabe cocinar? No. Nada.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Wangari Maathai (no te creas que he tenido que buscar como se escribía) hace algún tiempo leí sobre ella y se ha convertido en una persona que me inspira muchísimo.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Concordia.

¿Y la más peligrosa? Xenofobia.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Claramente de izquierdas.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Profesora.

¿Cuáles son sus vicios principales? La fruta. ¿Se puede considerar un vicio?

¿Y sus virtudes? La empatía y la tenacidad.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Mis hijos, los 3 intermitentemente, mi madre y mi marido, mi padre y mi hermano. Mis hijos de manera recurrente.

T. M.

martes, 21 de enero de 2025

Un artículo viajero sobre tres spa en Barcelona


Recientemente se ha publicado, en la sección de Viajes de La Razón, este artículo mío titulado "Oasis de paz en el centro de Barcelona", sobre una tríada de spa muy recomendable para quien guste de este tipo de establecimientos.

lunes, 20 de enero de 2025

Entrevista capotiana a Sara Herrera Peralta

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Sara Herrera Peralta.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? El mar de la infancia.

¿Prefiere los animales a la gente? Las personas, pero prefiero los animales a algunas personas.

¿Es usted cruel? Creo que lo he sido más de lo que me habría gustado en ciertas etapas de mi vida conmigo misma. Procuro no serlo con los demás.

¿Tiene muchos amigos? No, tengo la fortuna de tener algunas amigas fieles y desde hace muchos años, pero pueden contarse con los dedos de las dos manos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? No busco cualidades en las personas. De hecho, más que buscar de forma proactiva cualidades concretas, mi curiosidad innata prefiere que me sorprenda la diferencia. Algunas de mis mejores amigas tienen una personalidad muy diferente a la mía y/o no tenemos aficciones en común y siguen siendo después de muchos años amigas. Supongo que lo que más nos une es la fidelidad, saber que podemos contar la una con la otra para los momentos en los que toca llorar y para divertirnos.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No mucho. Los conocidos, más a menudo, por eso no se convierten en amigos.

¿Es usted una persona sincera? Depende de con quién y de la situación. Hice mis pinillos en arte dramático y además de divertido a veces me permite evitar conflictos innecesarios.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo un buen libro o con las manos en la tierra, cuidando del jardín o del huerto.

¿Qué le da más miedo? La violencia.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La amnesia colectiva, lo acostumbrados que estamos a los muertos, a los del mar, a los de las guerras, a las muertas por violencia machista, a cualquier muerto en general.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Yo nunca decidí ser escritora, escribo en realidad por necesidad, para mí, de forma egoísta. Otra cosa es luego pensar en el lector para el proceso de edición del libro. Desgraciadamente, tampoco llevo la vida creativa que me gustaría, me lo impiden el trabajo a jornada completa, la crianza o las tareas domésticas.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Paseo, no tanto como debería ni como me gustaría.

¿Sabe cocinar? Sí. Soy celiaca, diagnosticada en la edad adulta. Desde entonces soy una especialista de verduras, frutas y contaminación cruzada.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Acabo de hacerlo: ¡a Louise Bourgeois!

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? L’amour ? (No el romántico). La tendresse. Ambas en francés.

¿Y la más peligrosa? ¿El odio? Cualquiera que incite a la violencia.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, nunca. Qué miedo.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Todo lo que se ubique a la izquierda. Tiemblo observando el auge de la ultraderecha, por eso me aterra la amnesia colectiva.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Me encantaría aprender a ser payasa. Es una asignatura pendiente.

¿Cuáles son sus vicios principales? Dejé el tabaco (me costó muchísimo). Soy adicta a las patatas fritas.

¿Y sus virtudes? Soy generosa.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Mis hijos, su risa, la sonrisa, la luz de mis hijos.

T. M.

domingo, 19 de enero de 2025

¿Qué relación hay entre los nazis, el LSD y la CIA?

