jueves, 21 de noviembre de 2024

Entrevista capotiana a Benjamín Escalonilla

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Benjamín Escalonilla.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Una habitación sin puertas ni ventanas -para que fuese más sencillo- con conexión a internet ubicada en cualquier parte.

¿Prefiere los animales a la gente? Todos somos animales. Mis animales preferidos son variopintos, algunos vuelan, otros son contrabajistas, y la mayoría de ellos te mira directamente a los ojos sin que resulte amenazante.

¿Es usted cruel? De las razones por las que más disfruto la escritura es por la voz de los personajes, sus reflexiones y su sentir; solo a través de la empatía encuentro esas voces y desde la empatía la crueldad no es posible.

¿Tiene muchos amigos? Como todas las personas, solo puedo tener un limitado número de amigos íntimos por cuestiones relacionadas con el tiempo. Así que como todos, tengo menos de diez.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Busco ese cóctel de cualidades -no es siempre el mismo-, que produce una resonancia entre él o ella, y yo. Busco que me miren a los ojos sin amenaza. Busco una conversación.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Procuro no medir a mis amigos en términos de acierto o decepción.

¿Es usted una persona sincera? Tengo que serlo, porque solo desde la sinceridad puedo encontrar esa conversación y esa mirada.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo, conversando, manteniendo sexo, escuchando conciertos.

¿Qué le da más miedo? Perder la ilusión. Porque cuando la he perdido me he encontrado en un yermo de fuerzas gravitacionales temibles.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? El dogmatismo. Creer sin pensar.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Leer, conversar, mantener relaciones sexuales, escuchar conciertos.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Gimnasia. Bailo.

¿Sabe cocinar? Sí. Casi siempre como lo que me cocino. Preparo una arrabiata que disfruto enormemente.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Julio Cortázar.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Ilusión.

¿Y la más peligrosa? Extremismo.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? De izquierda (populismos aparte).

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un mono o un gato. Un gatomono.

¿Cuáles son sus vicios principales? Irme de copas con amistades.

¿Y sus virtudes? Dar buena conversación a mis amistades.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Las de unas branquias. Las de mi pareja y mis hijos.

T. M.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

La pandemia de la soledad

Jean Braudillard, en su texto «New York», dijo: «Aquí el número de gente que piensa sola, que canta sola, que come y habla sola por las calles es vaporoso. Sin embargo, no se aúnan. Por el contrario, se sustraen los unos a los otros y su parecido es dudoso. Pero hay cierta soledad que no se parece a ninguna. La del hombre que prepara públicamente su almuerzo sobre un muro, sobre la capota de un coche o a lo largo de una verja, solo. Esto se ve aquí por todas partes, es la escena más triste del mundo, más que la miseria. Más triste todavía que el mendigo es el que come a solas en público».

Pues bien, de todo eso Vivek H. Murthy tuvo hace unos pocos años una opinión muy fundada, producto de su trabajo sanitario, tanto en hospitales como en cargos de carácter institucional, que reflejó en «Juntos. El poder de la conexión humana» (Crítica, 2021), donde presentó la idea de que el mundo parece más conectado que nunca, pero la soledad se extiende como una epidemia, preguntándose: ¿cuál es el efecto que tiene en nosotros y cómo podemos tratarla, incluso en la distancia? Murthy afirmaba que la soledad constituye un problema de salud pública y que no es casualidad que, en algunos países, los gobiernos la hayan incorporado a sus agendas de trabajo, dado que constituye el origen y agente colaborador de muchas de las epidemias generalizadas, desde el alcoholismo y la drogadicción hasta la violencia, la depresión o la ansiedad.

Pero la soledad no sólo afecta a la salud, sino también a cómo viven nuestros hijos el colegio, a nuestro rendimiento en el trabajo y al sentimiento de división que reina en nuestra sociedad, y que la pandemia del Covid-19 puso de relieve más que nunca. De hecho, este médico de Harvard ayudó a liderar la respuesta nacional para hacer frente a varios retos de salud como el virus del ébola y del zika. Así las cosas, viajando por Norteamérica para analizar cuestiones como la obesidad, las enfermedades relacionadas con el tabaco, la salud mental y la vacunación como instrumento preventivo, se dio cuenta de que aparecía, de forma recurrente, otro asunto.

