miércoles, 4 de junio de 2025

Entrevista capotiana a Íñigo Egaña

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Íñigo Egaña.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Seré convencional, para comenzar: cualquiera de los paraísos que proponen las religiones, con la garantía previa de que haya una buena cocina y una buena biblioteca, provistas sin límite, y que se pueda salir a pasear en medio del sirimiri cuando apetezca.

¿Prefiere los animales a la gente? De entre todos los animales, me quedo con los humanos. Por una cuestión de entendimiento, sencillamente. Con algunos humanos me entiendo. No hay otros animales a los que se les puedan atribuir todas las cualidades humanas. No me entiendo con otros animales. Tampoco me ha interesado probar, ni a ellos. No nos molestamos y eso es suficiente.

¿Es usted cruel? Sí, lo soy. No porque quiera, pero lo soy, en ocasiones. Existe la gente cruel por naturaleza, pero no es tanta. Esa gente nos alimenta a quienes escribimos. No creo ser de esos. Pero la crueldad habitual, no la crueldad del cruel por naturaleza, no está ligada a una cualidad que alguien lleve dentro. La crueldad habitual tiene que ver con las situaciones en las que los acontecimientos discurren y en las que varios participan. Por lo tanto, todos, a veces, somos crueles o debemos serlo. Si no lo somos, en esas concretas ocasiones, hacemos mal. Y al revés, quizá no ser cruel en algunas circunstancias, por intentar una protección imposible, puede acabar resultando cruel. Puede pensarse, también, que actuar así sea crueldad por naturaleza, en ese caso.

¿Tiene muchos amigos? Nadie tiene muchos amigos. Yo tampoco. Hay quien conoce mucha gente. Yo conozco a personas. Algunos, pocos, son amigos. Y me gusta la amistad juvenil. Es la que más tolera y perdona. La lástima es que las amistades juveniles se distancian o se desvanecen con el devenir de las vidas distintas de los amigos. Pero las vidas aportan nuevos amigos, siempre diferentes en mucho a los anteriores.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? No busco cualidades en mis amigos, las encuentro en quienes voy conociendo. De entre quienes conozco algunos se convierten en amigos, por unas cualidades, y defectos, o por otras. Cada amigo tiene unas cualidades y unos defectos. Y creo que, de entre todas las personas amigas, que son pocas, insisto, una debería convertirse en mi pareja. Me gusta la existencia de la pareja, sustentada de una forma o de otra, y esa persona que es pareja tiene que ser mi amiga. Me da la impresión de que hoy hay gente triste, que confunde amistad y pareja, y, claro: toda pareja es amiga, pero no todo amigo es pareja.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Sí, por supuesto, como yo los decepciono. Pero somos amigos y tras una decepción podemos seguir siéndolo. O dejar de serlo, aunque eso solo una vez me ha ocurrido. Precisamente es más probable que eso ocurra con quien de entre tus amigos es tu pareja, la pareja es exigente, exige claudicación frecuente, y es esa la amistad más frágil, esa puede romperse. Las otras amistades, cuando lo son, difícilmente se rompen.

¿Es usted una persona sincera?  Sí, en términos convencionales. Pero pasa como con la crueldad y otros pecados, y no creo en los pecados, aunque sí en la palabra pecado: no decir puede ser mentir. Pero decir puede llegar a ser cruel, ya lo he dicho. En esas diatribas nos desenvolvemos si vivimos vivos. Hay quienes no viven vivos.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Tendría que ocuparlo dejando de actuar, pero resulta imposible. Tampoco siento que lo necesite. Creo que el tiempo libre no existe. Hay tiempo en el que se trabaja y tiempo en el que no. Es una separación convencional que no me gusta, no la compro. El tiempo libre ideal, si existiera, debería buscar la anulación de la acción: no pensar, no moverse, no sentir. Pero no solemos pretender eso. Hay posibilidades infinitas de creer que estás ocupando tiempo libre, entendido como el no ocupado por el trabajo: el viaje, la lectura, la música, la actividad física, la pintura y el dibujo, el paseo, la caricia y el beso, la comida infrecuente, la copa degustada con calma. Hago esas cosas, por eso las he listado. Pero ese es tiempo que queremos tener de esas maneras ocupado, no tiempo libre.

¿Qué le da más miedo? La muerte de los otros.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Que unos se aprovechen de otros. Que unos traten como idiotas a otros. Que unos engañen a otros.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? He sido no escritor. He sido un profesional de la tecnología y los procesos de negocio. Lo disfruté un tiempo. Lo odié después. Hoy soy escritor y no concibo otra cosa. Este oficio, que lo es, tiene la ventaja de que nadie puede impedírtelo. El problema es que hay que buscar el sustento, pero puedes escribir, para ti mismo, siempre. El escritor es egoísta, escribe para sí, y es ególatra, quiere que otros lean lo escrito, como si debieran tener algún interés en hacerlo.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí. Varias veces en la semana. Siempre con otros. Que el cuerpo se ejercite es una necesidad, pero hacerlo solo es aburrido y triste.