No hace mucho tiempo llegaba a las librerías el libro «El sol salió anoche y me cantó», de Juan Carlos Usó, en El Desvelo Ediciones, que retomaba los experimentos «psiquedélicos» que se habían llevado a cabo en Estados Unidos, más de seis décadas atrás, con el objetivo de averiguar si este tipo de drogas eran útiles para acceder a determinadas experiencias religiosas. De hecho, el día 20 de abril de 1962, un conjunto de veinte alumnos, que se habían prestado voluntarios, que cursaban primero de Teología en la Universidad de Harvard fueron los conejillos de indias para una prueba realizada con con psilocibina, una sustancia presente en un hongo alucinógeno, bajo la supervisión de dos psiconautas. Al parecer, casi todos los estudiantes disfrutaron de una sensación mística de lo que podría llamarse «autotrascendencia», lo cual les llevó a percibir una conexión directa con Dios.

Este libro tan curioso de Usó constaba, además, de una encuesta con figuras relevantes de la cultura, el pensamiento y la ciencia sobre la dimensión que alcanzó el experimento de Harvard, el cual, por cierto, jamás se repitió. O al menos, de forma pública y notoria. Otra cosa son las iniciativas particulares al respecto, de lo cual podría hablar mucho Marc Lewis, que acaba de publicar, en Yonki Books, «Cerebro adicto. Memorias de un neurocientífico que examina su pasado con las drogas». Aquí, este profesor de Psicología del Desarrollo cuenta que su relación con las drogas comenzó en un internado, abusando de los medicamentos para la tos, el alcohol y el cannabis.

Lewis pertenece a la generación que coincidió con el clima universitario que se originó en Berkeley, cuando California vivía su clímax jipi; fue entonces cuando tomó metanfetamina, LSD y heroína, para tiempo después esnifar óxido nitroso en Malasia y opio en fumaderos de Calcuta. Todo ello, así, le llevó a una vida prácticamente de delincuente, mientras, residiendo en Estados Unidos de nuevo, compaginaba su interés por la psicología en la facultad con el robo de recetas y fármacos por la noche. Al final, el autor convirtió su adicción en materia de estudio y se especializó en neurociencia, como se aprecia en este libro, donde explica los efectos cerebrales de algunas de las drogas más potentes que existen.

Un Hitler adicto

En esta línea de examinar no sólo la drogadicción, sino esta en su contexto social e histórico, se encuentra «Un viaje alucinógeno. Los nazis, la CIA y las drogas psicodélicas» (traducción de Héctor Piquer Minguijón), de Norman Ohler. No es, sin embargo, la primera vez que este autor se internaba en los asuntos que salen a relucir en ese título. La editorial Crítica publicó de él en 2021 «El gran delirio. Hitler, drogas y el III Reich», en que ponía el acento en que en la sociedad nacionalsocialista hubo un uso creciente de drogas; no en balde, se presume que Adolf Hitler era adicto, pues su médico le administraba más de setenta estimulantes distintos. Por otra parte, Ohler hablaba de cómo la población alemana tomaba metanfetamina, mientras que los soldados recibían sus dosis también para poder aguantar sus descomunales esfuerzos físicos.

Por todo ello, en aquel libro el escritor decía que el nacionalsocialismo «fue, literalmente, tóxico. Dejó al mundo un legado químico que hoy sigue afectándonos, un veneno que tardará en desaparecer. […] Legalmente, en comprimidos y bajo el nombre comercial de Pervitin, este producto tuvo un éxito arrollador en todos los rincones del imperio alemán durante la década de 1930 y, más tarde, también en la Europa ocupada, y se convirtió en una “droga popular” socialmente aceptada y disponible en cualquier farmacia». Este fuerte estimulante utilizado en oficinas, parlamentos y universidades, proseguía Ohler, quita el sueño y el hambre y promete euforia, y contiene la enorme peligrosidad de ser nocivo y destructivo, y capaz de crear adicción a pasos acelerados.