Se trataba de la soledad, según sus palabras, «la sensación subjetiva de carecer de los contactos sociales que necesitamos». Es esa sensación de sentirse desamparado o abandonado, lo cual no es incompatible con estar rodeado por gente, incluso, claro está, conviviendo bajo un mismo techo. Todo lo cual afecta a la salud de forma contundente, pues hay artículos de investigación que concluyen que la soledad se asocia a un riesgo más elevado de enfermedades coronarias, hipertensión, ictus, demencia, depresión y ansiedad.

Estar solo en las ciudades

De esta soledad pandémica, pero a la vez tan intrínseca a la naturaleza humana, habla Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) en «Mapa de soledades» (a la venta este día 9 de octubre), y con un carácter marcadamente literario. De hecho, empieza su libro aludiendo al uruguayo Horacio Quiroga, que buscó aislarse en la selva, lo cual conecta con su propia experiencia en Buenos Aires, ciudad  la que acudió hace un par de años y donde conoció, afirma, «una nueva forma de soledad: la que solo puede florecer en los limbos, en las salas de espera, en los periodos de cuarentena. La soledad que se asienta en el tiempo conjetural de las promesas». Así, seguimos los pasos de Bárcena, que cumple su anhelo de conocer el lugar donde vivió Quiroga, al que biografía en estas páginas.

De este modo, autobiografía, viaje personal, vidas literarias y ensayo se mezclan en busca de entender una palabra que persiguió al autor de manera constante: «soledumbre», que en su primera acepción de diccionario, «se refiere a un paraje solitario o vacío de presencia humana. Por ejemplo, un desierto. Por ejemplo, la cumbre de una montaña. Un océano sin barcos». Y es que, ciertamente, los lugares amplios, también llenos de gentes, como las ciudades, son «un espacio de anonimato. Bárcena reflexiona sobre ello a raíz de su experiencia en Madrid, Budapest, Roma o Ciudad de México, lo que le lleva inevitablemente a analizar tanto las soledades sufrientes como aquella soledad que, «cuando es elegida y no corre el riesgo de prolongarse en el tiempo, puede ser provechosa y hasta iluminadora».

El miedo a la invisibilidad del solitario, la soledad no como un accidente del individualismo, sino su consecuencia, la soledad de los abuelos, la vida de Pedro Serrano, que naufragó en 1526 e inspiró el personaje de Robinson Crusoe –que, por cierto, Daniel Defoe apenas hace que piense en su soledad–, la existencia en un monasterio o en ciertos ámbitos dentro de la cultura japonesa… De una gran cantidad de asuntos derivados del estar solo habla Bárcena: de la soledad más cotidiana como es la del hogar –«Si tantas amas de casa se han sentido y se sienten solas no es tanto por la naturaleza de su trabajo como por las condiciones de invisibilidad en que ese trabajo ha tendido a realizare»– o la soledad de la maternidad. En este sentido, el presente ensayo presenta vidas femeninas de modo particular, ya sea Virginia Woolf o Emily Dickinson.

Soledad, blanca soledad

Asimismo, el autor se hace eco de cómo, a lo largo de los últimos años, lo que da en llamar el problema de la soledad no elegida se ha convertido en un tema de intensa reflexión, de ahí que «Mapa de soledades» esté poblado de muchas referencias bibliográficas, tanto literarias como de otros campos del saber. Bárcena explora la soledad de las montañas y los mares, la de los insomnes, la de figuras históricas como María Antonieta, y llega a la conclusión de que «la soledad, como la nieve, paraliza y congela. El solitario corre el riesgo de petrificarse por completo, como teme Sylvia Plath en sus diarios: “Después de pasar demasiado tiempo sola, siempre tengo la impresión de haberme convertido en una gárgola y de que la gente se dará cuenta”». Por lo tanto, prosigue el narrador santanderino –en el capítulo «Casquetes polares»–, la soledad es «fría, blanca, silenciosa».