¿Sabe cocinar? Sí. Y me gusta. Y lo hago bien. Vengo de familia de taberneros. Y soy de Bilbao. Es imposible encontrar un tipo de Bilbao que no diga que cocina y que lo hace bien. Remarco: que no diga que cocina. En mi caso trato de no solo decirlo. Y abundo en mi origen: formo parte de un txoko gastronómico, no podía ser de otra forma.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A ninguno. Les propondría escribir un cuento y, si quieren, bien. Dejo la admiración hacia otros humanos, tanto como hasta el punto de escribir sobre ellos, para quien así lo necesite. Y, además, considero aburrido investigar sobre la vida de alguien, que es algo distinto de conocer pasajes, aventuras o momentos de las vidas de quien sea que hayan sido infrecuentemente divertidos o tristes. No sabría qué decir sobre otros, sean quienes sean. Tampoco me siento autorizado a opinar sobre otros ni creo que a nadie pueda importar mi opinión sobre otros tanto como para leerla. Prefiero construir personajes yo mismo. Un cuento, mejor, definitivamente. Eso sí puede ser interesante.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Failure. Escribí un cuento sobre esto, no sé si era un cuento, no suelo ser capaz de calificar a carta cabal lo que escribo, pero era algo que escribí. Era así: un personaje dedica su vida a escribir una magna obra sobre el fracaso, veinticinco volúmenes que abarcan todo lo relacionado con el fracaso, nada queda sin explorar. Esa obra termina, y el cuento también, con una cita que dice: El fracaso es fecundo.

¿Y la más peligrosa? No hay palabras peligrosas. ¿La literatura es peligrosa? Puede haber órdenes peligrosas y acatamiento peligroso de las órdenes. Quizá promesas peligrosas y candidez peligrosa. O silencios peligrosos y tolerancia peligrosa. Las acciones y las inacciones pueden ser peligrosas. Las actitudes también. Las palabras no, nunca. Las palabras pueden componer mentiras o insultos, pueden ser armas o veneno, elogios o alabanzas, pueden usarse con intenciones feas, pero los peligros están en no entender, no en las palabras.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No. Y como no sé rezar tampoco he rezado por la desaparición de nadie. Sin embargo, creo que sí hay personas que podrían no haber estado nunca, tipificables en dos grupos: aquellos cuya ausencia nada cambiaría, y aquellos cuya ausencia habría mejorado algo de lo que compartimos el resto. Sin embargo, todo esto es imposible, porque nunca nos pondremos de acuerdo en quién en concreto debería desaparecer. Es que todos creemos ser muy importantes para los demás, equivocadamente.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? He contestado en la pregunta sobre qué me escandaliza. Retomo aquella respuesta para referirla a los que se postulan como capaces de administrar la cosa pública. Y completo la respuesta a esta pregunta diciendo que no comprendo los manuales, ni que nadie pueda decir que es de un color u otro o que está a un lado u otro de algún punto de referencia indeterminado. Trato, sí, de evaluar y pensar las cuestiones de la administración común, y decido qué caminos me parecen mejores. En general, quienes se erigen como representantes políticos suelen tomar caminos, coincidan o no con el que yo he elegido, por consideraciones contaminadas, y así no sirve. Creo que si no se hiciera de la política una profesión, los administradores serían, en todo momento, los más apropiados, me gustaran más o menos.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Responder a esta pregunta puede dar a entender que no he podido ser algo que quería. Habrá a quien eso le ocurra. Digamos: me gustaría haber sido músico. ¿Y?  Y no. Siempre he ido decidiendo qué quería hacer y he avanzado. No servían de nada otros derroteros posibles si no estaban en mi visión. Ni los he mirado si no estaban a mi alcance, así que no importan.  

¿Cuáles son sus vicios principales? No lo sé. No sé qué es un vicio. Repito: soy de Bilbao, me gustan un buen plato y una buena copa, pero eso ¿es eso un vicio? Puede ser un pecado, la gula, pero como no creo en los pecados, aunque sí en la palabra pecado… Las colecciones tienen un tinte de vicio, ¿no? Tengo una colección de máscaras. El vicio, si lo fue, duró mientras la hice crecer. Ahora no siento el interés de ampliarla. Tengo piezas interesantes y algunas prescindibles, pero me gustan todas. Supongo que el vicio es así: también te interesa lo que no tiene ningún valor o interés para nadie más que para ti, y que quizá por eso lo calificamos como vicio.

¿Y sus virtudes? Ninguna. No soy especialmente bondadoso o caritativo, creativo o imaginativo, amador o empático, dotado para el deporte o el chiste. Pero soy, en algún grado aceptable, bueno, creador, amante, deportista. Además, todas las que consideramos comúnmente virtudes pueden ser defectos o convertirse en defectos, concepto que se intenta utilizar en las entrevistas de trabajo: ‘soy muy perfeccionista’; o en el amor: ‘me entrego demasiado, por entero’. No me preocupa ser poco virtuoso.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Tengo la cabeza llena de imágenes, siempre. Imágenes de recuerdos o de lo que espero o de lo imposible. A veces, cuando tengo fiebre, tengo sueños abstractos: veo, o siento, masas móviles en movimientos repetidos constantemente sin llegar a construir nada pero que forman algo muy importante y claro, o energías lineales o difusas que parece que entrechocan sin fin y liberan algo, como vida, si debo calificarlo de alguna manera. Es la fiebre. Creo que, si me estuviera ahogando, es decir, fuera consciente de que estoy muriendo, vendrían a mí sueños abstractos, de ese estilo, algo importante, pero sin forma clara, neblinoso o incorpóreo: vida y muerte, vacío y fin. En blanco y negro, por supuesto.

T. M.