Ahora, en «Un viaje alucinógeno», el autor continúa explorando la época nazi, y nos lleva al Berlín de 1945, donde la destrucción urbana y humana, precisamente, ha alentado el consumo de sustancias que hagan más aceptable tamaño infierno. En este contexto, surge un oficial del departamento de control de narcóticos, llamado Arthur J. Giuliani, quien acude al sector estadounidense de la ciudad con una encomienda: tratar de que el caos se convierta en orden en la capital, entre ruinas, familias rotas, exiliados y muertos. Frente a tamaña tragedia, percibe dicho oficial, la gente cada vez recurre más a sustancias psicoactivas. De este modo, Ohler sigue el rastro de cómo, en un momento dado de 1943, saltó a la palestra una novedosa droga que prometía paraísos incomparables, los alucinógenos.

Alucinar con las drogas

Esta droga, justamente, despierta alucinación, «sensación subjetiva que no va precedida de impresión en los sentidos», diccionario de la Real Academia Española en mano. Fue el joven químico Albert Hofmann quien, en los laboratorios de la empresa farmacéutica suiza Sandoz, en Basilea, descubrió accidentalmente el LSD (dietilamida de ácido lisérgico). Con esta premisa, y el hecho de que un profesor de Harvard, el doctor Henry Beecher, colaboró con el Gobierno estadounidense para investigar de qué modos los nazis trataban la mescalina y el LSD para transformarlos en sueros de la verdad, Ohler va explorando las técnicas, desde las más altas esferas de poder, que se usaron para controlar la mente de las personas. Es el caso de un programa de experimentos conocido como MKULTRA, que desarrolló la CIA durante las décadas de los cincuenta y los sesenta.

Se trataba de torturar al interrogado —sobre todo por motivos de trasfondo comunista— para hacerle confesar, y para ello se recurría al LSD. De esta forma, se institucionalizaba y legalizaba una práctica política infame, pensada para manipular y dirigir a los ciudadanos. En este sentido, poco se diferenciarían los gobiernos, pues los nazis también habían estado interesado en conseguir métodos químicos para la neutralización de la voluntad, como intentaron hacer en el campo de concentración de Dachau. La CIA, así las cosas, retomaría ese camino exploratorio del uso potencial del LSD, hasta que, como refiere Ohler, esta sustancia se estudió tanto como medicamento para tratar enfermedades mentales como para, en el Ejército estadounidense, tenerlo en cuanta como arma farmacológica en la Guerra Fría.

No obstante, el LSD tenía que enfrentarse también a la burocracia y la las leyes, de tal modo que individuos como Harry Anslinger, director de la Oficina Federal de Narcóticos, obstaculizó el uso de tal sustancia tanto como pudo. Al fin, al asociarse esta droga con todo un mundo cambiante, que aspiraba a contravenir las costumbres imperantes con todo el fenómeno contracultural que se dio en Estados Unidos y que tuvo a protagonistas de la talla de Timothy Leary, el escritor, psicólogo y estudioso de las sustancias psicodélicas, a las que rechazó tratar como drogas. Todo había empezado mucho tiempo antes, a raíz de relación entre el bioquímico nazi Richard Kuhn, que elaboraba armas bioquímicas para Hitler, y Werner Stoll, un psiquiatra suizo que realizó los primeros estudios científicos sobre los efectos del LSD. Otro aliciente tendría Ohler a la hora de estudiar todo esto: su esperanza de que el LSD pudiera aliviar el Alzheimer de su anciana madre, en un tiempo en que la industria farmacéutica está encontrando en esta droga beneficios terapéuticos para la salud.