Todo ello puede, ciertamente, afectar profundamente al ser humano, pues se ha observado que las personas solas tienen una probabilidad mayor de dormir mal, sufrir disfunciones del sistema inmune y desarrollar conductas compulsivas y deterioros en la capacidad de juicio. Por ejemplo, el psiquiatra y psicólogo John Cacioppo, al que muchos se refieren como «el doctor Soledad», comparó la soledad con el hambre y la sed, identificándola como una señal de advertencia necesaria, con raíces bioquímicas y genéticas. Los maestros y muchos padres transmitían a Murthy una preocupación creciente por el aislamiento de los hijos, incluidos los que dedicaban mucho tiempo a las redes sociales y a las pantallas. A partir de estas observaciones, explicaba que se han identificado tres «dimensiones» de la soledad: la soledad íntima o emocional, que conlleva el deseo de contar con una persona muy cercana, con la que poder sincerarse; la soledad relacional o social, que es el anhelo de disponer de buenos amigos, de compañía y apoyo social; y la soledad colectiva, que es el ansia por tener una red o una comunidad de personas que compartan los mismos propósitos e intereses.

Publicado en La Razón, 5-X-2024

martes, 19 de noviembre de 2024

Entrevista capotiana a Daniel V. Villamediana

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Daniel V. Villamediana.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Mi propia memoria, para poder habitar en mis recuerdos: lugares y personas a a las que he conocí, pero también conocimientos, sueños y libros leídos. Siempre me han fascinado los llamados palacios de la memoria, que podías recorrer mentalmente. Una patria virtual.

¿Prefiere los animales a la gente? Muchas veces sí, por su capacidad de saber estar en el presente y su ausencia de ego. El problema es cuando los hombres se parecen a los animales. Toman entonces lo peor de ellos. De hecho, estoy trabajando en una novela sobre un perro parlante en la España del siglo XVI que es más racional que los hombres.

¿Es usted cruel? No, más bien peco de ingenuo. Mi madre no me educó en el rencor, el odio, la venganza, o en tratar de imponerme a los demás.

¿Tiene muchos amigos? No los suficientes, pero los que tengo, creo que son de por vida. Siempre he sido de tener un mejor amigo, desde que era niño, un compañero de aventuras, aunque ahora solo sean literarias o cinematográficas.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? La generosidad, la honestidad y la inteligencia.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Ha sucedido pocas veces. No pido demasiado de ellos, solo que estén.

¿Es usted una persona sincera? Generalmente sí, pero al igual que el personaje de mi libro Las siete vidas de Max von Spiegel, siempre he tenido un alma de pícaro, de quien dice e inventa cosas para salir airoso de una situación extrema. Es lo que tiene haber sido mal estudiante.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Con mi familia, y también escribiendo. O viajar, para hacer todo al mismo tiempo.

¿Qué le da más miedo? Mi propia imaginación.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La maldad, la violencia, hacer daño al otro sin motivo o causa. También la ignorancia, sobre todo cuando es considerada una virtud.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Habría sido artesano, ebanista, o probablemente restaurador de muebles; quizá hubiera trabajado en un anticuario.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Lo intento. Siempre he practicado distintas artes marciales. De uno u otro modo, siempre vuelvo a ellas. Golpear en el aire para conocerte mejor a ti mismo.

¿Sabe cocinar? Cocino como una madre de las de antes. Me gusta mucho cocinar en casa.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Si pienso en la vida real, mi abuelo Cuco, que cantaba como ningún otro y se parecía a Samuel Beckett. Si pienso en la ficción, el capitán Ahab, de Moby Dick, por su búsqueda absurda de lo imposible, la ballena blanca.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Tú.

¿Y la más peligrosa? Yo.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, pero dar alguna paliza, muchas veces.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Un anarquismo pacífico e ilustrado.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Mejor.

¿Cuáles son sus vicios principales? Perezoso, un poco irresponsable, ensimismado…

¿Y sus virtudes? Supongo que soy una persona tranquila, familiar, imaginativa y fiable.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Vería a mi mujer y mis dos hijos, no tengo duda. Y luego algo completamente absurdo, ridículo, para atormentarme después en el más allá, preguntándome: ¿por qué demonios pensé en aquello?

T. M.

lunes, 18 de noviembre de 2024

Una magdalena paranormal

Nadie como Marcel Proust ha indagado en lo significan para nosotros los recuerdos, y además con largas frases, llenas de frases subordinadas –que él, asmático, no podría ni pronunciar sin agotarse–, sin apenas puntos y apartes. Imposible calibrar la influencia que toda su obra tuvo ya en su tiempo, el de la literatura simbolista que buscaba, a través de maneras indirectas –muy en la línea del filósofo Bergson (el tiempo es un fluir constante en el que pasado y presente se solapan) y en las profundidades de la psique freudiana–, una manera sugerente, sensitiva, introspectiva de narrar, la que llevarían a cabo artistas como Virginia Woolf o James Joyce.

Sin embargo, Proust comenzó su obra con dudas, pues no sabía a dónde iba a llevarle su escritura: al ensayo, al estudio filosófico o a lo narrativo. En 1908 había ya escrito la semilla, un texto abandonado en el que ya surgía la tostada mojada en el té que le lleva, como en sueños, al tiempo de su niñez y que se convertiría en la celebérrima magdalena a partir de esta memoria involuntaria. Pero, hoy, ¿quién lee los siete volúmenes de “À la recherche du temps perdu” (“En busca del tiempo perdido”, 1913-1923)? Pues a tenor de las novedades que surgieron por los cien años de su muerte, el año 2022, se diría que al menos el escritor disfruta de máxima atención.

De hecho, se suceden los libros sobre su obra y vida, pero este que traemos a colación ahora, “El escritor y las ciencias psíquicas”, de Bertrand Méheust (1947), un estudio de la historia de la ufología y de las ciencias psíquicas, es de los más llamativos que se han editado con respecto al narrador francés. Lo paranormal, los poderes de la mente y la percepción son su campo de trabajo, que aplicó a Proust, al que algunos de sus contemporáneos llamaron un «médium despierto», tal fue su capacidad de percepción e intuición. Méheust ve a Proust como alguien que, al ahondar en la psique, lo memorioso, las profundidades de la mente, llevó a cabo una suerte de, cual vidente que se comunica con el universo, “operación mágica” que le permitía “redescubrir las impresiones sensoriales sepultadas en toda su sutileza, o penetrar en los recovecos secretos de la psicología de sus personajes”.

Médiums y brujería

El sueño y el soñar, el transcurrir del tiempo y otros muchos asuntos misteriosos acuden a una obra que recibió un homenaje póstumo, a inicios de 1923, por medio de una serie de autores que destacaron algunas de sus virtudes. Por ejemplo, su amigo Henri Bardac afirmó: ”Realmente poseía el don de la adivinación. (…) Tuve ocasión de admirar esta singular habilidad que hacía de Proust una especie de visionario. Este instinto mal definido le permitía distinguir tras las cortinas echadas el resplandor de una mañana «espaciosa, helada y pura»; transformar en lenguaje el rodar de un tranvía; difundir a través del sueño «una tristeza que presagiaba la nieve». Le hacía percibir el mundo exterior desde su cama”.

Este mismo autor habla de que Proust gozó de una “segunda vista, de brujería” y que demostraba constantemente “pruebas de una facultad adivinatoria que iba mucho más allá del sentido común”; por ejemplo: “Encerrado en su alcoba de enfermo, me dijo un día que fuera a cerrar la entrada de carruajes del edificio que le parecía que estaba entreabierta, ¡y era verdad!”. Además, Proust se codeó con algunas de las figuras del movimiento metapsíquico, en un tiempo en que estaban de moda los fenómenos mediúmnicos (recordemos lo aficionado que era otro autor como Arthur Conan Doyle, en Inglaterra, a las sesiones de espiritismo).