Publicado en La Razón, 16-XI-2024

viernes, 17 de enero de 2025

Reseña en la revista "Zenda" de "Un mundo de novela: Lecturas de narrativa española e hispanoamericana"


Ayer se publicó, en la revista digital Zenda, un artículo de José de María Romero Barea sobre mi último libro, Un mundo de novela: Lecturas de narrativa española e hispanoamericana (editorial Prensas de la Universidad de Zaragoza), con el tan generosos título de "Toni Montesinos: un resistidor inigualable".

jueves, 16 de enero de 2025

Entrevista capotiana a Sergi Gros

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Sergi Gros.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Alguna pequeña isla recóndita del Egeo.

¿Prefiere los animales a la gente? Depende de qué tipo de animales y de qué tipo de gente se pongan en relación.

¿Es usted cruel? Solamente conmigo mismo. Y con las personas crueles de por sí (pero nunca me sale bien).

¿Tiene muchos amigos? No.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que sean pocos pero que parezcan muchos.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No. Las decepciones habituales, inherentes a cualquier ser humano.

¿Es usted una persona sincera? Lo intento siempre. O casi siempre, vamos.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Principalmente leyendo. Leyendo en casa o leyendo en algún bar.

¿Qué le da más miedo? Que mi escala de dolor físico, aquella que va del 1 al 10, esté totalmente desajustada, descontextualizada. Que lo que yo creo que es un 7 a día de hoy, no sea más que un 2 o un 3 en un futuro inminente.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? “Escandalizar” es un verbo muy aparatoso. Me asquean los ignorantes con poder, con cualquier tipo de poder.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Apicultor. O tejedor de alfombras.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? No. Camino tranquilamente de un lugar a otro.

¿Sabe cocinar? Sí, me defiendo. Cocinar, como escribir, requiere paciencia y cariño.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Buscaría el personaje más olvidado y, al mismo tiempo, más importante de la historia. Pienso en el Judas Iscariote de Borges, por ejemplo.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Esperanza.

¿Y la más peligrosa? Esperanza.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Si hablamos de mis vigilias, no, nunca.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Digamos que estoy con los pobres, materialmente hablando.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Alguna cosa milenaria, mágica. Un amuleto, por ejemplo.

¿Cuáles son sus vicios principales? La obsesión. La minuciosidad.

¿Y sus virtudes? La obsesión. La minuciosidad.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Si hablamos de morir en el agua, me gustaría ver –una a una y a cámara lentísima– todas las veces en mi vida que me he acercado a un fuego.

T. M.

miércoles, 15 de enero de 2025

Stalin, introspectivo, desolado y vengativo

Gulag. Este término, hoy familiar para cualquiera, lo popularizó Aleksandr Solzhenitsyn en su obra «Archipiélago Gulag» (1973); procede del acrónimo de las palabras Glavnoe Upravlenie Lagerei, o Dirección General de Campos de Trabajo, que también se usó comúnmente para referirse a la «reeducación» promulgada por el Gobierno soviético, a veces practicada en «centros psiquiátricos». Tal cosa le sucedería, por cierto, a Joseph Brodsky, que en 1964 fue detenido, examinado en un hospital mental, acusado de «parasitismo» ―de hecho, por recitar poesía― y deportado cinco años a una remota aldea. Pero hay infinidad de ejemplos de otros escritores menos conocidos pero cuyos testimonios ponen a las claras cómo el sistema estalinista destrozó a tantos millones de personas, incluidos muchos de los simpatizantes de la Revolución bolchevique y el Partido Comunista.

Eso mismo ocurrió con la familia de Tamara Petkévich, cuyo padre fue visto como un «enemigo del pueblo». Esto derivó en que a esta mujer, fallecida en el 2017, se la detuvo, en su etapa como estudiante de Medicina, acusada de actividad contrarrevolucionaria y condenada a siete años de gulag, en Kirguistán y más tarde en la República de Komi. Este cruel destino lo contó en «Memorias de una actriz en el gulag», que vio la luz en español en fechas cercanas. Sus páginas mostraban cómo se iba fraguando el ambiente de represión entre la sociedad, así como para conocer los destierros y la colectivización de la propiedad agraria; esto implicó el arresto o la ejecución de un gran número de campesinos ricos o kulaks, y, por supuesto, el envío de innumerables desgraciados a los campos de trabajo; en uno de los cuales la autora padeció hambre y calamidades. Todo, en definitiva, podría resumirse en esta frase: «¡Nos habían robado la vida!». ¿Y quién lo había hecho?, se preguntaba Petkévich, y la respuesta no era otra que «¡El Estado, las autoridades!».

Sin embargo, esta verdad no alcanzó su máxima difusión hasta que en los años setenta, la obra de Solzhenitsyn, premio Nobel y preso del poder soviético, abrió los ojos al mundo ante una realidad terrorífica demasiado silenciada. Su obra destapaba el ocultismo con el que se había tratado una de las mayores aberraciones de todos los tiempos: los campos de trabajos forzados que Lenin y Stalin diseminaron a lo largo y ancho de la Unión Soviética. Con la excusa de reformar a delincuentes y antirrevolucionarios, entre los años 1921 y 1953 se masacraría la vida de entre veinte y treinta millones de personas en casi quinientos campos. De tal modo que «el gulag es el programa de asesinatos más largo financiado con fondos del Estado», dice Deborah Kaple, editora y traductora de las memorias de Fyodor Mochulsky, «El jefe del gulag», que editó la editorial Alianza.

El Terror asesino

El último capítulo de la trilogía de Solzhenitsyn se titulaba «Stalin ya no está», pero el dictador, en el plano editorial, siempre ha estado, está y estará por siempre como asunto de investigación o literario. Y es que toda su vida y política es objeto de revisión y análisis. Es «El tirano rojo», por decirlo con el libro de Álvaro Lorenzo (Roma, 1967), licenciado en Derecho y doctor en Historia, además de autor de títulos como «La Alemania Nazi (1933-1945)», «El Holocausto y la cultura de masas», «Anatomía del Tercer Reich» o «Mussolini y el fascismo italiano». «Con los documentos actuales se puede concluir que, aunque Stalin inició y mantuvo voluntariamente y con máxima brutalidad las purgas, estas adquirieron posteriormente una dinámica propia que superó incluso sus expectativas», este escribe diplomático de profesión, para añadir: «Esto refleja la ineficacia del régimen dictatorial soviético y la pérdida progresiva de control sobre él».

El libro lleva al lector a conocer a «Koba» (así se llamaba a sí mismo, con el nombre de un héroe georgiano), a sus orígenes como revolucionario y sus diversas facetas como dictador, su vida en torno a la la Guerra Civil rusa, su enfrentamiento con Trotsky o asuntos tan tremebundos como el Gran Terror, la época que abordó Karl Schlögel en «Terror y utopía. Moscú en 1937». Y es que Stalin y su gobierno organizaron una autentica persecución y carnicería de personas inocentes acusadas de infundados delitos de espionaje o traición: en un año, se produjo el arresto de cerca de dos millones de personas, setecientas mil de ellas asesinadas, y casi 1,3 millones encerradas en campos de concentración y colonias de trabajos forzados. Así, como bien ha comprobado Lozano, que documenta en su estudio la cotidianidad de la población rusa en las décadas estalinistas, las secuelas y traumas de tamaño crimen llegan hasta las familias rusas actuales.

Así las cosas, Lozano analiza la «naturaleza del terror» soviético, la gran Purga entre 1936-1939 y otras colindantes con las que Stalin se deshizo de individuos molestos para él dentro del mismo Partido Comunista, las Fuerzas Armadas, la Policía Secreta… hasta explicar con detenimiento «la purga del pueblo». En paralelo, presta una gran atención a las políticas soviéticas alrededor de la economía, la colectivización y la industrialización, por un lado, y a todo lo concerniente a la política exterior. De este modo, en «El tirano rojo» el lector conocerá la postura de Stalin con respecto a la Guerra Civil española y otros países como China o Alemania. De hecho, el texto empieza en un momento dado en plena Segunda Guerra Mundial, y de una manera bien particular.