Méheust va analizando la obra proustiana bajo este prisma en paralelo a su vida, de tal forma que muestra cómo “cuando rememora sus recuerdos de infancia, Marcel alude explícitamente a la génesis de sus poderes psíquicos, pero lo hace bajo la cobertura del humor y de una forma tan sutil que nadie o casi nadie parece haberle entendido o tomado en serio. Sin embargo, se trata de un momento decisivo para la comprensión de su trayectoria”. Ocurre al principio de “Por la parte de Swann”, en que se habla de las «transvertebraciones» sobrenaturales de un caballo y el narrador adivina el color de un castillo, momento que daría una de las claves de la obra: “es el momento decisivo en que el joven mnemonauta descubre el poder de la videncia en su interior y lo confiesa discretamente a su lector. Lo experimenta, como un niño que no se sorprende por nada y toma las cosas como vienen”.

Así las cosas, tendríamos a un Proust equivalente a los sonámbulos o los médiums, en el sentido de que recibe información de fuentes improbables, prosigue el investigador, mediante deducciones a primera vista imposibles. Asimismo, Proust también utilizó a veces, para su obra, temas sacados de las sesiones espiritistas, y de esta forma en un pasaje alude a «un hombre verdaderamente mediúmnico», con respecto al destino de una joven sobre la que ha vaticinado que, efectivamente, será víctima de la crueldad de dos hombres, para lo cual Proust usa palabras como «sustancia gris» u «objetivación pítica», lo cual aludía a los experimentos realizados hacia 1920 con las médiums que producían ectoplasmas.

Publicado en La Razón, 2-X-2024

domingo, 17 de noviembre de 2024

Entrevista capotiana a José Federico Barcelona

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José Federico Barcelona.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Posiblemente elegiría la Isla de Utopía, aquel viejo lugar descrito por Tomás Moro que tantos han tratado de alcanzar sin éxito.

¿Prefiere los animales a la gente? No puedo contestar con una afirmación absoluta. Hay gente a la que nunca preferiría frente a determinados animales, y animales que nunca desearía tener cerca de mí por más que estuviera rodeado de personas indeseables. Pero como la pregunta encierra varias capas, atendiendo a la más universal diría que prefiero a la gente.    

¿Es usted cruel? No, que yo sepa. Pero la crueldad, como la humanidad, la piedad, etc., son naturalezas que deben de ser juzgadas por los demás antes que por uno mismo.

¿Tiene muchos amigos? Sí... en distintos estratos o niveles de amistad. El nivel de amistad más cercano a mí no lo habitan más de 5 0 6 personas (incluida aquella con la que convivo).

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Son parcialmente diferentes, lógicamente, según los vínculos que nos unen. Pero haya una idea general de amistad que está elaborada con materiales (ideas, sentimientos, emociones, empatías, comportamientos...) básicos de buena humanidad compartidos. No son difíciles de localizar en ejemplos de personas concretas, incluso en declaraciones universales que debieran guiarnos. Me dan igual sus gustos y capacidades deportivas, musicales, literarias, etc.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Ha habido algún caso, muy pocos. Pero la decepción es una emoción inteligente que ha sabido esfumarse con discreción y sin dejar profundas huellas.

¿Es usted una persona sincera? Trato de serlo siempre, procurando que mis palabras ayuden y no provoquen un mal mayor en las personas que las reciben. La sinceridad que cierra los ojos de forma incondicional e inmisericorde a los efectos dañinos que puede ocasionar, es más prepotencia y crueldad que veracidad y franqueza. Hay que saber decir para ayudar, salvo en casos muy excepcionales donde todo está permitido.    

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Liberándome de las ataduras del tiempo de cualquier manera.

¿Qué le da más miedo? La dominación por el uso del miedo.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? ¿Quizá se refiere a lo que está sucediendo en Oriente Próximo y lo que quienes tienen poder para evitarlo están permitiendo que suceda?

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Intentarlo.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Escaso. Andar.

¿Sabe cocinar? Igualmente escaso.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A mi madre de 91 años. Es inolvidable, tal vez no para el mundo, pero sí para unas cuantas personas del mundo.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Esperanza, por supuesto. Y curiosamente es la palabra que nace de las situaciones imposibles, las más terribles y lamentables. Siempre.

¿Y la más peligrosa? Sígueme, yo te llevaré/guiaré al paraíso.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Sí, muchas veces. Pero siempre en la ficción, ese lugar perfecto donde está permitido.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? De izquierdas y democráticas.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Viajero.

¿Cuáles son sus vicios principales? El exagerado estoicismo.

¿Y sus virtudes? El moderado estoicismo y una sentimentalidad racional.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Imposible. Sólo el enunciado de la pregunta me produce una profunda angustia que me deja en negro.

T. M.

sábado, 16 de noviembre de 2024

Un artículo viajero sobre el hotel Kimpton

             

Hace un par de días aparecía este artículo mío, en la sección de Viajes del periódico La Razón, titulado "Ser un vividor en el hotel Kimpton de Barcelona", donde hablo de este fabuloso establecimiento en el centro de la Ciudad Condal, y de su restaurante, igualmente magnífico, llamado Fauna.

viernes, 15 de noviembre de 2024

Entrevista capotiana a Leonardo Cervera

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Leonardo Cervera.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Los lugares de mi infancia.

¿Prefiere los animales a la gente? Qué va, aunque tampoco hay tanta diferencia entre los humanos y algunos animales.

¿Es usted cruel? Creo que no, ni particularmente vengativo tampoco.

¿Tiene muchos amigos? No, en cualquier caso la ciencia demuestra que eso es imposible.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Bondad, afinidad e inteligencia.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No, porque ya estoy curado de espanto.

¿Es usted una persona sincera? Trato de serlo, aunque ya se sabe que decir siempre la verdad no lleva a ninguna parte.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Aprendiendo, escribiendo y jugando a videojuegos de simulación y estrategia.

¿Qué le da más miedo? La maldad.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Me escandalizan muchas cosas porque he sido educado como un católico y en un mundo en el que los valores tenían más peso que hoy en día. En estos momentos lo que más me escandaliza es la mentira de los políticos y la polarización de la sociedad.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Enseñar.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Un poco de gimnasia pero no tanto como debiera.

¿Sabe cocinar? No y me avergüenzo de ello.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Roberto Perrone, el ángel de la guardia de Primo Levi en Auschwitz.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Humanidad.

¿Y la más peligrosa? Muerte.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, nunca. Mis valores cristianos y mi miedo a la cárcel se interponen firmemente contra cualquier pensamiento asesino.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Centro derecha o centro izquierda, va cambiando, pero siempre centro, democristiano o socialdemócrata.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Médico de familia o en otra época, sacerdote de pueblo, me gusta el servicio a los demás.

¿Cuáles son sus vicios principales? El orgullo, supongo, y la mala alimentación.

¿Y sus virtudes? Creo en la humanidad y la solidaridad como motores de cambio y lloro con las películas lacrimógenas.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? La imagen de la Virgen, a la que he rezado desde niño para que ruegue por mí a la hora de mi muerte. Y la imagen de mis seres queridos.

T. M.

jueves, 14 de noviembre de 2024

Un artículo viajero sobre Alcalá de Henares

             

El pasado día 10 aparecía este artículo mío, "Si tienes 24 horas en Alcalá de Henares estas son las visitas imprescindibles", en el periódico El País. Hablo en él de su huella cervantina, de su Parador y Universidad, de lugares donde comer, de teatros, museos, calles, plazas, restos arqueológicos, más el Instituto Franklin, especializado en estudios norteamericanos.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

Entrevista capotiana a Rodrigo de Pablo Ortiz

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Rodrigo de Pablo Ortiz.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? El corazón de un alma grande. Ese es el gran viaje, ir de la mente al corazón. Limpiarlo y quedarse en él.