El solitario y huraño Stalin

«Tras las revisiones rutinarias de seguridad, finalmente llegaron a una casa de una planta rodeada de jardines. Era la entrada a la dacha personal de Stalin, cuyo nombre era Blízhniaia (“dacha cercana”) para distinguirla de las otras casas que poseía y cuya existencia muy pocos moscovitas conocían», dice para empezar Lozano. Este coloca a Stalin en su vida doméstica y aislada, de hombre solitario irascible. «Stalin vivía prácticamente todo el tiempo en el salón. Allí dormía en un sillón rodeado de teléfonos que le conectaban con el mundo exterior. […] Cuando cenaba solo hacía que le despejaran la mitad de la mesa, y las montañas de documentos eran retiradas completamente cuando recibía a alguien». Pero ese día no iba a recibir a nadie, una noche que iba a ser clave para la contienda porque en la madrugada «cientos de aviones alemanes se dirigían ya a bombardear las ciudades y los aeropuertos soviéticos».

En ese inicio aparecen datos personales del «vozhd», palabra que tiene la definición de guía o líder y que se usaba para ensalzar a Stalin como líder supremo. Estamos ante un hombre que era supersticioso y contaba con un astrólogo que le asesoraba para emprender decisiones de calado. El político ruso creyó en cosas mágicas hasta el paroxismo, quién sabe si desde temprana edad, a modo de evasión mental al padecer por entonces una vida mísera y violenta, en particular por parte de su padre, que una vez lo tiró al suelo y le dio tales golpes que el niño orinó sangre durante varios días. Pues bien, semejante maltrato sólo haría que llevarlo de adulto a reproducir la crueldad y violencia aprendidas, hasta que destruyó a su propia familia, como se aprecia en «Las rosas de Stalin».

En esta novela, Monika Zgustova biografió la trayectoria de Svetlana Allilúyeva, la hija única del dictador, que a los seis años se quedó sin madre, quien se suicidó, harta de su esposo; más adelante, a los dieciséis, se enamoró de un cineasta judío, al que su padre mandó al gulag; y al fin consiguió exiliarse, a través de un viaje a la India ―donde quiso llevar las cenizas de su pareja, un intelectual de izquierdas hindú―, en unos Estados Unidos que no sabían a ciencia cierta cómo encasillarla: o como una refugiada que huía del horror soviético o como una espía. Svetlana vio en primera persona, bajo un mismo techo, lo que Stalin le estaba haciendo a su gente, marcando con sangre y fuego el devenir de un pueblo que lo sufrió a lo largo de tres generaciones. No en vano, el libro de Lozano alcanza la Conferencia de Teherán, los inicios de la Guerra Fría, episodios relativos a la doctrina Truman y al Plan Marshall y la guerra de Corea, hasta una conclusión final de título explícito: «Un traumático legado», que habla de lo que el autor da en llamar el «paradigma de la muerte», marcado por el suicidio de su segunda mujer en 1932, «un acontecimiento que reforzó la tendencia innata de Stalin a la introspección, a la desolación espiritual y a la venganza».

Publicado en La Razón, 10-XI-2024

lunes, 13 de enero de 2025

Entrevista capotiana a Javier Santiso

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Javier Santiso.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Dentro de un libro de Christian Bobin. La Noche del corazón. Si fuese en un lugar del mundo, quizás España.

¿Prefiere los animales a la gente? La gente, siempre. Los misántropos no me interesan.

¿Es usted cruel? La crueldad es inútil. Lo difícil es la bondad.

¿Tiene muchos amigos? No es la cantidad, es la calidad lo que cuenta, pocos, y hondos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Alegría, cortesía, vivacidad, curiosidad.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? A veces. Una vez me sentí defraudado.

¿Es usted una persona sincera? Cuanto puedo. Sobre todo cuando se refiere al arte, a la cultura, a los libros. Aquí no puede haber medias tintas.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Disfrutar de ínfimos infinitos. Esos momentos son joyas, una copa entre amigos, un gran lienzo, un libro vertical, de los que te remueven la sangre.

¿Qué le da más miedo? La muerte. Cada día es una vida. Y lo sabemos, todas las mañanas del mundo son sin retorno.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La cara dura. La desfachatez. El despilfarro.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Sin duda pintor. A Michón le pasa lo mismo, al final la pintura da a ver de lleno. Los libros es la libertad, las imágenes corren por la mente. Pero los lienzos son imparables: de una tajada, con sólo verlos te llegan recto al corazón. De ahí que escriba bastantes novelas sobre pintores: Van Gogh o Edward Hopper, y el último sobre Francis Bacon. Ahora estoy terminando una novela sobre Joaquín Sorolla, sus tres últimos años de vida.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí, remos, marcha. Es otra manera de respirar, de levantar el pulmón.

¿Sabe cocinar? Sí, pero mal. Eso sí, me encanta la gastronomía. Es una forma de creatividad. Y de generosidad.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Una vida minúscula. Podría ser divertido. Si no, pues un pintor, Pierre Soulages, por ejemplo.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Alegría. Joie. Un bellísimo libro de Bobin, que he publicado en La Cama Sol, es “El hombre alegría”. Lo hemos hecho con obras del pintor Juan Uslé, quién tendrá una retrospectiva en el Reina Sofia este año, para finales del 2025.

¿Y la más peligrosa? Soberbia. Ignorancia. Maldad. Y cuando combinas ambas tienes una bomba nuclear, algo letal, a pequeña y a gran escala.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Jamás.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? No hay familia política, soy huérfano. Lo mío sería ese pensamiento que corre desde Alexis de Tocqueville a Isaías Berlín, una corriente que ni queda huella de ella en esta Europa del siglo veintiuno.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un árbol. Para poder trepar, para ponerme a la vertical. Lo que carecemos en nuestras vidas es verticalidad, “caer hacia arriba”, como diría Simone Weil: amar, pensar, vivir, en esa verticalidad.

¿Cuáles son sus vicios principales? Leer. Escribir. Vivir.

¿Y sus virtudes? Saber dar y saber recibir. Entusiasmo. Y tener la suerte que algo, alguien, me pellizque el corazón.  

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? La grandeza del mar, y la portada del libro de Pascal Quignard, “L’amour, la mer”; “El amor, el mar”.

T. M.

domingo, 12 de enero de 2025

Un artículo sobre el restaurante Enigma

Acaba de aparecer, en la sección de Viajes de La Razón, mi artículo "Albert Adrià: campeón de los enigmas", sobre el restaurante Enigma, en Barcelona.

sábado, 11 de enero de 2025

Entrevista capotiana a Álvaro Espina

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Álvaro Espina.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Salamanca.

¿Prefiere los animales a la gente? ¡Cielo santo! Yo amo a la gente.

¿Es usted cruel? No.

¿Tiene muchos amigos? Sí, pero solo quienes merecen serlo.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? La afabilidad, el respeto  y la simpatía.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Muy pocos, pero sí algunos.

¿Es usted una persona sincera? Solo cuando mi interlocutor lo merece.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo y dialogando con mis amigos.

¿Qué le da más miedo? La falsedad.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Que alguien viole conscientemente lo que considera verdadero.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? No concibo una vida sin escribir.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí. Cuando era joven jugaba a Baloncesto. Ahora camino.

¿Sabe cocinar? Sí. Soy yo quien cocina en mi casa.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Miguel de Cervantes.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Mañana.

¿Y la más peligrosa? Odio.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Sí. A Franco.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? El progreso y la innovación.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Músico.

¿Cuáles son sus vicios principales? No tengo vicios, y si los tuviera no los confesaría.

¿Y sus virtudes? La laboriosidad y el compromiso con la verdad.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del agua, le pasarían por la cabeza? La película de mi vida y mi familia.

T. M.