¿Prefiere los animales a la gente? Todos somos animales, con atributos parecidos y un antepasado común. Ambos conocemos el dolor y el placer, aunque le demos sentidos distintos. Prefiero unos u otros dependiendo del uso que el humano haga de la razón. La gente suele tener mejor conversación, pero hay animales más humanos que mucha gente, en su mejor acepción.

¿Es usted cruel? Sí, en alguna ocasión. Sobre todo, conmigo mismo. También soy compasivo, generoso, egoísta, humilde, pretencioso, amable, ingrato, responsable, temerario, justo, arbitrario… Puedo ser todo eso y más, y trato de no perderlo de vista.

¿Tiene muchos amigos? No. Y me parece un tesoro tener tantos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Ninguna, al menos de forma premeditada. Cuando busco algo muy concreto, lo más normal es que no lo encuentre.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Nunca. Hace tiempo que practico el saludable ejercicio de no someter a nadie a mis expectativas. Es agotador.

¿Es usted una persona sincera? La sinceridad es el compromiso con la verdad, y la verdad es relativa. La subjetividad convierte la realidad en relato. Soy periodista y escribo novelas, no son la misma cosa, pero se parecen bastante. Trato de ser honesto y veraz.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Últimamente prefiero no ocuparlo. No hacer nada es hacer mucho. Ver crecer una tomatera puede resultarme más apasionante que ir al gimnasio o a un bar. Decía Jacques Prévert que nunca es tarde para no hacer nada.

¿Qué le da más miedo? El miedo. Siento no ser original. El miedo paraliza, amputa, empequeñece. La gran batalla es contra el miedo.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Algunas atrocidades. Y, sobre todo, la impunidad que muchas veces tienen quienes las ejercen. No hay más que leer los periódicos.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? En general, mi vida es mucho menos creativa de lo que quisiera. Si volviera atrás, habría dedicado más tiempo a encontrar la fórmula para extirpar al trabajo lo peor del trabajo.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Camino, y trato de darle un propósito, como un peregrino. Y siempre estoy queriendo volver al yoga, si es que el yoga puede considerarse un ejercicio físico.

¿Sabe cocinar? Cuando cocino, descubro que sé, siguiendo con más o menos disciplina las recetas. Pero practico poco.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A mi padre, ejemplo de muchas cosas. Para que, mientras lo lea, no se le olvide.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Asha. Así se llama la protagonista de “La orilla de los vivos”. En India significa esperanza. En árabe (aisha) o en suajili (ishi) se traduce como vida. En la tradición persa representa la verdad, aquello que fluye de forma adecuada.

¿Y la más peligrosa? No sé si las palabras son peligrosas. Quizá el peligro está en el uso o la interpretación que les damos. Hay que tener ojo con las maximalistas o las que imponen, limitan o victimizan, no porque sean un riesgo en sí, sino porque se prestan a que las sobemos y pervirtamos.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No, literalmente. Pero igual que odiar a otro envenena a uno mismo, querer matar a alguien es suicidarse un poco. Si puedo, lo evito.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Creo en la justicia social y me espanta el capitalismo, pero eludo caer en paradigmas trasnochados. La dialéctica izquierda – derecha, salvo matices, es anacrónica. En esencia, quienes la alimentan están sujetos a las mismas lógicas de poder. Se sirven del recelo al otro para perpetuarse, pero unos y otros están vacíos de contenido. El drama es que no hemos sido capaces de armar una alternativa.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Un bebé, para no saber nada aún o haberlo desaprendido todo.

¿Cuáles son sus vicios principales? Potencialmente, cualquiera. El que más he perfeccionado es el de sabotearme, pero me estoy quitando.

¿Y sus virtudes? El reverso de cada vicio o defecto. Si aprecio algo de luz es porque reconozco la oscuridad.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Me encantaría que fuera algo poético. Una bandada de pájaros surcando el cielo. La vibración del universo. El océano saliendo de una caracola. Pero, si me estoy ahogando, dudo que mi cabeza dé para tanto. 

T. M.